No te olvides del Señor, tu Dios, siendo agradecidos por su
inmenso amor y misericordia sintiendo siempre su presencia de amor en nosotros
Deuteronomio 8, 7-18; Sal. 1 Cro 29, 10;
2Corintios 5, 17-21; Mateo 7, 7-11
‘Pero
cuidado, no te olvides del Señor, tu Dios, siendo infiel a los preceptos,
mandatos y decretos que yo te mando hoy…’
¡Cuidado
no te olvides! Somos olvidadizos. De tantas cosas, sobre todo de lo bueno que
hemos recibido. Quizá si alguien un día nos hizo una jugarreta, no se lo
olvidaremos y lo tendremos en cuenta siempre. Pero lo bueno lo olvidamos;
aquellas cosas por las que tendríamos que estar agradecidos siempre, pronto
pasan a la región del olvido. Y no sabemos ser agradecidos de verdad, actuar en
consecuencia actuando nosotros bien. Lo podríamos aplicar a muchos aspectos de
la vida. Vamos tan entretenidos con nuestras cosas, con nuestros intereses…
El texto
con que hemos comenzado esta reflexión y que ha motivado este primer comentario
nos lo ofrece la liturgia de este día tomado del libro del Deuteronomio. Son
las sabias palabras de Moisés en sus recomendaciones al pueblo que había guiado
por el desierto para cuando se establezcan en la tierra prometida y comiencen a
prosperar. Han tenido una vida dura, primero en Egipto como esclavos, y ahora
en el camino del desierto en que han padecido tantas privaciones.
Ahora se
van a establecer en una tierra que con su trabajo van a comenzar a producir sus
frutos para ellos y que le pueden llevar a la prosperidad. Y en tiempos de
prosperidad fácilmente olvidamos los tiempos malos, pero sobre todo olvidamos a
quien estuvo con nosotros en esos momentos dándonos ánimo y fuerza para seguir
adelante. Pueden olvidar al Señor su Dios que los sacó de Egipto y los condujo
por el desierto hasta la tierra prometida. ‘¡No te olvides del Señor, tu
Dios…!’
La
liturgia nos ofrece este texto en este día que llamamos de témporas. Un momento
en que sobre todo en nuestro hemisferio terminamos una etapa y tras las
vacaciones reiniciamos todo el trabajo con intensidad. Hoy nos invita la
Iglesia a la acción de gracias, a la petición de perdón y a pedir con fuerza la
presencia del Señor en el camino de la vida que vamos realizando.
Absortos
como vamos en nuestras tareas, en nuestros problemas y preocupaciones, en ese
correr de la vida de cada día fácilmente vamos dejando a un lado el aspecto
religioso de la vida, las actitudes y posturas de fe las dejamos quizá para
momentos puntuales cuando no las olvidamos, y aunque seguimos diciéndonos
cristianos y personas creyentes a la larga vivimos una vida muy al margen de la
fe y de las expresiones religiosas, casi como si fuéramos unos ateos. Es un
peligro que tenemos en la vida y que se acentúa con tantas influencias
negativas en ese sentido.
Tenemos
que despertar nuestra fe, pero no solo como una confesión de fe que hagamos en
determinados momentos, sino como actitud fundamental de nuestra vida que se
vaya reflejando en nuestros comportamientos, en las posturas que tomemos ante
la vida, en el compromiso que tengamos con nuestra familia, con los que están
en nuestro entorno y con esa sociedad en la que vivimos.
Como
cristiano y como creyente hay unos valores que tengo que cultivar, hay una
manera de vivir la vida y de trabajar por la sociedad, hay un sentido de
nuestra existencia. Y tenemos que comenzar por no olvidarnos de Dios, por
sentirle de verdad presente en nuestra vida para darle gracias por cuanto de
Dios recibimos, como para pedirle perdón por nuestros olvidos, por nuestros
errores, por las veces que prescindimos incluso de su mandamiento.
A esto se
nos invita hoy de manera especial. No nos olvidemos del Señor nuestro Dios.
Seamos agradecidos, contemos con El, sintamos lo inmensa que es la misericordia
que tiene que nosotros y por eso una y otra vez también la pedimos perdón.