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viernes, 4 de octubre de 2019

Aprendamos a valorar lo bueno que recibimos de los demás signo de las maravillas que el Señor cada día hace en nosotros


Aprendamos a valorar lo bueno que recibimos de los demás signo de las maravillas que el Señor cada día hace en nosotros

Baruc 1,15-22; Sal 78; Lucas 10,13-16
No siempre sabemos apreciar ni valorar lo que hacen por nosotros. Nos creemos quizás merecedores de todo y casi vemos como una exigencia que tengan que hacernos algo que nos beneficie. Ahora todo son derechos, nos creemos con derecho a todo, y esto en ocasiones nos hace exigentes con los demás. Y no sabemos apreciar lo que generosamente los otros hacen por nosotros. Quizá vamos de engreídos por la vida y somos nosotros lo que no somos generosos con los demás. Parece en ocasiones que todo se tiene que hacer por un interés, todo se hace a cambio de lo que el otro tenga que hacer por mí.
Es un mundo complejo en este sentido en el que vivimos. Hoy se habla mucho de humanidad, hay muchos movimientos de gente altruista que quieren hacer cosas buenas, en ocasiones vemos gestos hermosos de solidaridad por ejemplo a la hora de catástrofes, de situaciones de peligro, o en llamadas que se hacen para colaborar en campañas determinadas. Podríamos decir que hay un hermoso despertar.
Pero en el fondo nos quedan resabios que no hemos sabido superar y nos encontramos con gentes desconfiadas que no quieren valorar el altruismo generoso de otros y surgen murmuraciones y comentarios que pueden rayar lo difamatorio. Actitudes y posturas que surgen muchas veces de aquellos que no saben ser generosos ni valorar bien lo que reciben de los demás.
En una ocasión en un comentario en grupo surgía una persona que decía que a él no le vinieran con penas, que ya tenía bastante con las suyas y que para pertenecer a un grupo donde los demás estuvieran contando sus penas y sus amarguras, a él no le iba eso. Alguien, sin embargo, le hizo reflexionar quizá de una forma dura porque le hizo ver su realidad; era una persona con discapacidad que mucho tenia que depender de los demás para poder realizar muchas acciones, y que con su presencia él estaba ya manifestando su pena o su angustia aunque no dijera nada, pero que sin embargo la gente lo aceptaba y lo ayudaba, que pensara cuanto debía a los demás de alguna manera en todas las ayudas que recibía. Al final lo reconoció.
Lo que decíamos al principio nos cuesta reconocer cuanto de bueno recibimos de los demás y algunas veces parece que ni nos damos cuenta. Reconociendo lo que recibimos con humildad aprenderemos a ser agradecidos, aprenderemos nosotros también a ser generosos con los demás, aprenderemos a ver la respuesta que nosotros tendríamos que dar y cuánto entonces nosotros podemos hacer también por los otros. Aprendamos a valorar el granito de arena que pone el otro, aprendamos a valorar lo que recibimos y seamos generosos para poner de forma altruista y solidaria también nuestro grano de arena junto con los granos de arena que ponen los demás para crear una riqueza de bondad en nuestro mundo.
Me ha surgido esta reflexión en la que quizá me haya extendido de forma excesiva desde las recriminaciones que Jesús les hace a las ciudades de Betsaida y Corozaín. Cuantos milagros había realizado Jesús en su entorno, de cuantas obras maravillosas de Jesús eran testigos, pero sin embargo no daban respuesta de conversión. Siente dolor Jesús en su corazón por la terquedad de aquellas gentes que no sabían descubrir las señales maravillosas de Dios en medio de ellos.
Pensemos en nosotros mismos, a lo largo de la vida cuánta gracia del Señor hemos recibido, cuanto se ha proclamado la Palabra de Dios ante nosotros, cuantos sacramentos hemos recibido, cuantas maravillas de Dios en nuestro entorno que tenemos que reconocer, cuantos testimonios buenos hemos recibido de los otros, ¿cuál ha sido nuestra respuesta? Abramos los ojos para ver las maravillas que el Señor ha hecho en nosotros a lo largo de la vida y demos respuesta.

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