Aprendamos a valorar lo bueno que recibimos de los demás signo de las maravillas que el Señor cada día hace en nosotros
Baruc 1,15-22; Sal 78; Lucas 10,13-16
No siempre sabemos apreciar ni valorar
lo que hacen por nosotros. Nos creemos quizás merecedores de todo y casi vemos
como una exigencia que tengan que hacernos algo que nos beneficie. Ahora todo
son derechos, nos creemos con derecho a todo, y esto en ocasiones nos hace
exigentes con los demás. Y no sabemos apreciar lo que generosamente los otros
hacen por nosotros. Quizá vamos de engreídos por la vida y somos nosotros lo
que no somos generosos con los demás. Parece en ocasiones que todo se tiene que
hacer por un interés, todo se hace a cambio de lo que el otro tenga que hacer
por mí.
Es un mundo complejo en este sentido en
el que vivimos. Hoy se habla mucho de humanidad, hay muchos movimientos de
gente altruista que quieren hacer cosas buenas, en ocasiones vemos gestos
hermosos de solidaridad por ejemplo a la hora de catástrofes, de situaciones de
peligro, o en llamadas que se hacen para colaborar en campañas determinadas. Podríamos
decir que hay un hermoso despertar.
Pero en el fondo nos quedan resabios
que no hemos sabido superar y nos encontramos con gentes desconfiadas que no
quieren valorar el altruismo generoso de otros y surgen murmuraciones y
comentarios que pueden rayar lo difamatorio. Actitudes y posturas que surgen
muchas veces de aquellos que no saben ser generosos ni valorar bien lo que
reciben de los demás.
En una ocasión en un comentario en
grupo surgía una persona que decía que a él no le vinieran con penas, que ya tenía
bastante con las suyas y que para pertenecer a un grupo donde los demás
estuvieran contando sus penas y sus amarguras, a él no le iba eso. Alguien, sin
embargo, le hizo reflexionar quizá de una forma dura porque le hizo ver su
realidad; era una persona con discapacidad que mucho tenia que depender de los
demás para poder realizar muchas acciones, y que con su presencia él estaba ya
manifestando su pena o su angustia aunque no dijera nada, pero que sin embargo
la gente lo aceptaba y lo ayudaba, que pensara cuanto debía a los demás de
alguna manera en todas las ayudas que recibía. Al final lo reconoció.
Lo que decíamos al principio nos cuesta
reconocer cuanto de bueno recibimos de los demás y algunas veces parece que ni
nos damos cuenta. Reconociendo lo que recibimos con humildad aprenderemos a ser
agradecidos, aprenderemos nosotros también a ser generosos con los demás,
aprenderemos a ver la respuesta que nosotros tendríamos que dar y cuánto
entonces nosotros podemos hacer también por los otros. Aprendamos a valorar el
granito de arena que pone el otro, aprendamos a valorar lo que recibimos y
seamos generosos para poner de forma altruista y solidaria también nuestro
grano de arena junto con los granos de arena que ponen los demás para crear una
riqueza de bondad en nuestro mundo.
Me ha surgido esta reflexión en la que
quizá me haya extendido de forma excesiva desde las recriminaciones que Jesús
les hace a las ciudades de Betsaida y Corozaín. Cuantos milagros había
realizado Jesús en su entorno, de cuantas obras maravillosas de Jesús eran
testigos, pero sin embargo no daban respuesta de conversión. Siente dolor Jesús
en su corazón por la terquedad de aquellas gentes que no sabían descubrir las
señales maravillosas de Dios en medio de ellos.
Pensemos en nosotros mismos, a lo largo
de la vida cuánta gracia del Señor hemos recibido, cuanto se ha proclamado la
Palabra de Dios ante nosotros, cuantos sacramentos hemos recibido, cuantas
maravillas de Dios en nuestro entorno que tenemos que reconocer, cuantos
testimonios buenos hemos recibido de los otros, ¿cuál ha sido nuestra
respuesta? Abramos los ojos para ver las maravillas que el Señor ha hecho en
nosotros a lo largo de la vida y demos respuesta.
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