Un
espíritu humilde y callado, un corazón lleno de sencillez como para acercarse a
los que parece que menos valen ha de ser la manera y estilo de los seguidores
de Jesús
Zacarías 8,1-8; Sal 101; Lucas 9,46-50
Cuánto nos cuesta seguir caminos de
sencillez y de humildad. Y es que están ocultos en nuestro interior y muchas
veces hacen su aparición esos deseos de grandeza, de codearnos con los grandes
y con los que consideramos importantes, y llegar nosotros a ocupar lugares
importantes en la vida; no siempre desde un espíritu de servicio, sino
alimentando nuestro ego, nuestro orgullo, con lo que nos parece que nos hace
superiores a los que nos rodean. A veces incluso una apariencia de humildad
puede incluso ocultar un orgullo mal disimulado.
Todos estamos sujetos a esas
tentaciones y deseos que nos cuesta tanto superar. Nos hacemos oídos sordos a
la invitación a la humildad y al servicio que tantas veces recibimos, como les
pasaba a los discípulos de Jesús. Habían escuchado que Jesús les hablaba de su
propia entrega hasta la muerte, en los anuncios que les hacia de su pasión en
su subida a Jerusalén, pero ellos una y otra vez andan discutiendo entre ellos
quien ha de ser más importante. No en vano quedaba en ellos la imagen de un Mesías
caudillo y triunfador que había de levantar al pueblo de Israel por encima de
los otros pueblos, y estando ellos junto a ese Mesías esperaban ocupar puestos
principales en ese nuevo reino.
¿Quieren ser importantes? ¿Quieren
arrimarse al lado de los poderosos o de los que ellos consideran importantes en
este mundo? Jesús toma un niño y lo pone en medio de ellos y les dice que quien
acoge a un niño, a alguien que es pequeño y parece insignificante, le está
acogiendo a El. Es un cambio de chip. No es precisamente la imagen de un niño la
expresión de grandezas y de gente importante. Es la pequeñez, es lo sencillo y
lo humilde, es lo que parece insignificante lo que expresa la verdadera
grandeza. Y quien sabe ponerse al lado de lo pequeño, de lo que parece que no
cuenta es el que sabe encontrar la verdadera grandeza.
Ese es el estilo nuevo que nos está
ofreciendo Jesús. Ese espíritu humilde y callado, ese corazón lleno de
sencillez como para acercarse a los que parece que menos valen ha de ser la
manera de los seguidores de Jesús. De tantas maneras nos lo enseña Jesús a lo
largo del evangelio; es lo que le vemos que el realiza; es la cercanía de Jesús
al lado de los pobres y de los que sufren. Para ellos y para los que saben
actuar así les promete Jesús la mayor de las felicidades. Recordemos el mensaje
de las bienaventuranzas.
Por eso tenemos que saber detenernos en
el camino junto a aquel que está caído, en lugar de dar rodeos; por eso
buscamos a aquel que nadie busca ni encuentra ayuda en nadie, para allí
anónimamente tenderle la mano y ayudarle a levantarse; por eso nos separamos
del bullicio de las gentes donde nos podemos hacer notar, para abrirle los ojos
al ciego o los oídos al que nada oye; por eso calladamente nos acercamos al que
está en la soledad de su cama y de su dolor para hacerle compañía y decirle
palabras de vida.
Muchos gestos así le vemos hacer a
Jesús a lo largo del evangelio que son los gestos que calladamente nosotros
tenemos que seguir repitiendo en su nombre; aunque nadie no vea, aunque nadie
sepa de nuestros servicios, aunque no sea notorio, pero humilde y calladamente
ponemos nuestro amor.
‘El que
acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al
que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante’.
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