Necesitamos ser cristianos que valiente y públicamente testimoniemos nuestra fe
Is. 6,1-8; Sal. 92; Mt. 10, 24-33
No sé si a ustedes les habrá pasado, pero cuando uno
contempla el testimonio de los mártires con la valentía que se enfrentaban a
las persecuciones y a la muerte, más allá de lo que sabemos que nos dice Jesús
y de la asistencia del Espíritu del Señor en esos momentos, uno piensa sin
embargo si sería capaz, si se encontrara en una situación así, de tener el
valor para afrontar esas persecuciones o incluso la muerte. Confieso que uno se
llena de temor pensando en su debilidad y flaqueza cuando en otras cosas se
deja uno arrastrar tantas veces tan fácilmente por la tentación.
Nos viene bien escuchar las Palabras que Jesús nos dice
hoy en el evangelio, porque verdaderamente son palabras de ánimo que tienen que
darnos fortaleza para esos momentos,
como para todas las circunstancias con las que tenemos que irnos
enfrentando en la vida donde tenemos que dar un testimonio valiente de nuestra
fe. Sin necesidad de pensar en una
persecución que nos pudiera conducir a la muerte y al martirio, sin embargo
cuantas ocasiones tenemos de dar ese testimonio valiente de nuestra fe en Jesús
que quizá no damos con tanta claridad a causa de nuestras cobardías y complejos.
Hasta tres veces nos dice Jesús hoy en este corto
párrafo del evangelio que no tengamos miedo, que no temamos. Primero nos dice
que ‘el discípulo no es más que su
maestro… ya le basta al discípulo ser como su maestro’. Y nos viene a
recordar lo que han hecho con Jesús. Pero nos dice: ‘No les tengáis miedo…’ y nos invita a que proclamemos con toda
claridad y valentía nuestra fe, el mensaje de salvación que de El hemos
recibido. ‘Lo que os digo de noche,
decidlo en pleno día, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea’.
Expresiones que vienen a significar que aquello que hemos recibido de El, que
hemos aprendido de El, tenemos que compartirlo con los demás.
Y nos volverá a decir por dos veces más ‘no tengáis miedo a los que matan el
cuerpo…’ Y nos invita a confiar en la providencia de Dios que es Padre y
cuida de nosotros, para decirnos finalmente que si somos capaces de dar la cara
por El, estará de nuestra parte. ‘Si uno
se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi
Padre del cielo’. Jesús será nuestro abogado ante el Padre.
Esto nos tiene que hacer pensar mucho en las actitudes
acomplejadas y cobardes que muchas veces podemos tener entre los que nos
rodean; tememos manifestarnos como creyentes, como cristianos comprometidos; oímos
hablar en contra de la religión, la Iglesia, las cosas sagradas y nos quedamos
callados, no sabemos que decir ni como reaccionar.
Son cosas que fácilmente nos pueden suceder incluso en
la sociedad que vivimos en que decíamos que todos somos cristianos y realmente
a través de la historia los valores cristianos siempre han estado muy
presentes, hoy nos encontramos con gente que se manifiesta claramente atea, y
no solo eso, sino en muchas ocasiones muy combativos contra la religión y contra
la Iglesia, pretendiendo quitar de lo público todo vestigio o todo signo
religioso y cristiano. El otro día escuchaba que hay quien paga por cada signo
religioso, cada cruz que se quite de un lugar público; hasta ahí se está
llegando hoy en nuestra sociedad. Y los cristianos nos quedamos callados, y
dejamos que hagan lo que quieran esas personas, y no somos capaces de
manifestar públicamente en nuestra sociedad nuestros valores y nuestros
criterios cristianos, y hasta escondemos nuestros signos religiosos.
Creo que los cristianos tendríamos que ser más
valientes. Es a lo que hoy nos está invitando Jesús en el evangelio. Nos da
palabras de ánimo y esperanza para que perdamos los miedos y los complejos de
este tipo. Respetamos lo que puedan pensar los demás y a nadie se le obliga a
creer pero no tienen por qué querer prohibirnos que nosotros manifestemos con
la misma libertad lo que son nuestras creencias, lo que es nuestra fe.
Ya en otro momento del Evangelio cuando nos hable de
las persecuciones que hemos de sufrir por su causa nos anunciará que no
tengamos miedo y nos dirá que no nos faltará la asistencia y la fuerza del
Espíritu Santo. Contemos con esa fuerza del Espíritu del Señor y proclamemos
valiente y públicamente nuestra fe. Vivamos la alegría de nuestra fe y
contagiémosla a los demás sin ningun complejo ni cobardía.