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sábado, 15 de diciembre de 2018

Escuchemos la palabra del profeta precursor que quiere preparar en nosotros un pueblo bien dispuesto para el Señor


Escuchemos la palabra del profeta precursor que quiere preparar en nosotros un pueblo bien dispuesto para el Señor

 Eclesiástico 48,1-4.9-11; Sal 79; Mateo 17,10-13

‘Está escrito que te reservan para el momento de aplacar la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres con hijos, para restablecer las tribus de Israel’. Así reflexionaba el sabio del Antiguo Testamento sobre el profeta Elías.
Son palabras que luego recordaremos en el evangelio cuando el ángel le anuncia a Zacarías el nacimiento de un hijo. ‘Irá delante del Señor con el espíritu y poder de Elías para reconciliar a los padres con los hijos, para inculcar a los rebeldes la sabiduría de los justos y para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto’.
Entre los judíos de la época de Jesús había la convicción de que Elías había de volver antes de la llegada del Mesías. Tenían presente para ello también las palabras de uno de los últimos profetas que así lo había anunciado. Así lo enseñaban los escribas y los doctores de la ley y esto motiva la pregunta que le hacen a Jesús sus discípulos. Bajaban del monte Tabor donde a Pedro, Santiago y Juan se les había manifestado la gloria del Señor, apareciendo junto a Jesús Moisés y Elías, signos de la ley y los profetas en el Antiguo Testamento.
‘Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo’. Es la respuesta que les da Jesús a su pregunta. Muchos no supieron ver claramente la misión del bautista. La venia a despertar las esperanzas del pueblo de Israel, quería que abrieran sus corazones a Dios y por eso era necesario purificarse. Algunos respondían, le escuchaban, se bautizaban en el Jordán, pero no terminaron de ver lo que Juan les señalaba. ‘Ese es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’. Pocos fueron los que entendieron estas palabras del Bautista y se pondrían a seguir a Jesús. ‘No lo reconocieron y lo trataron a su antojo’, que diría Jesús.
Por supuesto, que no había que quedarse en el profeta, solo en la voz, sino que era necesario escuchar la Palabra. Aquella voz resonaba en el desierto, pero la dirección era hacia Jesús que era la Palabra de vida, de luz, de salvación. Era a quien habían de reconocer.
Pero ¿y nosotros? Estamos haciendo este camino del Adviento tan lleno de señales que nos tienen que conducir a la verdadera luz. Cuidado nosotros nos quedemos a medias también como tantos. Nos encandilan las luces que parpadean, pero no vemos al que es la verdadera luz. Tenemos que despertarnos los cristianos para no dejarnos arrastrar por el ambiente, por los cantos de sirena que suenan en nuestro entorno y que con palabras bonitas, con mensajes que utilizan lo cristiano sin embargo nos pueden llevar simplemente a un pasarlo bien pero sin buscar la verdadera felicidad, que nos ponen luces pero que nos ocultan la verdadera luz, que nos pueden hacer perder el verdadero sentido de la navidad.
Podremos hacer muchas fiestas de navidad, muchas comidas familiares y recibir muchos regalos de amigos y nosotros hacerlos igualmente, pero si no nos encontramos con Jesús para llevar la salvación a nuestra vida, hemos dejado pasar la verdadera navidad. No nos dejemos arrastrar por la corriente. Escuchemos la palabra del profeta precursor que quiere preparar en nosotros un pueblo bien dispuesto para el Señor. ‘¡Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve!’

viernes, 14 de diciembre de 2018

Fácil parece seguir a Jesús tras el entusiasmo de los primeros momentos o de los milagros que contemplaban pero es necesario descubrir el signo de algo nuevo que representan


Fácil parece seguir a Jesús tras el entusiasmo de los primeros momentos o de los milagros que contemplaban pero es necesario descubrir el signo de algo nuevo que representan

Isaías 48,17-19; Sal 1; Mateo 11,16-19

Nos sucede en la vida. No sabemos bien a qué quedarnos. O más bien parece que nunca estamos contentos. A todo ponemos ‘peros’ y reservas. Nos gusta, pero no nos gusta. Unas cosas o unos planteamientos nos parecen exigentes, y en otros momentos parece que lo que se nos ofrece es demasiado fácil y quisiéramos otra cosa.  Buscamos algo nuevo y parece que fuéramos exigentes, pero cuando se nos plantea lo nuevo que nos conviene ya no nos gusta tanto. En momentos de entusiasmo parece que daríamos lo que fuera por algo, pero luego quizá pronto nos cansamos y comenzamos a añorar otras cosas, otros tiempos, otras maneras de actuar como siempre había sido. No terminamos de entendernos ni a nosotros mismos.
En esas confusiones andaban los judíos entre lo que Jesús les decía y enseñaba y lo que habían escuchado no hace mucho tiempo a Juan en el desierto. La figura de Juan les parecía dura y exigente, pero ahora con Jesús que les ofrecía el cambiar de verdad por dentro sus corazones tampoco terminaba de gustarles.
Juan hablaba de conversión y penitencia, porque había que purificarse para preparar los caminos del Señor que llegaba pero  no todos los aceptaban aunque fueran muchos los que llegaron a ir al desierto a escucharle; quizá pronto al volver a sus casas y a su vida ordinaria olvidaban aquellas palabras y no terminaban de creer el anuncio que Juan les hacia. Eran necesarias aquellas palabras de Juan y era necesario seguir sus pautas para prepararse a la llegada del Mesías. Juan aun hablaba desde el Antiguo Testamento, pero ya hacia anuncio del nuevo Reino que llegaba.
Jesús también pedía conversión, era necesaria una transformación interior para poder creer de verdad en la Buena Nueva que les anunciaba. Era un mundo distinto, era una nueva vida, era un nuevo sentido y un nuevo estilo de vivir. Jesús veía anunciándoles como habían de hacer presente el amor de Dios en el mundo, y eso había de pasar por ese estilo de amor que habían de vivir. Aunque parecieran menos duras las palabras de Jesús, sin embargo también exigían esa conversión interior.
Era fácil seguirle tras el entusiasmo de los primeros momentos o de los milagros que contemplaban, pero  no terminaban de ver el signo que representaban de esa vida nueva que habían de vivir. En las actitudes de Jesús, en su manera de actuar había un nuevo estilo con su cercanía a todos, también a los pecadores o a los que eran despreciados de la sociedad, pero quedaba aun en ellos un resabio de puritanos y el acercarse a todos como Jesús lo hacia también con las prostitutas y los publicanos, no les cabía en la cabeza. Por eso también comenzaba a haber en algunos como un distanciamiento de Jesús y de la buena nueva que enseñaba.
Pero cuando nosotros hoy escuchamos la Palabra de Dios no nos quedamos en analizar lo que sucedía en los tiempos de Jesús para entender sus palabras. Somos nosotros los que tenemos que abrir nuestro corazón a Dios y a su mensaje de salvación. Lo que vemos en Jesús tiene que transformarse en vida en nosotros. Esa palabra que nos invita a que vivamos en el mismo amor, en ese estilo de cercanía con cuantos nos rodean. Sin embargo algunas veces somos también reticentes, nos cuesta, hacemos nuestras distinciones, no terminamos de saber como tendríamos que actuar.
Es ahí cuando con sincero corazón hemos de ponernos en la presencia del Señor para dejarnos conducir por su Espíritu. Quizá nos lleve por unos caminos que nos cuesta porque aun nos hacemos nuestras reservan en el corazón, pero dejémonos conducir, dejemos que la fuerza del Espíritu del Señor llene nuestro corazón para que tengamos siempre, en todo y con todos la fortaleza del amor.

jueves, 13 de diciembre de 2018

Aprendamos de una vez por todas a abrir los ojos para descubrir en lo más humilde y pequeño los verdaderos valores y grandezas de la persona



Aprendamos de una vez por todas a abrir los ojos para descubrir en lo más humilde y pequeño los verdaderos valores y grandezas de la persona

Isaías 41,13-20; Sal 144; Mateo 11,11-15

Nos cuesta en ocasiones valorar a las personas, sobre todo si nos parecen pequeñas e insignificantes. Por no prestar verdadera atención a las personas quizás nos perdemos aprender de sus valores, descubrir la verdadera riqueza interior que esa persona tiene, que en su insignificancia nos parece oculta, pero que ahí en su humildad y silencio quizá se manifiesta más su grandeza. Nos encandilan los personajes que brillan, muchas veces con los fuegos fatuos de la vanidad y de la soberbia, pero de repente sin darnos cuenta nos seguimos arrastrados y tenemos el peligro de querer nosotros actuar también desde esa vanidad.
En esa persona que actúa calladamente y sin hacer muchos aspavientos quizás se nos esconden hermosos valores que por la poca importancia que le podemos dar por su pobre apariencia nos perdemos. Vivimos demasiado desde las apariencias y vanidades, nos presentamos quizá con mucha prepotencia llena de orgullo pensando que así seremos más poderosos o más respetados; pero no es lo mismo respeto que temor, porque desde esa prepotencia lo que infundimos es temor.
Muchas personas caminan a nuestro lado en la vida sin hacer ningún aspaviento, pero calladamente van haciendo muchas cosas buenas, tan calladamente que su mano derecha no sabe lo que hace la mano izquierda, y si fuéramos capaces de abrir bien los ojos mucho tendríamos que aprender de esas personas, que quizás no hablan, pero con una frase cuando hablan nos enseñan así como sin querer cosas maravillosas. Si abrimos bien los ojos sin prejuicios seremos capaces de verlas y de enriquecernos desde su humildad y sus valores.
En los textos del evangelio en medio de la semana en este camino que estamos haciendo del Adviento hoy nos aparece por primera vez la figura de Juan el Bautista. Es cierto que en el segundo domingo de Adviento ya nos apareció su figura como voz que grita en el desierto para preparar los caminos del Señor. Pero hoy nos aparece en boca de Jesús para hacer de él la mejor alabanza. Lo habían considerado, es cierto, como un profeta y muchos habían acudido a escucharle. Sin embargo las autoridades judíos, como veremos en otro momento, no le prestaron demasiada atención sino que más bien desconfiaban de él.
Ahora es Jesús el que hace la mejor alabanza, cuando quizá después de su muerte a manos de Herodes su figura su pudiera ir diluyendo. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él’. Pequeño y humilde, vestido andrajosamente con una piel de camello y alimentándose solo de langostas del desierto y miel silvestre, ahora nos dice Jesús que no ha nacido de mujer uno mayor que él.  Ya iremos descubriendo en los diferentes textos que nos ofrecerá la liturgia en estos días su figura y su grandeza.
Pero a continuación nos señala Jesús que ‘el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él’. Ser pequeño, en el sentido y en el estilo del Reino; ser pequeño que como  nos dirá Jesús a lo largo del evangelio significa ser el último, ser el esclavo y el servidor de todos, porque hemos de ser esclavos en el amor, ese será grande. Nos hace recordar muchas cosas del evangelio. Eso que no valoramos ni somos capaces de apreciar queriendo fijarnos en cosas relucientes, como antes decíamos, es lo que tenemos que descubrir. Para ver el valor del servicio, el valor del amor, el valor del que calladamente hace el bien.
¿Aprenderemos de una vez por todas a abrir los ojos para descubrir las verdaderas grandezas? 

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Jesús tiene siempre abiertas las puertas de su corazón para que en El descansemos y encontramos la paz que necesitamos elevando nuestro espíritu.



Jesús tiene siempre abiertas las puertas de su corazón para que en El descansemos y encontramos la paz que necesitamos elevando nuestro espíritu.

 Isaías 40,25-31; Sal 102; Mateo 11,28-30

Tengo un amigo que a cada rato me dice cuando nos encontramos ‘qué cansado estoy’. No vamos a entrar en juicios de valor sobre el cansancio de mi amigo pero normalmente lo justificamos por su trabajo, el estrés en que muchas veces se vive a causa de los trabajos y un poco lo dejamos en que necesita descansar, organizarse y no tomarse la vida con agobio.
Pero en cierto modo es muy normal hoy con la forma de vivir que tenemos el que nos encontremos mucha gente que vive así con esos cansancios que no saben bien de donde provienen, y nosotros mismos también muchas veces nos sintamos en situaciones semejantes. Pero quizá ese cansancio vaya mas allá de lo que decimos o provenga de algo profundo que podamos sentir dentro de nosotros y nos haga sentirnos insatisfechos, no contentos con lo que hacemos y eso pudiera provocar hasta un cierto hastío en la vida. Los psicólogos nos podrían dar muchas explicaciones y terapias, pero no soy psicólogo.
Es cierto que muchas cosas nos agobian en la vida y nos llenan de insatisfacciones; muchas veces nos pueda faltar una orientación en la vida, no la que otros nos den, sino la que nosotros por nosotros y en nosotros mismos sepamos encontrar. Hay afanes materiales que nos van llenando el vaso y estamos muchas veces hasta rebosar. También nos agobian las soledades, no encontrar quizá en quien descansar nuestro corazón, esa persona que nos escuche, donde podamos vomitar todo lo que llevamos dentro, que esté a nuestro lado, que camine con nosotros. Con facilidad nos hacemos sordos a los problemas de los demás porque no queremos implicarnos, y así como nosotros en ocasiones actuamos con los otros, luego no vamos a encontrar quien nos escuche. Son tantos los que andan, quizás nosotros también, así en la vida.
Por otro lado esa parte espiritual de nuestra existencia muchas veces la dejamos a un lado porque nos afanamos más por lo que pronto consigamos para resolver nuestras necesidades materiales y a ese lado espiritual no le damos importancia y lo ponemos en segundo o en el último plano. Necesitamos un reposo para nuestro corazón y no lo sabemos encontrar. Nos olvidamos quizá donde está el motor de nuestra vida que no es solo el alimento material que podamos recibir o las cosas materiales por las que luchamos.
Jesús nos conoce bien. Conoce nuestros cansancios y nuestros agobios, conoce nuestra condición humana, porque hombre se hizo como nosotros. Pero es Jesús el que puede darnos esa paz que necesitamos. El es verdaderamente el norte de nuestra vida, en Él encontramos sentido y plenitud. El tiene siempre abiertas las puertas de su corazón para que en El descansemos.
‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso’. Son las palabras de Jesús, es su invitación para que vayamos con El. Tenemos la certeza de que siempre nos escucha; tenemos la seguridad de encontrar esa paz que necesitamos en El. Escuchemos su palabra de vida en lo hondo del corazón.
Lo que es necesario por nuestra parte que cambiemos nuestras prioridades, que valoremos en verdad el sentido espiritual de nuestra existencia, que sepamos detenernos de esas locas carreras en que vivimos, que queramos en verdad darle un nuevo rumbo a nuestra vida, que deseemos encontrarnos con El, porque El siempre será nuestra luz, nuestra vida, nuestro todo. Encontraremos ese descanso y esa paz.  

martes, 11 de diciembre de 2018

Aquel pastor no se queda tranquilo junto al aprisco porque ya tiene noventa y nueve que no se le han perdido, sino que va hasta donde sea necesario para buscar a la que está lejos


Aquel pastor no se queda tranquilo junto al aprisco porque ya tiene noventa y nueve que no se le han perdido, sino que va hasta donde sea necesario para buscar a la que está lejos

Isaías 40,1-11; Sal 95; Mateo 18,12-14

Un primer impulso de solidaridad sentimos cuando escuchamos que alguien se ha perdido, vemos un cartel de la familia que pide ayuda ofreciéndonos sus características, o cuando nos cuentan que un amigo ha perdido su mascota porque se la escapado de casa, se ha perdido en un paseo por la montaña, o algo por el estilo y no ha regresado con su dueño; sentimos pena del que se ha perdido, pensamos quizás en lo mal que lo puede estar pasando, y en un primer impulso quizás sentimos deseos de apuntarnos o de colaborar en quienes realizan la búsqueda.
Si pasa el tiempo, no obtenemos resultados seguramente la intensidad de nuestros deseos desciende, y pronto quizás dejemos esa tarea para que sean otros los que la realicen, porque tenemos nuestras cosas, nuestras actividades que no podemos abandonar, nos está produciendo muchos contratiempos, y surge quizás cierto cansancio o desgana por realizar tal tarea de búsqueda.
¿Quiénes intentan seguir hasta el final? Aquellos que se ven más afectados, o mejor aquellos que sienten en su corazón unos sentimientos de amistad o de amor hacia el que se ha perdido o los que están sufriendo las consecuencias como puedan ser sus familiares. Llegar hasta el final perdiendo quizá nuestro tiempo o poniéndonos en riesgos de peligros exige una cierta dosis de amor altruista que no siempre quizá estamos dispuestos a poner. Y es cierto que nos podemos encontrar personas así con ese altruismo generoso y solidario.
Hoy Jesús nos propone en el evangelio una pequeña parábola o alegoría, hablándonos de oveja perdida y de pastor amoroso que a buscar la perdida hasta los más profundos barrancos o los lugares más peligrosos. Es tal su amor por la oveja que ha perdido que guarda en el redil a las otras noventa y nueva, porque para él es muy importante la que se la ha perdido; y ya nos habla luego de la alegría por la que se había perdido y ahora ha encontrado.
Quiere hablarnos Jesús de lo que es la misericordia divina que busca siempre al pecador, dispuesto siempre no solo como el Padre bueno con los brazos abiertos para acoger al pecador que vuelve a la casa sino como el pastor que ama a sus ovejas y no solo las cuida sino que las busca cuando se le pierden, las cura cuando están heridas y les ofrece siempre los mejores pastos. Es una llamada a nuestro corazón para el arrepentimiento viendo siempre lo que es el amor y la misericordia de Dios, pero creo que nos dice algo más.
Aquel pastor no se queda tranquilo porque ya tiene noventa y nueve que no se le han perdido, sino que siente angustia por la perdida, no se queda tranquilo junto al aprisco de las que ya están sino que va hasta donde sea necesario para buscar a la que está lejos.  Si nosotros estamos impregnados de ese amor y misericordia del Señor, significa que es así como tenemos que actuar.
Ha de ser el actuar de la Iglesia y ha de ser el actuar en su vida personal y comunitaria de todos los cristianos. No podemos quedarnos en unas actitudes meramente conservadoras de lo que ya tenemos, sino que con ese espíritu arriesgado y misionero tenemos que salir en búsqueda de los que no están.
Cuando empleamos la palabra misionero tenemos el peligro de quedarnos pensando en los lugares lejanos, los que siempre hemos llamado países de misión, y por eso confiamos esa tarea a los que se sientan con una especial vocación ‘para irse a las misiones’. Pero esa oveja perdida no hemos de ir a buscarla a lugares lejanos, sino que esa oveja perdida está ahí entre nosotros, en nuestra cercanía, con quienes cada día nos encontramos, en el lugar de nuestro trabajo, allí donde hacemos nuestra vida social. No podemos pensar solo en los infieles, como los que no están bautizados, sino que son esos que bautizados como nosotros están lejos de la fe, por los motivos que sean.
Ese espíritu misionera nacido de la misericordia del Señor que sentimos en nuestros propios corazones nos tiene que llevar a ir en búsqueda de ese hermano, a hacer ese anuncio, primero que nada con el testimonio de nuestra vida, ahí donde vivimos, ahí donde estamos, porque son tantos los que aun bautizados siguen necesitando ese anuncio del evangelio, esa invitación a la fe.
Podemos tener miedo, pensamos que es arriesgado porque no sabemos como hacerlo, sospechamos quizá el rechazo que podemos encontrar y nos replegamos en nuestros campamentos de invierno, en nuestro conservadurismo. ¿Corremos riesgos? Pero son los riesgos nacidos del amor. Pero así, con ese conservadurismo, no podemos vivir la fe, con esos miedos nada hacemos, y el testimonio y la palabra tienen que ser claros y valientes.
Seguramente también en nuestra Iglesia habrá mucho que cambiar para vivir el amor arriesgado del buen pastor.

lunes, 10 de diciembre de 2018

La presencia de Jesús y nuestro encuentro con El viene a restaurar con su salvación a todo el ser de la persona


La presencia de Jesús y nuestro encuentro con El viene a restaurar con su salvación a todo el ser de la persona

 Isaías 35,1-10; Sal 84; Lucas 5,17-26

Decimos que cuando hay voluntad todo lo conseguimos, porque ya seremos capaces de poner todos los medios que estén a nuestro alcance y si es necesario inventarnos otros para conseguir aquello que tenemos voluntad de obtenerlo. Es bueno, es cierto, que tengamos voluntad para obtener las cosas porque eso impedirá que nos rindamos fácilmente cuando puedan aparecer las dificultades y eso significa también una valoración de nosotros mismos, una autoestima como ahora tantas veces nos repiten para creer que podemos y somos capaces y mantener nuestras lucha y nuestros afanes por conseguirlo.
Todo esto está muy bien mientras no caigamos en autosuficiencias que nos hagan creer que todo lo podemos alcanzar por nosotros mismos – los orgullos nos impulsarán a intentar conseguir lo que otros consideran imposible – pero nunca esa autosuficiencia nos puede conducir a creernos en un estadio superior y poco menos que omnipotentes. Creo que hace falta algo mas para que no lo echemos a perder, algo que nos ayude a encontrar motivaciones porque fácilmente nos vienen los cansancios en nuestras luchas y bajamos la guardia y terminamos por rendirnos o nos obcecamos de tal manera que nos puede convertir en fieras que busquemos el obtener las cosas por la violencia, o la manipulación.
Nos hace falta humildad para saber hasta donde podemos llegar y nos ceguemos, pero necesitamos además una fuerza superior que solo desde la fe podemos encontrar. Será esa fe la que nos impulse, la que nos haga mover montañas, como ya no dirá Jesús en el evangelio, y nos hará mantenernos perseverantes hasta el final. Muchas consideraciones podríamos hacernos aquí en torno a nuestra fe.
Bástenos lo que hemos dicho hasta aquí como inicio y preparación a lo que el evangelio hoy viene a enseñarnos. Jesús estaba enseñando en una casa rodeado de gente. Era tal la cantidad que cuando vienen unos hombres con un paralítico para llevarlo a los pies de Jesús para que lo cure, es imposible entrar por la aglomeración de la gente en la puerta. Y es aquí donde aparece la voluntariedad de aquellos hombres que no se dejan vencer fácilmente. Pero será también la fe, como luego el mismo evangelista nos resalta que Jesús se fijó en la fe de aquellos hombres. En la dificultad se aguza el ingenio y quitando algunas lozas del tejado por aquel hueco descuelgan a aquel hombre enfermo hasta los pies de Jesús.
Vemos ya una parte del mensaje en la voluntad y en la fe de aquellos hombres. Pero aquí viene la sorpresa de Jesús. Cuando todos pensaban que iba a curarlo lo que Jesús le ofrece es la salvación con el perdón de sus pecados. Desconcierto quizás por aquellos que lo traían y el mismo enfermo porque en su fe sencilla lo que ellos pedían era la curación de la parálisis de aquel hombre. Pero el estupor se contagia entre los demás que están allí escuchando a Jesús y siendo testigos de sus obras, porque por allá aparecen aquellos que dicen que Jesús blasfema porque solo es Dios el que puede perdonar pecados. Los escribas y fariseos están siempre al acecho.
Pero Jesús se reafirma en lo que ha hecho y en lo que ha dicho. ¿Quién puede perdonar pecados? ¿Quién puede tener poder para sanar a aquel hombre? ¿Es cosa de poderes humanos? Si tiene poder para sanar a aquel hombre – es el poder y la gloria de Dios – también en consecuencia tiene poder para perdonar los pecados. ‘A ti te lo digo, le dice al que está postrado en su camilla, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’.
Todos ahora se quedaron viendo visiones, como se diría en otro lugar; todos estaban ahora asombrados como Dios da el poder del perdón de los pecados a quien ellos pensaban que eran un hombre. Pero allí está Dios con su salvación. Todos darán gloria a Dios.
El encuentro con Jesús viene a restaurar la vida del hombre. Estamos viendo todo un proceso en lo que allí ha sucedido aquel día. La fe de aquellos hombres en Jesús les hace fuertes, les hace creer en las posibilidades de todo aquello que anhelan. Está fortaleciéndose la dignidad de aquellas personas, están creciendo humana y espiritualmente desde que creen en Jesús.
Es la vida de aquellos hombres, y no solo la del paralítico la que se está transformando. Aquella voluntariedad que antes decíamos lo está expresando, como al mismo tiempo se va haciendo fuerte su fe, van creciendo humana y espiritualmente; nada los detiene, aparecen las iniciativas para vencer las dificultades, podemos decir que han crecido como personas.
Lo que en la vida de los hombres es tanta veces cobardía o son sombras ahora les hace llenarse de valentía y va haciendo que su vida se ilumine de una forma nueva y sorprendente. Es la salvación que está llegando al paralítico y a aquellos hombres. Nos quedamos muchas veces solo en la curación y el perdón que ha obtenido el paralítico, pero tenemos que darnos cuenta que la gracia de Jesús, la salvación de Jesús está afectando a todos,  porque al final todos darán gloria a Dios.
¿Nos daremos cuenta de que esos han de ser los derroteros por donde ha de girar nuestra preparación en al Adviento para la celebración del nacimiento del Salvador?

domingo, 9 de diciembre de 2018

Preparar la navidad es algo que se repite desde muy diversos presupuestos pero preparar los caminos del Señor es algo de mayor intensidad desde la llamada del profeta



Preparar la navidad es algo que se repite desde muy diversos presupuestos pero preparar los caminos del Señor es algo de mayor intensidad desde la llamada del profeta

Baruc 5, 1-9; Sal 125; Filipenses 1, 4-6. 8-11; Lucas 3, 1-6

Eso de preparar caminos creo que es algo que todos entendemos. Pensemos cómo hablamos y con qué autoridad pretendemos hacerlo siempre cuando sale el tema de nuestras carreteras, de los atascos, de las dificultades que tenemos para llegar de un sitio a otro, de cuanto tiempo perdemos por no tener esas vías de comunicación no solo en buen estado sino las suficientes para soportar el tráfico que se genera continuamente. Bien queremos tener debidamente adecentados aquellos lugares por donde transitamos.
Pero ¿son solo esos los caminos de los que tendríamos que preocuparnos? Ya sabemos que los caminos son vías de comunicación, y quiero apuntar en este concepto porque no solo tendríamos que preocuparnos por esas vías por donde transitamos, sino de todo cuanto sirva para comunicarnos los unos con los otros. Y muchas veces esas vías están cortadas.
Sí, están cortadas porque cuantas dificultades tenemos muchas veces para comunícanos los unos y los otros, como desde nuestros orgullos, nuestras ambiciones o nuestras actitudes egoístas ponemos piedras en el camino de esa comunicación. No nos hablamos, no conocemos al que vive al lado de nuestra puerta, pasamos los unos de los otros como si nunca nos hubiésemos visto, creamos rupturas por cualquier nimiedad, o no somos capaces de encontrar el camino del reencuentro, de la reconciliación cuando hayamos tenido nuestros más y nuestros menos.
Claro que en este sentido podríamos seguir ahondando mucho mas, y llegamos a nuestras actitudes personales, a las barreras que quizás  nos ponemos a nosotros mismos, a una falta de trascendencia de nuestra vida, y a esa apertura que tendría que tener nuestro corazón a Dios. Tendría que mirarse bien cada uno a si mismo y ver cómo o por qué nosotros también podemos hacer intransitable el camino de la vida para los que están a nuestro lado.
Y creo que cuando estamos haciendo el camino del Adviento como cristianos para prepararnos al Señor que viene, cuyo misterio de su nacimiento vamos a celebrar en la Navidad, pero que tiene que hacernos pensar en esa llegada del Señor cada día a nuestra vida, tendríamos que partir de esas cosas concretas de nuestra vida en algunos de los aspectos en que hemos comenzado hoy reflexionando al hablar de caminos y de comunicaciones.
Si no lo hacemos así, fijándonos en esas cosas concretas de nuestra vida las palabras que escuchamos hoy en el evangelio, en boca del profeta o en boca de Juan Bautista se nos pueden quedar en bellas y poéticas imágenes pero que no nos impulsen de verdad a enderezar o allanar esos caminos de nuestra vida.
El evangelista ya quiere situarnos en un momento histórico muy concreta la aparición de Juan Bautista en el desierto como preludio y preparación para hablarnos del Salvador que llega con su salvación. Nos da unas coordenadas históricas del imperio romano y de la situación concreta de Palestina en aquellos tiempos. En ese momento concreto nos dice quevino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto’. Pero cuando escuchamos el evangelio no nos hemos de quedar en la erudición de saber muchas cosas de la historia sino que eso ha de provocar en nosotros a que vamos a nuestra vida y a nuestra historia concreta, porque es ahí donde hoy – repito, hoy – nos llega la Palabra y la salvación de Dios.
El evangelista al presentarnos a Juan nos recuerda lo anunciado por el profeta: Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios’.
Es el momento, pues, en que pensemos en esos caminos de nuestra vida que hemos de preparar para vivir con intensidad nuestro Adviento y llegar a una vivencia viva de la Navidad. Preparar es la palabra que se repite. Es la palabra que se repite en nuestro entorno de mil maneras porque muchas son las cosas en las que nos agobiamos para preparar la Navidad y no voy a hacer relación de esos intereses de los que nos rodean y de nosotros mismos influenciados por ese ambiente. Cuanto agobio y cuanto derroche contemplamos.
Pero preparar en la palabra o el hecho que hemos de intensificar de nuestra vida de fe, desde una vivencia profundamente cristiana de la navidad y son esos caminos u otros muchos más que señalábamos anteriormente. Cada uno tiene que mirarse a si mismo, como ya antes decíamos. Cada uno tiene que mirar en su corazón, en su vida espiritual, en sus compromisos cristianos, en lo que la escucha del Evangelio provoca en su vida y dar respuesta.
Que el Espíritu del Señor ilumine nuestro corazón.