Fácil parece seguir a Jesús tras el entusiasmo de los primeros momentos o de los milagros que contemplaban pero es necesario descubrir el signo de algo nuevo que representan
Isaías 48,17-19; Sal 1; Mateo
11,16-19
Nos sucede en la vida. No sabemos bien a qué quedarnos. O más bien
parece que nunca estamos contentos. A todo ponemos ‘peros’ y reservas. Nos
gusta, pero no nos gusta. Unas cosas o unos planteamientos nos parecen
exigentes, y en otros momentos parece que lo que se nos ofrece es demasiado
fácil y quisiéramos otra cosa. Buscamos
algo nuevo y parece que fuéramos exigentes, pero cuando se nos plantea lo nuevo
que nos conviene ya no nos gusta tanto. En momentos de entusiasmo parece que daríamos
lo que fuera por algo, pero luego quizá pronto nos cansamos y comenzamos a
añorar otras cosas, otros tiempos, otras maneras de actuar como siempre había
sido. No terminamos de entendernos ni a nosotros mismos.
En esas confusiones andaban los judíos entre lo que Jesús les decía y
enseñaba y lo que habían escuchado no hace mucho tiempo a Juan en el desierto.
La figura de Juan les parecía dura y exigente, pero ahora con Jesús que les ofrecía
el cambiar de verdad por dentro sus corazones tampoco terminaba de gustarles.
Juan hablaba de conversión y penitencia, porque había que purificarse
para preparar los caminos del Señor que llegaba pero no todos los aceptaban aunque fueran muchos
los que llegaron a ir al desierto a escucharle; quizá pronto al volver a sus
casas y a su vida ordinaria olvidaban aquellas palabras y no terminaban de
creer el anuncio que Juan les hacia. Eran necesarias aquellas palabras de Juan
y era necesario seguir sus pautas para prepararse a la llegada del Mesías. Juan
aun hablaba desde el Antiguo Testamento, pero ya hacia anuncio del nuevo Reino
que llegaba.
Jesús también pedía conversión, era necesaria una transformación
interior para poder creer de verdad en la Buena Nueva que les anunciaba. Era un
mundo distinto, era una nueva vida, era un nuevo sentido y un nuevo estilo de
vivir. Jesús veía anunciándoles como habían de hacer presente el amor de Dios
en el mundo, y eso había de pasar por ese estilo de amor que habían de vivir.
Aunque parecieran menos duras las palabras de Jesús, sin embargo también exigían
esa conversión interior.
Era fácil seguirle tras el entusiasmo de los primeros momentos o de
los milagros que contemplaban, pero no
terminaban de ver el signo que representaban de esa vida nueva que habían de
vivir. En las actitudes de Jesús, en su manera de actuar había un nuevo estilo
con su cercanía a todos, también a los pecadores o a los que eran despreciados
de la sociedad, pero quedaba aun en ellos un resabio de puritanos y el
acercarse a todos como Jesús lo hacia también con las prostitutas y los
publicanos, no les cabía en la cabeza. Por eso también comenzaba a haber en
algunos como un distanciamiento de Jesús y de la buena nueva que enseñaba.
Pero cuando nosotros hoy escuchamos la Palabra de Dios no nos quedamos
en analizar lo que sucedía en los tiempos de Jesús para entender sus palabras.
Somos nosotros los que tenemos que abrir nuestro corazón a Dios y a su mensaje
de salvación. Lo que vemos en Jesús tiene que transformarse en vida en
nosotros. Esa palabra que nos invita a que vivamos en el mismo amor, en ese
estilo de cercanía con cuantos nos rodean. Sin embargo algunas veces somos
también reticentes, nos cuesta, hacemos nuestras distinciones, no terminamos de
saber como tendríamos que actuar.
Es ahí cuando con sincero corazón hemos de ponernos en la presencia
del Señor para dejarnos conducir por su Espíritu. Quizá nos lleve por unos
caminos que nos cuesta porque aun nos hacemos nuestras reservan en el corazón,
pero dejémonos conducir, dejemos que la fuerza del Espíritu del Señor llene
nuestro corazón para que tengamos siempre, en todo y con todos la fortaleza del
amor.
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