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viernes, 14 de diciembre de 2018

Fácil parece seguir a Jesús tras el entusiasmo de los primeros momentos o de los milagros que contemplaban pero es necesario descubrir el signo de algo nuevo que representan


Fácil parece seguir a Jesús tras el entusiasmo de los primeros momentos o de los milagros que contemplaban pero es necesario descubrir el signo de algo nuevo que representan

Isaías 48,17-19; Sal 1; Mateo 11,16-19

Nos sucede en la vida. No sabemos bien a qué quedarnos. O más bien parece que nunca estamos contentos. A todo ponemos ‘peros’ y reservas. Nos gusta, pero no nos gusta. Unas cosas o unos planteamientos nos parecen exigentes, y en otros momentos parece que lo que se nos ofrece es demasiado fácil y quisiéramos otra cosa.  Buscamos algo nuevo y parece que fuéramos exigentes, pero cuando se nos plantea lo nuevo que nos conviene ya no nos gusta tanto. En momentos de entusiasmo parece que daríamos lo que fuera por algo, pero luego quizá pronto nos cansamos y comenzamos a añorar otras cosas, otros tiempos, otras maneras de actuar como siempre había sido. No terminamos de entendernos ni a nosotros mismos.
En esas confusiones andaban los judíos entre lo que Jesús les decía y enseñaba y lo que habían escuchado no hace mucho tiempo a Juan en el desierto. La figura de Juan les parecía dura y exigente, pero ahora con Jesús que les ofrecía el cambiar de verdad por dentro sus corazones tampoco terminaba de gustarles.
Juan hablaba de conversión y penitencia, porque había que purificarse para preparar los caminos del Señor que llegaba pero  no todos los aceptaban aunque fueran muchos los que llegaron a ir al desierto a escucharle; quizá pronto al volver a sus casas y a su vida ordinaria olvidaban aquellas palabras y no terminaban de creer el anuncio que Juan les hacia. Eran necesarias aquellas palabras de Juan y era necesario seguir sus pautas para prepararse a la llegada del Mesías. Juan aun hablaba desde el Antiguo Testamento, pero ya hacia anuncio del nuevo Reino que llegaba.
Jesús también pedía conversión, era necesaria una transformación interior para poder creer de verdad en la Buena Nueva que les anunciaba. Era un mundo distinto, era una nueva vida, era un nuevo sentido y un nuevo estilo de vivir. Jesús veía anunciándoles como habían de hacer presente el amor de Dios en el mundo, y eso había de pasar por ese estilo de amor que habían de vivir. Aunque parecieran menos duras las palabras de Jesús, sin embargo también exigían esa conversión interior.
Era fácil seguirle tras el entusiasmo de los primeros momentos o de los milagros que contemplaban, pero  no terminaban de ver el signo que representaban de esa vida nueva que habían de vivir. En las actitudes de Jesús, en su manera de actuar había un nuevo estilo con su cercanía a todos, también a los pecadores o a los que eran despreciados de la sociedad, pero quedaba aun en ellos un resabio de puritanos y el acercarse a todos como Jesús lo hacia también con las prostitutas y los publicanos, no les cabía en la cabeza. Por eso también comenzaba a haber en algunos como un distanciamiento de Jesús y de la buena nueva que enseñaba.
Pero cuando nosotros hoy escuchamos la Palabra de Dios no nos quedamos en analizar lo que sucedía en los tiempos de Jesús para entender sus palabras. Somos nosotros los que tenemos que abrir nuestro corazón a Dios y a su mensaje de salvación. Lo que vemos en Jesús tiene que transformarse en vida en nosotros. Esa palabra que nos invita a que vivamos en el mismo amor, en ese estilo de cercanía con cuantos nos rodean. Sin embargo algunas veces somos también reticentes, nos cuesta, hacemos nuestras distinciones, no terminamos de saber como tendríamos que actuar.
Es ahí cuando con sincero corazón hemos de ponernos en la presencia del Señor para dejarnos conducir por su Espíritu. Quizá nos lleve por unos caminos que nos cuesta porque aun nos hacemos nuestras reservan en el corazón, pero dejémonos conducir, dejemos que la fuerza del Espíritu del Señor llene nuestro corazón para que tengamos siempre, en todo y con todos la fortaleza del amor.

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