Vistas de página en total

sábado, 14 de enero de 2017

Jesús me mira, me ama, me invita a seguirle, me levanta y me pone en camino porque sigue confiando en mí

Jesús me mira, me ama, me invita a seguirle, me levanta y me pone en camino porque sigue confiando en mí

Hebreos 4,12-16; Sal 18; Marcos 2,13-17
¿En quien ponemos nuestra confianza? Es cierto que deseamos rodearnos de personas que “merezcan” nuestra confianza, y he destacado eso de “merezcan” porque en ello podemos dar cabida a muchos criterios para juzgar, para separar y hacer distinciones entre aquellos que podemos considerar amigos o que trabajen junto a nosotros en responsabilidades que puedan afectar al buen funcionamiento de aquello que queremos sacar adelante. Y en ello nos hacemos nuestro historial, o el historial de aquellas personas en las que queremos confiar evitando cualquier mancha que pudiera enturbiar su vida y la confianza que pongamos en esas personas.
¿Es ese el actuar de Dios con nosotros? ¿Será por ese camino donde se manifieste el amor que Dios nos tiene? Hemos de reconocer que si Dios tuviera memoria para recordarnos todo lo que nos ha perdonado en la vida, tendríamos que decir que no somos merecedores del amor de Dios. Y sin embargo Dios sigue amándonos, sigue confiando en nosotros, aunque nosotros los hombres no seamos capaces de copiar ese estilo de amor y no tengamos la misma confianza en los demás, a quienes siempre miraremos con nuestras particulares lupas para descubrir cualquier cosita por la que rechazar a los demás.
¿Cómo era el actuar de Jesús? El actuar de Jesús nos está manifestando lo que es el querer de Dios. Jesús iba llamando a quienes habían de ser sus discípulos. Ya vemos continuamente en el evangelio cómo se rodea de pecadores, como los publicanos y las prostitutas son los primeros que se acercan a El dando signos de su deseo de conversión. Podemos recordar muchos momentos del evangelio.
Hoy pasa Jesús junto al mostrador de los impuestos de un publicano. Ya sabemos lo despreciados que eran por los judíos, porque se les consideraba colaboracionistas con los romanos para quienes cobraban los impuestos, pero además como su profesión iba ligada al dinero que todo lo mancha ya por eso los consideraban ladrones y usureros; los llamaban y consideraban como pecadores.
‘Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: Sígueme. Se levantó y lo siguió’. Vio a Leví, se fijó en él, no tuvo en cuenta su historia, no hubo prejuicios, quería que estuviera con El, un día formaría parte del grupo de los Doce, hoy nosotros tenemos su evangelio. Leví se levantó y lo siguió. Mucho significa todo esto. Es la mirada de Jesús que es la mirada del amor, es la mirada de la confianza, es la mirada que nos levanta, que nos pone en camino de cosas nuevas, es la mirada que nos hace valorarnos, es la mirada que nos hace sentir el amor de Dios, es la mirada que nos enseña a mirar.
Y cuando sentimos la mirada de Jesús sobre nosotros, porque eso se siente y no solo se ve con los ojos, nos sentimos amados, sentimos la confianza de Dios en nosotros a pesar de lo que seamos, a pesar de nuestra historia, a pesar de nuestros pecados e infidelidades. Dios sigue confiando en mí, porque me está mostrando su amor. Dios quiere contar conmigo a pesar de mis debilidades. Me levanto, quiero seguirle también, quiero vivir su vida, quiero estar con Jesús para siempre. Me levanto y aprendo a mirar también, a poner amor, a llenar de confianza mis relaciones con los demás, a saber contar con todos, a llenar de humildad mi corazón para reconocer también cuanto de bueno hay en los demás.
Jesús me mira, me ama, me invita a seguirle, me levanta y me pone en camino.


viernes, 13 de enero de 2017

Dejemos que Jesús nos libere de nuestras ataduras, desconfianzas, dudas, de tantas cosas que nos pueden limitar, para ir siempre con corazón limpio a los demás para hacer el bien

Dejemos que Jesús nos libere de nuestras ataduras, desconfianzas, dudas, de tantas cosas que nos pueden limitar, para ir siempre con corazón limpio a los demás para hacer el bien

Hebreos 4,1-5.11; Sal 77; Marcos 2,1-12
Cuando en verdad queremos algo que consideramos que es bueno y nos puede hacer mucho bien o puede tener buenas repercusiones para nuestra vida, ponemos todos los medios a nuestro alcance con el deseo de conseguirlo; somos capaces de saltar las barreras o luchas contra los obstáculos que podamos encontrar a nuestro alrededor; ponemos toda nuestra pasión y nuestra fuerza para conseguirlo,  no nos rendimos fácilmente porque sabemos rebuscar las iniciativas que sean necesarias para tenerlo.
Lo mismo nos sucede cuando tenemos buenos sentimientos en nuestro corazón por los demás y vemos a alguien sufriendo; nos duele a nosotros mismos, queremos encontrar un remedio para ese dolor, buscamos donde sea necesario porque nos sentimos verdaderamente solidarios con esa persona que sufre y su sufrimiento es el nuestro también. Ahí aparecen las iniciativas, las invectivas que nos dicta el corazón.
Es la pasión que vemos hoy en unos hombres anónimos en el evangelio. Vienen portando en una camilla a un paralítico para hacerlo llegar hasta Jesús con la esperanza de que Jesús lo cure; han oído hablar o han sido testigos quizá de muchas curaciones que Jesús está haciendo en Cafarnaún y en otros lugares. Llegan a donde está Jesús pero no pueden entrar hasta él, porque la aglomeración de la gente alrededor de Jesús es grande y la puerta podríamos decir que está taponado. El esfuerzo que han hecho por traer a aquel paralítico hasta Jesús no se puede quedar en nada y en su inventiva deciden correr las tejas o las lozas de la terraza para bajar por allí al paralítico hasta Jesús. Grande es la fe de aquellos hombres, como grande es la solidaridad que hay en sus corazones, de manera que Jesús de alguna manera se fija en el detalle para valorarlo.
Ya aquí casi podríamos quedarnos en nuestra reflexión porque esto ya nos está diciendo muchas cosas. Aunque comenzamos nuestra reflexión ponderando lo que somos capaces de hacer cuando deseamos algo o cuando nos sentimos solidarios con los demás, sin embargo hemos de reconocer que no siempre lo hacemos con tal intensidad; muchas veces nos rendimos antes de tiempo, o nos cansamos, o no somos perseverantes cuando nos encontramos con las dificultades.
Muchas veces nos cansamos también de hacer el bien, porque en nuestro pensamiento nos pueden entrar también muchas tentaciones y desconfianzas. Algunas veces podemos tener la tentación no tener una mirada verdaderamente limpia hacia aquellos a los que vemos en necesidad y nos pueden entrar muchas desconfianzas.
¿Merece la pena o no merece la pena tanto esfuerzo? ¿Van a saber valorar lo que nosotros hacemos o será como echarlo en saco roto? ¿Y esas personas no serán así porque ellos se lo han buscado y ahora nosotros estamos poniendo tanto esfuerzo? Muchas dudas se nos pueden meter en nuestro interior porque también el mal nos acecha a nosotros y nos puede paralizar en lo bueno que estamos intentando hacer. Tendremos que aprender a valorar a las personas, saberles dar nuestra confianza y seguir luchando por la dignidad de los demás.
El evangelio que estamos comentando no se queda ahí, porque como dice al ver la fe de aquellos hombres, ofrece lo más hermoso que Jesús nos pueda dar; quiere en verdad transformar nuestro corazón limpiándolo de tanta maldad que muchas veces nosotros dejamos meter en él. ‘Perdonados son tus pecados’, le dice al paralítico. Lo han traído para que lo libere de su parálisis y de su enfermedad, y Jesús lo cura desde lo más hondo porque quiere liberarlo de lo que son las peores ataduras que pueda haber en su vida.
Por brevedad no entramos ahora en comentar la reacción de los fariseos y escribas que estaban al acecho de lo que Jesús decía y hacia. En verdad Jesús puede liberar a aquel hombre de la atadura de su parálisis y con el mismo poder divino le puede perdonar los pecados.
Dejemos que Jesús nos libere de nuestras ataduras, de nuestras desconfianzas, de nuestras dudas, de tantas cosas que nos pueden limitar. Seamos capaces de tener un corazón limpio de toda maldad y dejemos que Jesús nos cure, nos sane, nos salve, transforme nuestro corazón para que así con ese corazón limpio vayamos al encuentro de los demás y siempre hagamos el bien saltando todas las barreras que nos lo pudieran impedir.

jueves, 12 de enero de 2017

Reconozcamos la lepra que corroe nuestra vida y apreciemos el regalo del amor de Dios que nos sana y nos transforma compartiéndolo en nuevas actitudes hacia los demás

Reconozcamos la lepra que corroe nuestra vida y apreciemos el regalo del amor de Dios que nos sana y nos transforma compartiéndolo en nuevas actitudes hacia los demás

Hebreos 3,7-14; Sal 94; Marcos 1,40-45
Cuando recibimos un regalo que quizá no esperábamos o que en el fondo pudiera ser que deseáramos con ansias, de lo contentos que nos sentimos enseguida buscamos a alguien a quien contárselo, lo compartimos con familiares, con amigos, y hasta con cualquiera que nos encontremos. Es un bien que nos llena de gozo pero que parece que no podemos guardárnoslo para nosotros mismos, por eso tendemos pronto a comunicarlo, a compartirlo, a querer hacer que los demás sientan también nuestra misma alegría. El guardarlo para nosotros solos nos parecería quizás un tremendo egoísmo, pero lo bueno recibido nos abre a los demás en ese deseo de compartir.
Es lo que le pasó a aquel leproso curado por Jesús, a pesar de las recomendaciones de Jesús que no lo dijera a nadie. Había deseado mucho verse libre de la lepra que no solo era el dolor físico de la enfermedad al ver como su cuerpo se consumía sino era también la soledad de quien se siente discriminado por su enfermedad, como le sucedía a los leprosos entonces que eran apartados de la vida de familia y de su comunidad obligándolos a vivir aislados de todos. Era una pobreza que su multiplicaba en la incapacidad que producía su enfermedad en todos los sentidos.
Oye hablar de aquel nuevo profeta que ha surgido en Galilea que está anunciando cosas nuevas, el Reino de Dios lo llama, y le llegan noticias de que los enfermos son curados de sus males y enfermedades. Se atreve a acudir a Jesús, comenzando por reconocer su mal y su enfermedad. Pone toda su confianza en Jesús. ‘Si quieres, puedes curarme’, le dice y le suplica.
Jesús quiere, claro. Ha venido para liberarnos del mal. Jesús quiere y extiende su mano sobre él. Aquella mano de Jesús sobre su cuerpo enfermo le hace sentir todo lo que es el amor de Dios. Para Jesús no puede haber discriminaciones, no caben las separaciones y los aislamientos. Algunas veces nos cuesta entenderlo todavía hoy, porque a pesar de que creemos en Jesús seguimos discriminando, seguimos separando, seguimos poniendo a los  demás en distintas categorías, seguimos aislando a quienes quizá no nos caen en bien o porque quizá un día pudieron cometer un error. ¿No necesitaríamos los cristianos de hoy también que Jesús pusiera su mano sobre nosotros para que aprendiéramos a mirar con nuevos ojos a los demás?
Aquello que ha vivido aquel hombre cuando se ha sentido curado, se ha sentido amado por Jesús, no puede callarlo. Seguro que su vida a partir de entonces va a ser distinta, y no solo porque ahora está curado y puede volver a estar con los suyos, sino porque sus actitudes cambiaran, su manera de mirar a los demás va a ser distinta, su corazón se ha sentido tocado por el amor de Dios y seguro que ahora va a amar de manera distinta y nueva a cuantos le rodean, va a comprender mejor a los que sufren, a los que se sienten aislados y no solo porque él lo haya vivido, sino porque se siente tocado del amor de Dios y sabe que las cosas tienen que ser de otra manera.
Como aquel leproso comencemos a reconocer nuestra lepra, nuestros aislamientos o los aislamientos que hagamos de los demás, todo ese mal que corroe nuestra vida de tantas maneras y acudamos con confianza a Jesús. En Jesús sabemos que nos podemos sentir transformados porque en Jesús vamos a tener una experiencia nueva, la experiencia del amor de Dios que llega a nosotros y nos toca en lo más hondo de nuestro corazón. Y eso que experimentemos y vivimos seamos capaces de compartirlo con los demás. Grande es el regalo del amor de Dios que recibimos y no nos lo podemos guardar.

miércoles, 11 de enero de 2017

La gente busca a Jesús, quiere estar con Jesús, quieren escucharle y también nosotros queremos buscar a Jesús, estar con Jesús, escuchar a Jesús para hacer las obras de Jesús

La gente busca a Jesús, quiere estar con Jesús, quieren escucharle y también nosotros queremos buscar a Jesús, estar con Jesús, escuchar a Jesús para hacer las obras de Jesús

Hebreos 2,14-18; Sal 104; Marcos 1,29-39
‘La población entera se agolpaba a la puerta…’ nos comenta el evangelista resumiendo el entusiasmo de la gente por Jesús. ‘Todo el mundo te busca…’ vienen a decirle a la mañana siguiente cuando lo encuentran solo en descampado a donde había ido para orar. ‘Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios’, termina diciéndonos el texto que hoy escuchamos.
La gente busca a Jesús, quiere estar con Jesús, quieren escucharle. En la tarde anterior en la sinagoga todo eran alabanzas porque hablaba con autoridad, con convicción, era algo nuevo lo que estaban escuchando y les llegaba hondo al corazón. Por eso ahora siguen buscándole. Hoy sin embargo el texto que hemos escuchado apenas pone palabras en labios de Jesús. Solo decir que tiene que ir a otros lugares también para seguir con el anuncio del Reino de Dios.
Pero casi podemos decir que no necesitamos ahora palabras en sus labios porque nos está hablando, pero nos está hablando con sus hechos. Las obras de Jesús, el amor de Jesús, los signos que realiza cuando cura a todos los que acuden a El con cualquier tipo de dolencia. Son los gestos de Jesús los que también nos hablan. Se nos manifiesta su amor y donde está la fuente de ese amor.
Como decíamos, son las obras de Jesús las que nos hablan. Las curaciones que va realizando nos están hablando por una parte del amor de Dios, pero nos están diciendo también las transformación que Jesús quiere. En el evangelio de Lucas escuchamos lo proclamado en la sinagoga de Nazaret que nos decía como viene a realizar un cambio tan grande que nos veremos libres de toda esclavitud.
Ahora nos lo está diciendo con los hechos. No solo liberó al hombre del espíritu inmundo en la sinagoga sino que todo lo que signifique dolor y sufrimiento para la persona quiere arrancarlo de nuestra vida. Nos quitará las muletas de nuestra invalidez, pero nos abrirá los ojos de tanta ceguera que hay en nuestros ojos demasiado acostumbrados a las tinieblas y a quienes la luz le encandila.
Arrancará de nosotros ese mal que nos corroe como una lepra para dejar purificado nuestro corazón y nuestra vida para que podamos ir por la vida trasmitiendo vida. sacará de nosotros toda tristeza que nos llene de pena y que nos encierra cada vez mas en nosotros mismos y en esa oscuridad para poner esperanza en nuestro corazón de que es posible tener alegría en el alma aunque sean duros los caminos que hayamos de atravesar porque sabemos lo bello que vamos a encontrar en la meta.
Es lo que Jesús va realizando en aquellas gentes que es una forma de anunciarles el Reino nuevo de Dios. Son los signos de lo que es ese Reino de Dios. Ese Reino de Dios que tiene que ser anunciado a todos y en todas partes. Esos gestos nos están hablando de ello. Nos están hablando de cómo todo eso es posible también nosotros. También a nosotros nos cura, nos sana, nos salva, nos llena de vida. Es lo que hemos de vivir y es el anuncio que nosotros también hemos de hacer.
Y nos queda un gesto de Jesús que comentar que también nos habla mucho. ‘Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar’. El Reino de Dios no es algo que hagamos por nosotros mismos. Solo en Dios podemos realizarlo. El Reino de Dios es reconocer de hecho en nuestra vida que El es el único Señor, es el primero en todo para nosotros. Y hemos de saber reconocerlo con nuestra adoración y con nuestra oración. Creo que esto nos está queriendo decir muchas cosas.
Solo en Dios tendremos la felicidad más completa. Unámonos a El. También nosotros queremos buscar a Jesús, estar con Jesús, escuchar a Jesús.

martes, 10 de enero de 2017

Las obras de nuestro amor han de manifestar hasta donde llega el compromiso de nuestra fe para hacer un anuncio efectivo de la Buena Noticia del Reino de Dios

Las obras de nuestro amor han de manifestar hasta donde llega el compromiso de nuestra fe para hacer un anuncio efectivo de la Buena Noticia del Reino de Dios

Hebreos 2,5-12; Sal 8; Marcos 1,21-28
Quizá estamos acostumbrados a escuchar muchas palabras; hay gente que habla y que habla y todo se le queda en palabras, en buenas ideas o buenas intenciones, en repetirnos una y otra vez las mismas cosas como aprendidas de memoria, pero luego en la práctica vemos que no se llega a ningún lado, no hay ninguna efectividad; y cosas así nos decepcionan, nos cansan y al final terminamos haciéndonos oídos sordos a lo que nos dicen por muy bonitas que sean las cosas que nos dicen pero que no vemos realizado en la práctica de la vida.
Nos sucede mucho eso en la vida, y nos sucede, también por qué no decirlo, en la vida religiosa o en la propia vida de la Iglesia en aquellos que tienen la misión de estar al frente de las comunidades cristianas; no nos escandalicemos por esto que digo, que bien sabemos que todos lo pensamos en nuestro interior.
La gente sin embargo reacciona cuando escucha a Jesús. ‘Se quedaron asombrados de su doctrina, porque no hablaba como los letrados, sino que lo hacía con autoridad’. Jesús había comenzado anunciando la cercanía del Reino de Dios e invitaba a la gente que tuvieran una buena predisposición para acogerlo; quería decirles que era algo nuevo lo que El les enseñaba, era como una noticia nueva, y para acogerla había que desmontar muchas cosas que antes pudiéramos tener en nuestra cabeza o en nuestra vida que no casaba con lo nuevo que El estaba enseñando. No era repetir las mismas cosas, las palabras de Jesús interpelaban, llegaban hondo al corazón de las personas, habla con un convencimiento que convencía, valga la redundancia.
Anunciaba el Reino de Dios que era reconocer que en verdad Dios es el único Señor de nuestra vida. No podemos permitir que haya nada en nosotros que no vaya en concordancia de ese reconocimiento del Señorío de Dios; no podemos sentirnos sujetos de nada, esclavos de nada ni de nadie, una nueva libertad hemos de sentir en nuestro interior cuando nos reconocemos en verdad como pertenecientes a ese Reino de Dios. El mal nunca puede imperar en nuestra vida.
Y lo que Jesús está enseñando lo está manifestando con hechos, con signos de lo que en verdad significa que solo el bien de Dios es el que puede centrar nuestra vida. Hay allí un hombre poseído por el mal que en principio parece que se resiste a las palabras de Jesús, a la presencia salvadora de Dios, pero Jesús con autoridad libera a aquel hombre de aquella posesión maligna. La Palabra de Jesús pronunciada con autoridad expulsa al maligno de aquel hombre. ‘Cállate y sal de él’. Y aunque lo retorció aquel hombre se vio liberado por la palabra de Jesús.
El asombro de la gente va en aumento. ‘¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo’, exclaman los que allí están presentes y comenzarán a divulgar la noticia por todas partes. Es la acción poderosa de Jesús con su salvación para todos nosotros.
Por una parte la reflexión sobre este hecho nos lleva a un reconocimiento de la autoridad de Jesús, verdadero Maestro y autentico Salvador de nuestras vidas. Nos tiene que ayudar a crecer en nuestra fe. Pero nos tiene que ayudar también a que manifestamos con obras en nuestra vida la fe que decimos que tenemos. Estamos llamados a anunciar la salvación, a llevar la salvación a los demás.
Ahí tiene que manifestarse el compromiso de nuestra fe; ahí tienen que manifestarse las obras de nuestro amor. Un amor que libera, que salva, que sana, que llena de vida. Y eso lo podemos hacer, lo tenemos que hacer. No serán milagros extraordinarios lo que vayamos haciendo, pero sí de forma extraordinaria tienen que manifestarse las obras de nuestro amor para que así hagamos presente de verdad a Jesús con su salvación en medio de nuestro mundo. Y es tanto lo que tenemos que hacer.

lunes, 9 de enero de 2017

Jesús nos invita a seguirle, a cambiar y dejar todo lo que sea necesario para emprender el camino de una vida nueva

Jesús nos invita a seguirle, a cambiar y dejar todo lo que sea necesario para emprender el camino de una vida nueva

Hebreos 1,1-6; Sal 96; Marcos 1,14-20
Los comentarios que cada día hacemos como una semilla de la Palabra de Dios que cada día queremos sembrar parten habitualmente de los textos de la Palabra de Dios que la liturgia nos ofrece. La semilla que queremos sembrar no puede ser otra que la Palabra de Dios, no quiere ser una palabra humana, aunque con las explicaciones o comentarios que aquí queremos ofrecer tratamos de encarnarla en nuestra vida, en nuestra realidad, en lo que cada día vamos viviendo.
Seguimos el ritmo de la liturgia según sean los distintos momentos que la Iglesia va viviendo a lo largo del año. Momentos de grandes celebraciones porque queremos ahondar en los grandes misterios de nuestra salvación, o  momentos de la vida ordinaria, sin tener quizá ninguna cosa especial que celebrar sino es nuestra fe y el camino que como creyentes queremos ir realizando.
Por eso en la liturgia hay momentos que llamamos del tiempo Ordinario porque ni son la Navidad del Nacimiento del Señor con su preparación previa en el Adviento, ni es el misterio pascual de la muerte y resurrección que vivimos especialmente en la pascua y que preparamos con la Cuaresma. Hoy iniciamos ese tiempo ordinario que se prolongará en una primera parte hasta que comencemos a celebrar la Cuaresma – este año el primero de marzo – y después del tiempo pascual tendremos su segunda parte que se continuará hasta el Adviento del siguiente ciclo litúrgico.
En el tiempo ordinario vamos escuchando de forma continuada el evangelio comenzando por Marcos que es el que hoy escuchamos. En ese ritmo litúrgico en cada uno de los tres evangelios sinópticos haremos un recorrido por la predicación de Jesús y su actuar anunciando también con los signos que realiza el Reino de Dios. Me ha parecido bien hacer este comentario en este día un poco para que estemos al tanto del por qué los evangelios u otros textos de la Palabra que vamos comentando en la semilla de cada día.
Hoy comenzamos casi por el principio del evangelio de Marcos. Es el primer anuncio que Jesús realiza por Galilea del Reino de Dios que se acerca. Invita a la conversión.Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio’. Es el primer anuncio de la Buena Nueva y la Buena Nueva es que el Reino de Dios está cerca. Esta cerca y tenemos que prepararnos, disponernos a acogerlo. Algo nuevo llega a nuestra vida y a nuestro mundo. Pero esa novedad nos tendrá que hacer vivir también de manera distinta, por eso muchas cosas tenemos que cambiar. Convertíos para creer, para aceptar, para acoger esa Buena Noticia, nos viene a decir Jesús.
La gente le escucha, le sigue, comienza a ver sus signos, le traen los enfermos, se entusiasma con sus palabras, una luz nueva comienza a brillar en sus corazones, la esperanza  de algo nuevo va dando sentido a sus vidas, muchos ya querrán están para siempre con Jesús. Y Jesús llama e invita a estar con él, a seguirle, a emprender ese camino nuevo. Hoy pasa junto al lago y allá están los pescadores con sus tareas después de la pesca; El les invita a una pesca nueva, ‘venid conmigo, seréis pescadores de hombres’. Y Pedro y Andrés primero, luego también Santiago y Juan, los hijos de los Zebedeos se van con Jesús, lo dejan todo.
¿No decía Jesús que había que cambiar? Cambian porque quieren vivir esa vida nueva que Jesús les ofrece, y lo dejan todo, y se van con Jesús. Y nosotros, ¿lo escuchamos? ¿Queremos seguirle? ¿Hasta dónde queremos cambiar? ¿Qué estaríamos dispuestos a dejar?

domingo, 8 de enero de 2017

El Bautismo de Jesús culminación de las fiestas de Navidad nos invita a considerar el Bautismo en el Espíritu que hemos recibido para llegar a transparentar la vida de Cristo en nosotros

El Bautismo de Jesús culminación de las fiestas de Navidad nos invita a considerar el Bautismo en el Espíritu que hemos recibido para llegar a transparentar la vida de Cristo en nosotros

Isaías 42, 1-4. 6-7; Sal 28; Hechos 10, 34-38; Mateo, 3, a3-17
Llegamos a la culminación de todas las fiestas de la celebración del misterio de la Navidad y Epifanía. Celebramos en este domingo después de la Epifanía la fiesta del Bautismo del Señor.
El evangelista Mateo nos dice que ‘fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara’. ¿Había formado parte Jesús en algún momento de aquellos que iban a escuchar a Juan? En torno al Bautista, allá en el desierto junto al río Jordán, se había ido formando un grupo de discípulos que le seguían y hasta querían imitarle. No solo eran los que ocasionalmente iban a escucharle y luego se sometían a aquel bautismo penitencial como un signo de conversión escuchando la invitación de Juan para preparar los caminos del Señor, sino que se había formado un grupo de discípulos como veremos más tarde que permanecen fieles incluso cuando Juan es encarcelado.
Ya tenemos mucha ocasión en meditar sobre el bautismo de Juan en el Adviento escuchando también nosotros sus palabras como una preparación para recibir al Señor en las fiestas de Navidad. El hecho es que Jesús se suma ahora a la fila de los que se acercaban a Juan para sumergirse en el Jordán para su bautismo y muchas cosas especiales van a suceder.
Cuando Juan invitaba a aquel bautismo ya decía que el bautizaba solo con agua pero que vendría el que bautizaría con Espíritu y fuego. Señalaba incluso ‘en medio de vosotros está y no lo conocéis, el que os bautizará con Espíritu Santo’. Y ahora se manifiesta el Espíritu del Señor. Como nos ha dicho el evangelista ‘apenas Jesús se bautizó, salió del agua, se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre El, mientras es escuchaba una voz del cielo: Este es mi Hijo, el amado, el predilecto’.
Me atrevería a decir que estamos como en el quicio entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Juan todavía es de los profetas, como los profetas del Antiguo Testamento que vienen como testigos para señalarnos el camino de la luz. Comienza la hora del Espíritu desde el momento en que Jesús fue concebido en el seno de María. Escuchábamos en la anunciación decirle el ángel a María ‘el Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra…’
Aquí está ahora el que está lleno del Espíritu, el que con la fuerza del Espíritu viene a realizar un mundo nuevo y hacernos a nosotros unos hombres nuevos. Comienza la hora de la Nueva Alianza que va a ser sellada con la sangre de Cristo, pero que por la fuerza del Espíritu nos va a hacer a nosotros también hijos de Dios.  Aquí está el Hijo amado de Dios que viene a bautizarnos a nosotros con un nuevo bautismo, el bautismo en el Espíritu que nos va a hacer participes de la vida divina para hacernos, repito, hijos de Dios.
Por eso decíamos que en este momento del bautismo de Jesús estamos como en el quicio, se nos abre la puerta a algo nuevo, se nos abre la puerta al Nuevo Testamento, a la Nueva Alianza, al nuevo pueblo de Dios. Podíamos decir que es como el sentido de esta fiesta del Bautismo del Señor que hoy celebramos también como Epifanía, como manifestación de quien es Jesús en quien creemos, cuyos pasos queremos seguir, de cuya vida queremos impregnarnos.
La celebración de este día es también una buena ocasión para que pensemos en nuestro propio bautismo, ese bautismo recibido en el agua y en el Espíritu que necesitamos para nacer de nuevo como le dirá Jesús a Nicodemo. Se nos queda muchas veces nuestro propio bautismo como en penumbra, como algo lejano celebrado en nuestra niñez y no terminamos de considerar la grandeza de la nueva vida que en él recibimos. Se nos puede quedar como un rito lejano que casi pareciera que no tiene repercusión en nuestra vida. Sin embargo tenemos que reconocer que toda nuestra existencia está marcada por ese Bautismo, porque en El nos hicimos participes de la salvación que Jesús nos ofrece en su muerte y resurrección. El bautismo fue un sumergirnos en la muerte de Cristo para con Cristo renacer, por la fuerza del Espíritu, a una vida nueva.
Y eso ha marcado nuestra vida para siempre, aunque muchas veces lo olvidemos, porque si somos conscientes de verdad del bautismo recibido nuestro empeño estaría en vivir siempre esa nueva vida, en vivir siempre dejándonos conducir por el Espíritu, en impregnar ya en todo nuestra vida por los valores del Evangelio, por los valores nuevos del Reino de Dios. 
Como se dice en una de las oraciones de la liturgia de este día ‘transformarnos interiormente a imagen de aquel  que hemos conocido semejante a nosotros en su humanidad’. Por el Bautismo somos transformados a imagen de Jesús, hemos de transparentar ya para siempre a Jesús en nuestra vida, de manera que quien nos viera pudiera ver a Cristo en nosotros.