El Bautismo de Jesús culminación de las fiestas de Navidad nos invita a considerar el Bautismo en el Espíritu que hemos recibido para llegar a transparentar la vida de Cristo en nosotros
Isaías 42, 1-4. 6-7; Sal 28; Hechos 10, 34-38;
Mateo, 3, a3-17
Llegamos a la culminación de todas las fiestas de la celebración del
misterio de la Navidad y Epifanía. Celebramos en este domingo después de la
Epifanía la fiesta del Bautismo del Señor.
El evangelista Mateo nos dice que ‘fue Jesús desde Galilea al
Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara’. ¿Había formado parte Jesús
en algún momento de aquellos que iban a escuchar a Juan? En torno al Bautista,
allá en el desierto junto al río Jordán, se había ido formando un grupo de discípulos
que le seguían y hasta querían imitarle. No solo eran los que ocasionalmente
iban a escucharle y luego se sometían a aquel bautismo penitencial como un
signo de conversión escuchando la invitación de Juan para preparar los caminos
del Señor, sino que se había formado un grupo de discípulos como veremos más
tarde que permanecen fieles incluso cuando Juan es encarcelado.
Ya tenemos mucha ocasión en meditar sobre el bautismo de Juan en el
Adviento escuchando también nosotros sus palabras como una preparación para
recibir al Señor en las fiestas de Navidad. El hecho es que Jesús se suma ahora
a la fila de los que se acercaban a Juan para sumergirse en el Jordán para su
bautismo y muchas cosas especiales van a suceder.
Cuando Juan invitaba a aquel bautismo ya decía que el bautizaba solo
con agua pero que vendría el que bautizaría con Espíritu y fuego. Señalaba
incluso ‘en medio de vosotros está y no lo conocéis, el que os bautizará con
Espíritu Santo’. Y ahora se manifiesta el Espíritu del Señor. Como nos ha
dicho el evangelista ‘apenas Jesús se bautizó, salió del agua, se abrió el
cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre
El, mientras es escuchaba una voz del cielo: Este es mi Hijo, el amado, el
predilecto’.
Me atrevería a decir que estamos como en el quicio entre el Antiguo
Testamento y el Nuevo Testamento. Juan todavía es de los profetas, como los
profetas del Antiguo Testamento que vienen como testigos para señalarnos el
camino de la luz. Comienza la hora del Espíritu desde el momento en que Jesús
fue concebido en el seno de María. Escuchábamos en la anunciación decirle el
ángel a María ‘el Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te
cubrirá con su sombra…’
Aquí está ahora el que está lleno del Espíritu, el que con la fuerza
del Espíritu viene a realizar un mundo nuevo y hacernos a nosotros unos hombres
nuevos. Comienza la hora de la Nueva Alianza que va a ser sellada con la sangre
de Cristo, pero que por la fuerza del Espíritu nos va a hacer a nosotros
también hijos de Dios. Aquí está el Hijo
amado de Dios que viene a bautizarnos a nosotros con un nuevo bautismo, el
bautismo en el Espíritu que nos va a hacer participes de la vida divina para
hacernos, repito, hijos de Dios.
Por eso decíamos que en este momento del bautismo de Jesús estamos
como en el quicio, se nos abre la puerta a algo nuevo, se nos abre la puerta al
Nuevo Testamento, a la Nueva Alianza, al nuevo pueblo de Dios. Podíamos decir
que es como el sentido de esta fiesta del Bautismo del Señor que hoy celebramos
también como Epifanía, como manifestación de quien es Jesús en quien creemos,
cuyos pasos queremos seguir, de cuya vida queremos impregnarnos.
La celebración de este día es también una buena ocasión para que
pensemos en nuestro propio bautismo, ese bautismo recibido en el agua y en el
Espíritu que necesitamos para nacer de nuevo como le dirá Jesús a Nicodemo. Se
nos queda muchas veces nuestro propio bautismo como en penumbra, como algo
lejano celebrado en nuestra niñez y no terminamos de considerar la grandeza de
la nueva vida que en él recibimos. Se nos puede quedar como un rito lejano que
casi pareciera que no tiene repercusión en nuestra vida. Sin embargo tenemos
que reconocer que toda nuestra existencia está marcada por ese Bautismo, porque
en El nos hicimos participes de la salvación que Jesús nos ofrece en su muerte
y resurrección. El bautismo fue un sumergirnos en la muerte de Cristo para con
Cristo renacer, por la fuerza del Espíritu, a una vida nueva.
Y eso ha marcado nuestra vida para siempre, aunque muchas veces lo
olvidemos, porque si somos conscientes de verdad del bautismo recibido nuestro
empeño estaría en vivir siempre esa nueva vida, en vivir siempre dejándonos
conducir por el Espíritu, en impregnar ya en todo nuestra vida por los valores
del Evangelio, por los valores nuevos del Reino de Dios.
Como se dice en una de las oraciones de la liturgia de este día ‘transformarnos
interiormente a imagen de aquel que
hemos conocido semejante a nosotros en su humanidad’. Por el Bautismo somos
transformados a imagen de Jesús, hemos de transparentar ya para siempre a Jesús
en nuestra vida, de manera que quien nos viera pudiera ver a Cristo en
nosotros.
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