Dejemos que Jesús nos libere de nuestras ataduras, desconfianzas, dudas, de tantas cosas que nos pueden limitar, para ir siempre con corazón limpio a los demás para hacer el bien
Hebreos
4,1-5.11; Sal 77; Marcos 2,1-12
Cuando en verdad queremos algo que consideramos que es bueno y nos
puede hacer mucho bien o puede tener buenas repercusiones para nuestra vida,
ponemos todos los medios a nuestro alcance con el deseo de conseguirlo; somos
capaces de saltar las barreras o luchas contra los obstáculos que podamos
encontrar a nuestro alrededor; ponemos toda nuestra pasión y nuestra fuerza
para conseguirlo, no nos rendimos
fácilmente porque sabemos rebuscar las iniciativas que sean necesarias para
tenerlo.
Lo mismo nos sucede cuando tenemos buenos sentimientos en nuestro corazón
por los demás y vemos a alguien sufriendo; nos duele a nosotros mismos,
queremos encontrar un remedio para ese dolor, buscamos donde sea necesario
porque nos sentimos verdaderamente solidarios con esa persona que sufre y su
sufrimiento es el nuestro también. Ahí aparecen las iniciativas, las invectivas
que nos dicta el corazón.
Es la pasión que vemos hoy en unos hombres anónimos en el evangelio.
Vienen portando en una camilla a un paralítico para hacerlo llegar hasta Jesús
con la esperanza de que Jesús lo cure; han oído hablar o han sido testigos
quizá de muchas curaciones que Jesús está haciendo en Cafarnaún y en otros
lugares. Llegan a donde está Jesús pero no pueden entrar hasta él, porque la
aglomeración de la gente alrededor de Jesús es grande y la puerta podríamos
decir que está taponado. El esfuerzo que han hecho por traer a aquel paralítico
hasta Jesús no se puede quedar en nada y en su inventiva deciden correr las
tejas o las lozas de la terraza para bajar por allí al paralítico hasta Jesús.
Grande es la fe de aquellos hombres, como grande es la solidaridad que hay en
sus corazones, de manera que Jesús de alguna manera se fija en el detalle para
valorarlo.
Ya aquí casi podríamos quedarnos en nuestra reflexión porque esto ya
nos está diciendo muchas cosas. Aunque comenzamos nuestra reflexión ponderando
lo que somos capaces de hacer cuando deseamos algo o cuando nos sentimos
solidarios con los demás, sin embargo hemos de reconocer que no siempre lo
hacemos con tal intensidad; muchas veces nos rendimos antes de tiempo, o nos
cansamos, o no somos perseverantes cuando nos encontramos con las dificultades.
Muchas veces nos cansamos también de hacer el bien, porque en nuestro
pensamiento nos pueden entrar también muchas tentaciones y desconfianzas. Algunas
veces podemos tener la tentación no tener una mirada verdaderamente limpia
hacia aquellos a los que vemos en necesidad y nos pueden entrar muchas
desconfianzas.
¿Merece la pena o no merece la pena tanto esfuerzo? ¿Van a saber
valorar lo que nosotros hacemos o será como echarlo en saco roto? ¿Y esas
personas no serán así porque ellos se lo han buscado y ahora nosotros estamos
poniendo tanto esfuerzo? Muchas dudas se nos pueden meter en nuestro interior
porque también el mal nos acecha a nosotros y nos puede paralizar en lo bueno
que estamos intentando hacer. Tendremos que aprender a valorar a las personas,
saberles dar nuestra confianza y seguir luchando por la dignidad de los demás.
El evangelio que estamos comentando no se queda ahí, porque como dice
al ver la fe de aquellos hombres, ofrece lo más hermoso que Jesús nos pueda
dar; quiere en verdad transformar nuestro corazón limpiándolo de tanta maldad
que muchas veces nosotros dejamos meter en él. ‘Perdonados son tus pecados’,
le dice al paralítico. Lo han traído para que lo libere de su parálisis y de su
enfermedad, y Jesús lo cura desde lo más hondo porque quiere liberarlo de lo
que son las peores ataduras que pueda haber en su vida.
Por brevedad no entramos ahora en comentar la reacción de los fariseos
y escribas que estaban al acecho de lo que Jesús decía y hacia. En verdad Jesús
puede liberar a aquel hombre de la atadura de su parálisis y con el mismo poder
divino le puede perdonar los pecados.
Dejemos que Jesús nos libere de nuestras ataduras, de nuestras
desconfianzas, de nuestras dudas, de tantas cosas que nos pueden limitar.
Seamos capaces de tener un corazón limpio de toda maldad y dejemos que Jesús
nos cure, nos sane, nos salve, transforme nuestro corazón para que así con ese corazón
limpio vayamos al encuentro de los demás y siempre hagamos el bien saltando
todas las barreras que nos lo pudieran impedir.
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