Jesús me mira, me ama, me invita a seguirle, me levanta y me pone en camino
porque sigue confiando en mí
Hebreos
4,12-16; Sal 18; Marcos 2,13-17
¿En quien ponemos nuestra confianza? Es cierto que deseamos rodearnos
de personas que “merezcan” nuestra confianza, y he destacado eso de “merezcan”
porque en ello podemos dar cabida a muchos criterios para juzgar, para separar
y hacer distinciones entre aquellos que podemos considerar amigos o que
trabajen junto a nosotros en responsabilidades que puedan afectar al buen
funcionamiento de aquello que queremos sacar adelante. Y en ello nos hacemos
nuestro historial, o el historial de aquellas personas en las que queremos
confiar evitando cualquier mancha que pudiera enturbiar su vida y la confianza
que pongamos en esas personas.
¿Es ese el actuar de Dios con nosotros? ¿Será por ese camino donde se
manifieste el amor que Dios nos tiene? Hemos de reconocer que si Dios tuviera
memoria para recordarnos todo lo que nos ha perdonado en la vida, tendríamos
que decir que no somos merecedores del amor de Dios. Y sin embargo Dios sigue
amándonos, sigue confiando en nosotros, aunque nosotros los hombres no seamos
capaces de copiar ese estilo de amor y no tengamos la misma confianza en los
demás, a quienes siempre miraremos con nuestras particulares lupas para
descubrir cualquier cosita por la que rechazar a los demás.
¿Cómo era el actuar de Jesús? El actuar de Jesús nos está manifestando
lo que es el querer de Dios. Jesús iba llamando a quienes habían de ser sus discípulos.
Ya vemos continuamente en el evangelio cómo se rodea de pecadores, como los
publicanos y las prostitutas son los primeros que se acercan a El dando signos
de su deseo de conversión. Podemos recordar muchos momentos del evangelio.
Hoy pasa Jesús junto al mostrador de los impuestos de un publicano. Ya
sabemos lo despreciados que eran por los judíos, porque se les consideraba
colaboracionistas con los romanos para quienes cobraban los impuestos, pero
además como su profesión iba ligada al dinero que todo lo mancha ya por eso los
consideraban ladrones y usureros; los llamaban y consideraban como pecadores.
‘Al pasar, vio a Leví, el de
Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: Sígueme. Se levantó y
lo siguió’. Vio a Leví,
se fijó en él, no tuvo en cuenta su historia, no hubo prejuicios, quería que
estuviera con El, un día formaría parte del grupo de los Doce, hoy nosotros
tenemos su evangelio. Leví se levantó y lo siguió. Mucho significa todo
esto. Es la mirada de Jesús que es la mirada del amor, es la mirada de la
confianza, es la mirada que nos levanta, que nos pone en camino de cosas
nuevas, es la mirada que nos hace valorarnos, es la mirada que nos hace sentir
el amor de Dios, es la mirada que nos enseña a mirar.
Y cuando sentimos la mirada de Jesús
sobre nosotros, porque eso se siente y no solo se ve con los ojos, nos sentimos
amados, sentimos la confianza de Dios en nosotros a pesar de lo que seamos, a
pesar de nuestra historia, a pesar de nuestros pecados e infidelidades. Dios
sigue confiando en mí, porque me está mostrando su amor. Dios quiere contar
conmigo a pesar de mis debilidades. Me levanto, quiero seguirle también, quiero
vivir su vida, quiero estar con Jesús para siempre. Me levanto y aprendo a
mirar también, a poner amor, a llenar de confianza mis relaciones con los
demás, a saber contar con todos, a llenar de humildad mi corazón para reconocer
también cuanto de bueno hay en los demás.
Jesús me mira, me ama, me invita
a seguirle, me levanta y me pone en camino.
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