Necesitamos llegar a la verdad plena, a ese pleno conocimiento de Jesús que
solo podremos alcanzar si nos dejamos conducir por el Espíritu que nos revelará
que Jesús es el Hijo de Dios
Isaías 49, 3. 5-6; Sal 39; 1Corintios
1, 1-3; Juan 1, 29-34
Nos creemos que conocemos y sabemos y luego nos damos cuenta que no es
así; teníamos nuestras apreciaciones, sospechábamos (y lo digo con el mejor
sentido) que era de una determinada manera, nos hacemos nuestros juicios de
valor, porque siempre queremos tener razón y no reconocer que nos podemos
equivocar o que no hemos llegado a tener suficiente conocimiento, pero
necesitamos que alguien nos descubra lo más profundo, lo que nosotros quizá ni
podíamos intuir, el misterio hondo que hay por ejemplo en la persona que se nos
puede hacer impenetrable si la persona no nos habla de si misma o nos descubre
sus secretos, sus razones, el por qué de su actuar o de su manera de vivir.
Es peligroso creernos que lo sabemos todo y que el conocimiento que yo
tengo por mi mismo me basta; es necesario tener humildad para buscar, para
contrastar con quien nos pueda dar una opinión distinta, estar abierta a ese
misterio que se esconde detrás de lo que aparentemente vemos. Digo que es
peligroso porque nos llenamos de prejuicios y en nuestra cerrazón no llegamos a
conocer la verdad.
Esto en muchos aspectos de la vida, en nuestra relación con los demás
o en los problemas con los que nos vamos enfrentando en la vida, en el misterio
y en el sentido de la vida, en lo que queremos hacer de nuestro mundo y el
compromiso que con él tenemos, en el descubrimiento del misterio de Dios. Es
necesario con humildad dejarnos conducir haciéndonos también por supuesto el
razonamiento más justo y también personal.
Es bueno, es necesario que siempre estemos en una actitud humilde de
búsqueda; las autosuficiencias y los orgullos no nos ayudan mucho aunque nos
sintamos tentados a pensar lo contrario. Ha de haber una apertura en nosotros
en ese deseo de conocer, de descubrir quizá cosas nuevas, distintas, para no quedarnos
en lo mismo de siempre. Es el anhelo de toda la humanidad que ha sido ha
progresado en su pensamiento, en su cultura, en el desarrollo de grandes cosas
que nos van mejorando la vida.
Es el anhelo también que hemos de sentir de Dios. Algunas veces
pensamos que nada nuevo nos pueden enseñar de Dios y en nuestra autosuficiencia
pensamos que nos lo sabemos todo. Porque quizá conozcamos los hechos del
evangelio, quizá luego no llegamos a profundizar de verdad en lo que Jesús
quiere decirnos, en toda esa novedad que continuamente se nos está ofreciendo.
Evangelio es buena nueva, es buena noticia y lo que es nuevo y es noticia no es
simplemente quedarnos anclados en lo que nos parece que simplemente es de
siempre.
Juan el Bautista, el que había venido como Precursor del Mesías a
preparar los caminos del Señor nos hace hoy una hermosa confesión. ‘Yo no lo
conocía…’ nos dice. ¿No lo conocía porque nunca lo había visto a pesar de
ser parientes? ¿No lo conocía porque ahora era la primera vez que Jesús llegaba
hasta el Jordán donde Juan estaba bautizando? El era el profeta y en él se
escuchaba la voz de Dios para señalarnos los caminos que habíamos de preparar
para su venida. Pero ahora nos dice ‘Yo no lo conocía…’
‘Y Juan dio testimonio
diciendo: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se
posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me
dijo: Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el
que ha de bautizar con Espíritu Santo’.
Juan Bautista se dejó conducir
por el Espíritu. ‘El que me envió a bautizar con agua me dijo…’ Es el
Espíritu del Señor que le está hablando en su corazón, dándole a conocer quien
es Jesús. El que contemplamos el domingo pasado en el episodio del bautismo del
Señor en el Jordán es el que nos ha de bautizar con Espíritu Santo. Aquel Jesús
que se había puesto en la cola de los pecadores que iban a hacer penitencia sumergiéndose
en las aguas del Jordán es el que no necesita penitencia porque está lleno del
Espíritu de Dios y hará para nosotros un nuevo Bautismo en el Espíritu para el
perdón de los pecados. Será el que nos dará su Espíritu como regalo de pascua
para el perdón de los pecados.
Con razón ahora Juan lo va a
señalar a sus discípulos cuando Jesús viene de nuevo a su encuentro tras los
cuarenta días de ayuno en el desierto: ‘Éste es el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo’. Este es por aquel que yo he salido a bautizar
con agua para preparar los caminos pero comienza ahora un tiempo nuevo porque
es el que tiene el Espíritu, el que bautiza en el Espíritu para el perdón de
los pecados.
Porque Juan se dejó conducir por
el Espíritu es por lo que ahora puede dar testimonio. ‘He dado testimonio de
que es el Hijo de Dios’. Es lo que nosotros tenemos que aprender. Dejarnos
conducir por el Espíritu que es el que nos conducirá a la verdad plena como más
tarde nos dirá Jesús, es el que nos lo revelará todo, es el que en verdad nos
hará que podamos conocer a Jesús en toda su plenitud.
Lo decíamos antes, nos hacemos
nuestras ideas, nuestras consideraciones y nuestros pensamientos, pero
necesitamos llegar a la verdad plena, a ese pleno conocimiento de Jesús que
solo podremos alcanzar si nos dejamos conducir por el Espíritu. Tenemos que
desmontar de nuestras cabezas eso que tantas veces decimos que ya nosotros
tenemos nuestra fe y no hay nadie que nos la cambie.
Necesitamos profundizar en el
misterio de Jesús, en el misterio de Dios; tenemos que estar en esa actitud
humilde de búsqueda, como antes decíamos. Queremos conocer a Jesús para poder
vivirle, y conocer a Jesús es dejar que con su Espíritu nos inunde por dentro,
para que nos configuremos con Cristo, para que nuestra vida transparente a
Cristo porque vivimos su misma vida, por hacemos sus mismas obras, porque
amamos con su mismo amor.
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