Hay cosas que nos interpelan y producen inquietud dentro de nosotros, abramos nuestro corazón al Evangelio
Hebreos
9,2-3.11-14; Sal 46; Marcos 3,20-21
‘¡Tú estás loco!’, le decimos a alguien cuando hace o dice algo que
nos parece fuera de lo normal, que llama la atención o que de alguna manera
rompe nuestros esquemas mentales. Claro que normalmente lo expresamos desde la
confianza que nos pueda merecer esa persona, aunque también a veces viendo uno
las cosas que se hacen o se dicen en medio de nuestra sociedad nos quedamos
desconcertados porque no sabemos, como se suele decir, a donde vamos a parar.
También tenemos una reacción así cuando lo que oímos o lo que vemos
nos interpela, porque nos hace hacernos preguntas allá en lo hondo de nosotros
mismos, nos hace buscar nuevos planteamientos, nos descubre quizá mundos
nuevos. Algunas veces quizá lo necesitamos para salir de nuestras rutinas, para
ver la posibilidad de un mundo nuevo, para descubrir cómo tendríamos que
implicarnos en cambiar muchas cosas en nosotros mismos que no nos satisfacen o
cambiar en consecuencia también muchas cosas de nuestro mundo que no nos
gustan. Esas interpelaciones pueden ser un buen revulsivo para nuestras vidas y
para nuestra sociedad.
Si hacemos una lectura atenta del evangelio esa interpelación tendría
que hacer también en nosotros. Muchas veces hacemos una lectura muy fría,
demasiado quedándonos en palabras pero no captando el verdadero espíritu que
está en el fondo que no es otro que el espíritu divino que quiere también
interpelarnos y transformarnos.
La gente que se iba encontrando con Jesús tenia unas reacciones muchas
veces así. No podía ser quedarse en un entusiasmo momentáneo porque
impresionaran sus milagros, o con una mirada crítica como hacían otros buscando
donde encontrar algo para acusarlo porque realmente en el fondo ellos se sentían
también interpelados aunque no lo quisieran reconocer; una reacción fácil era
decir que estaba loco, que eran cosas del maligno encubiertas en apariencias de
bondad y a la larga buscar la forma de quitarlo de en medio porque quizá podían
estar en peligro sus prebendas y su estilo de vida muy cómoda también en lo
religioso y de alguna manera rutinaria. La presencia de Jesús, sus obras y sus
palabras no podían dejarlos tranquilos.
Hoy nos dice el evangelio que los familiares de Jesús querían llevárselo
porque pensaban que no estaba en sus cabales. Pero quizá no era solo su familia
sino a tantos que les molestaba ese sentido nuevo que Jesús estaba mostrándonos.
Hoy nos sucede también en muchas situaciones de la vida, de la sociedad y hasta
en la misma Iglesia. Hay gente que se siente desconcertada y en lugar de
plantearse hondamente qué es lo que nos pasa por dentro que quizá no está en
buena consonancia con el evangelio, lo que hacemos es ponernos en contra,
tratar quizá de desprestigiar, pensar que eso son como modas momentáneas que
pronto pasarán y ya vendrá otro que ponga las cosas en su orden, diciendo que habría
que volver a la rutina de siempre.
Pensemos que el Espíritu del Señor Jesús que recibimos no es para
dejarnos en nuestras rutinas y es un tremendo revulsivo para nuestras vidas,
para transformarnos hondamente. Abramos nuestro corazón al Espíritu de Dios que
quiere llenarnos de vida nueva. No temamos al Evangelio de Jesús, a escuchar allá
en lo más hondo del corazón su mensaje de vida y salvación.
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