Somos también los enviados del Señor a hacer el anuncio del evangelio y a
liberar a nuestro mundo de todo mal transformándolo desde el amor
Hebreos
8,6-13; Sal 84; Marcos 3,13-19
‘Jesús, mientras subía a la
montaña, fue llamando a los que él quiso, y se fueron con él…’ Ayer escuchábamos que la gente se arremolinaba
alrededor de Jesús y venían de todas partes a escucharle y a sentirse sanados
con su salvación. Acudían a El con toda clase de males en su espíritu y
enfermedades en sus cuerpos doloridos o llenos de discapacidades. Para todos Jesús
tenía una palabra y un gesto de salvación.
Pero hoy escuchamos que cuando subía
a la montaña llamó a los que El quiso. En el relato bíblico la subida a la
montaña y lo en ella realizado tiene siempre un cierto grado de solemnidad. Era
algo importante lo que Jesús estaba haciendo y así nos lo quiere significar el
evangelista, como Moisés que en la montaña había recibido la misión de Dios o
las tablas de la Ley. En la montaña Jesús proclamará las bienaventuranzas que
es algo así como todo un programa de su evangelio. Ahora sube a la montaña y
escoge entre todos los discípulos a doce. El evangelista nos dará sus nombres.
‘A doce los hizo sus
compañeros, para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios’. Es la misión que Jesús les quiere confiar. Los
llama apóstoles, sus enviados. Los envió a predicar. Habían de realizar el
mismo anuncio del Reino que Jesús estaba realizando. Y lo habían de realizar
haciendo los mismos signos de Jesús. Hemos venido escuchando como Jesús sana,
cura, llena de vida; cura a los enfermos, da vista a los ciegos, a los
inválidos los levanta para que puedan caminar, expulsa a los demonios. Es lo
que sus enviados han de realizar también. Por eso nos dice que los envió a
predicar con poder para expulsar demonios.
Expulsar demonios significa
arrancar el mal que domina los corazones de los hombres. A los endemoniados se
les llama poseídos, poseídos por el demonio, por el mal. Anunciar el Reino
significa desterrar el mal, porque en el Reino de Dios no cabe el dominio del
mal; precisamente si pertenecemos al Reino de Dios es porque en la salvación de
Jesús nos hemos visto liberados del mal.
Decimos el pecado, decimos todo
el mal que anida tantas veces en nuestro corazón. Pero decimos todo lo que sea
mal, nos impida el bien, nos domine o nos esclavice. Los milagros que Jesús
realiza en los que va liberando del mal de la enfermedad, la ceguera, la
inmovilidad, la sordera o la incapacidad de hablar, la lepra que destruye el
cuerpo, o la muerte de la que resucita, son signos de esa liberación de Jesús.
Y eso lo hemos de vivir en
nosotros, pero lo hemos de anunciar a los demás, lo hemos de ir realizando en
nuestro mundo. Un mundo que estamos llamados a transformar; nunca más nos
domine el odio o el desamor, nunca más nos veamos arrastrados por las
violencias, nunca más la injusticia haga sufrir a los hombres, nunca más
vivamos envueltos en la falsedad, la mentira y la apariencia, nunca mas nadie
se vea cegado por sus pasiones.
Un mundo nuevo hemos de ir
realizando. Un mundo nuevo transformado por el amor. Son las semillas del amor
las que tenemos que ir sembrando haciendo siempre el bien, viviendo un nuevo
sentido de solidaridad, buscando siempre la justicia para que nadie se sienta
esclavizado por nada ni por nadie. Son las señales que nos hemos de dar con
nuestros gestos, con nuestras actitudes, con nuestro actuar.
Es el amor que abre nuestras
vidas a los demás, es el amor que nos hace construir unas nuevas relaciones de
verdadera amistad, es el amor que guía nuestra convivencia para que siempre
reine la armonía y la paz, es el amor que nos impulsa a colaborar en todo lo
bueno, es el amor que va sembrando de alegría los corazones de todos los que
nos encontramos a nuestro paso.
Somos también los enviados del
Señor a hacer el anuncio del evangelio y a liberar a nuestro mundo de todo mal.
¿Hasta donde llega nuestra respuesta y nuestro compromiso?
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