No compliquemos la experiencia de Dios, es muy sencillo,
déjate amar por Dios y ama con el mismo amor y podremos vivir la vida en
plenitud
Apocalipsis 11, 4-12; Sal 143; Lucas
20, 27-40
Siempre hay
gente que le gusta enredar las cosas; como se suele decir andan buscando cinco
pies al gato. Le dan vueltas y vueltas a las cosas aunque estén muy claras y no
terminan de entender, porque en tantas vueltas lo que hacen es enredarse, en
volverse en redes, y que difícil es salir de una red cuando nos ha envuelto.
Es en los
problemas corrientes de la vida, esas cosas que hacemos una y otra vez, pero
que algunos se empeñan en hacer difíciles; es en el tema de nuestras relaciones
entre unos y otros y comenzamos por nuestras suspicacias, ya estamos bien
segundas intenciones donde no las hay, vienen las desconfianzas y al final no
queremos creer en nadie, pero nadie nos lo ha puesto difícil sino que nosotros
con nuestras suspicacias y desconfianzas terminamos enredándolo todo. Con lo
fácil que sería ir con mirada limpia, sin malas intenciones, creyendo en las
personas como queremos que también crean en nosotros.
Y no digamos
nada cuando nos metemos en temas más profundos donde han planteamientos del
sentido de la vida, de cómo queremos que sean las cosas, de lo que queremos
para nuestra sociedad y para nuestro mundo; cuanto nos cuesta ponernos de
acuerdo, cuanto nos cuesta encontrar un camino de entendimiento porque siempre
habrá algo en lo que podemos coincidir y de lo que podríamos partir para
encontrar un camino de solución.
Así andaba
mucha gente con Jesús; estaban los que desconfiaban porque lo nuevo que ofrecía
Jesús, el sentido nuevo de la vida, de la religión, de lo que somos y de lo que
buscamos, podría desbaratar algunos planteamientos en los que solo buscaban quizá
beneficios para sí; estaban aquellos a los que costaba nacer de nuevo como un
día Jesús planteara – recordemos la conversación con Nicodemo – y no eran
capaces de despojarse de sus criterios o manera de ver las cosas.
Jesús ofrecía
vida y vida eterna. Es el regalo del amor de Dios. Era un nuevo sentido que
llenaba de trascendencia nuestro vivir porque nos hacía esperar en un más allá
donde podríamos tener esa vida para siempre. Y estaban los que negaban la
posibilidad de otra vida, los que negaban el sentido de la resurrección, como
eran los saduceos; y son los que ahora vienen con planteamientos tortuosos a
Jesús. Ya hemos comentado no hace mucho este mismo evangelio y lo que era la
ley del Levítico.
Pero lo que
Jesús nos ofrece es vida porque nos ofrece vivir en Dios para siempre. ¿No nos
anunciaba el Reino de Dios? Y hoy nos vuelve a repetir Jesús que Dios es un Dios de vida, no es un Dios de muertos,
porque para El todos están vivos. ‘Y que los muertos resucitan, lo indicó el
mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: Dios de
Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos:
porque para él todos están vivos’.
¿Qué
habremos hecho nosotros de nuestro Dios? ¿En qué hemos convertido la mayoría de
las veces toda nuestra relación con Dios? Veamos cómo muchas veces casi todos
nuestros actos de piedad, nuestras vivencias religiosas las hemos relacionado
con la muerte, con los muertos. Parece que no nos acordamos de Dios sino porque
recordamos a los difuntos. Un sentido nuevo tendríamos que saber darle.
Busquemos
al Dios de la vida, al Dios que vive, al Dios que vive en mi y me llena de su
vida, al Dios que sentimos en el corazón y nos impulsa a la vida, al Dios que
nos pone en camino de plenitud, al Dios que quiere habitar en nuestro corazón,
pero al Dios que nos tiene en su corazón para siempre porque nos ama, al Dios
que un día podremos vivir en plenitud eterna. No compliquemos la experiencia de
Dios, es muy sencillo, déjate amar por Dios y ama con el mismo amor.