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viernes, 18 de noviembre de 2022

El gesto de Jesús al expulsar a los vendedores del templo nos interpela a la sinceridad y congruencia de nuestra vida, de la sociedad y también de la Iglesia

 


El gesto de Jesús al expulsar a los vendedores del templo nos interpela a la sinceridad y congruencia de nuestra vida, de la sociedad y también de la Iglesia

Apocalipsis 10, 8-11; Sal 118; Lucas 19, 45-48

Una cosa es que en lo que decimos cuidemos de no herir ni ofender a nadie, por el respeto que toda persona nos merece, y otra cosa es que seamos acomodaticios de manera que lo que digamos, las opiniones que expresemos traten de agradar y halagar a todo el mundo; no seríamos sinceros ni consecuentes con nuestras ideas cuando nos callamos nuestros principios porque queremos que nuestras palabras sean agradables y no nos llevemos las iras de los que puedan opinar de forma distinta; seria cobardía, sería incongruencia, sería falta de sinceridad.

Hoy está de moda en la vida pública el que digamos lo que se considera políticamente correcto; quizás los dirigentes o una cierta clase política tratan de imponer sus ideas que pudieran ir incluso en contra de lo que han sido nuestros principios de siempre, nuestras costumbres más correctas, pero cuidamos de no expresarnos de manera distinta a como piensan los que pretenden dirigir nuestra sociedad para no ponernos en contra con las derivaciones que eso luego pudiera tener en beneficios a conseguir o en apoyos incluso para aquello que queramos emprender. Parecería que esos intereses, políticos o económicos, nos taparan la boca. Demasiado partidistas son las decisiones que se toman muchas veces en nuestra sociedad, también hay que decirlo.

Pero Jesús no tenía papas en la boca, como se suele decir en expresión popular. Cuando tenía que hablar hablaba, y cuando tenía que actuar actuaba. Es lo que contemplamos hoy en el hecho que nos narra el evangelio. El acontecimiento está incluso muy cercano a lo que fue su entrada triunfal en Jerusalén cuando fue aclamado por la multitud y por los niños, aunque otro evangelista nos lo presenta en otro momento. 

Jesús que llega al templo se encuentra con aquel espectáculo de vendedores de animales, cambistas con sus dineros y todo el mercado que se  había montado alrededor, como ya hemos tenido ocasión de comentar. Es un momento duro y fuerte en la actuación de Jesús, pues derriba las mesas de los cambistas y expulsa del templo a todos aquellos que lo habían convertido en un mercado. Escrito está: Mi casa será casa de oración; pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos’. Aunque también a continuación nos dice el evangelista que ‘todos los días enseñaba en el templo’.

¿Era Jesús el que era aclamado por la gente que incluso en una ocasión, después de la multiplicación de los panes, habían querido hacerle rey? ¿Era Jesús el Mesías esperado y en quien tantas esperanzas habían puesto muchos en Israel? ¿Era Jesús el que era seguido por multitudes incluso hasta cuando se alejaba a lugares apartados? ¿Era Jesús el que quería comenzar algo nuevo, lo que él llamaba el Reino de Dios, y que había de convencer a la gente que habían de seguirle y hacer lo que les enseñaba? Una reacción como ésta que hoy manifiesta al expulsar a los vendedores del templo ¿le ayudaría en verdad a realizar su misión y que la gente estuviera contenta con su predicación para seguirle de verdad y constituir el Reino de Dios?

Algunos dirían que no hizo lo políticamente correcto. Veremos incluso como enseguida ‘los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él’. No era del agrado de los dirigentes cuando quizá podrían ver en peligro sus intereses en que todo siguiera como estaba. ¿Quién estaría detrás de todo aquel montaje que ahora Jesús quiere desmontar? Ya sabemos las consecuencias.

Claro que todo esto tiene que hacernos pensar para el hoy de nuestra vida, de nuestro mundo, de nuestra iglesia incluso. ¿Nos estará interpelando Jesús por nuestras cobardías, por nuestra incongruencia, por nuestra falta de rectitud y veracidad en la vida? Nos analizamos a nosotros mismos para ver hasta donde llega la sinceridad de nuestra vida, pero mucho tenemos que mirar para la sociedad que nos rodea, esa sociedad que estamos creando, como para nuestro actuar también como iglesia en medio del mundo. ¿Andaremos también con dobles caras y dobles medidas?

¿Nos estaremos contagiando en esa falta de rectitud y de veracidad? Quien quiera entender que entienda. ¿Seremos en verdad la iglesia de la misericordia con todos y en toda situación o nos dejaremos llevar por las acciones vengativas que llaman muchas veces justicia de nuestra sociedad?

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