El
gesto de Jesús al expulsar a los vendedores del templo nos interpela a la
sinceridad y congruencia de nuestra vida, de la sociedad y también de la
Iglesia
Apocalipsis 10, 8-11; Sal 118; Lucas 19,
45-48
Una cosa es
que en lo que decimos cuidemos de no herir ni ofender a nadie, por el respeto
que toda persona nos merece, y otra cosa es que seamos acomodaticios de manera
que lo que digamos, las opiniones que expresemos traten de agradar y halagar a
todo el mundo; no seríamos sinceros ni consecuentes con nuestras ideas cuando
nos callamos nuestros principios porque queremos que nuestras palabras sean
agradables y no nos llevemos las iras de los que puedan opinar de forma
distinta; seria cobardía, sería incongruencia, sería falta de sinceridad.
Hoy está de
moda en la vida pública el que digamos lo que se considera políticamente
correcto; quizás los dirigentes o una cierta clase política tratan de imponer
sus ideas que pudieran ir incluso en contra de lo que han sido nuestros
principios de siempre, nuestras costumbres más correctas, pero cuidamos de no
expresarnos de manera distinta a como piensan los que pretenden dirigir nuestra
sociedad para no ponernos en contra con las derivaciones que eso luego pudiera
tener en beneficios a conseguir o en apoyos incluso para aquello que queramos
emprender. Parecería que esos intereses, políticos o económicos, nos taparan la
boca. Demasiado partidistas son las decisiones que se toman muchas veces en
nuestra sociedad, también hay que decirlo.
Pero Jesús no
tenía papas en la boca, como se suele decir en expresión popular. Cuando tenía
que hablar hablaba, y cuando tenía que actuar actuaba. Es lo que contemplamos
hoy en el hecho que nos narra el evangelio. El acontecimiento está incluso muy
cercano a lo que fue su entrada triunfal en Jerusalén cuando fue aclamado por
la multitud y por los niños, aunque otro evangelista nos lo presenta en otro
momento.
Jesús que
llega al templo se encuentra con aquel espectáculo de vendedores de animales,
cambistas con sus dineros y todo el mercado que se había montado alrededor, como ya hemos tenido
ocasión de comentar. Es un momento duro y fuerte en la actuación de Jesús, pues
derriba las mesas de los cambistas y expulsa del templo a todos aquellos que lo
habían convertido en un mercado. ‘Escrito
está: Mi casa será casa de oración; pero vosotros la habéis hecho una cueva de
bandidos’. Aunque también a
continuación nos dice el evangelista que ‘todos los días enseñaba en el
templo’.
¿Era Jesús el que era aclamado por la
gente que incluso en una ocasión, después de la multiplicación de los panes,
habían querido hacerle rey? ¿Era Jesús el Mesías esperado y en quien tantas
esperanzas habían puesto muchos en Israel? ¿Era Jesús el que era seguido por
multitudes incluso hasta cuando se alejaba a lugares apartados? ¿Era Jesús el
que quería comenzar algo nuevo, lo que él llamaba el Reino de Dios, y que había
de convencer a la gente que habían de seguirle y hacer lo que les enseñaba? Una
reacción como ésta que hoy manifiesta al expulsar a los vendedores del templo
¿le ayudaría en verdad a realizar su misión y que la gente estuviera contenta
con su predicación para seguirle de verdad y constituir el Reino de Dios?
Algunos dirían que no hizo lo
políticamente correcto. Veremos incluso como enseguida ‘los sumos
sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él’. No
era del agrado de los dirigentes cuando quizá podrían ver en peligro sus
intereses en que todo siguiera como estaba. ¿Quién estaría detrás de todo aquel
montaje que ahora Jesús quiere desmontar? Ya sabemos las consecuencias.
Claro que todo esto tiene que hacernos
pensar para el hoy de nuestra vida, de nuestro mundo, de nuestra iglesia
incluso. ¿Nos estará interpelando Jesús por nuestras cobardías, por nuestra
incongruencia, por nuestra falta de rectitud y veracidad en la vida? Nos
analizamos a nosotros mismos para ver hasta donde llega la sinceridad de
nuestra vida, pero mucho tenemos que mirar para la sociedad que nos rodea, esa
sociedad que estamos creando, como para nuestro actuar también como iglesia en
medio del mundo. ¿Andaremos también con dobles caras y dobles medidas?
¿Nos estaremos contagiando en esa falta
de rectitud y de veracidad? Quien quiera entender que entienda. ¿Seremos en
verdad la iglesia de la misericordia con todos y en toda situación o nos
dejaremos llevar por las acciones vengativas que llaman muchas veces justicia
de nuestra sociedad?
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