Descubramos
cuál es nuestra verdadera riqueza que Dios ha puesto en nuestras manos y que
tenemos que saber valorar, saber en consecuencia desarrollar
Apocalipsis 4, 1-11; Sal 150; Lucas 19,
11-28
¿Seremos
nosotros capaces de tener tanta confianza en alguien como para confiarle a su
cuidado los bienes más preciosos que tengamos? Andamos llenos de temores
siempre y asoma fácilmente la desconfianza. ¿Será capaz de cuidarlos? ¿Sabrá
obtener beneficio de algo que va a estar en sus manos para su cuidado? Estaremos
quizá con ojo avizor.
Jesús hoy nos
propone una parábola donde precisamente se manifiesta esa confianza. Aquel
hombre noble que tenía sus buenas ambiciones de ser rey y quiere ir a buscar
ese título, mientras marcha confía sus bienes más preciados, con los que querrá
contar cuando vuelva con su título de rey, a una serie de personas de su
confianza. ¿Quizá como una prueba para ver hasta donde son capaces para luego
confiarles las ciudades de su reino? A la vuelta verá quien ha respondido con
fidelidad a esa confianza.
Ya conocemos
el desarrollo de la parábola. No todos respondieron de la misma manera. Alguno
temeroso no solo no negoció aquellos valores que habían puesto en sus manos,
sino que con miedo a perderlo lo que hizo fue enterrarlo para evitar que de
alguna manera pudiera desaparecer. Y ya conocemos la reacción de aquel nuevo
rey.
¿Qué nos
quiere decir Jesús? Nos está hablando Jesús del Reino de Dios. Precisamente en
su subida a Jerusalén algunos andaban pensando si era el momento ya de
manifestarse el Reino que Jesús tanto había anunciado. Pero parecía que andaban
en otra honda. Seguían con sus
ambiciones nacionalistas y no eran capaces de salirse de esos planteamientos
tan materialistas y tan guerreros. Es algo distinto lo que Jesús nos ofrece, es
algo bien distinto ese Reino de Dios que Jesús nos anuncia.
De alguna
manera estaría preguntándoles ¿en ustedes se puede confiar como para poner en
vuestras manos la constitución de ese Reino? Y Jesús quiere confiar en
nosotros, poner en nuestras manos su tesoro más precioso, pero tenemos que
saber entender y valorar lo que está en nuestras manos.
¿Seremos
capaces de valorar ese tesoro de la vida que desde que Dios nos ha creado ha
puesto en nuestras manos? ¿Cómo vamos a entender ese tesoro de la vida? Pensemos
en la riqueza grande que hay en nosotros; no miremos los bolsillos, ni las
cuentas corrientes, ni nuestras propiedades materiales por muy valiosas que
sean. Esa no es la verdadera riqueza de la vida.
Está en lo
que somos, está en lo que tenemos en el corazón, está en lo que somos capaces
de hacer cuando nos proponemos hacer el bien, está en nuestra capacidad de amar
y crear unas nuevas relaciones entre todos nosotros, está ese deseo de la paz y
de la justicia, está la autenticidad y sinceridad con que tenemos que
mostrarnos. Esa es nuestra verdadera riqueza que tenemos que saber valorar,
saber en consecuencia desarrollar.
¿Qué estamos
haciendo con todas esas capacidades? ¿Estaremos desarrollando todos esos
valores? ¿En verdad estaremos haciendo el mundo más bello, más humano, más
justo, más lleno de paz? ¿O acaso estaremos enterrando esos talentos porque nos
dejamos comer por la guerra, por la violencia, por los odios, por la vanidad y
la falsedad de la vida, por nuestras envidias que nos envenenan, por nuestros
orgullos que nos endiosan?
Dios quiere
poner su confianza en nosotros para que en verdad construyamos el reino de
Dios, ¿qué respuesta estamos dando?
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