El
anuncio del evangelio trata de sembrar siempre esperanza y paz en los
corazones, aún en los momentos difíciles invitándonos a la responsabilidad y al
compromiso
Malaquías 3, 19-20ª; Sal 97; 2Tesalonicenses
3, 7-12; Lucas 21, 5-19
La historia
es un devenir de situaciones que en momentos nos parecen difíciles y
complicadas, situaciones de crisis donde todo parece que se pone en duda, con
otros momentos si no de prosperidad total sí de un cierto bienestar y
prosperidad que muchas veces parece que nos hacen olvidar cual es el camino y
cual es la meta que perseguimos en la vida.
unos y otros momentos según la manera en que los vivamos o nos
enfrentemos a esas situaciones pueden devenir en cierta crisis, una veces por
los miedos que nos paralizan y otras porque hay cosas que nos pueden llevar a
una pérdida de los verdaderos valores que le podrían dar un mejor y mayor
sentido a nuestras vidas.
Siempre en
medio de todas esas situaciones nos aparecen profetas, muchas veces profetas de
calamidades que nos anuncian hecatombes que nos pueden llenar de angustias. Son
esos ‘profetas’ (y los tenemos que poner entre comillas) que no nos anuncian
sino destrucción y muerte, que no encienden la esperanza, que nos llenan de
angustia el alma con lo que nos sentimos más turbados y cegados para encontrar
caminos que nos puedan llevar a la luz.
¿No los
tuvimos también en medio de los momentos difíciles que hemos pasado últimamente
con pandemias, con catástrofes naturales, con guerras como hemos estado
viviendo? Cuantos mensajes de desaliento hemos recibido también de esos
profetas de calamidades, como hemos querido llamarlos. Aprovechan cualquier
situación difícil o los mismos acontecimientos de la naturaleza para llenarnos
el alma de esos miedos hablando de tiempos apocalípticos, sin haber entendido
siquiera lo que en si significa la palabra Apocalipsis.
Hoy nos
encontramos con una de esas páginas duras del evangelio a las que se les da
muchas veces ese apelativo de apocalípticas. Se entremezclan diversas
consideraciones en el texto del evangelio, desde situaciones que ya había
vivido quizá el propio evangelista que nos trasmite el mensaje del evangelio,
como había sido la destrucción del templo y de la ciudad de Jerusalén, que es
cierto Jesús proféticamente había anunciado, como hoy mismo escuchamos.
Quizás en los
momentos en que se escribió el evangelio los judíos y en consecuencia también
los cristianos habían comenzado a pasar por momentos difíciles desde los
caprichos de las autoridades romanas que lo llenaban todo de destrucción y
muerte con sus diversas persecuciones que vivieron también los propios judíos.
Y cuando se están viviendo situaciones difíciles así fácilmente nos lleva a
considerar que esto es el fin, que se nos viene encima el final de los tiempos.
Es lo que nos aparece hoy en el evangelio.
Pero el
evangelio es buena noticia, como su misma palabra indica. El anuncio que nos hace el evangelio no puede ser un anuncio
de muerte. El anuncio que se nos hace en el evangelio trata de sembrar
esperanza y paz en los corazones, a pesar de los momentos difíciles por los que
puedan estar pasando los destinatarios del evangelio. Es el sentido de la
palabra Apocalipsis, esperanza, un rayo de luz que siembra esperanza en medio
de las oscuridades por las que podamos estar pasando.
Es a lo que
nos invita hoy el evangelio. ¿Cómo ha terminado el texto que hoy se nos ofrece? ‘Pero
ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis
vuestras almas’.
Ha ido repasando diversas situaciones, como hemos recordado, la destrucción de Jerusalén, lo que pueden ser los tiempos finales que un día han de llegar, pero antes en el camino de en medio, podríamos decir así, no faltarán momentos de dificultad, momentos incluso de persecución. ¿Y qué nos dice Jesús? No tengáis miedo. No tenemos ni por qué preocuparnos con qué palabras hemos de defendernos; nos promete la asistencia del Espíritu Santo que como Defensor estará con nosotros. ‘Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro’.
Como hemos
venido diciendo el evangelio de Jesús siempre es un anuncio de esperanza. Es
una invitación a la perseverancia, a vigilar, a estar despiertos para no
dejarnos envolver por esos nubarrones de pesimismo y de muerte; para no dejar
que el miedo se nos meta dentro y nos llene de angustia, para no dejarnos
confundir con falsos profetas. Tenemos una tarea que realizar y sabemos que no
es fácil, pero no estamos solos. El nos prometió que estaría siempre con
nosotros hasta el final de los tiempos. Siempre tendremos la luz al final del túnel,
al final del camino.
Es la
esperanza que siempre tiene que reinar en nuestro corazón. Es el compromiso con
que hemos de vivir nuestra vida. Aquello que nos dice san Pablo que el que no
trabaja que no coma, es esa invitación a la responsabilidad en nuestra tarea,
en el lugar que ocupamos en la vida, en las tareas que tenemos que realizar, en
ese compromiso por el evangelio que tenemos que anunciar.
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