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sábado, 3 de mayo de 2025

Jesús no solo nos señala el camino sino que El mismo se hace camino para que por El vayamos al Padre, siendo también nuestro compromiso de ser camino para los demás

 


Jesús no solo nos señala el camino sino que El mismo se hace camino para que por El vayamos al Padre, siendo también nuestro compromiso de ser camino para los demás

1Cor. 15, 1-8; Sal. 18; Jn. 14. 6-14

Me vienen a la memoria dos hechos que podríamos llamar anécdotas de viaje en dos ocasiones distintas y también en distintas ciudades en que en un momento determinado me encontré perdido sin encontrar en un caso la salida de la ciudad y en el otro caso el lugar a donde me dirigía; en un caso un señor amablemente nos explicó detalladamente las vueltas que teníamos que dar, los cruces que nos íbamos a encontrar, las direcciones en cada cruce que debíamos tomar; tuvo que repetírnoslo varias veces porque era difícil recordar tantos datos como nos estaba suministrando. En la otra ocasión encontrándome perdido también, al pedir ayuda a alguien que me encontré, como según me decía iba a ser difícil que recordara todas las indicaciones se ofreció a subirse conmigo en el coche para hacer un trecho de ese camino dejándome a las puertas del lugar a donde me dirigía; el guía, podíamos decir, hizo camino conmigo, se hizo camino para que yo encontrará la meta.

¿No será eso lo que nos está diciendo hoy Jesús en el evangelio? Había venido como Palabra de Dios que plantaba su tienda entre nosotros; con su Palabra había ido desgranando en sus enseñanzas y en sus palabras todo lo que tenía que ser nuestra vida para que llegáramos a vivir el Reino de Dios; pero no se redujo solo a enseñarnos de palabra sino que hizo camino con nosotros; las señales del Reino de Dios que tan maravillosamente nos describe en las parábolas y en todas sus enseñanzas las vemos palpables en los signos que iba realizando, que no eran solo los milagros sino que era toda su vida, su cercanía y su ternura, su presencia y su caminar con nosotros.

Por eso  hoy nos dirá en el evangelio que es el Camino. ‘Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida. Nadie va al Padre sino por mi’. Se puso en camino con nosotros, se hizo camino para nosotros; nos ofrece la verdad de la salvación, El es la Verdad que nos salva; nos ofrece el alimento de su vida, ‘yo soy el Pan de vida’ nos dirá, se hace alimento y vida para nosotros, es nuestra vida porque seguirle es vivirle a El.

Por eso nos podrá decir que verle a El es ver a Dios; el rostro de Dios decimos tantas veces recordando que lo que es el amor y la misericordia de Dios se manifiesta en Jesús. El ha sido la revelación de Dios, porque ‘nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar’, por eso ante la pregunta de los discípulos diciéndole que les muestre al Padre, que les muestre a Dios, nos dirá simplemente que le miremos a El, ‘quien me ve a mí, ve al Padre’. El no hace otras cosa que las obras de Dios, las obras del Padre. Por eso es tan importante que en El pongamos toda nuestra fe.

Será todo lo que va a motivar nuestra vida; la fe que mueve montañas, como nos diría en alguna ocasión, es la fe que va a mover nuestra vida, que va a transformar nuestra vida, que va a hacer que nuestra vida sea distinta. ¿No decíamos que Jesús es la Vida? Pues nuestra vida ya no puede ser otra cosa desde que decimos que tenemos fe en Jesús, que vivir su vida.

Como Jesús nosotros también tenemos que hacernos camino. Es el evangelio que tenemos que trasmitir, que anunciar. Lo haremos con nuestras palabras, pero tenemos que hacerlo con el signo de nuestra vida. Quienes nos ven tendrían que verse motivados a creer, motivados a algo nuevo que estarán viendo en nosotros, motivados a vivir de forma distinta queriendo acercarse a Jesús. Pero ¿estaremos siendo en verdad esos signos para el mundo que nos rodea? Una pregunta importante para reflexionar, para revisarnos, para dejarnos transformar por esa fe, para que nos convenzamos de verdad que tenemos que realizar una conversión de nuestra vida.

No lo olvidemos porque seguimos a Jesús que es camino, nosotros también tenemos que hacernos caminos para los demás, para ese mundo que nos rodea. Tremendo compromiso.

viernes, 2 de mayo de 2025

Seamos capaces de ver las semillas que Dios van sembrando en nuestros corazones, germen del Reino de Dios y no excusa para nuestros intereses

 


Seamos capaces de ver las semillas que Dios van sembrando en nuestros corazones, germen del Reino de Dios y no excusa para nuestros intereses

Hechos, 5, 34-42; Sal. 26M Jn. 6, 1-15

Se suele decir que cada cual quiere arrimar el ascua a su sardina; la imagen de los codazos de los que están al lado de la parrilla queriendo que el mejor fuego, el mejor calor le llegue a la porción que cada cual está asando viene a expresar muy bien los codazos que nos damos en la vida para hacer que nuestras ideas prevalezcan, queramos decir que lo nuestro es lo mejor y seamos capaces de llegar a tergiversar lo que dicen o hacen los otros para aprovecharlo a favor nuestro; nos hacemos incluso manipuladores haciendo decir a los otros no lo que realmente piensan sino resaltando lo que puedan coincidir para darnos autoridad a nosotros mismos. Los que con verdadera autoridad moral nos hablan siempre están en peligro de ser mal interpretados, o aprovechar cualquier resquicio para arrimarlos a nuestras ideas.

Hoy vemos en el evangelio que tras aquel episodio que llamamos habitualmente de la multiplicación de los panes, al final la gente entusiasmada quieren hacerlo rey. Había unas ansias y sueños en la gente del pueblo y cierto movimiento generalizado en el deseo de la pronta venida del Mesías para verse liberados de la dominación de los romanos. ¿Ansias de la llegada de un auténtico Mesías? Se confundía lo que estaba anunciado por los profetas y estaba en la base de la fe del pueblo de Israel con esos resabios políticos de liberación de los poderes extranjeros. Son las confusiones que veremos a lo largo del evangelio en mucha gente con lo que piensan o esperan de Jesús. Hasta entre los mismos apóstoles había algunos que procedían de esos grupos llamados los celotes, pero también vemos las ansias de los hermanos Zebedeos por alcanzar los primeros puestos al lado del poder del Mesías.

Hoy la gente quiere hacerlo rey. ¿Han comprendido en verdad el significado de lo que Jesús ha hecho? Leamos con atención el evangelio y vemos que todo parte de ese corazón misericordioso y compasivo de Jesús. Allí estaba aquella multitud que seguía a Jesús por todas partes porque veía lo que hacía con los enfermos, comienza diciéndonos el evangelista. Jesús les habla, les enseña, les anuncia el Reino de Dios y no sabemos cuántas cosas les hablaría Jesús en aquel momento para moverles los corazones a que en verdad vivieran en el sentido del Reino de Dios que Él nos anunciaba.

Y Jesús se mueve a compasión al ver aquella multitud, que hasta se han olvidado de llevar suficientes provisiones a la hora de ponerse a seguir a Jesús. Y surge la cuestión de cómo alimentarlos; vemos el diálogo con los discípulos más cercanos, con los apóstoles. ‘¿Con qué compraremos panes para que coman estos?’

Pero Jesús sabía por qué se hacía esta pregunta. Estaba moviendo de alguna manera a los que le seguían más de cerca para no cruzarse de brazos, a no quedarse en la pasividad de que no hay nada que hacer. Hay que abrir caminos, hay que buscar soluciones, hay que aprovechar hasta lo más pequeño o que nos parezca insignificante porque puede ser principio de algo grande, como así sucedió entonces. Pero es Jesús que está despertando los corazones, queriendo despertar esperanzas pero también movernos al compromiso y a la acción. Son las semillas del Reino de Dios que quiere ir sembrando en nosotros. Fue su compasión y fue la disponibilidad lo que abrió nuevos caminos y toda la multitud pudo alimentarse.

Pero muchos no van a saber discernir esas semillas que Dios quiere sembrar en nuestros corazones, algunos quizás en su entusiasmo querrán aprovechar la oportunidad para sacar esos resabios de mesianismo que llevaban en sus corazones. Querían hacerle rey. ¿Una insurrección contra el poder establecido, un movimiento político arrancando de un Reino de Dios que Jesús anunciaba y que era otra cosa?

Cuidado que también nosotros nos queramos aprovechar de las semillas que Dios va sembrando en nuestro corazón para utilizarlo para nuestros intereses muy partidistas en ocasiones o muy egoístas e interesados otras veces. ¿Qué es lo que en verdad Dios va sembrando en nuestros corazones? ¿Qué es lo que tiene que ser el centro de nuestra vida? ¿Con qué sentido miramos algunas veces el actuar de la Iglesia?


jueves, 1 de mayo de 2025

Creer en Jesús es poseer la vida eterna, es sentirnos poseídos por Dios y llenos de Dios, Dios es ya posesión nuestra metido en todo nuestro ser para hacernos un hombre nuevo

 


Creer en Jesús es poseer la vida eterna, es sentirnos poseídos por Dios y llenos de Dios, Dios es ya posesión nuestra metido en todo nuestro ser para hacernos un hombre nuevo

Hechos de los apóstoles 5, 27-33; Salmo 33; Juan 3, 31-36

Hay cosas en la vida que nos impactan y dejan huella en nosotros, huella que no es solo un recuerdo que no podemos quitar de la cabeza, que eso también sucede, sino que quizás a partir de ese momento vemos las cosas de otra manera, nos impulsa a tomar decisiones importantes para nuestra vida o nos llevan a vivir distinto. Un accidente que presenciamos o en el que nos vimos envueltos y del que salimos ilesos, una palabra de alguien en un momento determinado que se convirtió para nosotros en algo solemne y único, las palabras de un moribundo podríamos pensar, algo que vimos hacer a alguien que nos resultó insólito y sorprendente por el convencimiento con que lo hacía, y así cada uno podemos pensar en ocasiones distintas de la vida que nos hemos sentido impactados de forma extraordinaria.

Podemos pensar en cosas de la vida ordinaria, hechos reales que hemos vivido, o entramos en un ámbito más espiritual y estamos hablando de la fe. Una fe que no se reduce a una tradición, algo que nos han transmitido aunque eso tiene también su importancia y sigue siendo algo fundamental, sino una fe que ha ido creciendo en nuestro interior, pero desde lo que nosotros vivimos, desde las experiencias humanas y religiosas, espirituales que hayamos tenido.

Quizás vivimos tan materializados, tan imbuidos por el ambiente que nos rodea que todo lo reduce a lo material, a lo sensorial que nos produzca placeres, y tenemos el peligro de perder esa sensibilidad espiritual que tiene que formar parte también de nuestra vida. Nos quedamos fácilmente en la corteza, pero no sabemos llegar a lo hondo donde está la verdadera sabia de nuestra vida; quizás en ocasiones pasamos por momentos de experiencia espiritual e incluso religiosa, y lo materializamos tanto que podemos quedar solo disfrutando de la belleza externa que vienen a ser como adornos, que es cierto también nos pueden ayudar, pero no calamos hondamente en esa experiencia espiritual que podamos estar viviendo; cuando nos falta esa hondura salimos, es cierto, encantados por esa belleza externa, pero no espiritualmente impactados.

Lo vivido días pasados con la muerte del Papa Francisco, podría ser una experiencia espiritual intensa, pero puede ser que nos quedemos en la anécdota, la solemnidad del acto, algo así como en el espectáculo, las personas o personajes que han intervenido, pero no hemos sabido descubrir una voz que en lo hondo nos esté hablando desde la figura, la vida y la muerte del Papa Francisco. Es la experiencia de Dios lo que tenemos que saber encontrar, saber vivir en cualquier cosa que vivamos, porque Dios llega a nosotros de mil maneras y en todos los acontecimientos y en todas las partes. ¿Tendremos que aprender a despertar la fe?

Es esa experiencia de la fe que nos transforma, que le da hondura a nuestra vida, que le hace adquirir un nuevo sentido y valor, es lo que nos hace sentirnos con nueva vida. Y esa experiencia de fe es algo más que un impacto que nos hace guardar un recuerdo o dejar una huella, algo que no podemos olvidar; es eso y mucho más, porque eso se va a hacer vida en nosotros, es lo que nos va a hacer vivir de verdad y entonces todo tendrá un nuevo sentido, como decíamos, un nuevo valor.

Hoy el evangelio nos dice que creer en Jesús es algo maravilloso porque nos hace poseer la vida eterna. Y cuando nos habla de vida eterna, no estamos pensando en el más allá después de la muerte, sino que esa vida eterna es lo que ahora estamos viviendo, porque es sentirnos poseídos por Dios y sentirnos llenos de Dios, porque es sentir que Dios es ya posesión nuestra porque así está metido en nuestro corazón, en nuestro espíritu, en todo nuestro ser.

Y eso nos hará vivir, entonces, de manera distinta, de manera nueva; es por eso que decimos que los que creemos en Jesús somos hombres nuevos, algo distinto a cuando vivíamos sin esa fe, sin ese Jesús poseyendo nuestra vida. ‘El que cree en el Hijo posee la vida eterna’. ¿Será así como estamos viviendo nuestra fe? ¿Será así como nos sentimos poseedores de esa vida eterna?

miércoles, 30 de abril de 2025

El juicio de Dios siempre es el del amor, porque así nos amó que nos entregó a su propio hijo no para condenar sino para salvar al mundo

 


El juicio de Dios siempre es el del amor, porque así nos amó que nos entregó a su propio hijo no para condenar sino para salvar al mundo

Hechos, 5, 17-26; Sal. 33; Juan 3, 16-21

El camino de las relaciones de los hijos con los padres nunca puede ser el del temor sino el del amor; cuando nos metemos de verdad en el carril del amor nuestro rostro es el de la felicidad porque nos sentimos amados, porque descubrimos que todo aquello que nos diga o nos haga nuestro padre estará guiado siempre por el amor; por eso ante el padre que nos ama no nos escondemos, aunque a veces podamos equivocarnos y cometer errores, porque sabemos que nuestro madre no tiene la pesa o el metro en sus manos para medir cuanto hacemos y si nos pasamos o no llegamos a la medida porque El está ahí para animarnos y alentarnos, para guiarnos pero también para ser luz para que nosotros podamos también ver con claridad cuales han de ser nuestros caminos; con el padre no andamos tampoco con mezquindades si lo amamos de verdad midiendo hasta donde llegamos, pesando como para llevar una contabilidad de lo que hacemos, ni exigiendo porque nos sintamos con derechos a recompensas; la mas hermosa recompensa es la de amar y sentirnos amados.

Algunas veces, es cierto, esto no lo vemos con total claridad ni lo realizamos así, porque manchamos de miserias nuestro amor y ya no es tan autentico, pero aunque no lo veamos sabemos que el padre siempre estará esperando para darnos el abrazo de su amor. Y esto que estamos diciendo tiene también su reflejo en lo que es nuestra relación con Dios. Es el Padre que nos ama y nos ama con un amor tan infinito que es eterno, un amor tan fiel que por muchas que sean nuestras infidelidades siempre nos estará ofreciendo ese abrazo de perdón, siempre estará saliendo a nuestro paso para buscarnos y hacer que retornemos a esos caminos del amor.

Es el mensaje tan bonito que nos ofrece hoy el evangelio. Con toda rotundidad y con toda también solemnidad nos está hablando de ese amor de Dios. Lo hemos escuchado muchas veces pero no terminamos de saborearlo en toda su riqueza. Hay palabras ante las que no es necesario comenzar a hacer muchos comentarios, sino simplemente contemplarlas desde el corazón, rumiarlas repitiéndonoslas una y mil veces para hacerlas en verdad vida de nuestra vida.

Tanto amo Dios al mundo, tanto nos amó Dios porque es un amor muy personal y muy concreto donde también tendríamos que decir, tanto me amó Dios, que entregó a su Hijo Unigénito, no paraba de buscar lo mejor que podía ofrecernos, nos había regalado la vida, nos había puesto en este mundo que había puesto en nuestras manos, nos había acompañado en nuestra historia y nuestro camino, pero no se quedó ahí, desde toda la eternidad había decidido entregarnos a su Hijo, para que todo el que cree en El no perezca sino que tenga vida eterna. ¿Podíamos esperar más? En ese pensamiento nos podríamos quedar, ante ese amor tenemos que responder, desde ese amor hemos de emprender el camino, camino que tiene que ser igualmente de amor.

Pero el Hijo viene con amor. Enviado del Padre por amor es para nosotros la muestra más hermosa del amor. Y será amor lo que nos enseña, será amor lo que es su vida, será amor que nos llena de vida. No para la muerte sino para la vida, no para hacernos perecer aunque muchas veces no nos merezcamos tanto amor, sino para seguir ofreciendo siempre vida, y no una vida cualquiera, vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por El.

El juicio de Dios será siempre el del amor, el de la compasión, el de la misericordia. No viene para pillarnos en nuestros errores y en nuestras infidelidades sino para siempre ofrecernos su corazón compasivo y misericordioso. Estoy pensando en la mirada de amor de Jesús a Pedro momentos después de su negación. Pedro, es cierto, lloraría amargas lágrimas de dolor pero Pedro aprendió a seguir ofreciendo amor, porque en aquella mirada estaba la comprensión y la misericordia de Dios. Por eso no podrá responder de otra manera en aquel examen de amor a orillas del Tiberíades. ¡Tú, Señor, lo sabes todo, tú sabes que te amo!

 

lunes, 28 de abril de 2025

Un nido de amor, un corazón ardiente que hará vibrar de una forma nueva nuestro corazón, remanso de paz que restaura nuestras fuerzas perdidas, es ardor en nuestro corazón

Un nido de amor, un corazón ardiente que hará vibrar de una forma nueva nuestro corazón, remanso de paz que restaura nuestras fuerzas perdidas, es ardor en nuestro corazón

1Jn. 1, 5-2,2;  Sal. 102; Mt. 11, 25-30

Que bueno es encontrar un rayo de luz en medio de las turbulencias de una tormenta; qué bueno encontrar un corazón acogedor cuando nos vemos atormentados por los problemas de la vida, por las incomprensiones de los demás, o por las angustias que llevamos en el corazón. Es un asidero de paz, es un nido de calor, es la serenidad de una tarde apacible que siempre nos va dejando un rayo de luz para nuestro sendero. Qué bien nos sentimos, qué fuerza de ánimo surge en nuestro interior, qué caminos nuevos se nos abren, que fortaleza nueva sentimos en nuestras piernas para seguir haciendo el camino.

Así tenían que sentirse los que rodeaban a Jesús, los que venían a su encuentro. Hoy el evangelio nos ofrece un momento en el que se destapa la ternura del corazón de Cristo. Deja traslucir la emoción que siente en su interior cuando son los pequeños y los sencillos los que se acercan a El, con alegría da gracias al Padre por poder vivir esos momentos, se derrama su ternura con aquellos que con humildad y sencillez le escuchan porque son ellos los que desde esa pureza de corazón pueden conocer el corazón de Dios. 

Vivirán con sus angustias y sus agobios, desde la pobreza de sus vidas que por otra parte se ven atormentados en sus carencias pero también por las desesperanzas que se meten en el alma; pero no han perdido el resplandor de la humildad para reconocerse pobres y necesitados y por eso buscan con ansias esa paz que les llene su espíritu; son los que desde su pobreza, su sencillez y su humildad más pronto podrán entrar en la sintonía de Dios. No se han recubierto con la corteza de la autosuficiencia ni del orgullo, se saben pobres y necesitados y con esa humildad se abren a Dios. 

‘Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien’. Son los que siempre han rodeado a Jesús, desde aquellos pastores que a la voz de los ángeles acudieron al establo de Belén, como aquellos que ahora le rodeaban y a El acudían con sus sufrimientos y sus pobrezas, le escuchaban a la orilla del lago, o salían a su encuentro en caminos o en desiertos, se sentaban a sus pies en la montaña habiendo acudido de lejos para estar con él o como María de Betania no perdía una de sus palabras sentado a su lado en el patio de su casa. 

Y Jesús tenía mucho que ofrecerles, curaba sus heridas o sus dolencias, les devolvía la dignidad de sus vidas haciéndoles volver con gozo al encuentro de los suyos, abría los ojos del alma y llenaba de esperanza sus corazones, para todos tenía una palabra de consuelo y de paz, una palabra que ponía en camino liberándoles del peso de tantas camillas en las que se sentían postrados, y les liberaba del mal más profundo que había dado muerte a sus vidas ofreciendo siempre el perdón, la misericordia y la paz. 

‘Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, les dice, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera’. En su mansedumbre, en la humildad de su corazón encontraremos nuestro descanso. Seguirle no es una carga insoportable, sentirnos acogidos por la ternura de su corazón nos hará encontrar la paz. Es un nido de amor, es corazón ardiente que hará vibrar de una forma nueva nuestro corazón, es el remanso de paz que restaura nuestras fuerzas perdidas, es quien va a poner ardor en nuestro corazón.

 


No es simplemente un espíritu joven lo que nos identifica como cristianos, sino un nuevo nacimiento que nos hace unos hombres nuevos

Hechos de los apóstoles 4, 23-31; Salmo 2; Juan 3, 1-8

¿Siendo viejo se puede a la vez ser joven? Pudiera parecer a primera vista que es algo incongruente si pensamos en la vejez como en un número de años acumulados con sus consecuencias y ser joven es solo la vitalidad que se tiene con un número de años normalmente corto. Sin embargo muchas veces decimos, y es algo que repetimos los que somos mayores que tengamos muchos años sin embargo nos sentimos jóvenes, nos sentimos con espíritu joven por nuestras ganas de vivir; y también es un halago que con facilidad recibimos de alguien que cuando nos ve nos dice que aun parecemos jóvenes, halagos que nos agradan aunque reconozcamos nuestras limitaciones por el paso de los años. Parece un galimatías, pero así son también nuestros lenguajes o son las apariencias que queremos mostrar en la vida.

Sin embargo hoy Jesús en el evangelio nos dice algo mucho más atrevido; la ocasión fue la visita que le hace de noche - ¿por qué iría de noche o en qué oscuridades sentía que se encontraba? Podríamos preguntarnos – un magistrado judío, perteneciente al Sanedrín como veremos en otra ocasión, llamado Nicodemo. Algo había encontrado en Jesús que, aun guardando las apariencias, va a ver a Jesús para escuchar directamente sus palabras. ‘Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él’, es como el saludo o presentación que hace de si mismo y del reconocimiento en Jesús de alguna autoridad.

Y Jesús comienza haciendo una afirmación que resulta fundamental, aunque en principio le cueste interpretar a quien incluso se consideraba maestro en Israel o al menos perteneciente al grupo de los que pretendían ser dirigentes del pueblo, por su condición de magistrado y probablemente maestro de la ley. En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios, le dice Jesús.

Habla Jesús de nacer de nuevo. Es lo que le cuesta entender a Nicodemo. ¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer? No es ya aquello con lo que comenzábamos nuestra reflexión de aunque viejos nos sentimos jóvenes, nos sentimos con espíritu joven; Jesús habla de un nuevo nacimiento, de un volver a nacer. Está hablándonos Jesús de una radicalidad esencial para quienes quieren seguirle, para quienes quieren ver, vivir el Reino de Dios. Ya en otros momentos nos dirá que no podemos andar con componendas, con remiendos, sino que hemos de buscar un paño nuevo para un vestido nuevo, unos odres nuevos para un vino nuevo.

En la vida andamos demasiado con arreglitos, corregimos esto por aquí, enderezamos por allá, pero en el fondo seguimos siendo los mismos. Pero Jesús nos habla de un hombre nuevo – será luego san Pablo quien emplee con radicalidad esa expresión – porque es un nuevo nacimiento. Algo que por nosotros mismos no podremos hacer, porque solo sabemos hacer, como decíamos, arreglitos. Algo que solo podremos hacer desde la fuerza del espíritu.

Por eso Jesús nos hablará de un nacer del agua y del espíritu; algo que hemos convertido en una referencia o un anuncio a lo que es significa el bautismo en Jesús. ‘En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu’. El Bautismos en Jesús no es solo lavar lo manchado, el bautismo en Jesús es una transformación para comenzar a vivir una nueva vida.

Es lo que ahora estamos renovando en la celebración de la Pascua. Por eso en la noche de la resurrección del Señor, mientras celebrábamos la vigilia pascual nos llenábamos de signos como la luz y como el agua. En esa noche se bendecía el agua bautismal para celebrar los nuevos bautismos, pero era también el agua de la que nos dejábamos bañar para así recordar de nuevo nuestro bautismo, para hacer una renovación de lo que fue nuestro compromiso bautismal.

Porque es algo que tenemos que tener siempre presente; y el signo del agua bautismal nos acompañará en muchas de nuestras celebración con la aspersión del agua como una purificación antes de comenzar nuestras celebraciones, que utilizaremos como un signo de bendición cuando queremos sentir a través de un objeto religioso la presencia de Dios en nuestra vida, que llevaremos con nosotros no como un amuleto que nos libre de peligros o de malos espíritus – nunca la podemos utilizar como una superstición -, y con la que finalmente seremos aspergeados a la hora de nuestra muerte en nuestra sepultura para recordar que un día recibimos esa agua que nos hizo hijos de Dios.

No lo olvidemos, no es simplemente un espíritu joven, sino un nuevo nacimiento que nos hace unos hombres nuevos.

domingo, 27 de abril de 2025

En este domingo de la misericordia sintamos cuan cerca hemos de estar del corazón de Cristo y llenar de misericordia nuestro corazón y así disfrutaremos de su paz

 


En este domingo de la misericordia sintamos cuan cerca hemos de estar del corazón de Cristo y llenar de misericordia nuestro corazón y así disfrutaremos de su paz

Hechos, 5, 12-16; Sal. 117; Apocalipsis, 1, 9-13

Hay momentos, hay ocasiones en que andamos como nerviosos, inquietos preocupados, los problemas parece que se nos multiplican, dificultades para salir quizás de hoyos de la vida en que nos hemos visto metidos, cosas de tiempos pasados cuyos recuerdos se nos hacen pesarosos, situaciones en las que vemos que no avanzamos como deseamos porque las pendientes de la vida se nos vuelven montañas a escalar…pero que cambio de actitudes, de humor, de optimismo incluso si en un momento determinado nos encontramos con una persona que solo su presencia nos devuelve la paz; nos sentiremos renacer, con nuevos bríos y entusiasmos, no nos lo podemos callar y a todos le contamos esa experiencia de encuentro que tanto revalorizó nuestra vida.

Es la experiencia que se nos ofrece para vivir en este tiempo de Pascua; es la experiencia vivida por los apóstoles que allá en el cenáculo estaban encerrados después de todo lo que le había acontecido a Jesús. No levantaban cabeza, afloraban los miedos y desconfianzas porque a ellos, que habían estado siempre con Jesús, les podía suceder lo mismo; vendrían los recuerdos de lo que Jesús les había dicho, pero también de los malos momentos que vivieron por lo que de alguna manera habían huido escondiéndose en el cenáculo; aquellas preguntas que le habían hecho a Pedro que le había hecho dudar y portarse con cobardía, pensaban que podían ser un principio de que con ellos también se metieran y les pasara igual; estaban las dudas y su incredulidad también para creer a las mujeres que habían ido de mañana al sepulcro, lo habían encontrado vació, y hablaban de apariciones de ángeles que ellos no creían.

Pero llegó Jesús. En medio de sus oscuridades apareció la luz y con la presencia de Jesús entre ellos renació la paz de sus corazones. Fue el saludo repetido de Cristo, paz a vosotros. Era como decirles, pero ¿por qué andáis tristes y aquí encerrados? ¿Cuáles son los miedos que os atormentan? ¿Qué es lo que os está pesando en vuestro espíritu para que andéis así? Aquí está mi paz. Tenemos que aprender a encontrar esa paz que Jesús nos ofrece.

Podrá haber inquietudes en nuestro espíritu, pero tenemos que aprender a mantener siempre la paz del corazón. Nos llenamos de miedos por las oscuridades que nos ofrece la vida y que tenemos que atravesar, pero podemos hacerlo con paz y serenidad de espíritu porque sabemos a qué meta nos dirigimos, pero sabemos quien está con nosotros, aunque nuestros ojos se cieguen tantas veces. Nos sentimos atormentados en nuestros recuerdos y ya hasta desconfiamos de nosotros mismos, pero sabemos que con la paz que Jesús nos ofrece nos está regalando también su perdón que es el cimiento importante que hemos de poner para encontrar esa paz. Nos sentimos débiles y cobardes, pero en esa paz que Jesús nos ofrece nos sentimos fortalecidos para salir de nosotros mismos, para ir al encuentro con los demás, para hacer anuncio de lo que vivimos y de la paz que tenemos.

Es lo que vemos que está surgiendo aquella tarde en el cenáculo con la presencia de Jesús. Jesús ofrece su paz y les habla de perdón. Jesús les ha regalado su presencia y con esa paz nueva todo se ha llenado de alegría y de entusiasmo contagioso. Jesús ha estado con ellos y ha nacido entre ellos una nueva comunión a la que pretenden también atraer a quien ha querido irse solo por la vida. Qué hermoso testimonio de comunión nos ofrecen aquellas primeras comunidades cristianas, como hemos escuchado hoy en los Hechos de los Apóstoles. ‘Se reunían con un mismo espíritu’, nos dice.

‘Hemos visto al Señor’, comentan llenos de alegría cuando vuelve el apóstol que se había querido ir por sus caminos y no estaba allí cuando Jesús se les manifestó. Trataban de convencerle, contagiarle de aquella alegría y de aquella paz, pero quien camina solo, solo se ve, y ahora no quiere sino pruebas, hurgar con sus dedos en las heridas, palpan con sus manos para poderse convencer. Será necesario un nuevo encuentro con Jesús resucitado para que se reavive totalmente la fe.

¿Será lo que también nosotros necesitamos? Estamos aun celebrando la Pascua, hoy es su octava, que es quererla vivir como el primer día. Disfrutemos de ese regalo de paz que Jesús nos está ofreciendo; es algo, es cierto, que nos supera y que aunque tenemos que ser constructores de paz, instrumentos de paz en el mundo en que vivimos que tanto la necesita, solo desde nuestro sentido de comunión y desde nuestra unión con Jesús podremos lograrlo.

Es el regalo de la Pascua; la tenemos que sentir en nuestro interior desde ese amor y perdón que recibimos, pero desde el amor y perdón que nosotros también regalamos. ¿Necesitaremos también meter nuestros dedos en las llagas y nuestra mano en el costado de Jesús? En este domingo de la misericordia sintamos cuan cerca hemos de estar del corazón misericordioso de Jesús y cómo hemos de llenar de misericordia nuestro corazón dejando que Jesús se posesione de él y así disfrutaremos de su paz.