Despertemos
a la luz, despertemos a la vida, quienes la han recibido, han recibido el poder
ser hijos de Dios, iluminados vayamos a llevar la luz a los demás
1Juan 2, 18-21; Sal 95; Juan 1, 1-18
Aquella mujer
se había encerrado en un cuarto oscuro y tenía también cerradas todas las
puertas y ventanas por donde pudiera entrar un rayo de luz; cuando la
encontraron así lo primero que quisieron hacer era abrir las ventanas, encender
las luces pero aquella mujer no se los permitió de ninguna manera. ¿Qué le sucedía?
¿Le hacía daño la luz a sus ojos? Algunas enfermedades pueden producir ese
efecto, ese daño y esas personas no soportan la luz. ¿O es que se había
acostumbrado a aquel mundo de tinieblas y eso le bastaba a ella y no necesitaba
otra cosa? Resultaba incomprensible para quienes con buena voluntad querían
ofrecerle los resplandores de la luz. Nos parece que un mundo de sombras es
incomprensible, imposible de vivir.
Hablando en
lenguaje figurado ¿no nos encontraremos también en la vida quienes rechazan la luz?
El que no quiere saber, no quiere adquirir conocimientos, el que prefiere no
enterarse, el que no busca la verdad, el que solo se busca a sí mismo y solo
quiere ser luz para sí, el que quiere vivir aislado en la vida y no soporta que
nadie le pueda decir algo, darle una orientación, el que prefiere la maldad de
su corazón con sus desconfianzas, sus sospechas, sus juicios condenatorios, el
que rechaza la fe. Nos puede suceder que estemos prefiriendo las tinieblas.
No nos puede
resultar extraño esto, no nos puede resultar extraña la actitud de aquella
mujer que prefería seguir viviendo con las ventanas cerradas para no dejar
entrar la luz. Es que nos está sucediendo más de la cuenta. Es lo que nos
encontramos en nuestro mundo; es lo que vemos en tantos a nuestro alrededor que
no quieren admitir la posibilidad de algo distinto, de algo superior, de algo
mejor, porque dicen que se bastan a si mismos, y tampoco quieren necesitar de
Dios.
Pudiera
suceder también que los que tenemos luz no sabemos ofrecerla a los demás, que
nuestras luces no brillen lo suficiente, que no impacten como algo nuevo y
distinto que llame la atención. Uno camina por la vida y nos encontramos con
tanta gente indiferente, descreída, que ha abandonado toda posibilidad de unos
sentimientos mismamente religiosos. Hay más gente en sombras a nuestro
alrededor de lo que imaginamos, porque realmente muchas veces los cristianos
tampoco pensamos en eso, tampoco tenemos la inquietud de ofrecer nuestra luz a
los demás.
Pienso en la
sociedad en la que vivo, donde todos nos decíamos cristianos, se hablaba de la
España católica con tantos aires quizás de triunfalismo en otros tiempos y
vemos por donde van los derroteros de nuestra sociedad en nuestros tiempos.
Todavía decimos que hay unos sentimientos religiosos porque hacemos unas
fiestas o celebramos con un brío muy grande la semana santa, o todos dicen que
estamos ahora mismo en navidad. Pero lo hemos convertido en costumbres y
tradiciones para unos momentos determinados, para realizar unos actos que se
convierten simplemente en actos sociales, pero el sentido del evangelio, el
sentido de Cristo no ha calado en la mayoría de esas personas.
Las tinieblas
nos están invadiendo. Realizando actos que tradicionalmente los hemos llamado
religiosos sin embargo se sigue caminando a ciegas, y la fe no impregna de
sentido las vidas de esas personas. Se realizan en un momento determinado esas
tradiciones pero luego se vive como si no se tuviera fe. Terminamos porque
incluso la gente va a la Iglesia para unos determinados ritos y ya no sabe ni
como ponerse ni qué hacer. Y decimos que vivimos en una sociedad que es
cristiana. Habría que poner un interrogante.
Hoy hemos
escuchado la primera página del evangelio de san Juan. Se nos habla de la
Palabra, de la vida, de la luz. Se nos habla de la Palabra que planta su tienda
entre nosotros para hablarnos del misterio de la encarnación de Dios, que hemos
venido celebrando, que aún estamos celebrando. Pero se nos habla de las
tinieblas que no se quisieron dejar iluminar por la luz. Nos está hablando de
nuestra realidad, esa que tenemos a nuestro lado o acaso en nosotros mismos.
Despertemos a la luz, despertemos a la vida. Quienes la han recibido, como un
don de Dios, han recibido el poder ser hijos de Dios.
Que
iluminados con esa luz vayamos a llevarla a los demás. Que demos buen
testimonio. Que seamos auténticos testigos de la luz para que vuelva a iluminar
nuestro mundo. Lo necesita. Nos necesita. Necesita esa Luz que solo en Cristo
podemos encontrar.