Es
Navidad, son días de alegría y de esperanza de las que queremos contagiar al
mundo, porque ha nacido Jesús en Belén, porque ha nacido Dios en nuestro
corazón
Isaías 9, 1-6; Sal 95; Tito 2, 11-1; Lucas
2, 1-14
Qué paz más
bonita sentimos en el corazón cuando vemos cumplidos nuestros anhelos y
esperanzas; es como si un rayo de luz nos envolviera haciéndonos salir de las
sombras del desaliento, del temor, de la angustia. Todo parece nuevo, todo nos
parece lleno de luz, todo nos impulsa a la vida, una alegría inmensa inunda
nuestro corazón y se vuelve contagiosa con los que están a nuestro lado.
Sentimos un ansia grande de que todo se llene también de luz y pronto nos
pondremos manos a la obra para que otros también se llenen de la misma paz y de
la misma alegría.
Es lo que hoy
vivimos los que hemos puesto nuestra fe y nuestra esperanza en Jesús cuando
celebramos su nacimiento. No son alegrías pasajeras y superficiales las que
sentimos. Algo nuevo comienza a surgir en nuestro corazón. No decimos navidad
simplemente porque todo el mundo dice navidad, sino porque sentimos que hay
navidad en nuestro corazón.
Ese corazón
nuestro tantas veces apenado porque le cuesta caminar y tantas veces las
sombras lo invaden; ese corazón nuestro que sufre solidariamente con tantas
penas que envuelven nuestro mundo y la vida de tantos que nos rodean; ese
corazón nuestro que se siente turbado cuando oye palpitar los sonidos de la
guerra y de la violencia.
Hay ocasiones
en que nos parece que nos envuelve la desesperanza y perdemos la ilusión, todo
parece marchar mal, la sociedad la encontramos tan revuelta y tan confusa, la
acritud se ha ido apoderando de las mutuas relaciones porque las ansias de
poder nos subyugan, porque queremos imponernos los unos a los otros, porque las
ambiciones son muchas y enturbian los corazones y las relaciones entre unos y
otros, porque nos dejamos dominar por la vanidad y la soberbia. Sentimos que
son muchas las sombras y nos cuesta encontrar caminos de luz.
Pero hoy
sentimos que sí hay un camino de salida, que los deseos de que las cosas
cambien a mejor no los tenemos que dejar por imposibles, porque sí hay una luz
que pueda disipar todas esas tinieblas. En medio de la noche de Belén brilló
una luz y el cielo y la tierra se vieron envueltos por su resplandor. Una nueva
buena noticia comenzaba a circular por el mundo. Hoy nos ha nacido un Salvador.
Los profetas habían
ido anunciando esa luz a aquel pueblo que caminaba en tinieblas, las hachas de
la guerra un día serían enterradas y de las espadas se forjarían arados, eran
los signos y señales de que llegaría la paz, los signos y señales de ese mundo
que también nosotros hemos de descubrir. No vendría un rey con ejércitos
poderosos para imponer la paz; no son esos los caminos que llevan a la paz. Un
niño que había de nacer entre la pobreza de los más pobres sería la señal.
Hoy lo estamos contemplando. Es la señal que se da a los pastores de Belén que en la noche cuidan sus rebaños. No fue a los poderosos y entendidos a los que se le dio esa noticia, porque estarían muy entretenidos en sus cosas y en sus propios ‘saberes’. Cuando un día llegue la noticia a Jerusalén, los maestros de la ley y los sacerdotes rebuscarán entre las Escrituras y aunque encuentran la respuesta no se ponen en camino. Estaban en sus cosas. Fue a los pequeños y a los pobres a quienes llegaron los Ángeles con esa Buena Nueva. Y ellos comprendieron y aceptaron, y se pusieron en camino, y encontraron aquel niño envuelto en pañales y recostado entre las pajas de un pesebre. Y allí se manifestó la gloria del Señor.
Hoy lo
estamos celebrando. Hoy lo queremos vivir. Hoy queremos sentir cómo renace la
vida en nuestro corazón y nos llenamos de esperanza. Tengamos la ilusión y la
esperanza de los pequeños y de los pobres. Es el camino para abrir bien los
ojos. Es posible ese mundo mejor. En ello tenemos que sentirnos comprometidos.
No podemos dejarnos envolver por la desesperanza. Ante el mundo tenemos que dar
testimonio de que en verdad Cristo ha nacido para ser nuestra salvación. El
mundo que nos rodea necesita escuchar con claridad ese anuncio que puede pasar
desapercibido para muchos porque simplemente están en sus cosas y no son
capaces de esperar algo nuevo.
Que en medio
de todo ese bullicio con que celebramos estas fiestas en un momento dado
resuene fuerte esa buena noticia; que seamos capaces de hacer saber que el
importante de verdad en medio de todo este ajetreo que nos montamos es el Niño
que nace en Belén, que es Dios con nosotros. Que no nos aturdan los ruidos de
la fiesta de manera que no seamos capaces de escuchar en el silencio del
corazón esa presencia de Dios.
Tenemos que
dar señales de ello. No son necesarias cosas grandes, sintamos la paz en el
corazón y vivamos con esa paz los unos con los otros, que brille la paz en
nuestras familias, que sepamos tener gestos sencillos de paz y amor con los que
están a nuestro lado, que hagamos crecer la amistad entre todos para que
lleguemos en verdad a sentirnos hermanos.
Abramos las
puertas de nuestro corazón a Cristo que llega a nosotros. Sepamos descubrir sus
señales. Hagamos saber al mundo que nos rodea, porque en verdad nosotros
estemos convencidos y lo vivamos, que es posible ese mundo nuevo porque ha
llegado la salvación, el Salvador de nuestro mundo. Hagámoslo presente en el
Belén de nuestra vida, en el pesebre de nuestra pobreza y nuestra pequeñez, en
las pequeñas cosas de cada día, porque así se manifiesta el Señor.
Es Navidad,
son días de alegría y de esperanza de las que queremos contagiar al mundo,
porque ha nacido Jesús en Belén, porque ha nacido Dios en nuestro corazón.
Vivamos con intensidad esa dicha y esa felicidad.
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