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domingo, 25 de diciembre de 2022

Es Navidad, son días de alegría y de esperanza de las que queremos contagiar al mundo, porque ha nacido Jesús en Belén, porque ha nacido Dios en nuestro corazón

 


Es Navidad, son días de alegría y de esperanza de las que queremos contagiar al mundo, porque ha nacido Jesús en Belén, porque ha nacido Dios en nuestro corazón

Isaías 9, 1-6; Sal 95; Tito 2, 11-1; Lucas 2, 1-14

Qué paz más bonita sentimos en el corazón cuando vemos cumplidos nuestros anhelos y esperanzas; es como si un rayo de luz nos envolviera haciéndonos salir de las sombras del desaliento, del temor, de la angustia. Todo parece nuevo, todo nos parece lleno de luz, todo nos impulsa a la vida, una alegría inmensa inunda nuestro corazón y se vuelve contagiosa con los que están a nuestro lado. Sentimos un ansia grande de que todo se llene también de luz y pronto nos pondremos manos a la obra para que otros también se llenen de la misma paz y de la misma alegría.

Es lo que hoy vivimos los que hemos puesto nuestra fe y nuestra esperanza en Jesús cuando celebramos su nacimiento. No son alegrías pasajeras y superficiales las que sentimos. Algo nuevo comienza a surgir en nuestro corazón. No decimos navidad simplemente porque todo el mundo dice navidad, sino porque sentimos que hay navidad en nuestro corazón.

Ese corazón nuestro tantas veces apenado porque le cuesta caminar y tantas veces las sombras lo invaden; ese corazón nuestro que sufre solidariamente con tantas penas que envuelven nuestro mundo y la vida de tantos que nos rodean; ese corazón nuestro que se siente turbado cuando oye palpitar los sonidos de la guerra y de la violencia.

Hay ocasiones en que nos parece que nos envuelve la desesperanza y perdemos la ilusión, todo parece marchar mal, la sociedad la encontramos tan revuelta y tan confusa, la acritud se ha ido apoderando de las mutuas relaciones porque las ansias de poder nos subyugan, porque queremos imponernos los unos a los otros, porque las ambiciones son muchas y enturbian los corazones y las relaciones entre unos y otros, porque nos dejamos dominar por la vanidad y la soberbia. Sentimos que son muchas las sombras y nos cuesta encontrar caminos de luz.

Pero hoy sentimos que sí hay un camino de salida, que los deseos de que las cosas cambien a mejor no los tenemos que dejar por imposibles, porque sí hay una luz que pueda disipar todas esas tinieblas. En medio de la noche de Belén brilló una luz y el cielo y la tierra se vieron envueltos por su resplandor. Una nueva buena noticia comenzaba a circular por el mundo. Hoy nos ha nacido un Salvador.

Los profetas habían ido anunciando esa luz a aquel pueblo que caminaba en tinieblas, las hachas de la guerra un día serían enterradas y de las espadas se forjarían arados, eran los signos y señales de que llegaría la paz, los signos y señales de ese mundo que también nosotros hemos de descubrir. No vendría un rey con ejércitos poderosos para imponer la paz; no son esos los caminos que llevan a la paz. Un niño que había de nacer entre la pobreza de los más pobres sería la señal.


Hoy lo estamos contemplando. Es la señal que se da a los pastores de Belén que en la noche cuidan sus rebaños. No fue a los poderosos y entendidos a los que se le dio esa noticia, porque estarían muy entretenidos en sus cosas y en sus propios ‘saberes’. Cuando un día llegue la noticia a Jerusalén, los maestros de la ley y los sacerdotes rebuscarán entre las Escrituras y aunque encuentran la respuesta no se ponen en camino. Estaban en sus cosas. Fue a los pequeños y a los pobres a quienes llegaron los Ángeles con esa Buena Nueva. Y ellos comprendieron y aceptaron, y se pusieron en camino, y encontraron aquel niño envuelto en pañales y recostado entre las pajas de un pesebre. Y allí se manifestó la gloria del Señor.

Hoy lo estamos celebrando. Hoy lo queremos vivir. Hoy queremos sentir cómo renace la vida en nuestro corazón y nos llenamos de esperanza. Tengamos la ilusión y la esperanza de los pequeños y de los pobres. Es el camino para abrir bien los ojos. Es posible ese mundo mejor. En ello tenemos que sentirnos comprometidos. No podemos dejarnos envolver por la desesperanza. Ante el mundo tenemos que dar testimonio de que en verdad Cristo ha nacido para ser nuestra salvación. El mundo que nos rodea necesita escuchar con claridad ese anuncio que puede pasar desapercibido para muchos porque simplemente están en sus cosas y no son capaces de esperar algo nuevo.

Que en medio de todo ese bullicio con que celebramos estas fiestas en un momento dado resuene fuerte esa buena noticia; que seamos capaces de hacer saber que el importante de verdad en medio de todo este ajetreo que nos montamos es el Niño que nace en Belén, que es Dios con nosotros. Que no nos aturdan los ruidos de la fiesta de manera que no seamos capaces de escuchar en el silencio del corazón esa presencia de Dios.

Tenemos que dar señales de ello. No son necesarias cosas grandes, sintamos la paz en el corazón y vivamos con esa paz los unos con los otros, que brille la paz en nuestras familias, que sepamos tener gestos sencillos de paz y amor con los que están a nuestro lado, que hagamos crecer la amistad entre todos para que lleguemos en verdad a sentirnos hermanos.

Abramos las puertas de nuestro corazón a Cristo que llega a nosotros. Sepamos descubrir sus señales. Hagamos saber al mundo que nos rodea, porque en verdad nosotros estemos convencidos y lo vivamos, que es posible ese mundo nuevo porque ha llegado la salvación, el Salvador de nuestro mundo. Hagámoslo presente en el Belén de nuestra vida, en el pesebre de nuestra pobreza y nuestra pequeñez, en las pequeñas cosas de cada día, porque así se manifiesta el Señor.

Es Navidad, son días de alegría y de esperanza de las que queremos contagiar al mundo, porque ha nacido Jesús en Belén, porque ha nacido Dios en nuestro corazón. Vivamos con intensidad esa dicha y esa felicidad.

 

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