Cuidado
no nos entretengamos en navidad en cosas que no son tan esenciales y tengamos
una fiesta de navidad sin vivir la visita de Dios a su pueblo que nos llega en
Jesús
2Samuel7, 1-5.9 -11.16; Salmo 88; Lucas, 1,
67-79
Cuando en la
vida estamos esperando algo con ansia y muchos deseos y ya vemos como inminente
la solución de aquellos problemas, por ejemplo, tenemos la seguridad de que en
verdad a partir casi de ya las cosas van a ser distintas, ya estamos como
pregustando el sabor de la victoria, la alegría que vamos a vivir en lo nuevo
que va a comenzar.
Así, podríamos
decir, nos sentimos en la mañana de estas vísperas de la navidad, que era como
se sentía el anciano Zacarías con la llegada y nacimiento de su hijo, pero
sobre todo por lo que se vislumbraba que iba a ser lo nuevo que iba a suceder.
Se le había anunciado el nacimiento de un hijo y se le había dado a entender
cual era la misión que tendría que realizar. No solo vive la alegría del
nacimiento del hijo tan ansiado y esperado, sino el próximo cumplimiento de las
promesas que los profetas habían anunciado a lo largo de los siglos.
Cuando ahora
ya sus labios se despegan, después de aquel silencio como penitencial que había
tenido que vivir por su falta de fe en las palabras del ángel, sus palabras son
para bendecir a Dios. No bendice a Dios porque haya recobrado el poder hablar,
sino bendice a Dios porque siente que Dios en verdad ha visitado a su pueblo.
El pueblo creyente sabía leer su historia y reconocía en su fe, y así lo
proclamaba continuamente recordando lo que era la historia de la salvación, que
Dios había estado de su parte, se había hecho presente en el caminar peregrino
del pueblo por el desierto y muchas veces había sentido su presencia que no le
abandonaba, porque aunque una madre pueda abandonar al hijo de sus entrañas,
Dios nunca abandona a su pueblo.
Es por lo que ahora Zacarías bendice a Dios. ‘Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas’.
Llegaba el
tiempo de la visita de Dios a su pueblo. Aquel niño que acababa de nacer le
llamarán ‘profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor, a preparar
sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados’. Ahí
está Juan, el precursor del Mesías, como siempre la iglesia lo ha reconocido;
profeta y más que profeta, como lo proclamaría el mismo Jesús que de él dirá
que no ha nacido de mujer otro mayor que él.
Y a nosotros
nos queda ahora, ya en estos momentos ya tan cercanos a la celebración del
nacimiento de Jesús, escuchar una vez más la voz del Bautista para preparar los
caminos del Señor. Es la visita de Dios a su pueblo lo que vamos a vivir y a
celebrar. Ya estamos pregustando la alegría de su venida, de su presencia en
medio de nosotros.
Pero cuidado,
no nos confundamos, ante los sones de alegría que nos ofrece el mundo para
celebrar la navidad. Es otra alegría más hondo, que no se queda en unos alegres
cantos que incluso muchas veces pareciera que no tienen nada que ver con aquel
nacimiento de Jesús en Belén, de lo que tiene que ser en verdad el nacimiento
de Jesús hoy en nuestra vida y en nuestro mundo. No es simplemente una copa la
que hemos de levantar para hacer un brindis, no son bonitas palabras con
bonitos deseos lo que hemos de pronunciar, son las actitudes nuevas que tiene
que haber en nuestro corazón.
Si nosotros
tuviéramos que recibir a alguien en nuestro hogar con la mejor hospitalidad, ya
buscaríamos formas para que nuestra acogida sea la mejor, para hacernos
presentes a su lado en todo momento para que quien nos visita se sienta a gusto
con nosotros y en nuestra casa, ya buscaríamos la forma de cómo mejor agradarle
y ofrecerle lo mejor que tengamos con los mejores gestos de nuestro amor y
amistad.
¿Qué es lo
que en verdad estamos haciendo para acoger esa visita de Dios a nosotros, a
nuestra familia, a nuestro mundo en esta celebración de la navidad? ¿No
tendremos el peligro de entretenernos en cosas que no son tan esenciales y al
final terminemos haciendo nuestra fiesta de navidad, pero arrimando a un lado
esa presencia de Dios? ¿Sabremos sentir que Dios hoy, ahora, viene a nosotros
en esas personas con las que nos podemos encontrar que muchas veces hasta
rehuimos? Cuidado no celebremos navidad sin Jesús, navidad sin vivir la
presencia de Dios.
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