Dejémonos
sorprender por la presencia de Dios que nos envuelve con la obediencia de la fe
y podremos descubrir las maravillas que Dios nos tiene reservadas
Jueces 13, 2-7. 24-25ª; Sal 70; Lucas 1,
5-25
¿Nos creemos
todo lo que nos dicen? Aunque hay gente muy crédula que todo se lo traga, sin
embargo antes de dar crédito a aquello que nos cuentan, aunque algunas veces lo
hagamos casi de forma automática, tratamos de sopesar la credibilidad de quien
nos está contando esa historia, la veracidad que pudiera tener de una forma
objetiva analizando posibilidades, discerniendo bien lo que nos cuentan para
restar lo que pudiera introducirse de una forma imaginativa como suele suceder
cuando nos quieren sorprender con algo. No nos lo creemos todo, ponemos en duda
muchas cosas, podríamos decir que no nos queremos dejar sorprender porque ya
nos creemos mayorcitos para creer cualquier cuento que nos parezca de hadas.
¿Es lo que
debemos hacer siempre? ¿No le damos crédito a nadie en aquellas cosas que nos
cuentan? ¿Dónde está la confianza mutua que tendríamos que tenernos los unos
con los otros? ¿No terminamos de creer que pudiera haber cosas que nos
sorprendieran y nos llamaran la atención dándole credibilidad? Aquí ponemos
nuestros criterios, aquí ponemos la madurez que queremos manifestar, aquí
tendríamos que poner también la confianza.
Zacarías
estaba impresionado por lo que estaba viendo y oyendo aquella mañana cuando le
tocó el turno de oficiar en el templo. Mientras hacia la ofrenda del incienso
algo sobrenatural lo envolvió; no era el humo del incienso que envolvía aquel
lugar santo del templo y que pudiera producirle alguna perturbación mental.
Contemplaba al ángel del Señor que le hablaba; se sentía sorprendido; el temor
le embargaba porque tenían la creencia que quien viera a Dios cara a cara
moriría.
Pero las
palabras del ángel estaban respondiendo a sus anhelos más profundos y a las
oraciones que tanto él como su mujer Isabel elevaban todos los días a Dios. Le
anunciaba el nacimiento del hijo que tanto habían deseado pero que la
esterilidad de su mujer y ya sus años bien entrados, pues eran ya ancianos, les
había impedido tener. Lo que se le estaba ofreciendo ya le podía parecer
imposible, olvidando a pesar de su fe que para Dios nada hay imposible. Y se
hace preguntas en su interior, quiere creer pero todo le parece un sueño que se
puede quedar en eso, en un sueño. Por eso surge la duda y la pregunta. ‘¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad
avanzada’.
Parece
como que el ángel se enfada porque duda de su credibilidad y trata de reafirma
quien es, Gabriel, el ángel que está en la presencia del Señor, que ha sido
enviado por Dios para comunicarle esa buena noticia. La prueba de su
credibilidad va a ser que Zacarías se quedará mudo hasta que sucedan todas
estas cosas que le acaba de anunciar.
Aquel niño
que va a hacer será grande a los ojos del Señor y viene con una misión muy
concreta. ‘Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para
convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes, a
la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto’.
Es el anunciado por los profetas como el que había de venir a preparar los
caminos del Señor. ‘Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni
licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá
muchos hijos de Israel al Señor, su Dios’.
Son las
sorpresas de Dios ante las que tenemos que rendirnos con la obediencia de la
fe. Efectivamente para Dios nada hay imposible como le dirá el ángel a
María, y tenemos que dejarnos sorprender por el misterio de Dios que se nos
revela. Lo queremos racionalizar todo
según nuestros parámetros humanos pero Dios nos supera, por algo diremos en
referencia a las cosas de Dios que son cosas sobrenaturales.
Pero
tenemos que dejarnos conducir por el Espíritu de Dios que se nos manifiesta y
nos envuelve con su sabiduría. Es la obediencia de la fe. Esa sabiduría de Dios
que le da un sabor nuevo a todo, a lo que nos revela y a la vida misma.
Dejémonos sorprender porque las cosas de Dios son distintas, pero cuando nos
dejamos envolver por Dios nos sentiremos elevados, nos sentiremos como un plano
distinto, que es esa presencia de Dios que nos envuelve y nos lleva a la
plenitud de nuestro ser.
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