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lunes, 19 de diciembre de 2022

Dejémonos sorprender por la presencia de Dios que nos envuelve con la obediencia de la fe y podremos descubrir las maravillas que Dios nos tiene reservadas

 


Dejémonos sorprender por la presencia de Dios que nos envuelve con la obediencia de la fe y podremos descubrir las maravillas que Dios nos tiene reservadas

Jueces 13, 2-7. 24-25ª; Sal 70; Lucas 1, 5-25

¿Nos creemos todo lo que nos dicen? Aunque hay gente muy crédula que todo se lo traga, sin embargo antes de dar crédito a aquello que nos cuentan, aunque algunas veces lo hagamos casi de forma automática, tratamos de sopesar la credibilidad de quien nos está contando esa historia, la veracidad que pudiera tener de una forma objetiva analizando posibilidades, discerniendo bien lo que nos cuentan para restar lo que pudiera introducirse de una forma imaginativa como suele suceder cuando nos quieren sorprender con algo. No nos lo creemos todo, ponemos en duda muchas cosas, podríamos decir que no nos queremos dejar sorprender porque ya nos creemos mayorcitos para creer cualquier cuento que nos parezca de hadas.

¿Es lo que debemos hacer siempre? ¿No le damos crédito a nadie en aquellas cosas que nos cuentan? ¿Dónde está la confianza mutua que tendríamos que tenernos los unos con los otros? ¿No terminamos de creer que pudiera haber cosas que nos sorprendieran y nos llamaran la atención dándole credibilidad? Aquí ponemos nuestros criterios, aquí ponemos la madurez que queremos manifestar, aquí tendríamos que poner también la confianza.

Zacarías estaba impresionado por lo que estaba viendo y oyendo aquella mañana cuando le tocó el turno de oficiar en el templo. Mientras hacia la ofrenda del incienso algo sobrenatural lo envolvió; no era el humo del incienso que envolvía aquel lugar santo del templo y que pudiera producirle alguna perturbación mental. Contemplaba al ángel del Señor que le hablaba; se sentía sorprendido; el temor le embargaba porque tenían la creencia que quien viera a Dios cara a cara moriría.

Pero las palabras del ángel estaban respondiendo a sus anhelos más profundos y a las oraciones que tanto él como su mujer Isabel elevaban todos los días a Dios. Le anunciaba el nacimiento del hijo que tanto habían deseado pero que la esterilidad de su mujer y ya sus años bien entrados, pues eran ya ancianos, les había impedido tener. Lo que se le estaba ofreciendo ya le podía parecer imposible, olvidando a pesar de su fe que para Dios nada hay imposible. Y se hace preguntas en su interior, quiere creer pero todo le parece un sueño que se puede quedar en eso, en un sueño. Por eso surge la duda y la pregunta. ¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada’.

Parece como que el ángel se enfada porque duda de su credibilidad y trata de reafirma quien es, Gabriel, el ángel que está en la presencia del Señor, que ha sido enviado por Dios para comunicarle esa buena noticia. La prueba de su credibilidad va a ser que Zacarías se quedará mudo hasta que sucedan todas estas cosas que le acaba de anunciar.

Aquel niño que va a hacer será grande a los ojos del Señor y viene con una misión muy concreta. ‘Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto’. Es el anunciado por los profetas como el que había de venir a preparar los caminos del Señor. ‘Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios’.

Son las sorpresas de Dios ante las que tenemos que rendirnos con la obediencia de la fe. Efectivamente para Dios nada hay imposible como le dirá el ángel a María, y tenemos que dejarnos sorprender por el misterio de Dios que se nos revela.  Lo queremos racionalizar todo según nuestros parámetros humanos pero Dios nos supera, por algo diremos en referencia a las cosas de Dios que son cosas sobrenaturales.

Pero tenemos que dejarnos conducir por el Espíritu de Dios que se nos manifiesta y nos envuelve con su sabiduría. Es la obediencia de la fe. Esa sabiduría de Dios que le da un sabor nuevo a todo, a lo que nos revela y a la vida misma. Dejémonos sorprender porque las cosas de Dios son distintas, pero cuando nos dejamos envolver por Dios nos sentiremos elevados, nos sentiremos como un plano distinto, que es esa presencia de Dios que nos envuelve y nos lleva a la plenitud de nuestro ser.

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