Qué
navidad, qué es lo que tiene que nacer de nuevo en nosotros aquí y ahora en el
momento que estamos viviendo
Malaquías 3, 1-4. 23-24; Sal 24; Lucas 1,
57-66
Esos
acontecimientos que se van sucediendo y que son los que de alguna manera
conforman nuestra vida podíamos decir que tienen como un hilo conductor que van
marcando como una línea; somos hijos de una familia que tiene sus tradiciones,
formamos parte de un pueblo que tiene su historia y sus costumbres; y mucho nos
sentimos orgullosos de nuestras raíces, de nuestra historia, de nuestras
costumbres y tratamos de mantenerles a toda costa, porque de alguna manera
forman parte de nuestra identidad.
Cuando
alguien quiere cambiar nuestras costumbres en principio nos revelamos, muchas
veces nos damos cuenta que la vida tiene una continuidad y una progresión y
podemos desear lo mejor, cambiar para mejorar, darle novedad e innovación. Nos
encontraremos a quien no le guste, y que luchará con eso que pueden llamar
innovaciones, pero no podemos olvidar que la historia tiene que ser también un
camino de progreso. Hay a quien le cuesta aceptarlo.
Hoy el
evangelio nos ha hablado del nacimiento de Juan. Cosas maravillosas habían
rodeado ya el origen de su vida en unos padres que eran mayores e incapaces de
engendrar una nueva vida, pero allí se estaba manifestando el Señor. Ahora
según la tradición y la costumbre a los ocho días tocaba circuncidar al niño y
ponerle nombre.
Todo
transcurre con normalidad hasta el momento de la imposición del nombre que su
madre quiere que se llame Juan. No era la tradición, nadie en la familia había
llevado jamás ese nombre, parece que se rompen los moldes, debería de llamarse
como su padre y a su padre acuden para que manifieste cual ha de ser el nombre.
Utilizando una tablilla pues aun permanecía mudo, desde el episodio del templo,
escribe que Juan ha de ser su nombre. El sello de sus labios se rompe y
prorrumpe a hablar cantando las glorias del Señor, bendiciendo a Dios.
Aquel niño,
cuyo nacimiento estaba rodeado de tantas obras maravillosas de Dios iba a ser
un signo del tiempo nuevo que se avecinaba. El estaba llamado a ser la voz que
gritara en el desierto para preparar los caminos del Señor, Y aunque se
presenta con signos de austeridad y penitencia invitando a la conversión, era la
señal de que algo nuevo estaba a punto de comenzar. Siempre lo hemos
considerado como el eje entre el Antiguo y Nuevo Testamento. Es el último de
los profetas, pero es el que anuncia el tiempo nuevo porque llegan los tiempos
de la salvación. Un cambio profundo había de realizarse por eso él está
invitando a la conversión, a la renovación, al cambio, porque es un nuevo
corazón el que ha de recibir al que viene como Mesías y Salvador.
Será Jesús el
que nos hablará del hombre nuevo, del
hombre que ha de nacer de nuevo, pero en Juan y cuanto le rodea estamos
viendo la señal. Y no nos podemos resistir a la acción de Dios en nosotros, no
hemos de rechazar su voz y su invitación, no nos podemos quedar anclados en lo
que siempre se ha hecho así, tenemos que estar siempre en camino que avanza, en
camino nuevo que nos conduce a vida nueva, muchas cosas del hombre viejo
tenemos que dejar atrás.
Y eso lo
seguimos necesitando hoy, porque no siempre hay en nosotros esa disponibilidad
para el cambio, para la renovación, para ser ese hombre nuevo, para vivir el
sentido nuevo que nos ofrece el evangelio, seguimos demasiado anclados en el
hombre viejo, apegados a tradiciones que nos envejecen. Cuánto nos cuesta
dejarnos renovar por el Espíritu.
¿Cuál sería
la renovación a la que nos está invitando el Espíritu en esta navidad que vamos
a celebrar? ¿Qué navidad, qué es lo que tiene que nacer nuevo en nosotros aquí
y ahora en el momento que estamos viviendo? Abramos el corazón al Espíritu y
dejémonos conducir. ¿A qué cosas viejas seguirá apegado el corazón? Discernamos
los tiempos del Espíritu.
No hay comentarios:
Publicar un comentario