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sábado, 19 de diciembre de 2009

Que se disipen nuestras dudas porque el Señor hace maravillas

Jueces, 13, 2-7.24.25
Sal. 70
Lc. 1, 5-26


‘Para Dios nada hay imposible’, le dijo el ángel a María al comunicarle que ‘Isabel, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril’.
Hoy hemos escuchado el mensaje del ángel anunciando a Zacarías el nacimiento de Juan el que ‘irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres a los hijos… preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto’.
Admiramos las maravillas del Señor que quiere contar con el hombre para manifestar su grandeza y ademas nos revela su amor y su plan de salvación por caminos muchas veces insospechados. Sus caminos no son nuestros caminos, sus planes no son nuestros planes, hemos escuchado más de una vez en la Escritura Santa. Nosotros nos imaginamos unos caminos o nos trazamos nuestros planes pero siempre el Señor nos sorprenderá y muchas veces por caminos mucho mas sencillos y humildes que lo que nosotros nos pensábamos.
Es lo que se nos manifiesta hoy en el evangelio y también en la primera lectura del libro de los Jueces. Zacarías e Isabel que ‘eran justos ante Dios, no tenían hijos, porque Isabel era estéril y los dos de edad avanzada’. También lo escuchamos al hablarnos del nacimiento de Sansón que sería Juez en Israel. ‘Había un hombre en Sorá, llamado Manoaj. Su mujer era estéril y no habían tenido hijos’. También se le manifiesta el ángel del Señor. ‘Vas a concebir y dar a luz un hijo… él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos’. Les señala algunas condiciones de su consagración al Señor como nazireo. Maravillas del Señor.
Zacarías dudó, como tantas veces nosotros dudamos. Nos parece imposible ese actuar maravilloso de Dios. Dudamos y no queremos oír la voz del Señor que de tantas maneras quiere llegar a nuestro corazón. Dudamos porque no tenemos confianza, incluso cuando venimos a la oración a presentar nuestras peticiones al Señor. Dudamos y cerramos los ojos a las maravillas del Señor porque si le escuchamos quizá tendríamos que cambiar nuestros caminos, nuestras actitudes, nuestra manera de pensar, nuestro modo de actuar; y el pecado nos ciega, o el tentador nos hace que se nos llene de dudas y desconfianzas nuestro corazón.
Se acerca la navidad y llega la celebración de la venida del Señor. Y celebramos porque vino y porque viene. Nos miramos a nosotros mismos y miramos nuestro mundo tan falto de la salvación de Dios. Pero pudiera sucedernos que nos quedáramos tan impávidos, con tanta falta de confianza de que con esta venida del Señor que vamos a celebrar muchas cosas pueden cambiar, tendrán que cambiar.
Empecemos por nosotros mismos, por dejar cambiar nuestro corazón con la venida del Señor, que si cambia tu corazón y experimentas esa salvación que transforma tu vida, muchas más cosas pueden cambiar, tienen que cambiar en tu entorno.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Un nombre que es amor y es salvación

Jer. 23, 5-8
Sal. 71
Mt. 1, 18-24

Escuchando con atención la Palabra proclamada, tanto del profeta Jeremías como del Evangelio podría surgir la pregunta o interrogante con cuántos nombres se nos menciona al Mesías que ha de venir y esperamos. ¿Tres nombres?¿un solo nombre?
Jeremías al hablarnos del vástago de David que viene como ‘rey prudente que hará justicia y derecho en la tierra’, nos dice: ‘Y lo llamarán con este nombre: El Señor nuestra justicia…’ Bíblicamente el término justicia no tiene solamente el sentido jurídico o de derecho como nosotros podamos entenderlo, aunque hoy nos haya hablado de que hará justicia y derecho en la tierra. Si nos fijamos a continuación nos ha dicho ‘en su día se salvará Judá, Israel habitará seguro’. Entraña pues el sentido de santidad de Dios y salvación de Dios. El Señor nuestra justicia el que nos hace participar de la santidad de Dios en la salvación que nos ofrece.
En el evangelio aparecerá la cita del profeta Isaías para confirmar lo que el ángel le anuncia a José. ‘Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel (que significa Dios con nosotros)’.
Si es el Dios con nosotros es participación de la vida de Dios, de la santidad de Dios. Si es Dios con nosotros es amor de Dios; de un Dios que nos ama y nos salva. Es el amor lo que nos hace sentir a Dios, lo que nos une a Dios, nos acerca, nos hace ser uno con El, como siempre es el amor en los que se aman que tienden a unirse en la unión y comunión más profunda; es el amor que nos hace partícipes de su vida y nos empuja a parecernos a Dios reflejando su santidad en nosotros; es el amor que nos hace santos. En el amor y desde el amor quiso El venir a nosotros de esa manera.
No está lejos, pues, el tercer nombre que hoy se nos propone. Cuando el ángel que se le aparece en sueños para quitar las dudas de José le dice: ‘José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados’.
Tenemos que seguir diciendo lo mismo: es el amor el que nos salva; por amor viene Dios a hacerse hombre; por amor el Hijo de Dios se hace Hijo del Hombre; por amor quiere parecerse en todo a nosotros menos en el pecado, pero cargó con nuestros pecados; por amor y el amor más extremo, dio su vida por nosotros, porque nos dirá que no hay amor más grande que el del que da la vida por el amado.
Es nuestra justicia, nuestra salvación y nuestro camino de santidad; es Dios con nosotros y es nuestro Salvador. En el fondo hemos de reconocer un mismo nombre que es el del amor. Dios es amor.
Así se realiza la obra de la salvación y de la redención en nosotros hoy: ni nuestro pecado es del pasado, muy presente en nuestra vida y en nuestro mundo hoy, ni la salvación que Jesús nos ofrece es cosa de otro tiempo que ahora nosotros recordemos devotamente. La salvación de Jesús tiene un hoy en nuestro tiempo y en nuestra vida. Hoy hemos de vivir su salvación como hemos de vivir su amor.
¿Qué nos queda hacer a nosotros? Como José acogida para que llegue a nuestra vida; no lo destacamos lo suficiente cuando hablamos de san José pero en José hay una actitud semejante a la de María la que se puso en las manos de Dios para decir sí; de la misma manera lo vemos en José.
Pero como José nos queda otra actitud: colaboración en la obra de Dios. El ocupó un lugar también en la presencia de Dios hecho hombre, Emmanuel, entre nosotros. Desde el silencio y quedándose en segundo término allí estaba José. No importa ese silencio, pero él estaba colaborando también a la obra de la salvación de Jesús. Que de igual manera nosotros estemos dispuestos también para colaborar allí donde el Señor quiera y en lo que el Señor quiera.
Finalmente recogemos la antífona de este día como súplica y oración: ‘Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí, le diste tu ley, ven a liberarnos con el poder de tu brazo’.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Que la Sabiduría de Dios nos llene de justicia y paz abundante

Gén. 49, 2.8-10
Sal. 21
Mt. 1, 1-17


Iniciamos ocho días en los que la Iglesia en su liturgia quiere ofrecernos textos especiales que nos ayuden a intensificar la preparación para la Navidad. En otros tiempos a nivel popular comenzaban las llamadas ‘misas de luz’, que los mayores podemos bien recordar, y por nuestras calles y plazas, a las puertas de nuestras casas, en nuestros pueblos y barrios sonaban los villancicos que anunciaban la cercanía de la Navidad.
Vamos a intentar dejarnos conducir de mano de la liturgia en estos días con sus textos específicos de la Palabra de Dios que nos irán acercando día a día al misterio de la Navidad – aunque lo iniciamos con el evangelio de san Mateo, luego leeremos de forma continuada el principio del evangelio de san Lucas -, con sus oraciones y antífonas tan especiales como las del Magníficat de Vísperas y que también se recogen como antífonas del Aleluya antes del Evangelio.
Hoy se nos presenta la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán en el evangelio de san Mateo. Jesús, el Cristo, el Ungido de Dios, el Mesías es hijo de David, hijo de Abrahán. Quiere la genealogía que arranca de Abrahán y que tiene como centro importante al Rey David destacar la vinculación del Mesías al pueblo de Israel, al que pertenece y en el que está profundamente arraigado y donde se va a proclamar la Buena Nueva de la salvación, que sin embargo no es sólo para el pueblo judío sino para toda la humanidad.
La lectura del libro del Génesis vincula al Mesías que va a venir a Judá, uno de los hijos de Jacob, que será el heredero de la promesa, porque así a él de manera especial se la trasmite su padre. De la tribu de Judá y de la dinastía de David nos había de venir el Salvador. ‘No se apartará de Judá el cetro ni el bastón de mando de entre sus rodillas… hasta que le rindan homenaje los pueblos’, le anuncia Jacob a su hijo cuando le hace heredero de la promesa.
‘El Señor Dios le dará el trono de David, su Padre y reinará sobre la casa de Jacob para siempre…’ le anunciaría el ángel a María. ‘Hijo de David’, llamará el ángel a José cuando le anuncia que lo que va a nacer de María es obra del Espíritu Santo.
No nos queda hoy sino, por una parte, subrayar lo que hemos pedido en el salmo. ‘Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente’, que bien tiene que ser una súplica insistente al Señor que viene con su salvación para este mundo tan necesitado de justicia y de paz. Paz y justicia que en plenitud sólo podemos alcanzar del Señor.
Y por otra parte, destacar la antífona propia de este día, tanto del Magnificat como del Aleluya antes del Evangelio, que tiene que convertirse también para nosotros en súplica anhelante. ‘Sabiduría del Altísimo, que obras todo con firmeza y suavidad, ven y muéstranos el camino de la prudencia’. Que sepamos abrirnos a esa Sabiduría divina. Que sepamos saborear la justicia y la santidad de Dios que nos llene abundantemente de su paz.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

En las obras de mi amor descubran mi esperanza en Jesús como mi Salvador

Is. 45,6-8.18.21-26
Sal.84
Lc. 7, 19-23


‘Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído…’ fue la respuesta de Jesús a la petición de aquella embajada que había enviado Juan. ‘¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?’
La respuesta de Jesús, las obras de Jesús concuerdan con lo que había sido anunciado por los profetas. ‘En aquella ocasión curó Jesús a muchos de sus enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista…’
En estos días del Adviento hemos escuchado al profeta hacer ese anuncio. ‘Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará. Se despegaron los ojos de los ciegos, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo y la lengua del mudo cantará…
La respuesta de Jesús tenía que darle seguridad y certeza a Juan. A quien él había anunciado, para quien había preparado los caminos allí estaba. Para los discípulos de Juan que habían sido enviados comenzaba también una certeza: el Mesías anunciado y esperado había llegado. Juan había cumplido su misión y ahora estaba en la cárcel.
A nosotros nos ayuda también. Pero se producen también muchos interrogantes dentro de nuestro corazón. Si Juan se preguntaba si Jesús era o no era el Mesías esperado, a nosotros quizá se nos pueda preguntar, ¿a quién esperamos? La sociedad que nos rodea que se prepara para las fiestas de navidad, ¿a quién espera?
Quienes nos ven a nosotros preparándonos para la navidad ¿llegarán a descubrir de verdad cuál es nuestra auténtica esperanza cristiana? Por la forma como nosotros nos vamos preparando, las cosas en las que ponemos más empeño y esfuerzo, ¿estaremos deseando en verdad que Jesús llegue a nuestras vidas?
Se me ocurren estas preguntas que me hago a mí mismo. ¿Qué es lo que verán los demás en mí?
Creo que las señales de esa esperanza tenemos que trasmitirlas a través de las señales del amor. Por las señales del amor podía Juan descubrir que Jesús era en verdad el Mesías. Por las señales del amor tenemos que dar razón de nuestra esperanza en Jesús. ‘Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia…’
Nos preguntamos, ¿vamos haciendo algo de todo eso con las señales de nuestro amor? Las señales tenemos que darlas en nuestro compromiso por la paz y la justicia; en nuestros deseos y acciones concretas que realicemos por consolar al triste o levantar el ánimo del oprimido; en el alivio que vayamos procurando al sufrimiento de los hermanos que caminan a nuestro lado; en lo que seamos capaces de compartir con el que nada tiene para aliviar su necesidad o encuentre solución a sus problemas; en la Buena Noticia que nosotros seamos para los pobres de nuestro mundo hambriento de luz y de vida, de esperanza y de amor.
Daremos así señales de que esperamos en verdad al Salvador, de que deseamos que esa salvación de Jesús llegue a todos. Haremos conocer a Jesús de verdad y podremos despertar la fe y la esperanza en los demás. Es nuestra tarea y nuestro compromiso. Jesús dijo: ‘Dichoso el que no se sienta defraudado por mí’. Ojalá nuestro mundo no se sienta defraudado por el anuncio que nosotros hagamos o dejemos de hacer.

martes, 15 de diciembre de 2009

Dejaré un pueblo pobre y humilde que confía en el nombre del Señor

Sof. 3, 1-2.9-13
Sal.33
Mt. 21, 28-32


‘Vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio los publicanos y pecadores le creyeron. Y, aún después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis’. Una llamada más del Señor a nuestra conversión.
En estos días escuchando el mensaje del Bautista y reflexionando sobre la Palabra de Dios hemos hablado de la humildad como camino seguro de conversión: la humildad con que nosotros nos acercamos al Señor sabiéndonos indignos y pecadores, la humildad de quien reconoce que necesita de la salvación que Jesús nos ofrece. la humildad de quien se pone en camino de auténtica conversión al Señor. Un camino que hemos de recorrer en estos días como preparación a la celebración de la venida del Señor.
En eso ha abundado la Palabra de Dios proclamada hoy. Por una parte la parábola que Jesús nos ha propuesto que refleja bien lo que solemos hacer muchas veces. Con qué facilidad decimos sí, pero con la misma facilidad olvidamos pronto lo prometido y seguimos por nuestros caminos. Jesús quiere resaltar a aquel hijo que habiendo dicho primero no, sin embargo luego ‘se arrepintió y fue’ al trabajo de la viña al que el padre le había enviado, mientras quien había dicho sí pronto lo olvidó ‘y no fue’.
Por ahí anda nuestro pecado no sólo en decir no, sino muchas veces en un olvido de Dios para vivir nuestra vida a nuestro aire sin tener en cuenta todo el amor que el Señor nos ha manifestado. Creo que si recordáramos continuamente ese amor de Dios nuestras respuestas serían otras. ‘Ay de la ciudad rebelde…’ decía el profeta. ‘No obedecía la voz, no aceptaba la instrucción, no confiaba en el Señor, no se acercaba a Dios’.
Cuando no queremos aceptar los mandamientos del Señor ni los queremos recordar ni queremos acercarnos al Señor, allí donde los podríamos recordar y hacer que nos enfrentáramos a nuestra vida pecadora. Nos hacemos sordos a la llamada de Dios. No nos queremos enterar. Nos cegamos. Por eso nos cuesta aceptar que nos hagan pensar y reflexionar; rehuimos a quien con su vida recta sea un interrogante para nuestra vida errada. En el fondo es la vergüenza que sentimos por nuestra infidelidad y pecado que no queremos reconocer.
Pero viene el Señor con su misericordia y su perdón. Viene el Señor con su salvación para renovar nuestra vida. Viene el Señor y sigue derramando su amor sobre nosotros haciéndonos una y otra vez sus llamadas. Viene el Señor y con su gracia quiere renovar, hacer nueva, nuestra vida. Pone a nuestro lado testigos que nos llamen y nos interroguen como era Juan Bautista para la gente de su tiempo.
‘Entonces daré a los pueblos labios puros para que invoquen todos el nombre del Señor, para que le sirvan unánimes… dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras ni se hallará en su boca una lengua embustera…’ Así decía el profeta Sofonías.
Que seamos nosotros ese resto justo que obre siempre el bien; que seamos ese resto que escuchamos la enseñanza del camino de la justicia que nos proclama el Bautista; que seamos aquellos que reconozcamos las maravillas del Señor y convirtamos nuestro corazón a El. Que así nos encuentre vigilantes a su venida.

lunes, 14 de diciembre de 2009

El Espíritu del Señor nos lleve siempre a pronunciar bendiciones sobre los demás

Núm. 24, 2-7.15-17
Sal. 24
Mt. 21, 23-27


Dos comentarios breves a los textos de este lunes de la tercera semana de adviento. La primera lectura es de un libro del Pentateuco que nos habla del camino del pueblo de Israel por el desierto rumbo a la tierra prometida.
El rey de Moab, lugar por donde han de pasar los israelitas para llegar a la tierra prometida habiendo oído las maravillas que Dios obraba en aquel pueblo y temiendo lo que podría sucederle al paso de los israelitas intenta a través del mago – adivino – Balaán que las maldiciones caigan sobre los israelitas. Para eso envía a Balaán para que los maldiga.
Tras varios sucesos que no nos vamos a entretener en repetir ahora Balaán en lugar de maldiciones lo que pronuncia sobre el pueblo de Israel son bendiciones. Balaán se deja conducir por el Espíritu del Señor como ya nos apunta el texto sagrado. ‘Balaán, tendiendo la vista, divisó a Israel acampado por tribus. El Espíritu del Señor vino sobre él’.
Parte de ellas son las que hemos escuchado hoy en el texto proclamado en ese lenguaje tan rico en imágenes propio de los orientales. ‘¡Qué bellas las tiendas de Jacob y las moradas de Israel! Como vegas dilatadas, como jardines junto al río… sale un héroe de su descendencia, domina sobre pueblos numerosos… lo veo, pero no es ahora; lo contemplo pero no será pronto, avanza la estrella de Jacob y sube el cetro de Israel…’
Siguiendo el libro del Apocalipsis que llama a Jesucristo 'el Lucero de la mañana' la tradición cristiana ha entendido esta profecía como un vaticinio de la aparición de Cristo, verdadera estrella de la mañana para el mundo, luz que ilumina las tinieblas de nuestro espíritu como pedíamos en la oración litúrgica del día.
Caminamos en búsqueda de esa luz. En la noche de la navidad escucharemos que el pueblo que caminaba en tinieblas contempló una luz. Y cuando contemplamos el nacimiento de Cristo todo se llenó de resplandor y de nueva luz. Que así Cristo nos ilumine. Que así nos dejemos nosotros iluminar por Jesús, verdadera luz del mundo, como se proclama a sí mismo en el Evangelio.
Otro mensaje que podríamos deducir para nosotros es primero, que nuestras palabras nunca sean para maldición, para decir mal contra nadie, sino para bendición, para decir siempre bien, para desear siempre lo bueno para los demás y sobre todos vengan las bendiciones del Señor. Y por otra parte que nos dejemos conducir por el Espíritu del Señor que siempre nos inspirará para lo bueno, para la bendición.
Finalmente una palabra del evangelio. Como ya hemos hecho referencia en días anteriores de una forma o de otra estará apareciendo continuamente la figura del Bautista en este nuestro camino de Adviento. Hoy aparece a partir de una pregunta que le hacen a Jesús sobre su autoridad para hacer lo que hace – a lo que se refiere el texto ha sido la expulsión de los vendedores del templo por Jesús -; pero la pregunta a Jesús es devuelta con la contra-pregunta de Jesús. ‘El Bautismo de Juan, ¿de dónde venía del cielo, o de los hombres?’
En la respuesta más bien el silencio o el no querer responder de los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo hay implícito un reconocimiento de la figura de Juan como profeta - ‘todos tienen a Juan por profeta’, confiesan en su interior – y como quien hace las obras de Dios. ‘Profeta y más que profeta’ dirá Jesús del Bautista en otra ocasión.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Alegría, amor, justicia, humildad, conversión, oración… nuestro camino de Adviento


Sof. 3, 14-18;

Sal.: Is. 12, 2-6;

Filp. 4, 4-7;

Lc. 3, 10-18


En nuestros pueblos y parroquias había la bonita costumbre de que la víspera de la fiesta, o el sábado, víspera del domingo día del Señor, las campanas repicaban al mediodía anunciando la próxima celebración del día de fiesta. En una parroquia en la que estuve varios años incluso había otra costumbre hermosa; el día primero del mes en que se celebraban las fiestas patronales, ya se iniciaban esos alegres repiques, incluso en la medianoche del día en que se iniciaba el mes. Era el júbilo y la alegría por la fiesta que llegaba. Aún no era la fiesta, o aún no era el día del Señor, pero ya se estaba viviendo la alegría de dicha celebración.
Es lo que la liturgia nos invita a vivir este tercer domingo de Adviento en la cercanía de la Navidad. Todas las invitaciones a la alegría que nos hace hoy la Palabra de Dios y toda la liturgia de este domingo es como un anticipo en la esperanza de la alegría de la venida del Señor.
‘Regocíjate, gr ita de júbilo, alégrate y gózate’, nos decía el profeta Sofonías. ‘Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres… que lo conozca todo el mundo’, nos decía y repetía san Pablo. ‘Gritad jubilosos…’ nos invitaba el salmo.
¿Por qué tanta alegría y júbilo?,‘¡Qué grande es en medio de ti, el Santo de Israel’ respondía el mismo salmo. 'El Señor ha cancelado tu condena… el Señor será el rey de Israel en medio de ti y ya no temerás…’ le decía el profeta al pueblo, ‘El se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo, como en día de fiesta’. ¿Cómo no llenarse de júbilo en la cercanía de la salvación?
‘El Señor está cerca’, nos decía san Pablo. Viene el Señor. Llega la salvación, la vida, el perdón, la gracia. Está cerca la celebración de la Navidad. Y no sólo es el ambiente externo con sus luces y sus adornos, con sus anuncios y con sus músicas, muchas veces excesivamente comerciales y consumistas, donde lo notamos, sino que, si hemos venido haciendo con sinceridad este camino de Adviento, ya vamos sintiendo cómo se va haciendo presente en nuestra vida, en la medida en que vamos respondiendo a su Palabra.
Es a lo que nos sigue invitando la Palabra del Señor de este domingo. Toda esa invitación a la alegría no nos exime de la preparación sino todo lo contrario nos invita a hacerla con mayor intensidad. Hay una pregunta que se hacía la gente que acudía a Juan, allá en el desierto junto al Jordán, que podría ser también un serio planteamiento que nosotros nos hiciéramos. ‘La gente preguntaba a Juan: Entonces, ¿qué hacemos?... estaba en expectación…’
‘Entonces, ¿qué hacemos?’ ¿cómo tenemos que prepararnos? Las respuestas del Bautista a los distintos grupos que acudían a él y su misma actitud ante el Mesías que llegaba, pueden ser para nosotros una buena pauta en nuestra preparación. Juan pide generosidad en el compartir y justicia, responsabilidad y rectitud, humildad y conversión.
Recordamos brevemente sus palabras. ‘El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida que haga lo mismo…’ Cristo llega a nosotros en el hermano, y sobre todo el que pobre y en el que sufre. Si no somos capaces de acogerlo, compartir con él lo que somos o tenemos desde el amor, poco podremos acoger a Cristo de verdad en nuestro corazón. No podemos olvidar aquellas palabras de Jesús, ‘lo que hicisteis con uno de estos humildes hermanos a mí me lo hicisteis’.
Es el amor que tiene que llenar nuestra vida, es la búsqueda del bien y la justicia, la rectitud en nuestro obrar y la responsabilidad con que vivimos nuestra vida de cada día, allí en el lugar que ocupemos. A los publicanos les dice que sean justos en sus cobros y a los militares que actúen justa y correctamente. Cada uno de nosotros tenemos que escuchar en la sinceridad de nuestro corazón qué es lo que nos está pidiendo el Señor en ese nuestro actuar de cada día para obrar con esa rectitud y responsabilidad.
Pero más nos enseña el Bautista. Y es la humildad. En la expectación que vivían las gentes con su aparición en el desierto predicando ‘todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías’. El responde abiertamente y con humildad: ‘Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias’. Jesús diría de él en una ocasión ‘os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que él’, y sin embargo ahora Juan se manifiesta con toda humildad. ‘El os bautizará con Espíritu Santo y fuego’. Juan sólo era ‘la voz que grita en el desierto’ para preparar los caminos del Señor.
Es la humildad del que se sabe pequeño; es la humildad con que nosotros nos acercamos al Señor sabiéndonos indignos y pecadores; es la humildad de quien reconoce que necesita de la salvación que Jesús nos ofrece; es la humildad de quien se pone en camino de auténtica conversión al Señor. Como ya nos recordaba el pasado domingo, muchas son las cosas que tenemos que transformar en nuestra vida; mucho es lo que el Señor con su gracia a hacer nuevo en nosotros.
Por eso, en esa esperanza y en esa humildad suplicamos confiadamente al Señor: Ven pronto, Señor, no tardes más. Es el cántico que nos acompaña o la música de fondo de nuestra oración y súplica al Señor. ‘En toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias vuestras peticiones sean presentadas al Señor’, como nos enseñaba Pablo en la carta a los Filipenses. Es la súplica y es la escucha, es el encuentro vivo con el Señor y es el querernos llenar de su gracia. Es la presencia de la Palabra de Dios en el día a día de nuestra vida y es la vivencia sacramental en la Eucaristía, en la Penitencia. Todo esto tiene que estar muy presente en nuestro camino.
‘Confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, El es mi salvación… dad gracias, invocad su nombre…’ Claro que tenemos que cantar jubilosos: ¡Qué grande es el Señor!