Sof. 3, 14-18;
Sal.: Is. 12, 2-6;
Filp. 4, 4-7;
Lc. 3, 10-18
En nuestros pueblos y parroquias había la bonita costumbre de que la víspera de la fiesta, o el sábado, víspera del domingo día del Señor, las campanas repicaban al mediodía anunciando la próxima celebración del día de fiesta. En una parroquia en la que estuve varios años incluso había otra costumbre hermosa; el día primero del mes en que se celebraban las fiestas patronales, ya se iniciaban esos alegres repiques, incluso en la medianoche del día en que se iniciaba el mes. Era el júbilo y la alegría por la fiesta que llegaba. Aún no era la fiesta, o aún no era el día del Señor, pero ya se estaba viviendo la alegría de dicha celebración.
Es lo que la liturgia nos invita a vivir este tercer domingo de Adviento en la cercanía de la Navidad. Todas las invitaciones a la alegría que nos hace hoy la Palabra de Dios y toda la liturgia de este domingo es como un anticipo en la esperanza de la alegría de la venida del Señor.
‘Regocíjate, gr ita de júbilo, alégrate y gózate’, nos decía el profeta Sofonías. ‘Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres… que lo conozca todo el mundo’, nos decía y repetía san Pablo. ‘Gritad jubilosos…’ nos invitaba el salmo.
¿Por qué tanta alegría y júbilo?,‘¡Qué grande es en medio de ti, el Santo de Israel’ respondía el mismo salmo. 'El Señor ha cancelado tu condena… el Señor será el rey de Israel en medio de ti y ya no temerás…’ le decía el profeta al pueblo, ‘El se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo, como en día de fiesta’. ¿Cómo no llenarse de júbilo en la cercanía de la salvación?
‘El Señor está cerca’, nos decía san Pablo. Viene el Señor. Llega la salvación, la vida, el perdón, la gracia. Está cerca la celebración de la Navidad. Y no sólo es el ambiente externo con sus luces y sus adornos, con sus anuncios y con sus músicas, muchas veces excesivamente comerciales y consumistas, donde lo notamos, sino que, si hemos venido haciendo con sinceridad este camino de Adviento, ya vamos sintiendo cómo se va haciendo presente en nuestra vida, en la medida en que vamos respondiendo a su Palabra.
Es a lo que nos sigue invitando la Palabra del Señor de este domingo. Toda esa invitación a la alegría no nos exime de la preparación sino todo lo contrario nos invita a hacerla con mayor intensidad. Hay una pregunta que se hacía la gente que acudía a Juan, allá en el desierto junto al Jordán, que podría ser también un serio planteamiento que nosotros nos hiciéramos. ‘La gente preguntaba a Juan: Entonces, ¿qué hacemos?... estaba en expectación…’
‘Entonces, ¿qué hacemos?’ ¿cómo tenemos que prepararnos? Las respuestas del Bautista a los distintos grupos que acudían a él y su misma actitud ante el Mesías que llegaba, pueden ser para nosotros una buena pauta en nuestra preparación. Juan pide generosidad en el compartir y justicia, responsabilidad y rectitud, humildad y conversión.
Recordamos brevemente sus palabras. ‘El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida que haga lo mismo…’ Cristo llega a nosotros en el hermano, y sobre todo el que pobre y en el que sufre. Si no somos capaces de acogerlo, compartir con él lo que somos o tenemos desde el amor, poco podremos acoger a Cristo de verdad en nuestro corazón. No podemos olvidar aquellas palabras de Jesús, ‘lo que hicisteis con uno de estos humildes hermanos a mí me lo hicisteis’.
Es el amor que tiene que llenar nuestra vida, es la búsqueda del bien y la justicia, la rectitud en nuestro obrar y la responsabilidad con que vivimos nuestra vida de cada día, allí en el lugar que ocupemos. A los publicanos les dice que sean justos en sus cobros y a los militares que actúen justa y correctamente. Cada uno de nosotros tenemos que escuchar en la sinceridad de nuestro corazón qué es lo que nos está pidiendo el Señor en ese nuestro actuar de cada día para obrar con esa rectitud y responsabilidad.
Pero más nos enseña el Bautista. Y es la humildad. En la expectación que vivían las gentes con su aparición en el desierto predicando ‘todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías’. El responde abiertamente y con humildad: ‘Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias’. Jesús diría de él en una ocasión ‘os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que él’, y sin embargo ahora Juan se manifiesta con toda humildad. ‘El os bautizará con Espíritu Santo y fuego’. Juan sólo era ‘la voz que grita en el desierto’ para preparar los caminos del Señor.
Es la humildad del que se sabe pequeño; es la humildad con que nosotros nos acercamos al Señor sabiéndonos indignos y pecadores; es la humildad de quien reconoce que necesita de la salvación que Jesús nos ofrece; es la humildad de quien se pone en camino de auténtica conversión al Señor. Como ya nos recordaba el pasado domingo, muchas son las cosas que tenemos que transformar en nuestra vida; mucho es lo que el Señor con su gracia a hacer nuevo en nosotros.
Por eso, en esa esperanza y en esa humildad suplicamos confiadamente al Señor: Ven pronto, Señor, no tardes más. Es el cántico que nos acompaña o la música de fondo de nuestra oración y súplica al Señor. ‘En toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias vuestras peticiones sean presentadas al Señor’, como nos enseñaba Pablo en la carta a los Filipenses. Es la súplica y es la escucha, es el encuentro vivo con el Señor y es el querernos llenar de su gracia. Es la presencia de la Palabra de Dios en el día a día de nuestra vida y es la vivencia sacramental en la Eucaristía, en la Penitencia. Todo esto tiene que estar muy presente en nuestro camino.
‘Confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, El es mi salvación… dad gracias, invocad su nombre…’ Claro que tenemos que cantar jubilosos: ¡Qué grande es el Señor!