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viernes, 18 de diciembre de 2009

Un nombre que es amor y es salvación

Jer. 23, 5-8
Sal. 71
Mt. 1, 18-24

Escuchando con atención la Palabra proclamada, tanto del profeta Jeremías como del Evangelio podría surgir la pregunta o interrogante con cuántos nombres se nos menciona al Mesías que ha de venir y esperamos. ¿Tres nombres?¿un solo nombre?
Jeremías al hablarnos del vástago de David que viene como ‘rey prudente que hará justicia y derecho en la tierra’, nos dice: ‘Y lo llamarán con este nombre: El Señor nuestra justicia…’ Bíblicamente el término justicia no tiene solamente el sentido jurídico o de derecho como nosotros podamos entenderlo, aunque hoy nos haya hablado de que hará justicia y derecho en la tierra. Si nos fijamos a continuación nos ha dicho ‘en su día se salvará Judá, Israel habitará seguro’. Entraña pues el sentido de santidad de Dios y salvación de Dios. El Señor nuestra justicia el que nos hace participar de la santidad de Dios en la salvación que nos ofrece.
En el evangelio aparecerá la cita del profeta Isaías para confirmar lo que el ángel le anuncia a José. ‘Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel (que significa Dios con nosotros)’.
Si es el Dios con nosotros es participación de la vida de Dios, de la santidad de Dios. Si es Dios con nosotros es amor de Dios; de un Dios que nos ama y nos salva. Es el amor lo que nos hace sentir a Dios, lo que nos une a Dios, nos acerca, nos hace ser uno con El, como siempre es el amor en los que se aman que tienden a unirse en la unión y comunión más profunda; es el amor que nos hace partícipes de su vida y nos empuja a parecernos a Dios reflejando su santidad en nosotros; es el amor que nos hace santos. En el amor y desde el amor quiso El venir a nosotros de esa manera.
No está lejos, pues, el tercer nombre que hoy se nos propone. Cuando el ángel que se le aparece en sueños para quitar las dudas de José le dice: ‘José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados’.
Tenemos que seguir diciendo lo mismo: es el amor el que nos salva; por amor viene Dios a hacerse hombre; por amor el Hijo de Dios se hace Hijo del Hombre; por amor quiere parecerse en todo a nosotros menos en el pecado, pero cargó con nuestros pecados; por amor y el amor más extremo, dio su vida por nosotros, porque nos dirá que no hay amor más grande que el del que da la vida por el amado.
Es nuestra justicia, nuestra salvación y nuestro camino de santidad; es Dios con nosotros y es nuestro Salvador. En el fondo hemos de reconocer un mismo nombre que es el del amor. Dios es amor.
Así se realiza la obra de la salvación y de la redención en nosotros hoy: ni nuestro pecado es del pasado, muy presente en nuestra vida y en nuestro mundo hoy, ni la salvación que Jesús nos ofrece es cosa de otro tiempo que ahora nosotros recordemos devotamente. La salvación de Jesús tiene un hoy en nuestro tiempo y en nuestra vida. Hoy hemos de vivir su salvación como hemos de vivir su amor.
¿Qué nos queda hacer a nosotros? Como José acogida para que llegue a nuestra vida; no lo destacamos lo suficiente cuando hablamos de san José pero en José hay una actitud semejante a la de María la que se puso en las manos de Dios para decir sí; de la misma manera lo vemos en José.
Pero como José nos queda otra actitud: colaboración en la obra de Dios. El ocupó un lugar también en la presencia de Dios hecho hombre, Emmanuel, entre nosotros. Desde el silencio y quedándose en segundo término allí estaba José. No importa ese silencio, pero él estaba colaborando también a la obra de la salvación de Jesús. Que de igual manera nosotros estemos dispuestos también para colaborar allí donde el Señor quiera y en lo que el Señor quiera.
Finalmente recogemos la antífona de este día como súplica y oración: ‘Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí, le diste tu ley, ven a liberarnos con el poder de tu brazo’.

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