Gén. 49, 2.8-10
Sal. 21
Mt. 1, 1-17
Sal. 21
Mt. 1, 1-17
Iniciamos ocho días en los que la Iglesia en su liturgia quiere ofrecernos textos especiales que nos ayuden a intensificar la preparación para la Navidad. En otros tiempos a nivel popular comenzaban las llamadas ‘misas de luz’, que los mayores podemos bien recordar, y por nuestras calles y plazas, a las puertas de nuestras casas, en nuestros pueblos y barrios sonaban los villancicos que anunciaban la cercanía de la Navidad.
Vamos a intentar dejarnos conducir de mano de la liturgia en estos días con sus textos específicos de la Palabra de Dios que nos irán acercando día a día al misterio de la Navidad – aunque lo iniciamos con el evangelio de san Mateo, luego leeremos de forma continuada el principio del evangelio de san Lucas -, con sus oraciones y antífonas tan especiales como las del Magníficat de Vísperas y que también se recogen como antífonas del Aleluya antes del Evangelio.
Hoy se nos presenta la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán en el evangelio de san Mateo. Jesús, el Cristo, el Ungido de Dios, el Mesías es hijo de David, hijo de Abrahán. Quiere la genealogía que arranca de Abrahán y que tiene como centro importante al Rey David destacar la vinculación del Mesías al pueblo de Israel, al que pertenece y en el que está profundamente arraigado y donde se va a proclamar la Buena Nueva de la salvación, que sin embargo no es sólo para el pueblo judío sino para toda la humanidad.
La lectura del libro del Génesis vincula al Mesías que va a venir a Judá, uno de los hijos de Jacob, que será el heredero de la promesa, porque así a él de manera especial se la trasmite su padre. De la tribu de Judá y de la dinastía de David nos había de venir el Salvador. ‘No se apartará de Judá el cetro ni el bastón de mando de entre sus rodillas… hasta que le rindan homenaje los pueblos’, le anuncia Jacob a su hijo cuando le hace heredero de la promesa.
‘El Señor Dios le dará el trono de David, su Padre y reinará sobre la casa de Jacob para siempre…’ le anunciaría el ángel a María. ‘Hijo de David’, llamará el ángel a José cuando le anuncia que lo que va a nacer de María es obra del Espíritu Santo.
No nos queda hoy sino, por una parte, subrayar lo que hemos pedido en el salmo. ‘Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente’, que bien tiene que ser una súplica insistente al Señor que viene con su salvación para este mundo tan necesitado de justicia y de paz. Paz y justicia que en plenitud sólo podemos alcanzar del Señor.
Y por otra parte, destacar la antífona propia de este día, tanto del Magnificat como del Aleluya antes del Evangelio, que tiene que convertirse también para nosotros en súplica anhelante. ‘Sabiduría del Altísimo, que obras todo con firmeza y suavidad, ven y muéstranos el camino de la prudencia’. Que sepamos abrirnos a esa Sabiduría divina. Que sepamos saborear la justicia y la santidad de Dios que nos llene abundantemente de su paz.
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