Hemos
de saber valorar nuestras emociones para descubrir los caminos de Dios y
convertir nuestras lágrimas en flor de solidaridad con el sufrimiento de los
demás
Éxodo 24, 3-8; Sal 49; Juan 11, 19-27
Hay momentos
en la vida en que la emoción puede más que nosotros y, aunque tratamos de
controlarnos y disimular por aquello, si somos hombres, de que los hombres no
lloran, o simplemente si somos personas mayores, hombre o mujer, no está bien
que perdamos la serenidad y nos pongamos en la vida como plañideras – así
pensamos muchas veces – sin embargo las lágrimas afloran a nuestros ojos, las
emociones se hacen palpables, aunque quizá estemos pensando por dentro que si
hubiéramos hecho las cosas de otra manera las emociones no se saldrían de
cauce, pero nos damos cuenta de que son necesarias, porque al menos desahogamos
la pena o la tristeza que llevamos dentro. Sí, nos suceden cosas así, y vienen
las culpabilizaciones porque podríamos haberlo hecho de otra manera, o porque
incluso podemos pensar que es un castigo de Dios cuanto nos está sucediendo.
No terminamos
de caer en la cuenta que los caminos de Dios son distintos a los nuestros y que
Dios nos pueda dar una luz con la que podamos comenzar a ver incluso aquello
que no nos parece tan bueno, un camino de Dios que nos está pidiendo algo. Dios
también nos habla por medio de esos caminos errados que podamos tomar en un
momento determinado, de los errores que cometamos en la vida, o también desde
esas mismas emociones que algunas veces tratamos de reprimir.
Se desbordó
el corazón de Marta primero y luego también el de María, cosa que incluso se
convirtió en sus labios en una queja a Jesús, porque si hubiera estado allí no
habría sucedido aquel trance de dolor por el que están pasando. ‘Si hubieras
estado aquí…’ fue la queja de ambas hermanas que parece se hubieran puesto de
acuerdo, o era algo que aquellos momentos de duelo habrían hablado entre ellas.
Con esa les salió Marta al encuentro con Jesús cuando se enteró de que llegaba,
y fueron también las primeras palabras de María cuando le avisaron que había
venido Jesús.
Pero ya Jesús
les había dicho a los discípulos cuando le avisaron de la enfermedad de Lázaro,
dándoles claves de interpretación a cuanto estaba sucediendo, de que aquello no
era mortal, sino para que se manifestase la gloria de Dios. Por eso ahora la
respuesta de Jesús es ‘tu hermano resucitará’. Y no se trata de la resurrección
en el último día, como se apresta a confesar rápidamente Marta, sino que será
ahora un momento para que se manifieste la gloria de Dios. Solo hace falta una
cosa, creer en la Palabra de Jesús, porque el que cree tendrá vida para
siempre.
Nos venimos
haciendo esta reflexión del evangelio que nos habremos hecho muchas veces
porque en este día celebramos la fiesta de santa Marta, la hermana de María de
Betania y de Lázaro. Un momento de luz del evangelio que nos ayudará a
encontrar sentido y valor a esos momentos que atravesamos muchas veces de
dolor, de impotencia quizá antes los acontecimientos que se van desarrollando
en nuestra vida, y esos momento en que afloran nuestras emociones que quizás
tratamos de medio ocultar, pero que hemos de tratar de saber valorar bien, para
descubrir los caminos que Dios va poniendo delante de nosotros.
No es que
tengamos que ser plañideras con nuestros gritos desgarradores tratemos de
contagiar de nuestra emoción a los que nos rodean, pero no nos ha de acobardar
el dejar salir externamente esas emociones por las que pasamos, porque nos
pueden ayudar a encausar ese torrente de ternura que muchas veces brota de
nuestro corazón.
No temamos
emocionarnos en público, no nos importe que afloren nuestras emociones, aparte
de que sicológicamente se aflojen muchas tensiones que llevamos en nuestro
interior muchas veces reprimidas sino que nos harán presentarnos en ese lado
tan humano de la vida en el que somos capaces de sentir como nuestro también el
dolor de los demás, de los que están a nuestro lado. Nuestras lágrimas se
pueden convertir en flor de solidaridad con el sufrimiento de los demás.