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sábado, 29 de julio de 2023

Hemos de saber valorar nuestras emociones para descubrir los caminos de Dios y convertir nuestras lágrimas en flor de solidaridad con el sufrimiento de los demás

 

Hemos de saber valorar nuestras emociones para descubrir los caminos de Dios y convertir nuestras lágrimas en flor de solidaridad con el sufrimiento de los demás

Éxodo 24, 3-8; Sal 49; Juan 11, 19-27

Hay momentos en la vida en que la emoción puede más que nosotros y, aunque tratamos de controlarnos y disimular por aquello, si somos hombres, de que los hombres no lloran, o simplemente si somos personas mayores, hombre o mujer, no está bien que perdamos la serenidad y nos pongamos en la vida como plañideras – así pensamos muchas veces – sin embargo las lágrimas afloran a nuestros ojos, las emociones se hacen palpables, aunque quizá estemos pensando por dentro que si hubiéramos hecho las cosas de otra manera las emociones no se saldrían de cauce, pero nos damos cuenta de que son necesarias, porque al menos desahogamos la pena o la tristeza que llevamos dentro. Sí, nos suceden cosas así, y vienen las culpabilizaciones porque podríamos haberlo hecho de otra manera, o porque incluso podemos pensar que es un castigo de Dios cuanto nos está sucediendo.

No terminamos de caer en la cuenta que los caminos de Dios son distintos a los nuestros y que Dios nos pueda dar una luz con la que podamos comenzar a ver incluso aquello que no nos parece tan bueno, un camino de Dios que nos está pidiendo algo. Dios también nos habla por medio de esos caminos errados que podamos tomar en un momento determinado, de los errores que cometamos en la vida, o también desde esas mismas emociones que algunas veces tratamos de reprimir.

Se desbordó el corazón de Marta primero y luego también el de María, cosa que incluso se convirtió en sus labios en una queja a Jesús, porque si hubiera estado allí no habría sucedido aquel trance de dolor por el que están pasando. ‘Si hubieras estado aquí…’ fue la queja de ambas hermanas que parece se hubieran puesto de acuerdo, o era algo que aquellos momentos de duelo habrían hablado entre ellas. Con esa les salió Marta al encuentro con Jesús cuando se enteró de que llegaba, y fueron también las primeras palabras de María cuando le avisaron que había venido Jesús.

Pero ya Jesús les había dicho a los discípulos cuando le avisaron de la enfermedad de Lázaro, dándoles claves de interpretación a cuanto estaba sucediendo, de que aquello no era mortal, sino para que se manifestase la gloria de Dios. Por eso ahora la respuesta de Jesús es ‘tu hermano resucitará’. Y no se trata de la resurrección en el último día, como se apresta a confesar rápidamente Marta, sino que será ahora un momento para que se manifieste la gloria de Dios. Solo hace falta una cosa, creer en la Palabra de Jesús, porque el que cree tendrá vida para siempre.

Nos venimos haciendo esta reflexión del evangelio que nos habremos hecho muchas veces porque en este día celebramos la fiesta de santa Marta, la hermana de María de Betania y de Lázaro. Un momento de luz del evangelio que nos ayudará a encontrar sentido y valor a esos momentos que atravesamos muchas veces de dolor, de impotencia quizá antes los acontecimientos que se van desarrollando en nuestra vida, y esos momento en que afloran nuestras emociones que quizás tratamos de medio ocultar, pero que hemos de tratar de saber valorar bien, para descubrir los caminos que Dios va poniendo delante de nosotros.

No es que tengamos que ser plañideras con nuestros gritos desgarradores tratemos de contagiar de nuestra emoción a los que nos rodean, pero no nos ha de acobardar el dejar salir externamente esas emociones por las que pasamos, porque nos pueden ayudar a encausar ese torrente de ternura que muchas veces brota de nuestro corazón.

No temamos emocionarnos en público, no nos importe que afloren nuestras emociones, aparte de que sicológicamente se aflojen muchas tensiones que llevamos en nuestro interior muchas veces reprimidas sino que nos harán presentarnos en ese lado tan humano de la vida en el que somos capaces de sentir como nuestro también el dolor de los demás, de los que están a nuestro lado. Nuestras lágrimas se pueden convertir en flor de solidaridad con el sufrimiento de los demás.

viernes, 28 de julio de 2023

Cuando una semilla germina hará nacer una nueva planta que a su vez producirá otras semillas multiplicando la vida en una cadena sin fin

 


Cuando una semilla germina hará nacer una nueva planta que a su vez producirá otras semillas multiplicando la vida en una cadena sin fin

Éxodo 20,1-17; Sal 18; Mateo 13,18-23

¿Qué hacemos con la semilla? Virtualmente la semilla es una explosión inagotable de vida que parece que nunca se acaba; de ella surge la vida en la semilla que germina y que hará nacer una nueva planta que a su vez producirá otras semillas con lo que la vida se va multiplicando como en una espiral sin fin; pero la semilla que utilizamos como alimento, cuántos productos nuevos podrán surgir de esa semilla que se transforma; quien de ella se alimenta, así mismo se llena de vida, que engendrará y producirá más vida también podemos decir que en una cadena igualmente sin fin.

Pero esa cadena o esa espiral la podemos romper, cuando una semilla no produce el fruto para la que estaba pensada, bien porque o no germine o lo haga con tanta precariedad que nunca va a hacer florecer una nueva planta que produzca a su vez nuevos frutos, o si la dejamos morir de manera que en su putrefacción no nos produzca el alimento sano que de ella podríamos esperar.

Es lo que nos viene a describir la parábola cuando no encuentra la tierra apropiada donde germinar y hacer crecer esa nueva plata anuncio y presagio de nuevos frutos. Y aquí siempre nos hacemos hermosas consideraciones de por qué no somos la tierra buena, por qué hemos dejado crecer esos abrojos o no hemos limpiado ese pedregal en que hemos convertido la tierra donde sembrar esa semilla; pensamos, es cierto, en cuantas cosas rodean nuestra vida con sus apegos que nos distraen y nos arrastran muchas veces. Muchas cosas podemos pensar en este sentido.

Pero quiero pensar en algo más, en la semilla que nosotros podemos ser para los que nos rodean. Sí, el testimonio de vida que podemos ofrecer, el amor que podemos regalar, la ternura que llevamos en nuestro corazón y que podemos contagiar a los demás, la alegría con que vivimos la vida que despierta ilusión y ganas de vivir en los demás, el esfuerzo que realizamos cada día en nosotros mismos por superarnos, por crecer, por ser maduros en la vida, los valores que cultivamos y las metas altas que nos proponemos y por las que luchamos, van a ser semilla que vamos plantando en los otros con el deseo de que en ellos produzcan también nueva vida.

Seamos buena semilla en el campo de nuestro mundo, hagamos fructificar la vida, sepamos ir sembrando buenas cosas en los demás, que nuestra palabra ilusione, que nuestros gestos despierten deseos de vida, que nuestra manera de actuar abra nuevos horizontes a los que están a nuestro lado, que la grandeza de nuestro corazón eleve también sus corazones en búsqueda de algo grande y hermoso, que nuestra profunda espiritualidad llene también de ese Espíritu de Dios al mundo que nos rodea.

Nos preguntábamos al principio qué hacemos con la semilla que era una forma de interrogarnos como la acogemos o como somos la tierra propicia para que germine y dé fruto. Pero ahora nos preguntamos cómo somos nosotros como semilla. Decíamos antes que las semillas se multiplicaban cuando las nuevas plantas nacidas de esa semilla producían a su vez nuevas semillas, llamadas a seguir dando vida. Por eso nos preguntamos ahora cómo somos nosotros esa semilla que sigue germinando vida en nuestro mundo. Es el impulso interior, el impulso de vida que sentimos dentro de nosotros para seguir generando vida.


jueves, 27 de julio de 2023

Escuchemos esas campanas que nos hablan de Dios, son sonidos maravillosos que Dios hace llegar a los oídos de nuestro corazón y que nos hacen encontrarnos con El

 


Escuchemos esas campanas que nos hablan de Dios, son sonidos maravillosos que Dios hace llegar a los oídos de nuestro corazón y que nos hacen encontrarnos con El

Éxodo 19,1-2.9-11.16-20b; Dn 3,52.53.54.55.56; Mateo 13,10-17

Como solemos decir, oímos campanas y no sabemos donde. En otros tiempos en que no había tanto sonido o tanto ruido en el ambiente en nuestros campos oímos campanas en la lejanía y pronto percibíamos que es lo que nos estaban anunciando, ya fuera el toque de oración, la muerte de algún vecino, o la llegada del tiempo de las fiestas. Hoy hemos perdido la percepción del sentido de los toques de las campanas y además aunque oigamos no escuchamos para poder percibir el sentido de lo que se nos anuncia. Oíamos el toque de la campana y nos decíamos unos a otros, escucha y se hacia silencio para poder escuchar de verdad los sonidos que nos hablaban.

Una imagen que nos puede hablar mucho de lo que nos sucede hoy, pero también de aquello a la que Jesús está haciendo referencia, cuando le preguntan por qué les habla en parábolas. Ya también iban perdiendo es capacidad de escucha a la voz de Dios que les hablaba, y les sucedía como nos sucede también muy fuertemente hoy que no somos capaces de percibir esa voz de Dios que nos habla desde la naturaleza o nos habla de los acontecimientos que nos suceden a nosotros o en nuestro entorno. Todo hoy quizás nos lo queremos explicar científicamente y ya no somos capaces ni de percibir el misterio ni de ser capaces de elevar nuestro espíritu para ver más allá de lo que los sentidos nos pueden señalar.

Jesús les recuerda las palabras de Isaías: ‘Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure’.

Así nos sigue sucediendo, oímos, miramos, pero ni somos capaces de escuchar ni somos capaces de entender. Nos hemos insensibilizado para muchas cosas, hemos perdido un sentido espiritual de la existencia, todo lo convertimos en materia, o lo queremos convertir en ganancias pero que las reducimos a lo material; ya ni somos capaces de disfrutar de lo que vivimos, de esas cosas sencillas de nuestra vida, a las que no damos importancia y las pasamos por alto, no sabemos valorar porque hemos llenado la vida – y valga la incongruencia – de vacío. Hay una riqueza espiritual que nada tiene que ver con lo que resuena en nuestros bolsillos, ni con lo abultado de los números de nuestras cartillas bancarias, ni con aquellos oropeles con los que queremos envolvernos llenos de vanidad para dar una apariencia de lo que en realidad no somos.

Necesitamos de nuevo aprender la cartilla para que aprendamos a leer la vida; buscar el diapasón que afine nuestros oídos y que les dé sensibilidad  para sintonizar con lo espiritual; darle hondura a nuestra vida para que nuestras raíces lleguen a esos nutrientes que de verdad nos van a fortalecer el corazón; aprender a prestar atención alejándonos de los ruidos que nos perturbar porque será la manera de escuchar ese susurro de Dios; ponernos en el lugar adecuado para que cuando pase esa suave brisa como le sucedía al profeta en la montaña darnos cuenta que ahí está Dios.

Escuchemos esas campanas que nos hablan de Dios, son sonidos maravillosos que Dios hace llegar a los oídos de nuestro corazón y que nos hacen encontrarnos con El. Podremos decir al final, ‘¡Bendito eres, Señor, en el templo de tu santa gloria!

miércoles, 26 de julio de 2023

La iglesia no se puede quedar con la semilla guardada en el granero esperando que vengan a ella sino que tiene que salir a esparcirla por cada rincón de nuestro mundo

 


La iglesia no se puede quedar con la semilla guardada en el granero esperando que vengan a ella sino que tiene que salir a esparcirla por cada rincón de nuestro mundo

Éxodo 16, 1-5. 9-15; Sal 77; Mateo 13, 1-9

Esta mañana evocaba la parábola y el evangelio de hoy. ‘Salió Jesús de casa y se sentó junto al lago…’ Hermosa imagen. Había salido yo de casa también, en ese paseo mañanero de todos los días… un paseo que es algo más que ‘estirar las piernas’ como se suele decir, algo más que un ejercicio porque lo necesita mi salud, mi corazón, un paseo que me ayuda a salir, a ir más allá de esos lugares físicos por donde camino, un paseo para un encuentro con la vida, para contemplar cuanto me rodea, un paseo que me ayuda mirar los campos, las personas que están a mi alrededor, un paseo que muchas veces hago en silencio, pero me ayuda a sentir, a escuchar otro palpitar… Esta mañana llegué al parque y allí me senté… no me rodeó nadie, como a Jesús que tuvo que subirse a la barca para poder desde allí hablar a la gente, regalarles esta hermosa parábola.

Un sembrador que sale echando a voleo su semilla por los campos y caminos que atraviesa, una semilla que se va desparramando por endurecidos caminos igual que por zarzales o ásperos pedregales, una semilla que llegará también a tierra cultivada y preparada, una semilla que va germinando, va brotando, unas crecen pronto, otras se muestras raquíticas por la sequedad y dureza del terreno, otras que pronto se ven ahogadas por la maleza que les rodea, otras que solo servirán de alimento para los pajarillos del cielo que así pronto encuentran fácil alimento, pero una semilla que está llamada a dar fruto y por eso germina.

Miraba a mi alrededor, casas y caminos, campos de cosecha o campos abandonados, casas de puertas cerradas y casas abandonadas en el silencio de la soledad, gentes que pasaban por el camino, o gentes que allá estaban en sus quehaceres o sentadas placidamente también en la plaza y con sus entretenimientos.

¿Dónde está la semilla? ¿Dónde está el sembrador? ¿Penetrará en esas casas una buena noticia? ¿Llegarán a esas personas semillas de esperanza que despierten los corazones a una nueva vida? ¿Cómo se hará germinar la semilla en esos campos tan diversos? ¿Podremos ver el ir y venir de sembradores que lleguen también hasta esos rincones? ¿Cuáles son los deseos que se anidan en esos corazones, en esas personas afanadas en sus quehaceres, en esos que andan entretenidos pero distraídos por la vida porque parece que nada los hace pensar?

¿Llegará la voz de la Iglesia también a esos lugares que parecen lejanos y distantes o siempre estará esperando la Iglesia que sean ellos los que vayan hasta su lugar? El sembrador del que habla Jesús no se quedó en casa con la semilla en la mano esperando que aquellos terrenos vinieran a buscarla. Aquel sembrador salió, como Jesús que no se quedó sentado en la orilla del lago sino que se subió a la barca.

Yo también mientras tanto me había quedado sentado en mi banco en el parque, tampoco quizás había salido al camino para algo más que contemplar el campo, tampoco había salido para también esparcir la semilla. Algo he intentado hacer porque estos días precisamente se han cumplido quince años en que he querido estar regalando esta ‘semilla de cada día’; tengo la esperanza de que en algún corazón haya comenzado a germinar.

Cuando hoy escuchamos de nuevo esta parábola, que ya se nos ofreció en la liturgia de los pasados domingos, ¿estaremos sintiendo la urgencia de ser sembradores, de salir para seguir esparciendo esa semilla por los campos de la vida? Es un buen toque de atención que una vez más el Señor nos da.

Es una llamada a la Iglesia misma para que sea más misionera, para que salgamos de nuestros cómodos graneros donde guardamos el grano y vayamos al encuentro de nuestro mundo que espera y necesita esa semilla de vida que de alguna manera en nuestra comodidad nos estamos negando a regalar.

martes, 25 de julio de 2023

No dejemos de soñar en cómo mejor podemos servir a la tarea de la Evangelización, aunque tengamos que beber el cáliz, tenemos a María como fortaleza de nuestra fe

 


No dejemos de soñar en cómo mejor podemos servir a la tarea de la Evangelización, aunque tengamos que beber el cáliz, tenemos a María como fortaleza de nuestra fe

Hechos 4, 33; 5, 12. 27b-33; 12, 2; Sal 66; 2Corintios 4, 7-15;  Mateo 20, 20-28

También nosotros tenemos nuestros sueños, y solemos decir que soñar es bueno, no sé si para justificarnos; pero, es cierto, soñamos con algo mejor, soñamos que haya cambios en nuestra sociedad, aunque algunas veces nos sintamos un poco frustrados o derrotados cuando no lo logramos como a nosotros nos hubiera gustado – pensemos cómo se sienten muchos en nuestra sociedad en el momento concreto en que vivimos -, soñamos con algo mejor y tenemos el sueño de que seamos nosotros lo que hagamos eso mejor para el mundo y para los demás; soñamos que queremos ser grandes, aunque muchas veces no nos clarificamos bien el como lo vamos a hacer o como lo vamos a lograr. Soñamos porque tenemos ambición en nuestra vida, lo que tendríamos que clarificar bien cuales son esas ambiciones. Y puede ser ahí donde nos podemos comenzar a plantear el sentido o el valor de esos sueños.

Como soñaban los contemporáneos de Jesús en la situación en la que estaban viviendo, con sus pobrezas y sus miserias, con el sentirse oprimidos y sin libertad porque el poder estaba en manos de otros o porque incluso se veían manipulados por los que se consideraban poderosos e influyentes en su sociedad; y la aparición de aquel nuevo profeta de Galilea también les hacia soñar en la pronta llegada de aquel Mesías liberador y en Jesús podían ver su realización. Claro que soñaban los discípulos más cercanos a Jesús, que precisamente por esa cercanía, también quizás por razones de parentesco, con aquel Mesías que se barruntaba ellos podían tener alguna situación mejor, o alguna situación de dominio también sobre los demás. Era bueno el sueño que alimentaba sus esperanzas, pero todo se podía torcer cuando se dejasen envolver por ciertas ambiciones de poder.

Con ese sueño llegaron aquellos dos discípulos hasta Jesús, valiéndose además de la influencia que pudiera tener su madre en razón del parentesco con Jesús. ‘Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda’, es la petición directa y clara que se atreve a hacerle a Jesús. Pero detrás de aquella madre soñadora estaban los hijos con sus ambiciones también en el corazón. Jesús escucha, Jesús comprende, Jesús no recrimina, Jesús quiere hacer pensar, Jesús quiere que se aclaren en su interior cuales son las verdaderas ambiciones que llevan dentro de sí.

‘No sabéis lo que pedís… ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber?’ Muy decididos están y parecen tenerlo claro por su pronta respuesta, aunque como les dice Jesús no saben lo que están pidiendo. ‘Podemos’, fue su pronta respuesta. ‘El cáliz lo beberéis…’ y ellos que a pesar de su prontitud pensaban que no habría momentos de pasarlo mal porque todo sería como un discurrir sobre ruedas.

Pero los primeros puestos no son para quienes los piden así con sus corazones llenos de ambiciones. Había que entender el espíritu de servicio que había de envolver sus vidas; tenían que entender que la grandeza no estaba en esos primeros lugares que estaban pidiendo, sino en hacerse los últimos; otros eran los parámetros de Jesús para medir las grandezas, como el mismo Jesús había de vivir, habría de beber también el cáliz, aunque fuera amargo y llegara el momento de pedirle al Padre que le librara de aquel cáliz. Pero ellos no se iban a librar de aquel cáliz tampoco. ‘Lo beberéis…’

Cuando hoy escuchamos este evangelio, precisamente porque celebramos la fiesta del Apóstol Santiago, patrón de España tendríamos que entender nosotros lo que ha de significar en nuestras vidas ese cáliz que quizás habremos de beber. No le fue fácil al apóstol como nos señalan las buenas tradiciones la predicación del evangelio en nuestras tierras. Muestra de ello es lo que la tradición también nos habla de la presencia de María junto al apóstol para ser un pilar en la tarea de la evangelización. Pero también, por otra parte, las Escrituras nos hablan en los Hechos de los Apóstoles, del pronto martirio decapitado en Jerusalén. Bebió el cáliz en la dificultad de la evangelización de nuestras tierras y bebió el cáliz en el pronto martirio sufrido por el nombre de Jesús. Del Apóstol conservamos el recuerdo de lo que nos dice el evangelio que formaba parte de aquellos discípulos especialmente escogidos por Jesús y estaría al lado de Jesús en momentos importantes como sería la Transfiguración del Tabor, la resurrección de la hija de Jairo y la agonía de la oración en el huerto de Getsemaní al comenzar la pasión.

¿Qué nos puede decir todo esto cuando estamos celebrando su fiesta? ¿Seremos capaces de decir también ‘podemos’ como lo hicieron los hijos del Zebedeo ante la invitación de Jesús a seguirle y al sentirnos también enviados al anuncio del Evangelio? Sabemos que no es tarea fácil, sabemos que vivimos en una sociedad de indiferencia ante el hecho religioso cuando no de una sorda oposición al anuncio y a la vivencia de nuestra fe. Esto nos está pidiendo y exigiendo una fortaleza interior, de la que algunas veces carecemos, porque no hemos cuidado lo suficiente la maduración de nuestra fe.

Hay, sin embargo, una esperanza que podemos tener en la presencia de María, como lo fue para el apóstol Santiago, en esa devoción que aun mantienen a la Virgen mucha de la gente que nos rodea y a quienes hemos de llevar ese anuncio del evangelio. El Seños nos la quiso dejar como madre, y fue precisamente Juan, el hermano de Santiago, el que la acogió en su casa. Acojamos a María y sintamos la presencia de María, que sea un pilar seguro en esa misión que también nosotros hemos recibido de hacer el anuncio del Evangelio.

No temamos el cáliz que también tengamos que beber, porque aunque sabemos que es dura la tarea y nos cuesta tanto doblegar nuestra cerviz para aprender humildemente a hacernos los últimos y los servidores de todos, en se cáliz sabemos que estamos bebiendo la Sangre de Cristo – así nos lo dejó al instituir la Eucaristía – que será para nosotros cáliz de fortaleza y bebida de salvación. No dejemos de soñar en cómo mejor nosotros podemos servir a la tarea de la Evangelización.

lunes, 24 de julio de 2023

Inquietud para que esa vivencia que llevamos en nuestro interior se transforme en un testimonio ilusionante para todos los que están en nuestro entorno

 


Inquietud para que esa vivencia que llevamos en nuestro interior se transforme en un testimonio ilusionante para todos los que están en nuestro entorno

Éxodo 14,5-18; Ex 15,1-2.3-4.5-6; Mateo 12,38-42

Es muy preocupante, al menos es una de mis preocupaciones nacidas desde el compromiso de mi misma fe, la decadencia, por llamarlo de alguna manera, que apreciamos en nuestro entorno de los sentimientos religiosos. El domingo contemplaba las naves prácticamente vacías de la Iglesia a la hora de la celebración dominical; y no es que vivamos en un pueblo despoblado – esos pueblos vacíos de los que hablan de muchos lugares – sino que ha entrado un enfriamiento religioso, como decía muy preocupante, en un pueblo que se llama cristiano, que presume de su devoción a su Cristo y se organizan grandes fiestas cuando llega su tiempo, pero en el día a día públicamente no se expresan esos sentimientos religiosos, estamos más prontos para una fiesta o un espectáculo deportivo que para cualquier acto religioso que se celebre e la comunidad.

Hemos ido dejando que se vaya creando una sociedad sin Dios, se asiste por compromiso social a algunas cosas tradicionales de tipo religioso, pero cada vez son menos los que se hacen presentes. Vivimos al margen de todo sentimiento  religioso, y más aun de lo que suenen a principios o valores cristianos. Me vais a decir que  no todos somos así, pero miro el mismo entorno donde vivo y veo ese vacoeligioso, esa despreocupación y alejamiento de lo que les suene a cristiano o a Iglesia.

No todos somos así, es cierto, pero me pregunto cómo los que aun seguimos manteniendo encendida esa llama de la fe somos testimonio atractivo para los que nos rodean. ¿Llama la atención nuestra manera de ser y de actuar precisamente porque estamos viviendo una fe? Confieso que si preocupante es la indiferencia religiosa que nos rodea, más preocupante es que los que somos cristianos no seamos una referencia atractiva que despierte la fe de los que nos rodean.

Hoy hemos escuchado en el evangelio que por allí andaban los escribas y los fariseos pidiéndole pruebas a Jesús para creer en El. Testigos eran de las obras de Jesús, porque Jesús no realizaba nada oculto, y todos eran testigos de sus milagros, de las curaciones que realizaba que, es cierto, movían los corazones de los sencillos para creer en Jesús, pero no movía los corazones de aquellos escribas y fariseos. Les recuerda Jesús cómo los ninivitas se convirtieron con la predicación de Jonás, o incluso la reina del Sur había venido de lejos para escuchar y conocer la sabiduría de Salomón. Por eso les dice Jesús que no tendrán más signo que la señal de Jonás, y estaba hablando de su propia muerte y resurrección. Pero sus corazones estaban cerrados.

Y esto del evangelio me ha hecho pensar en lo que he venido reflexionando desde el principio. Nuestro mundo cierra los ojos para no ver; y estamos de ese mundo cercano a nosotros, que somos cristianos de toda la vida, como se suele decir, que en nuestra niñez y nuestra juventud hemos tenido una cercanía a la Iglesia con unas catequesis, con la preparación para unos sacramentos, donde se han vivido unas tradiciones que llamamos cristianas, pero ahora nos encontramos en esa situación que mencionábamos.

Da pena algunas veces cuando uno ve concursos tipo cultural que se hacen en las televisiones, que cuando surgen preguntas que pueden estar relacionadas con el hecho religioso y cristiano, da pena, digo, la incultura religiosa que tiene la mayoría de las personas, incapaces de responder a las cosas más elementales que hemos oído o contemplado toda la vida cuando hemos vivido cercanos a la Iglesia. Eso denota la despreocupación que se tiene por todo lo que suene, por decirlo así, a religión.

Comparto esta preocupación y quisiera que en nosotros los cristianos se despertara una inquietud. A veces parece que nos resignamos, pero esa resignación no casa de ninguna manera con nuestra fe. Preocuparnos, entonces, por nuestra fe, preocuparnos por alimentarla, preocuparnos por formarnos debidamente para poder dar una respuesta madura. Inquietud que nos tiene que hacer preguntarnos que estamos haciendo realmente y qué podemos hacer. Inquietud para que esa vivencia que nosotros llevamos en nuestro interior se transforme en un testimonio ilusionante para todos los que están en nuestro entorno.

domingo, 23 de julio de 2023

Es tan bonito el respeto que debemos tenernos los unos a los otros porque nuestro amor cristiano siempre tiene que ser constructivo, sembrador de vida y de esperanza

 


Es tan bonito el respeto que debemos tenernos los unos a los otros porque nuestro amor cristiano siempre tiene que ser constructivo, sembrador de vida y de esperanza

 Sabiduría 12, 13. 16-19; Sal 85; Romanos 8, 26-27; Mateo 13, 24-30

También nos volvemos nosotros exigentes y radicales muchas veces en la vida como el que quería arrancar la cizaña. ¿Qué nos sucede cuando nos llevan la contraria? ¿Cuál es la actitud y la postura que muchas veces mantenemos dentro de nosotros cuando vemos a alguien que está haciendo algo que nosotros no nos parece lo correcto y desde nuestra manera de ver las cosas pensamos que está haciendo daño a la sociedad, por ejemplo? ¿Cómo reaccionamos contra los que consideramos injustos, que hacen daño a los demás, que quisiéramos quitarlos de un plumazo de la sociedad en la que estamos? Con nuestras ideas, con nuestro pensamiento de rectitud, al menos creemos que nosotros andamos en lo cierto y en lo justo, queremos arrancar la semilla de la cizaña, queremos quitarlos de en medio.

¿Alguna vez nos miramos a nosotros mismos? Si con sinceridad lo hacemos nos damos cuenta de los errores que cometemos, de las cosas que hacemos mal, y para nosotros pedimos comprensión y paciencia que yo cambiaré, nos decimos, paciencia y comprensión que no tenemos nunca con los demás. Si el actuar de Dios fuera como nosotros pensamos en esta línea que estamos reflexionando, ya nos hubiera quitado a nosotros de un plumazo, pero ¡cuánta paciencia ha tenido Dios con nosotros para esperar, para perdonarnos una y otra vez esperando que demos el cambio! Si hubiera arrancado la mala cizaña, ¿dónde estaríamos nosotros ahora?

Es lo que nos está proponiendo Jesús hoy en el evangelio con la parábola que nos ofrece. Un hombre sembró buena semilla en su campo, pero vino el enemigo que no lo quería y mientras dormía en el mismo campo, en medio de aquella buena semilla, sembró cizaña. Nacerían a un tiempo, el parecido de las plantas en su crecimiento es mucho, aunque se pueden bien distinguir, pero cuando los criados le hablan de arrancar la cizaña, les dice que hay que esperar hasta el tiempo de la ciega; ahora podríamos arrancar las plantas buenas junto con las malas, en la hora de la cosecha ya se podrá diferenciar. La paciencia del buen agricultor.

La paciencia de Dios en nuestra vida que siempre está esperando una buena respuesta de nuestra parte. Nuestra paciencia que algunas veces damos por desaparecida. Será nuestra paciencia, o será el modo de cultivar nuestro campo, el modo de cultivar nuestra vida. Para que no haya confusión. Para que no demos por bueno aquello que no lo es pero que lo aparenta; cuantas veces nos creamos esas confusiones; cuántas veces hacemos tantas mezcolanzas en nuestra vida; cuántas veces nos dejamos confundir por las apariencias, o permitimos que las apariencias en nuestra vida que aparecen con nuestras vanidades pueden confundir a los demás.

No somos iguales, no todos pensamos lo mismo, no todos nos planteamos la vida de la misma manera, no siempre aparece esa rectitud y esa madurez en nuestra vida para discernir, para diferenciar, para no dejarnos contagiar. Es un gran peligro. Pero así es la vida y así es nuestro mundo. Así andamos con nuestras diferencias y hasta con nuestros caminos opuestos. Pero siempre tenemos que saber dar una oportunidad, otra oportunidad.

Tenemos que encender luces que iluminen, no podemos dejarnos llevar por las ilusiones, tenemos que tener claro cuáles son nuestros principios y cuál es la meta que esperamos alcanzar. Siempre tenemos que estar abiertos para que el otro pueda descubrir esa luz, pueda encontrarse con esa luz; es una hermosa tarea.

No somos nadie para destruir, y menos destruir la vida de nadie, pero si tenemos que estar abiertos a la esperanza y con nuestro testimonio hacer que todos un día puedan encontrar esa luz.

No nos sirven los radicalismos. Están apareciendo demasiado en nuestra sociedad en un lado y en otro; queremos imponer y si no nos aceptan apartamos, queremos arrastrar las fichas fuera de la mesa de juego.

No nos sirven las intransigencias, que desgraciadamente están demasiado presentes en nuestra sociedad de hoy, en la vida social, en la vida política, y cuidado que por algunas rendijas se nos vaya metiendo en nuestra vida de fe, como si fueran valores también de nuestra vida cristiana.

Es tan bonito el respeto que debemos tenernos los unos a los otros. Nuestro amor cristiano siempre tiene que ser constructivo, sembrador de vida y de esperanza. Algún día podremos recoger los buenos frutos.