No dejemos de soñar en cómo mejor podemos servir a la tarea
de la Evangelización, aunque tengamos que beber el cáliz, tenemos a María como
fortaleza de nuestra fe
Hechos 4, 33; 5, 12. 27b-33; 12, 2; Sal 66;
2Corintios 4, 7-15; Mateo 20, 20-28
También nosotros
tenemos nuestros sueños, y solemos decir que soñar es bueno, no sé si para
justificarnos; pero, es cierto, soñamos con algo mejor, soñamos que haya
cambios en nuestra sociedad, aunque algunas veces nos sintamos un poco
frustrados o derrotados cuando no lo logramos como a nosotros nos hubiera
gustado – pensemos cómo se sienten muchos en nuestra sociedad en el momento
concreto en que vivimos -, soñamos con algo mejor y tenemos el sueño de que
seamos nosotros lo que hagamos eso mejor para el mundo y para los demás;
soñamos que queremos ser grandes, aunque muchas veces no nos clarificamos bien
el como lo vamos a hacer o como lo vamos a lograr. Soñamos porque tenemos ambición
en nuestra vida, lo que tendríamos que clarificar bien cuales son esas
ambiciones. Y puede ser ahí donde nos podemos comenzar a plantear el sentido o
el valor de esos sueños.
Como soñaban
los contemporáneos de Jesús en la situación en la que estaban viviendo, con sus
pobrezas y sus miserias, con el sentirse oprimidos y sin libertad porque el
poder estaba en manos de otros o porque incluso se veían manipulados por los
que se consideraban poderosos e influyentes en su sociedad; y la aparición de
aquel nuevo profeta de Galilea también les hacia soñar en la pronta llegada de
aquel Mesías liberador y en Jesús podían ver su realización. Claro que soñaban
los discípulos más cercanos a Jesús, que precisamente por esa cercanía, también
quizás por razones de parentesco, con aquel Mesías que se barruntaba ellos
podían tener alguna situación mejor, o alguna situación de dominio también
sobre los demás. Era bueno el sueño que alimentaba sus esperanzas, pero todo se
podía torcer cuando se dejasen envolver por ciertas ambiciones de poder.
Con ese sueño
llegaron aquellos dos discípulos hasta Jesús, valiéndose además de la influencia que pudiera tener su madre en razón del
parentesco con Jesús. ‘Ordena que
estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu
izquierda’, es la petición directa y clara que se atreve a hacerle a Jesús. Pero
detrás de aquella madre soñadora estaban los hijos con sus ambiciones también
en el corazón. Jesús escucha, Jesús comprende, Jesús no recrimina, Jesús quiere
hacer pensar, Jesús quiere que se aclaren en su interior cuales son las
verdaderas ambiciones que llevan dentro de sí.
‘No
sabéis lo que pedís… ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber?’ Muy decididos están y
parecen tenerlo claro por su pronta respuesta, aunque como les dice Jesús no
saben lo que están pidiendo. ‘Podemos’, fue su pronta respuesta. ‘El cáliz
lo beberéis…’ y ellos que a pesar de su prontitud pensaban que no habría
momentos de pasarlo mal porque todo sería como un discurrir sobre ruedas.
Pero los
primeros puestos no son para quienes los piden así con sus corazones llenos de
ambiciones. Había que entender el espíritu de servicio que había de envolver
sus vidas; tenían que entender que la grandeza no estaba en esos primeros
lugares que estaban pidiendo, sino en hacerse los últimos; otros eran los
parámetros de Jesús para medir las grandezas, como el mismo Jesús había de
vivir, habría de beber también el cáliz, aunque fuera amargo y llegara el
momento de pedirle al Padre que le librara de aquel cáliz. Pero ellos no se
iban a librar de aquel cáliz tampoco. ‘Lo beberéis…’
Cuando hoy
escuchamos este evangelio, precisamente porque celebramos la fiesta del Apóstol
Santiago, patrón de España tendríamos que entender nosotros lo que ha de
significar en nuestras vidas ese cáliz que quizás habremos de beber. No le fue
fácil al apóstol como nos señalan las buenas tradiciones la predicación del
evangelio en nuestras tierras. Muestra de ello es lo que la tradición también
nos habla de la presencia de María junto al apóstol para ser un pilar en la
tarea de la evangelización. Pero también, por otra parte, las Escrituras nos
hablan en los Hechos de los Apóstoles, del pronto martirio decapitado en
Jerusalén. Bebió el cáliz en la dificultad de la evangelización de nuestras
tierras y bebió el cáliz en el pronto martirio sufrido por el nombre de Jesús.
Del Apóstol conservamos el recuerdo de lo que nos dice el evangelio que formaba
parte de aquellos discípulos especialmente escogidos por Jesús y estaría al
lado de Jesús en momentos importantes como sería la Transfiguración del Tabor,
la resurrección de la hija de Jairo y la agonía de la oración en el huerto de
Getsemaní al comenzar la pasión.
¿Qué nos
puede decir todo esto cuando estamos celebrando su fiesta? ¿Seremos capaces de
decir también ‘podemos’ como lo hicieron los hijos del Zebedeo ante la invitación
de Jesús a seguirle y al sentirnos también enviados al anuncio del Evangelio?
Sabemos que no es tarea fácil, sabemos que vivimos en una sociedad de
indiferencia ante el hecho religioso cuando no de una sorda oposición al
anuncio y a la vivencia de nuestra fe. Esto nos está pidiendo y exigiendo una
fortaleza interior, de la que algunas veces carecemos, porque no hemos cuidado
lo suficiente la maduración de nuestra fe.
Hay, sin
embargo, una esperanza que podemos tener en la presencia de María, como lo fue
para el apóstol Santiago, en esa devoción que aun mantienen a la Virgen mucha
de la gente que nos rodea y a quienes hemos de llevar ese anuncio del
evangelio. El Seños nos la quiso dejar como madre, y fue precisamente Juan, el
hermano de Santiago, el que la acogió en su casa. Acojamos a María y sintamos
la presencia de María, que sea un pilar seguro en esa misión que también
nosotros hemos recibido de hacer el anuncio del Evangelio.
No temamos
el cáliz que también tengamos que beber, porque aunque sabemos que es dura la
tarea y nos cuesta tanto doblegar nuestra cerviz para aprender humildemente a
hacernos los últimos y los servidores de todos, en se cáliz sabemos que estamos
bebiendo la Sangre de Cristo – así nos lo dejó al instituir la Eucaristía – que
será para nosotros cáliz de fortaleza y bebida de salvación. No dejemos de
soñar en cómo mejor nosotros podemos servir a la tarea de la Evangelización.
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