Cuando una semilla germina hará nacer una nueva planta que a su vez producirá otras semillas multiplicando la vida en una cadena sin fin
Éxodo 20,1-17; Sal 18; Mateo 13,18-23
¿Qué hacemos con la semilla? Virtualmente la semilla es una explosión inagotable de vida que parece que nunca se acaba; de ella surge la vida en la semilla que germina y que hará nacer una nueva planta que a su vez producirá otras semillas con lo que la vida se va multiplicando como en una espiral sin fin; pero la semilla que utilizamos como alimento, cuántos productos nuevos podrán surgir de esa semilla que se transforma; quien de ella se alimenta, así mismo se llena de vida, que engendrará y producirá más vida también podemos decir que en una cadena igualmente sin fin.
Pero esa cadena o esa espiral la podemos romper, cuando una semilla no produce el fruto para la que estaba pensada, bien porque o no germine o lo haga con tanta precariedad que nunca va a hacer florecer una nueva planta que produzca a su vez nuevos frutos, o si la dejamos morir de manera que en su putrefacción no nos produzca el alimento sano que de ella podríamos esperar.
Es lo que nos viene a describir la parábola cuando no encuentra la tierra apropiada donde germinar y hacer crecer esa nueva plata anuncio y presagio de nuevos frutos. Y aquí siempre nos hacemos hermosas consideraciones de por qué no somos la tierra buena, por qué hemos dejado crecer esos abrojos o no hemos limpiado ese pedregal en que hemos convertido la tierra donde sembrar esa semilla; pensamos, es cierto, en cuantas cosas rodean nuestra vida con sus apegos que nos distraen y nos arrastran muchas veces. Muchas cosas podemos pensar en este sentido.
Pero quiero pensar en algo más, en la semilla que nosotros podemos ser para los que nos rodean. Sí, el testimonio de vida que podemos ofrecer, el amor que podemos regalar, la ternura que llevamos en nuestro corazón y que podemos contagiar a los demás, la alegría con que vivimos la vida que despierta ilusión y ganas de vivir en los demás, el esfuerzo que realizamos cada día en nosotros mismos por superarnos, por crecer, por ser maduros en la vida, los valores que cultivamos y las metas altas que nos proponemos y por las que luchamos, van a ser semilla que vamos plantando en los otros con el deseo de que en ellos produzcan también nueva vida.
Seamos buena semilla en el campo de nuestro mundo, hagamos fructificar la vida, sepamos ir sembrando buenas cosas en los demás, que nuestra palabra ilusione, que nuestros gestos despierten deseos de vida, que nuestra manera de actuar abra nuevos horizontes a los que están a nuestro lado, que la grandeza de nuestro corazón eleve también sus corazones en búsqueda de algo grande y hermoso, que nuestra profunda espiritualidad llene también de ese Espíritu de Dios al mundo que nos rodea.
Nos preguntábamos al principio qué hacemos con la semilla que era una forma de interrogarnos como la acogemos o como somos la tierra propicia para que germine y dé fruto. Pero ahora nos preguntamos cómo somos nosotros como semilla. Decíamos antes que las semillas se multiplicaban cuando las nuevas plantas nacidas de esa semilla producían a su vez nuevas semillas, llamadas a seguir dando vida. Por eso nos preguntamos ahora cómo somos nosotros esa semilla que sigue germinando vida en nuestro mundo. Es el impulso interior, el impulso de vida que sentimos dentro de nosotros para seguir generando vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario