Inquietud
para que esa vivencia que llevamos en nuestro interior se transforme en un
testimonio ilusionante para todos los que están en nuestro entorno
Éxodo 14,5-18; Ex 15,1-2.3-4.5-6; Mateo
12,38-42
Es muy
preocupante, al menos es una de mis preocupaciones nacidas desde el compromiso
de mi misma fe, la decadencia, por llamarlo de alguna manera, que apreciamos en
nuestro entorno de los sentimientos religiosos. El domingo contemplaba las
naves prácticamente vacías de la Iglesia a la hora de la celebración dominical;
y no es que vivamos en un pueblo despoblado – esos pueblos vacíos de los que
hablan de muchos lugares – sino que ha entrado un enfriamiento religioso, como
decía muy preocupante, en un pueblo que se llama cristiano, que presume de su
devoción a su Cristo y se organizan grandes fiestas cuando llega su tiempo,
pero en el día a día públicamente no se expresan esos sentimientos religiosos,
estamos más prontos para una fiesta o un espectáculo deportivo que para
cualquier acto religioso que se celebre e la comunidad.
Hemos ido
dejando que se vaya creando una sociedad sin Dios, se asiste por compromiso
social a algunas cosas tradicionales de tipo religioso, pero cada vez son menos
los que se hacen presentes. Vivimos al margen de todo sentimiento religioso, y más aun de lo que suenen a
principios o valores cristianos. Me vais a decir que no todos somos así, pero miro el mismo
entorno donde vivo y veo ese vacoeligioso, esa despreocupación y alejamiento de
lo que les suene a cristiano o a Iglesia.
No todos
somos así, es cierto, pero me pregunto cómo los que aun seguimos manteniendo
encendida esa llama de la fe somos testimonio atractivo para los que nos
rodean. ¿Llama la atención nuestra manera de ser y de actuar precisamente
porque estamos viviendo una fe? Confieso que si preocupante es la indiferencia
religiosa que nos rodea, más preocupante es que los que somos cristianos no
seamos una referencia atractiva que despierte la fe de los que nos rodean.
Hoy hemos
escuchado en el evangelio que por allí andaban los escribas y los fariseos pidiéndole
pruebas a Jesús para creer en El. Testigos eran de las obras de Jesús, porque
Jesús no realizaba nada oculto, y todos eran testigos de sus milagros, de las
curaciones que realizaba que, es cierto, movían los corazones de los sencillos
para creer en Jesús, pero no movía los corazones de aquellos escribas y
fariseos. Les recuerda Jesús cómo los ninivitas se convirtieron con la
predicación de Jonás, o incluso la reina del Sur había venido de lejos para
escuchar y conocer la sabiduría de Salomón. Por eso les dice Jesús que no
tendrán más signo que la señal de Jonás, y estaba hablando de su propia muerte
y resurrección. Pero sus corazones estaban cerrados.
Y esto del
evangelio me ha hecho pensar en lo que he venido reflexionando desde el
principio. Nuestro mundo cierra los ojos para no ver; y estamos de ese mundo
cercano a nosotros, que somos cristianos de toda la vida, como se suele decir,
que en nuestra niñez y nuestra juventud hemos tenido una cercanía a la Iglesia
con unas catequesis, con la preparación para unos sacramentos, donde se han
vivido unas tradiciones que llamamos cristianas, pero ahora nos encontramos en
esa situación que mencionábamos.
Da pena
algunas veces cuando uno ve concursos tipo cultural que se hacen en las
televisiones, que cuando surgen preguntas que pueden estar relacionadas con el
hecho religioso y cristiano, da pena, digo, la incultura religiosa que tiene la
mayoría de las personas, incapaces de responder a las cosas más elementales que
hemos oído o contemplado toda la vida cuando hemos vivido cercanos a la
Iglesia. Eso denota la despreocupación que se tiene por todo lo que suene, por
decirlo así, a religión.
Comparto esta
preocupación y quisiera que en nosotros los cristianos se despertara una inquietud.
A veces parece que nos resignamos, pero esa resignación no casa de ninguna
manera con nuestra fe. Preocuparnos, entonces, por nuestra fe, preocuparnos por
alimentarla, preocuparnos por formarnos debidamente para poder dar una
respuesta madura. Inquietud que nos tiene que hacer preguntarnos que estamos
haciendo realmente y qué podemos hacer. Inquietud para que esa vivencia que
nosotros llevamos en nuestro interior se transforme en un testimonio
ilusionante para todos los que están en nuestro entorno.
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