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lunes, 24 de julio de 2023

Inquietud para que esa vivencia que llevamos en nuestro interior se transforme en un testimonio ilusionante para todos los que están en nuestro entorno

 


Inquietud para que esa vivencia que llevamos en nuestro interior se transforme en un testimonio ilusionante para todos los que están en nuestro entorno

Éxodo 14,5-18; Ex 15,1-2.3-4.5-6; Mateo 12,38-42

Es muy preocupante, al menos es una de mis preocupaciones nacidas desde el compromiso de mi misma fe, la decadencia, por llamarlo de alguna manera, que apreciamos en nuestro entorno de los sentimientos religiosos. El domingo contemplaba las naves prácticamente vacías de la Iglesia a la hora de la celebración dominical; y no es que vivamos en un pueblo despoblado – esos pueblos vacíos de los que hablan de muchos lugares – sino que ha entrado un enfriamiento religioso, como decía muy preocupante, en un pueblo que se llama cristiano, que presume de su devoción a su Cristo y se organizan grandes fiestas cuando llega su tiempo, pero en el día a día públicamente no se expresan esos sentimientos religiosos, estamos más prontos para una fiesta o un espectáculo deportivo que para cualquier acto religioso que se celebre e la comunidad.

Hemos ido dejando que se vaya creando una sociedad sin Dios, se asiste por compromiso social a algunas cosas tradicionales de tipo religioso, pero cada vez son menos los que se hacen presentes. Vivimos al margen de todo sentimiento  religioso, y más aun de lo que suenen a principios o valores cristianos. Me vais a decir que  no todos somos así, pero miro el mismo entorno donde vivo y veo ese vacoeligioso, esa despreocupación y alejamiento de lo que les suene a cristiano o a Iglesia.

No todos somos así, es cierto, pero me pregunto cómo los que aun seguimos manteniendo encendida esa llama de la fe somos testimonio atractivo para los que nos rodean. ¿Llama la atención nuestra manera de ser y de actuar precisamente porque estamos viviendo una fe? Confieso que si preocupante es la indiferencia religiosa que nos rodea, más preocupante es que los que somos cristianos no seamos una referencia atractiva que despierte la fe de los que nos rodean.

Hoy hemos escuchado en el evangelio que por allí andaban los escribas y los fariseos pidiéndole pruebas a Jesús para creer en El. Testigos eran de las obras de Jesús, porque Jesús no realizaba nada oculto, y todos eran testigos de sus milagros, de las curaciones que realizaba que, es cierto, movían los corazones de los sencillos para creer en Jesús, pero no movía los corazones de aquellos escribas y fariseos. Les recuerda Jesús cómo los ninivitas se convirtieron con la predicación de Jonás, o incluso la reina del Sur había venido de lejos para escuchar y conocer la sabiduría de Salomón. Por eso les dice Jesús que no tendrán más signo que la señal de Jonás, y estaba hablando de su propia muerte y resurrección. Pero sus corazones estaban cerrados.

Y esto del evangelio me ha hecho pensar en lo que he venido reflexionando desde el principio. Nuestro mundo cierra los ojos para no ver; y estamos de ese mundo cercano a nosotros, que somos cristianos de toda la vida, como se suele decir, que en nuestra niñez y nuestra juventud hemos tenido una cercanía a la Iglesia con unas catequesis, con la preparación para unos sacramentos, donde se han vivido unas tradiciones que llamamos cristianas, pero ahora nos encontramos en esa situación que mencionábamos.

Da pena algunas veces cuando uno ve concursos tipo cultural que se hacen en las televisiones, que cuando surgen preguntas que pueden estar relacionadas con el hecho religioso y cristiano, da pena, digo, la incultura religiosa que tiene la mayoría de las personas, incapaces de responder a las cosas más elementales que hemos oído o contemplado toda la vida cuando hemos vivido cercanos a la Iglesia. Eso denota la despreocupación que se tiene por todo lo que suene, por decirlo así, a religión.

Comparto esta preocupación y quisiera que en nosotros los cristianos se despertara una inquietud. A veces parece que nos resignamos, pero esa resignación no casa de ninguna manera con nuestra fe. Preocuparnos, entonces, por nuestra fe, preocuparnos por alimentarla, preocuparnos por formarnos debidamente para poder dar una respuesta madura. Inquietud que nos tiene que hacer preguntarnos que estamos haciendo realmente y qué podemos hacer. Inquietud para que esa vivencia que nosotros llevamos en nuestro interior se transforme en un testimonio ilusionante para todos los que están en nuestro entorno.

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