Vayamos con humildad al Señor con nuestros problemas y necesidades y El se meterá en nuestro corazón dándonos su paz
Génesis 18,1-15; Sal 1; Mateo 8,5-17
Aquel hombre buscaba a Jesús porque quería la salud
para su criado, pero Dios se le metió en su corazón. No pedía nada para sí,
solo le preocupaba la salud de su criado y buscaba a Jesús. Pero lo hacía con
confianza, tenía la certeza de que sería escuchado. Pero iba con humildad. Y esto es lo que lo hizo grande. No era la
importancia de su cargo o su poder; fue la humildad con que acudía a Jesús.
‘Voy yo a curarlo’, le dice Jesús cuando le presenta
su petición. Y aparece su grandeza, porque resplandece su humildad. ‘¿Quién soy yo para que entres bajo mi
techo?’ Podía manifestar con orgullo cual era su cargo y su importancia;
podría sentir el orgullo de que Jesús llegara a su casa, pero sintió que no era
digno, se sentía pequeño, reconocía que Jesús era más grande. Bastaba la
palabra de Jesús y su criado podría sanar. Todo iba a obedecer a la voz de
Jesús.
‘Y cuando lo oyó,
Jesús se quedó admirado’
por la de aquel hombre. ‘Os aseguro que
en Israel no he encontrado en nadie tanta fe’. Dios estaba entrando en el
corazón de aquel hombre de una manera nueva. No era solo el milagro de la
curación del criado lo que iba a suceder. Estaba sucediendo algo más grande que
era el despertarse a la fe del corazón de aquel hombre. Era ya una fe distinta,
nueva. Y es que Jesús se estaba de verdad enseñoreando del corazón del
centurión. La humildad le había abierto las puertas de su corazón a Dios y Dios
que se goza en los humildes reinaba en aquel corazón.
¿Cómo acudimos nosotros al Señor? ¿De qué manera vamos
a El desde nuestras necesidades? En nuestras angustias, en nuestros problemas,
en los agobios de cada día acudimos también al Señor pidiendo su ayuda,
pidiendo el milagro de aquellos problemas se nos solucionen, de que podamos
salir pronto de aquel momento oscuro y difícil por el que estamos pasando. Y
algunas veces hasta nos ponemos exigentes con el Señor en nuestras peticiones.
Tienes que ayudarme, poco menos que le decimos, y quizá hasta hacemos una lista
de las cosas buenas que en algún momento hayamos hecho.
Quizá nos puede faltar humildad en muchas ocasiones.
Queremos que las cosas sean como nosotros queremos y cuando nosotros queremos.
Nos olvidamos de los caminos de Dios. Que Dios nos ofrece algo mejor o que más
nos conviene. Le pedimos que nos solucione las cosas pero quizá no le dejamos
entrar en el corazón. Y El quiere reinar en nuestro corazón. Para eso necesitamos
un corazón humilde. ‘Señor, no soy
digno…’ pero que digamos esa palabra ‘Señor’
de forma auténtica, porque reconozcamos que El es nuestro único Señor.
Necesitamos aprender a decirlo; necesitamos aprender a sentir que El es el
único Señor de nuestra vida.
Vayamos con humildad al Señor, sí, con nuestros
problemas, nuestras necesidades, nuestras preocupaciones, pero reconozcamos que
El es el Señor. Si lo hacemos con humildad nos llenaremos de Dios, El reinará
en nuestro corazón.