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viernes, 26 de junio de 2015

Jesús extendiendo la mano hasta el leproso nos está enseñando unas nuevas actitudes que destierren posturas discriminatorias

Jesús extendiendo la mano hasta el leproso nos está enseñando unas nuevas actitudes que destierren posturas discriminatorias

Génesis 17,1.9-10.15-22; Sal 127; Mateo 8,1-4
‘Señor, si quieres, puedes limpiarme… Quiero, queda limpio…’ Se había atrevido a acercarse un leproso hasta Jesús. Y digo se había atrevido porque a los leprosos no se les permitía acercarse a otras personas sanas. La fe lo había llevado hasta Jesús. Estaba seguro que Jesús podía curarlo, pero con humildad se acerca hasta Jesús para suplicarle ‘si quieres, puedes limpiarme’. Y Jesús había querido. ‘Jesús extendió la mano y lo tocó’. Mucho quiere decirnos este gesto de Jesús.
Un momento del evangelio que nos llena de esperanza, de confianza, que levanta nuestra fe, que nos hace confiar en el Señor. Un momento del evangelio que también puede suscitar muchos interrogantes en nuestro interior, que nos puede mover a actitudes, posturas, una nueva manera de actuar.
Acudimos a Jesús con nuestra lepra, con nuestras limitaciones, con nuestro pecado. Fea puede ser nuestra vida, como repugnante a los ojos de los sanos podía ser la presencia de un hombre enfermo de lepra, y más en las condiciones de la época. Era, sí, la fealdad de su cuerpo destrozado; pero era la situación marginal en que vivían los leprosos. Con nuestro pecado hemos manchado nuestra vida; con nuestro pecado estamos haciendo tantas rupturas en nosotros mismos, con Dios, con los demás.
Pero podemos acudir a Jesús que siempre nos va a recibir, nos va a acoger; en El está el amor y la misericordia. Tenemos que romper ese círculo que nos aísla con nuestro pecado; tenemos que decidirnos por acercarnos a Dios para acercarnos también a los demás. Nos puede costar; encontraremos muchas trabas. Pero miramos los ojos de Jesús y sabemos que El nos acoge y nos da fuerzas.
Pero quizá este texto puede interrogarnos también por los círculos que nosotros creamos, los aislamientos que podemos crear en los demás, las discriminaciones que pueden marcar nuestra vida y nuestras relaciones con los otros. Podemos marcar, señalar a aquel que fue o que hizo; a aquel que es o que tiene esos comportamientos; a aquel en quien ya, decimos, no podemos confiar; a aquel que no nos parece digno; a aquel con quien no nos queremos mezclar y no queremos que nos vean con él. Y aislamos, discriminamos, separamos…
¿Hemos pensado cuanto sufrimiento podemos estar causando a otros con posturas así? Es duro para quien se siente discriminado. Y esto puede suceder en muchos ámbitos de la sociedad y también de la Iglesia. A ras de la vida de cada día, o también quizá desde las alturas desde donde se pueden imponer normas y reglamentos. Nos puede suceder también a nosotros que nos creemos buenos y cumplidores de siempre.
‘Jesús extendió la mano, lo tocó y lo curó’. Aprendamos a extender también la mano. Nos hacen falta unas actitudes nuevas, unos gestos renovadores. Que en verdad la Iglesia se muestre como la madre de la misericordia que nos manifiesta lo que es la misericordia del Señor. Habrá que revisar cosas, actitudes, comportamientos, leyes y reglamentos. Tenemos que ser siempre para los demás esos signos de la misericordia del Señor. Quizá no siempre lo somos.

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