El evangelio es vida y siempre nos trae la buena noticia del amor con el que mutuamente hemos de relacionarnos
Génesis
12,1-9; Sal
32; Mateo
7,1-5
Bien sabemos que el evangelio tiene que traducirse en
cosas concretas de nuestra vida de cada día, porque el evangelio no es solo un
relato de historias bonitas que nos sean agradables en nuestra lectura y nos
puedan entretener. El evangelio es vida y el mensaje que nos trasmite Jesús tiene
que ser siempre buena noticia para nuestra vida; una buena noticia que nos
trasforme, una buena noticia que nos llene de vida, una buena noticia que nos
ponga en camino de actitudes nuevas y de acciones concretas de amor que hemos
de vivir cada día.
La buena noticia de Jesús está transida de amor; es un
mensaje de amor porque del anuncio que se nos hace del amor que Dios nos tiene
pero que nos está pidiendo además una respuesta de amor; una respuesta de amor
que, repito, se ha de traducir en esas cosas que cada día vivimos en nuestras
responsabilidades personales y en nuestras responsabilidades que tengamos con
los demás, ya desde el seno de nuestra familia, ya en el ámbito de nuestras
obligaciones y trabajos, ya en nuestra vida social y en las relaciones que
mantenemos con los demás.
Pero esas mutuas relaciones muchas veces se pueden ver
enturbiadas porque siempre nuestro corazon no es limpio, porque podemos
encontrar en los demás actitudes, posturas o acciones que no nos parezcan
correctas, porque el mal muchas veces se nos va metiendo por dentro y nos hace
flaquear en nuestra manera de ver a los demás, o en lo que hacemos que no
siempre es correcto y podemos hacer daño a los otros.
De ahí que es necesario que en ese amor que nos
tengamos mutuamente sepamos aceptarnos, pero sepamos también tendernos la mano
para ayudarnos mutuamente a caminar juntos. En ese amor nos decimos
humildemente las cosas, nos corregimos, nos ayudamos. Pero nunca desde la
altura de nuestro orgullo o nuestro considerarnos mejores, sino siempre
sabiendo reconocer que también en nosotros puede haber cosas que no son buenas.
Es la actitud de humildad y de sencillez que ha de guiar nuestras relaciones.
De eso nos habla Jesús hoy en el evangelio enseñándonos
cómo tenemos que hacernos esa corrección que nunca puede estar guiada ni por el
orgullo ni la superioridad, el juicio o la condena, sino siempre en la
humildad, la verdad de nuestra vida y el amor. Por eso nos dice: ‘No juzguéis y no os juzgarán; porque os van a
juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros’.
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