Vayamos a la otra orilla sin temores ni cobardías, aunque salgamos malheridos, pero tenemos muchas heridas que sanar
Job 38, 1.8-11; Sal.
106; 2 Cor. 5, 14-17; Mc. 4, 35-40
Habíamos escuchado a Jesús decirle a quienes querían
que fueran sus discípulos ‘vende lo que
tienes, dale el dinero a los pobres, y luego vente conmigo’; ‘tú, sígueme’, le dijo a Felipe cuando
se lo encuentra de camino; y a los pescadores que estaban con sus barcas y con
sus redes les había dicho ‘venid conmigo
y os haré pescadores de hombres’, y ellos dejándolo todo le siguieron. Y ya
sabían que al irse con El que ‘las aves
del cielo tienen sus nidos y las fieras del campo sus madrigueras, pero el Hijo
del Hombre no tenía donde reclinar la cabeza’.
Pero ahora le escuchamos decir, podemos adelantar que
como un anticipo de lo que sería su envío final, ‘vamos a la otra orilla’. Y dice el evangelista que ‘dejando a la gente, se lo llevaron en
barca, como estaban; y otras barcas lo acompañaban’. ¿Se lo llevaron o más
bien sería El quien se los llevaba a la otra orilla atravesando el lago? Había
sido El quien les había dicho ‘vamos a la
otra orilla’.
Nos puede recordar cuando Dios llamó a Abrahán para que
saliera de su tierra y fuera a la tierra que Dios le señalase. Podemos recordar
cuando Dios se manifiesta en el monte a Moisés y lo envía a que baje de nuevo a
Egipto que allí tiene una misión importante que realizar, ha de liberar al
pueblo de la opresión del Faraón.
Abrahán se dejó conducir poniéndose en camino hacia lo
desconocido porque no sabía bien a donde le llevaría aquel camino; Moisés
impresionado por la visión que había tenido de Dios se había puesto en marcha,
aunque sabía que la misión que se le encomendaba era difícil. Ahora también los
discípulos se fueron con El a la otra orilla, como les había invitado.
Alguno quizá podría haber preguntado ¿y a qué nos vas a
llevar a la otra orilla? Aquella es la región de los Gerasenos, podía comentar
alguno, y quizá no seríamos bien recibidos, como ya sucediera en otra ocasión.
¿Has pensado bien cómo está el lago y que quizá se nos puede levantar una
tormenta mientras lo atravesamos? Podría replicarle alguna que fuera entendido
en las cosas de aquel lago tan propenso a repentinas tormentas. Alguno pensaría
que no iban preparados para pescar y entonces para qué dar ese paseo. Nos
podemos imaginar todas esas dudas que podrían surgir en el interior de los
discípulos, aunque nada nos diga el evangelio porque ellos se fueron a donde El
les decía o más bien como dice el evangelista ‘dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaban’. Aunque
nosotros bien sabemos ya lo sucedería después.
Quiero quedarme en mi reflexión ahora en esa invitación
de Jesús que puede ser también la invitación que nos está haciendo hoy. ‘Vamos a la otra orilla’. Al final del
evangelio, antes de la Ascensión, los enviaría por el mundo con la misión de
anunciar el evangelio a todas las gentes. Y hemos de reconocer eso es lo que
han hecho los discípulos de Jesús a lo largo de los siglos repartidos por todo
el mundo anunciando el evangelio. A la otra orilla, a los confines del mundo,
parten los misioneros en nombre de la Iglesia, con el poder de Jesús para hacer
el anuncio del Evangelio.
Pero hoy nos dice ‘vamos
a la otra orilla’, que no significa quizá tener que irse a los confines del
mundo, sino a la otra orilla, al otro lado de la calle, a los barrios más
alejados de nuestras ciudades, a los lugares también inhóspitos que hay en
nuestro entorno; y no son los lugares, son las personas, es ese ambiente que
nos rodea, es ese mundo que aunque se llame cristiano quizá está tan lejos del
mensaje de Jesús. Es ese mundo de increencia que nos rodea, son esos lugares difíciles
o esas personas que nos pueden parecer conflictivas porque todo lo cuestionan,
porque siempre están a la contra, a los que les cuesta aceptar a la Iglesia.
Quizá también nosotros podemos tener nuestros miedos y
nuestras dudas en nuestro interior. Para qué lanzarnos a ese mundo incierto,
pensamos quizá, vamos a tratar de mantener los que tenemos. Y son nuestras
comunidades con poco espíritu misionero, que se vuelven rutinarias, cómodas,
con pocas iniciativas, con poco coraje, que nos quedamos siempre en lo mismo y
que nos cuesta salir de nuestras comodidades, de nuestras rutinas. No nos
atrevemos, nos da miedo por lo incierto o porque lo que tememos que nos vamos a
encontrar, las tempestades que puedan surgir.
El Papa nos lo está recordando continuamente que no nos
podemos quedar encerrados siempre en lo mismo, que tenemos que salir, ir las
periferias de la sociedad o a las periferias de la Iglesia. Es arriesgado
porque nos podemos encontrar tormentas y puede que algunos salgamos machacados.
Y quizá Jesús también tenga que decirnos ‘hombres
de poca fe, ¿por qué dudáis? ¿Por qué tenéis miedo?’ El nos ha prometido la
fuerza y la asistencia de su Espíritu, pero no nos lo terminamos de creer y por
eso seguimos con nuestros miedos, nuestras rutinas, nuestras cobardías,
temiendo la tormenta que puede llegar y en la que nos pueda parecer que Jesús
está dormido.
El está en medio de nosotros y no nos falla. Avivemos
nuestra fe. Avivemos ese espíritu misionero; podremos salir malheridos, pero es
que tenemos a tantos heridos que curar, tenemos tanto que hacer.
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