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domingo, 21 de junio de 2015

Vayamos a la otra orilla sin temores ni cobardías, aunque salgamos malheridos, pero tenemos muchas heridas que sanar

Vayamos a la otra orilla sin temores ni cobardías, aunque salgamos malheridos, pero tenemos muchas heridas que sanar

Job 38, 1.8-11; Sal. 106; 2 Cor. 5, 14-17; Mc. 4, 35-40
Habíamos escuchado a Jesús decirle a quienes querían que fueran sus discípulos ‘vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, y luego vente conmigo’; ‘tú, sígueme’, le dijo a Felipe cuando se lo encuentra de camino; y a los pescadores que estaban con sus barcas y con sus redes les había dicho ‘venid conmigo y os haré pescadores de hombres’, y ellos dejándolo todo le siguieron. Y ya sabían que al irse con El que ‘las aves del cielo tienen sus nidos y las fieras del campo sus madrigueras, pero el Hijo del Hombre no tenía donde reclinar la cabeza’.
Pero ahora le escuchamos decir, podemos adelantar que como un anticipo de lo que sería su envío final, ‘vamos a la otra orilla’. Y dice el evangelista que ‘dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaban; y otras barcas lo acompañaban’. ¿Se lo llevaron o más bien sería El quien se los llevaba a la otra orilla atravesando el lago? Había sido El quien les había dicho ‘vamos a la otra orilla’.
Nos puede recordar cuando Dios llamó a Abrahán para que saliera de su tierra y fuera a la tierra que Dios le señalase. Podemos recordar cuando Dios se manifiesta en el monte a Moisés y lo envía a que baje de nuevo a Egipto que allí tiene una misión importante que realizar, ha de liberar al pueblo de la opresión del Faraón.
Abrahán se dejó conducir poniéndose en camino hacia lo desconocido porque no sabía bien a donde le llevaría aquel camino; Moisés impresionado por la visión que había tenido de Dios se había puesto en marcha, aunque sabía que la misión que se le encomendaba era difícil. Ahora también los discípulos se fueron con El a la otra orilla, como les había invitado.
Alguno quizá podría haber preguntado ¿y a qué nos vas a llevar a la otra orilla? Aquella es la región de los Gerasenos, podía comentar alguno, y quizá no seríamos bien recibidos, como ya sucediera en otra ocasión. ¿Has pensado bien cómo está el lago y que quizá se nos puede levantar una tormenta mientras lo atravesamos? Podría replicarle alguna que fuera entendido en las cosas de aquel lago tan propenso a repentinas tormentas. Alguno pensaría que no iban preparados para pescar y entonces para qué dar ese paseo. Nos podemos imaginar todas esas dudas que podrían surgir en el interior de los discípulos, aunque nada nos diga el evangelio porque ellos se fueron a donde El les decía o más bien como dice el evangelista ‘dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaban’. Aunque nosotros bien sabemos ya lo sucedería después.
Quiero quedarme en mi reflexión ahora en esa invitación de Jesús que puede ser también la invitación que nos está haciendo hoy. ‘Vamos a la otra orilla’. Al final del evangelio, antes de la Ascensión, los enviaría por el mundo con la misión de anunciar el evangelio a todas las gentes. Y hemos de reconocer eso es lo que han hecho los discípulos de Jesús a lo largo de los siglos repartidos por todo el mundo anunciando el evangelio. A la otra orilla, a los confines del mundo, parten los misioneros en nombre de la Iglesia, con el poder de Jesús para hacer el anuncio del Evangelio.
Pero hoy nos dice ‘vamos a la otra orilla’, que no significa quizá tener que irse a los confines del mundo, sino a la otra orilla, al otro lado de la calle, a los barrios más alejados de nuestras ciudades, a los lugares también inhóspitos que hay en nuestro entorno; y no son los lugares, son las personas, es ese ambiente que nos rodea, es ese mundo que aunque se llame cristiano quizá está tan lejos del mensaje de Jesús. Es ese mundo de increencia que nos rodea, son esos lugares difíciles o esas personas que nos pueden parecer conflictivas porque todo lo cuestionan, porque siempre están a la contra, a los que les cuesta aceptar a la Iglesia.
Quizá también nosotros podemos tener nuestros miedos y nuestras dudas en nuestro interior. Para qué lanzarnos a ese mundo incierto, pensamos quizá, vamos a tratar de mantener los que tenemos. Y son nuestras comunidades con poco espíritu misionero, que se vuelven rutinarias, cómodas, con pocas iniciativas, con poco coraje, que nos quedamos siempre en lo mismo y que nos cuesta salir de nuestras comodidades, de nuestras rutinas. No nos atrevemos, nos da miedo por lo incierto o porque lo que tememos que nos vamos a encontrar, las tempestades que puedan surgir.
El Papa nos lo está recordando continuamente que no nos podemos quedar encerrados siempre en lo mismo, que tenemos que salir, ir las periferias de la sociedad o a las periferias de la Iglesia. Es arriesgado porque nos podemos encontrar tormentas y puede que algunos salgamos machacados. Y quizá Jesús también tenga que decirnos ‘hombres de poca fe, ¿por qué dudáis? ¿Por qué tenéis miedo?’ El nos ha prometido la fuerza y la asistencia de su Espíritu, pero no nos lo terminamos de creer y por eso seguimos con nuestros miedos, nuestras rutinas, nuestras cobardías, temiendo la tormenta que puede llegar y en la que nos pueda parecer que Jesús está dormido.
El está en medio de nosotros y no nos falla. Avivemos nuestra fe. Avivemos ese espíritu misionero; podremos salir malheridos, pero es que tenemos a tantos heridos que curar, tenemos tanto que hacer. 

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