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sábado, 6 de abril de 2019

Dejémonos sorprender por el evangelio y no lo escuchemos con ideas preconcebidas sino abriéndonos a él conducidos por el Espíritu del Señor


Dejémonos sorprender por el evangelio y no lo escuchemos con ideas preconcebidas sino abriéndonos a él conducidos por el Espíritu del Señor

Jeremías 11, 18-20; Sal 7; Juan 7, 40-53
Nos cuesta muchas veces liberarnos de prejuicios o de ideas preconcebidas en nuestra relación con los demás. Un dato claro en este aspecto es lo que nos está sucediendo y muchos quizá alentado con el problema tan actual de las migraciones. Hay un flujo migratorio muy grande en nuestra sociedad y llegan a nuestras tierras personas que vienen de otros continentes, de otra raza, de otra religión o de otras costumbres, y ya de alguna manera nos sentimos como prevenidos hacia esas personas, a las que en muchas ocasiones, o desde ciertos ambientes se le acusa de todos los males, resistiéndonos interiormente y muchas veces también con manifestaciones externas a la aceptación o a la acogida.
Esto que es una problemática social que se vive hoy con mucha intensidad y no solo es en Europa sino también en otros continentes y en otros ambientes, es también algo que de alguna manera vivimos en la cercanía del cada día en nuestra relación con los pueblos vecinos o de nuestro entorno. En mi tierra porque se es de otra isla, por ejemplo, surgen muchas veces reticencias y desconfianzas que nos llevan en muchas ocasiones a desaires e incluso desprecios.
¿Esta manera de actuar entra en nuestros sentimientos humanos? ¿No habrá una cierta inhumanidad en actitudes o posturas de este tipo? Claro que tendríamos que preguntarnos si actuando así estamos con actitudes verdaderamente cristianas. Mucho tendríamos que reflexionar y revisar en este aspecto, porque no siempre podemos tirar la primera piedra por mucho que hablemos de humanidad.
 Me surge esta reflexión a raíz de lo que escuchamos en el evangelio. La gente se preguntaba si Jesús era o no era el Mesías esperado. Y hoy vemos en este pasaje del evangelio diferentes posturas en esa aceptación o no aceptación de Jesús como profeta y como Mesías.
Está la reacción de algunos que se preguntan.¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?’ Y nos dice el evangelista que surgió una gran discordia entre las gentes por este motivo. Pero veremos luego también la reacción de aquellos que de ninguna manera quieren aceptar a Jesús en las discusiones que surgían en el Sanedrín y entre los sumos sacerdotes y fariseos y saduceos. Cuando  Nicodemo de forma prudente les dice que no se puede juzgar a nadie sin haberlo escuchado, le echan en cara si él se está poniendo de parte de Jesús y le cuestionan sus planteamientos. ‘Ellos le replicaron: ¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas’. Eran las ideas preconcebidas con las que ellos actuaban.
Pero en medio nos encontrábamos con una proclamación muy hermosa que se hace de Jesús por parte de aquellos que habían sido enviados para prenderle. Al volver con las manos vacías a la presencia del Sanedrín y echarles en cara que no han cumplido con lo que se les había mandado, ellos replican: ‘Jamás ha hablado nadie como ese hombre’. Una proclamación de la admiración que todos sentían por Jesús.
Muchas lecciones, podríamos decir, se derivan para nuestra vida de este corto pasaje del evangelio. Empecemos por esto último y aprendamos a sentir verdadera admiración por la Palabra de Jesús, que para nosotros es Palabra de Dios. Dejémonos sorprender por el evangelio, no lo demos por sabido que es nuestra terrible tentación.
Cuantas veces cuando nos acercamos a una página del evangelio casi no la leemos ni la escuchamos en nuestro corazón porque la damos por sabida. Pensemos que siempre el Evangelio es Buena Noticia; y la noticia es algo fresco, algo de hoy, algo que escuchamos como nuevo, y así tenemos que abrir nuestro corazón al Evangelio. El Espíritu siempre va a sugerirnos algo nuevo para nuestra vida de cada página del evangelio que escuchemos con atención en nuestro corazón.
No podemos ir con ideas preconcebidas ante Jesús y su mensaje, como tenemos que aprender a arrancar de nuestros corazones esas cosas, como prejuicios, que nos predisponen contra los demás. Y aquí tendríamos que interrogarnos en nuestro interior por muchas cosas de nuestras mutuas relaciones con todos.

viernes, 5 de abril de 2019

No pongamos tanta resistencia a los que nos pide Jesús que es vivir su misma vida cuando ponemos nuestra fe en El como el enviado de Dios


No pongamos tanta resistencia a los que nos pide Jesús que es vivir su misma vida cuando ponemos nuestra fe en El como el enviado de Dios

Sabiduría 2, 1.12-22; Sal 33; Juan 7,1-2.10, 25-30
En la medida en que nos  vamos acercando a la semana de Pasión y a la Pascua el evangelio de cada día – estamos leyendo a san Juan – nos va presentando la oposición que Jesús va encontrando sobre todo en Jerusalén a su persona y a su mensaje; surgen diatribas y enfrentamientos dialécticos entre los judíos y Jesús; cuando el evangelio de Juan emplea la palabra judíos, no se refiere al pueblo en general, sino sobre todo a sus dirigentes, los sumos sacerdotes y el sanedrín compuesto principalmente por fariseos y saduceos, y por los escribas y maestros de la ley. Quieren quitar de en medio a Jesús.
Por eso los detalles que  hoy nos ofrece el evangelio con ocasión de la fiesta de las Tiendas en la que muchos de todas partes subían a Jerusalén; en principio no encuentran a Jesús, que había decidido  no ir, precisamente por ese malestar que se palpaba en la ciudad, porque todos sabían que sus dirigentes no querían a Jesús, aunque finalmente Jesús sube a la fiesta aunque sin hacerse mucho presente. Sin embargo algunos lo reconocen, y se preguntan si acaso ya sus dirigentes han terminado de aceptar que Jesús es el Mesías. Aun permanecía la duda en muchos, porque a Jesús lo conocían como el Galileo, y sin embargo del Mesías pensaban que no sabrían de donde procedía; siempre a la expectativa de cosas milagrosas y extraordinarias.
‘A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; a ése vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él, y él me ha enviado’. Es la afirmación rotunda que Jesús hace de si mismo. Nos hace recordar lo que ya antes habíamos escuchado en este mismo evangelio de san Juan. ‘Tanto amó Dios al mundo que nos envió a su Hijo’. Jesús es el enviado de Dios Padre; Jesús es la manifestación grandiosa del amor que Dios Padre nos tiene.
Por eso ya nos había dicho que creer en El, era creer en el que lo había enviado; que quien cree en El ya tiene en si la vida eterna. En otros momentos nos hablará de la unión intima y profunda que significa creer en Jesús. No son solo palabras, sino que es vida. Por eso nos invitará a que le comamos para que tengamos vida para siempre, porque ‘quien come mi carne y bebe mi sangre tendrá vida eterna… yo lo resucitaré en el ultimo día’.
Es maravilloso lo que significa nuestra fe en Jesús. No se trata simplemente de hacer cosas y de hacer cosas buenas; es cuestión de vida, de vivirle a El, de vivir su misma vida. A eso nos invita y nos llama. Eso es lo que nos ofrece. Por eso quiere inundarnos de su Espíritu, para que podamos tener su misma vida.
Muchas son las cosas que tenemos que cambiar en nuestra propia mente. Es una nueva visión, un nuevo sentido, un nuevo vivir. Por eso desde el principio nos ha hablado de conversión; y conversión es darle la vuelta a la vida; no es simplemente hacer unos arreglitos en algunas cositas que tendríamos que cambiar o mejorar, es darle la vuelta a la vida, porque es nuevo vivir, es una nueva vida la que ha de haber en nosotros.
Claro que eso nos cuesta, nos descoloca, podríamos decir. Es lo que le pasaba a los judíos que no querían entender todo el alcance de las palabras de Jesús. Vivian tan cómodos en su vivir, que dejarse transformar era algo que les parecía imposible, porque ellos querían seguir con sus cosas, con sus ansias, con sus ambiciones, con sus brillos de poder, con su vanidad. Y cambiarlo todo para vivir como Jesús en un estado de servicio constante, era mucho pedir.
Como nos sucede a nosotros tantas veces que nos llenamos de miedo, que miramos hacia atrás y no queremos dejar nada de lo que vivíamos o de los que teníamos, y nos resistimos. No nos extrañe la actitud de los judíos, de los fariseos, de los sumos sacerdotes y de los principales del pueblo, porque a nosotros nos sucede igual y muchas veces queremos quedarnos en pequeños arreglitos, y lo que nos pide Jesús es una nueva viva, es vivir su vida, es vivirle a El. No pongamos tanta resistencia.

jueves, 4 de abril de 2019

Que no nos tambaleemos en nuestra fe y en el compromiso de nuestra vida cristiana por muchas que sean las oscuridades y tormentas siempre permanece la luz de nuestra fe en Jesús


Que no nos tambaleemos en nuestra fe y en el compromiso de nuestra vida cristiana por muchas que sean las oscuridades y tormentas siempre permanece la luz de nuestra fe en Jesús

Éxodo 32, 7-14; Sal 105; Juan 5, 31-47
Nos cansamos hasta de lo bueno; así somos en la vida, inconstantes, en cierto modo olvidadizos, nos dejamos impresionar por cosas pero pronto nos acostumbramos y entramos en rutina; nos hacemos nuestras ilusiones desde lo que son nuestras apetencias y de alguna manera queremos manipular aquello que nos llama la atención y cuando no conseguimos lo que nos habíamos imaginado, pronto lo descartamos; andamos muchas veces como en un vaivén de la vida y no terminamos de ser perseverantes ni en unos principios que sean motor de lo que hacemos, ni en la lucha por alcanzar una meta.
Y esto nos sucede en muchos aspectos de la vida, en nuestras responsabilidades, en nuestro encuentro con los demás que lo hacemos muchas veces de manera superficial, en muchas cosas de nuestra vida y nuestras relaciones sociales, en aquellas cosas que tienen que darnos un sentido a la vida, en nuestra fe, en nuestra vida religiosa. Necesitamos de darle una mayor profundidad a la vida; necesitamos aprender a saborear lo bueno que encontramos y aquello que hacemos y vivimos. No podemos dejarnos arrastrar por nuestros cansancios ni por nuestra inconstancia.
Estaba sucediendo con Jesús en la vida de los judíos, como nos puede suceder en nuestra vida de fe y en nuestro compromiso cristiano. Con Jesús se habían entusiasmado al ver sus milagros, al escuchar sus enseñanzas y se había despertado una nueva esperanza. Los pobres, los sencillos y humildes, los que sufrían y no solo con dolores del cuerpo sino también por la situación social que Vivían parecía que despertaban a algo nuevo con lo que Jesús les anunciaba.
Pero como sucede en muchas situaciones, había siempre quien quería sembrar cizaña, quien quería sembrar desconfianza, o también aquellos que podían ver peligrar sus posiciones, la situación de fuerza y poder que querían ostentar con sus manipulaciones con aquel mundo nuevo que Jesús les anunciaba. Y comienza a aparecer la oposición a Jesús, porque lo que Jesús les enseñaba no respondía a sus intereses muy particulares. Y quieren comenzar a influir sobre el pueblo sencillo negándose a aceptar a Jesús y queriendo, como decíamos, sembrar desconfianza. Niegan y rechazan la autoridad con que se presenta Jesús.
Es a lo que Jesús les está respondiendo con lo que hoy hemos escuchado en el evangelio. Ahora querían negar incluso el testimonio que Juan el Bautista había dado de Jesús, pero es que tampoco quieren ver que se cumplía en Jesús lo anunciado en las Escrituras, lo que anunciaba Moisés y los Profetas que eran para ellos sus principales valedores. Pero es que además querían negar el testimonio de las mismas obras que Jesús realizaba que solo se podían realizar con el poder de Dios. Por eso Jesús les dice que Moisés y los profetas dieron testimonio de El, que ahora es el Padre del cielo el que da testimonio de Jesús. Pero ellos no lo quieren aceptar.
Nosotros nos cegamos también muchas veces y no queremos ver. Somos culpables de nuestra propia ceguera, por encerrarnos en nosotros mismos y hasta en cierto modo perder la esperanza. Algunas veces se nos presentan situaciones difíciles en nuestra propia vida, en la sociedad en la que vivimos, o en la Iglesia a la que pertenecemos. Y nos podemos sentir confundidos.
Tratemos de ver las obras de Dios detrás de todo eso; sepamos sentir su presencia y la fuerza de su Espíritu que es el que nos guía en estos momentos en que podamos sentir confusión por muchas cosas. Apoyémonos de verdad en Jesús y en su evangelio y no decaigamos.
Necesitamos fortalecer nuestra fe y así se fortalezca nuestra vida para ser perseverantes, para que no hagamos de nuestra vida, como decíamos antes, un vaivén. Que no nos tambaleemos en nuestra fe y en el compromiso de nuestra vida cristiana. Aunque muchas sean las oscuridades y hasta las tormentas siempre permanece la luz de nuestra fe en Jesús. No la dejemos apagar.

miércoles, 3 de abril de 2019

Nos acercamos a la Pascua y vamos a contemplar la pasión y muerte de Jesús teniendo claro que ahí está nuestra salvación porque es el Hijo de Dios y nuestro Salvador


Nos acercamos a la Pascua y vamos a contemplar la pasión y muerte de Jesús teniendo claro que ahí está nuestra salvación porque es el Hijo de Dios y nuestro Salvador

Isaías 49,8-15; Salmo 103; Juan 5, 17-30
Os lo aseguro: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a juicio,-,- porque ha pasado ya de la muerte a la vida…’ Escuchar a Jesús es creer en El y quien cree en Jesús se llena de vida. ‘Ha pasado de la muerte a la vida’, nos dice. El es nuestro Salvador. No hay bajo el cielo otro nombre que pueda salvarnos, en quien podamos encontrar la salvación. Es importante que afirmemos con rotundidad nuestra fe en Jesús.
No es solamente un personaje de la historia; no es simplemente un  hombre bueno que  nos enseña a ser buenos; no es solamente alguien que viene a enseñarnos metas nuevas para nuestra vida porque ansiemos algo más alto, algo mejor para nosotros y para nuestro mundo; no es simplemente un hombre con su mente llena de utopías que encontraría la incomprensión de sus contemporáneos; no es simplemente un reformador que viene a hacernos propuestas nuevas porque haya muchas cosas que cambiar, quien quisiera proponerle cosas nuevas a los judíos insatisfecho por el estilo de vida que se hubieran creado y que eso le costara el enfrentamiento con los más atrincherados en posturas conservadoras de manera que eso le costara la vida.
Jesús es algo más. Es cierto que podemos ver muchas de esas cosas que hemos mencionado en Jesús, pero Jesús no se queda ahí. Nos anuncia el nuevo Reino de Dios para hacer que en verdad Dios fuera el centro de la vida y del hombre, y en consecuencia que hubiera un nuevo estilo de humanidad. Pero tenemos que ir a lo más hondo de Jesús. Aquello que tanto les costó comprender a los contemporáneos de su tiempo, e incluso a sus mismos discípulos que estaban más cercanos a El.
No siempre fueron capaces de definir quien era Jesús. Recordemos cuando les pregunta que es lo que pensaban de El, y como fueron divagando por muchas ideas preconcebidas, y si Pedro fue capaz de hacer una hermosa confesión de fe, Jesús le dice que lo ha hecho no porque lo conociera por si mismo, sino porque el Padre se lo había revelado en su corazón.
Hoy Jesús habla claramente, aunque aquello que les dice provocara el rechazo de muchos e incluso ya hasta quisieran quitarlo de en medio por blasfemo. Habla de Dios como su Padre; habla de que El es el enviado del Padre que no hace sino lo que es la voluntad del Padre. Nos habla claramente de que creer en El como el enviado del Padre es ponerse en camino de alcanzar la vida eterna. Habla de resurrección y de vida nueva ‘porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida’. Nos habla de que aceptarle a El es aceptar al Padre que lo ha enviado. ‘El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo envió’.
En los textos que se nos van proponiendo en los próximos días hasta llegar a la semana de pasión Jesús nos irá manifestando lo más hondo de si mismo para que reconozcamos en verdad que es el Hijo de Dios en quien hemos de creer, al mismo tiempo que iremos viendo también el rechazo de los judíos que no quieren aceptarle como Hijo de Dios. Nos ayudará a que vamos clarificando nuestra fe en Jesús para que en verdad le sintamos y le reconozcamos como Hijo de Dios y como nuestro único Salvador.
Nos acercamos a la Pascua y hemos de contemplar su pasión y su muerte, pero tenemos que tener claro que ahí está nuestra salvación. La liturgia con la Palabra de Dios nos irá ayudando a profundizar en nuestra fe para que podamos vivir con hondo sentido estos días de pasión y de pascua. Dejémonos conducir por la Palabra de Dios, dejémonos conducir por el Espíritu del Señor. Por nuestra fe en Jesús pasaremos de la muerte a la vida, viviremos intensamente nuestra pascua y la Pascua del Señor

martes, 2 de abril de 2019

A pesar de las negruras, soledades y desorientación en que tantas veces andamos tenemos la certeza de que Dios nos ama y llega a nosotros para levantarnos y ponernos en camino


A pesar de las negruras, soledades y desorientación en que tantas veces andamos tenemos la certeza de que Dios nos ama y llega a nosotros para levantarnos y ponernos en camino

Ezequiel 47, 1-9. 12; Sal 45; Juan 5, 1-3. 5-16
Nos ponemos enfermos un par de día con la gripe y nos ponemos incómodos y hasta insoportables, porque no nos gusta estar enfermos y en cama, sentirnos imposibilitados, imaginemos lo que puede sentir un hombre que lleva postrado 38 años sin poder valerse por si mismo. A nuestro lado en la vida nos encontramos personas postradas en cama en larga enfermedad, personas que vemos discapacitados sin poder valerse por si mismos y los que nos decimos sanos nos interrogamos como pueden sentirse esas personas y nos preguntamos quizá si nosotros tuviéramos la paciencia para soportar un estado así.
Muchas veces no solo es la enfermedad, el dolor físico lo que se padece, sino que la imposibilidad nos hace sentirnos quizá inútiles, el vernos en una situación así que se prolonga nos hace sentirnos solos y es la soledad una de las cosas que más dañan por dentro. Triste es verse solo y sin valernos por nosotros mismos, nos humilla quizás el tener que recurrir a quien nos pueda ayudar y pedirlo, y terrible es llegar a la situación en que nadie se acerca a nosotros no solo para interesarse por nosotros sino además para prestarnos una ayuda cuando lo necesitamos.
Muchas más cosas podríamos pensar de situaciones de este tipo, de las que en nuestro entorno podemos conocer muchas y quizá somos nosotros también quienes no nos acercamos al que sufre para hacerle compañía o para tender una mano de ayuda. Me ha surgido toda esta reflexión, que podría llevarnos por demás a muchas conclusiones y también a muchos compromisos, desde lo que nos cuenta hoy el evangelio.
Nos habla de aquella piscina cercana a la puerta de las ovejas del templo – llamada así porque era por allí por donde se llevaban al templo los animales para los sacrificios que nos podría dar también alguna otra pista de reflexión – alrededor de la cual se arremolinaban muchos enfermos, impedidos, discapacitados de todo tipo, porque tenían la esperanza de que un ángel del Señor removía aquellas aguas y el primero que entrara quedaba curado. Nunca faltaba la esperanza.
Allí estaba un hombre que llevaba 38 años en aquella situación de sufrimiento, de impotencia y de soledad. Hasta El se acerca Jesús. ‘¿Quieres quedar sano?... Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, ya otro se me ha adelantado’. Es escueto el diálogo, pero se manifiestan muchas cosas. Aquel hombre seguía manteniendo la esperanza, a pesar de su impotencia y su soledad; no podía, pero lo intentaba. Nadie le ayudaba, otros se le adelantaban. Las soledades y las carreras locas de la vida en la que cada uno por sí mismo quiere llegar más allá.  
Todo esto nos puede decir muchas cosas de cara a las actitudes que tenemos en la vida, de las luchas que queremos hacer, de cansancios y de impotencias, de soledades y de lágrimas derramadas por dentro, de egoísmos y de insolidaridades, de las ganas de tirar la toalla o de las veces que una vez queremos intentarlo aunque nos parezca que no vamos a llegar; cosas positivas y cosas negativas como es la vida misma, queremos tener esperanza pero en ocasiones todo se nos nubla y se nos llena de tinieblas otra vez la vida. ¿No habrá mucho de todo eso por dentro de nosotros?
Allí está Jesús que le dice que tome la camilla y se vaya a su casa. El paralítico no sabe a ciencia cierta con quien está hablando, pero cree en la palabra de aquel que se lo dice. Y puede tomar la camilla y cargar con ella y marcharse a su casa aunque sea sábado y ese trabajo no le está permitido. Mas tarde se encontrará con Jesús que ya sí lo reconocerá y de nuevo Jesús tiene palabras de paz y de fortaleza para aquel  hombre. No olvides lo que Dios ha hecho por ti, en cierto modo le dice Jesús, y mantente fiel, no olvides la fidelidad a quien te ama y te ha regenerado la vida, no vayas a perder de nuevo el sentido de todo. Algo así podemos traducir las palabras que Jesús le dice. Y ahora sí puede decir que fue Jesús el que le había sanado.
Jesús también llega a nuestro lado, aunque en lo nublado que vivimos la vida no siempre lo reconozcamos. Dejémonos encontrar por Jesús, que El toma la iniciativa tantas veces de venir a nosotros. Descubramos que a pesar de las negruras que puede haber en la vida, a pesar de la desorientación en que tantas veces andamos, Dios es fiel en su amor por nosotros, Dios nos ama. Tratemos de responder con fidelidad en el amor para que nunca más volvamos a perder el rumbo y sentido de la vida. Y desde esas soledades en que nosotros quizás hayamos vivido veamos cómo tenemos que hacernos solidarios de tantos que sufren a nuestro lado en los caminos de la vida.

lunes, 1 de abril de 2019

Aprendamos a dar cabida en nuestro corazón a los sufrimientos y problemas de todos los hombres que son nuestros hermanos


Aprendamos a dar cabida en nuestro corazón a los sufrimientos y problemas de todos los hombres que son nuestros hermanos

Isaías 65,17-21; Sal. 29; Juan 4,43-54
Sentimos preocupación cuando tenemos enfermo un ser querido; siente preocupación una madre cuando enferma un hijo, nos preocupamos cuando  nos padres se van haciendo mayores y con sus limitaciones físicas cada día se han más dependientes de los demás; pero sentimos preocupación cuando esas personas que llevamos en el corazón tienen problemas y buscamos, aunque muchas veces no sabemos, cómo ayudarles. Queremos que salgan de esa situación, que se curen de enfermedad, que tengan una vida normal y feliz.
Aunque en la distancia vemos también las situaciones problemáticas de otras personas, la situación de miseria y pobreza, por ejemplo, que puede haber en ciertos sectores de la población o acaso pensamos también en otros países con sus guerras, su hambre y su miseria, las situaciones inestables que viven en su sociedad, sentimos algo dentro de nosotros, pero lo miramos en la distancia, y parece como que no nos duele tanto.
¿Qué podemos hacer? ¿Cómo podemos solidarizarnos no solo de palabra sino de una forma efectiva? Tenemos también el peligro de que nos acostumbremos y hasta lleguemos a olvidarnos pensado solo en nuestras preocupaciones más cercanas, en las problemáticas que tengamos a nuestro lado o en los seres que amamos.
Me surge este pensamiento y esta reflexión viendo la angustia de aquel padre que tiene un hijo enfermo y en peligro de muerte quizá por la gravedad de sus fiebres y acude a Jesús, va en busca de Jesús, aunque tenga que trasladarse en este caso desde Cafarnaún hasta Caná de Galilea. En repetidas ocasiones vemos situaciones similares en el evangelio, el centurión que busca la salud de su criado, Jairo que acude a Jesús porque su hija está en las últimas.
Valora Jesús la fe de aquellos hombres o de cuantos acuden a él en busca de ayuda en su enfermedad o en sus limitaciones, pero también vemos que Jesús quiere llegar más allá de esa preocupación de la salud del cuerpo, quiere despertar una verdadera fe en aquellos que le siguen y nos hace descubrir que hay otros males dentro de nosotros o en el corazón de los demás de los que tenemos que preocuparnos también de encontrar solución o salvación. Recordemos cómo Jesús al despedir a los enfermos curados o aquellos con los que ha tenido una acción especial siempre les desea la paz. ‘Vete en paz’, les dice.
Esto me lleva en esta reflexión a pensar en algo más que ha de motivar nuestras oraciones, por nosotros mismos o por los demás. Pedimos normalmente con insistencia al Señor la salud, y decimos quien tiene salud lo tiene todo. ¿Pero qué salud estamos pidiendo? ¿Solo que se nos quite el dolor de nuestro cuerpo o que se remedie cualquier limitación física que podamos tener? ¿No habrá otros dolores en nuestra vida que no se quedan en el cuerpo? ¿No habrá otras preocupaciones u otros problemas en nosotros o en los demás que nos pueden llenar de angustia, de inestabilidad, de pérdida de la paz interior?
Pero también me hace pensar en la actitud, en cierto modo, egoísta que podamos tener en nuestras oraciones, porque o solo pedimos por nosotros mismos, o cuando más por aquellos seres que queremos o a quienes podamos tener algún aprecio. Pedimos por los demás, pero que creo que tenemos que aprender a romper el círculo de solo quedarnos en los que podríamos llamar los nuestros. La amplitud de nuestra oración tendría que ser más universal, para dar cabida en nuestro corazón a tantos sufrimientos de todo tipo que padecen tantos aunque no los conozcamos y por quienes tendríamos que convertirnos también en intercesores.
¿No decimos que el amor que nos enseña y nos pide Jesús tiene que ser universal? Si a todos hemos de amar, porque de todos tenemos que sentirnos hermanos, a todos démosle un sitio en nuestro corazón, y pongámoslos también en nuestra oración en la presencia del Señor.

domingo, 31 de marzo de 2019

El retrato del Padre bueno que nos acoge y nos introduce de nuevo en la familia de los hijos, de los que El nunca quiso apartarnos y nosotros no debimos separarnos


El retrato del Padre bueno que nos acoge y nos introduce de nuevo en la familia de los hijos, de los que El nunca quiso apartarnos y nosotros no debimos separarnos

Josué 5, 9a. 10-12; Sal 33; 2Corintios 5, 17-21; Lucas 15, 1-3. 11-32
Dolor de un padre o de una madre es contemplar como un hijo marcha por malos caminos dejándose arrastrar por el vicio o la maldad que terminará hundiéndolo en la más penosa miseria; pero, no sé si decir más aun es el dolor del padre o de la madre que ve como el hijo se marcha lejos del amor y del calor de la casa del padre, o cuando contempla el enfrentamiento de los hermanos que los alejan entre sí y que al mismo tiempo rompen esa unidad y ese calor del hogar. Será el dolor callado en el silencio de las lágrimas amargas y el desgarro angustioso del corazón cuando ve que ya no reina el amor en aquello que tendría que ser un hogar que tendría que ser ese punto de encuentro que caldease los corazones para mantener el fuego del amor entre todos.
Hoy el evangelio nos propone la parábola que habitualmente llamamos del hijo pródigo, como si fuera uno solo de los hijos el que rompiese esa estabilidad del hogar. Siempre en nuestros comentarios nos fijamos en el hijo menor, el que se marchó lejos para gastar de mala manera la herencia del padre, y casi no nos fijamos en aquel que aun permaneciendo físicamente en el seno del hogar su corazón estaba bien lejos y en su orgullo y resentimiento se había también distanciado de lo que tenia que ser aquel amor de hogar.
Dolorosa tenía que haber sido la marcha del hijo menor del que nada sabía de sus andanzas y en eso casi siempre hemos abundado mucho en los comentarios, pero doloroso tenia que ser aquel distanciamiento silencioso lleno de desconfianza y resentimiento de quien tenia a su lado pero cuyo corazón se había alejado.
Pero era un corazón de padre que en su amor siempre estaba esperando el momento oportuno para ir al encuentro del hijo, del que volvía arrepentido, o del que estando allí tan cerca sin embargo no era capaz de sentir la alegría que su padre podía sentir en la vuelta del hermano pródigo.
Cuando el hijo mejor, postrado en la miseria no solo de quien no tiene que comer sino lo que es peor en la desconfianza de lo que podía ser el amor del padre y se atreve a iniciar el camino de regreso para al menos poder estar cerca y ser admitido aunque solo fuera como un jornalero más, es el padre el que acorta el camino del regreso, porque sale lleno de alegría a su encuentro queriendo hacer fiesta para que todos participen de la alegría del regreso del hijo que estaba perdido y fue encontrado, del  hijo que estaba muerto pero que ahora volvía a la vida.
Pero la fiesta no era completa. El hijo cumplidor, el que permanecía en sus tareas aunque solo fuera de una manera formal, aun no participaba de aquella alegría ni quería en ella participar. Cuando oye los alborotos de la música y de la fiesta y le dicen que su hermano ha regresado se niega a entrar y participar. No quería ni considerarlo como un hermano, sino que tal era la distancia que ya lo consideraba como un extraño al que despreciaba por su vida viciosa.
Afloran los viejos resentimientos en su corazón que siguen produciendo una honda división y distanciamiento. No es solo contra el hermano que se había marchado sino que era también contra el padre del que le parecía a él que no le atendía lo suficiente. Ante la insistencia del padre que viene también a su encuentro buscándole para que participe de aquella alegría y de aquella fiesta. No quiere entrar, no quiere participar de aquella alegría, en su orgullo quiere poner distancias y ya no es solo el distanciamiento con su hermano al que desprecia y al que ni siquiera llama así – ese hijo tuyo que se ha gastado todo en malas mujeres, le dice al padre -, sino es la distancia que quiere poner también con su padre.
Un retrato el de estos dos hijos que nos habla y describe bien muchas situaciones que nosotros vivimos en la vida en el desarrollo de nuestra vida personal tan llena de miserias y en nuestra relación con los demás.
Miserias que vivimos cuando queremos escoger nuestro camino a nuestra manera no importándonos tantas veces de las rupturas y de las distancias que ponemos en nuestra relación con los que convivimos cada día; miserias de nuestra vida cuando nos llenamos de desconfianzas y hasta desconfiamos del amor de quienes nos rodean y de la capacidad de comprensión que pueden tener los demás; miserias de nuestra vida en esos resentimientos orgullosos que tantas veces guardamos en el corazón y que van ahondando las distancias entre unos y otros, terminando quizás muchas veces enfrentados los unos con los otros; miserias cuando olvidamos lo que es el amor que Dios nos tiene que nunca nos fallará y siempre está como un padre bueno esperando nuestro regreso, o esperando nuestra decisión de reencontrarnos también con los demás hermanos.
Pero el retrato importante de la parábola es el retrato del padre, es el retrato de Dios. Cuánto podríamos decir. Es el Padre bueno que nos ama, que nos espera y que nos busca, como nos enseñará también Jesús en otras parábolas; el Padre bueno que sale a nuestro encuentro porque siempre tiene los brazos abiertos para la misericordia y para el perdón; el Padre bueno que nos acoge y nos introduce de nuevo en la familia de los hijos, de los que El nunca quiso apartarnos.
Como  nos decía san Pablo hoy en su carta Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados…’ El es quien pone en nuestro corazón el reconocimiento de lo que son nuestros males y el arrepentimiento, es quien mueve nuestro corazón para que volvamos a su encuentro con la esperanza cierta de que en El siempre vamos a encontrar ese abrazo de amor. Pero como seguía diciendo el apóstol ‘nos ha confiado el mensaje de la reconciliación’.
Estamos llamados a seguir anunciando entre los hombres el mensaje de la fiesta de la vida, el mensaje de la reconciliación siendo capaces de llenarnos nosotros también de misericordia para acoger a nuestros hermanos, como nos decía el apóstol, ‘sin pedirle cuenta de sus pecados’. Hemos de saber quitar esas honduras que nos distancian y esas barreras que nos separan. Es lo que no hizo el hermano mayor con su hermano y lo que nos sentimos tentados nosotros de hacer tantas veces con los demás a los que siempre les estaremos recordando  sus errores y pecados.
Quienes nos gozamos en la alegría del perdón, así hemos de llenar de misericordia nuestro corazón.