Dejémonos sorprender por el evangelio y no lo escuchemos con
ideas preconcebidas sino abriéndonos a él conducidos por el Espíritu del Señor
Jeremías 11, 18-20; Sal 7; Juan 7, 40-53
Nos cuesta muchas veces liberarnos de
prejuicios o de ideas preconcebidas en nuestra relación con los demás. Un dato
claro en este aspecto es lo que nos está sucediendo y muchos quizá alentado con
el problema tan actual de las migraciones. Hay un flujo migratorio muy grande
en nuestra sociedad y llegan a nuestras tierras personas que vienen de otros
continentes, de otra raza, de otra religión o de otras costumbres, y ya de
alguna manera nos sentimos como prevenidos hacia esas personas, a las que en
muchas ocasiones, o desde ciertos ambientes se le acusa de todos los males, resistiéndonos
interiormente y muchas veces también con manifestaciones externas a la
aceptación o a la acogida.
Esto que es una problemática social que
se vive hoy con mucha intensidad y no solo es en Europa sino también en otros
continentes y en otros ambientes, es también algo que de alguna manera vivimos
en la cercanía del cada día en nuestra relación con los pueblos vecinos o de
nuestro entorno. En mi tierra porque se es de otra isla, por ejemplo, surgen
muchas veces reticencias y desconfianzas que nos llevan en muchas ocasiones a
desaires e incluso desprecios.
¿Esta manera de actuar entra en
nuestros sentimientos humanos? ¿No habrá una cierta inhumanidad en actitudes o
posturas de este tipo? Claro que tendríamos que preguntarnos si actuando así
estamos con actitudes verdaderamente cristianas. Mucho tendríamos que
reflexionar y revisar en este aspecto, porque no siempre podemos tirar la
primera piedra por mucho que hablemos de humanidad.
Me surge esta reflexión a raíz de lo que
escuchamos en el evangelio. La gente se preguntaba si Jesús era o no era el Mesías
esperado. Y hoy vemos en este pasaje del evangelio diferentes posturas en esa
aceptación o no aceptación de Jesús como profeta y como Mesías.
Está la reacción de algunos que se
preguntan. ‘¿Es que de Galilea va
a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de
David, y de Belén, el pueblo de David?’ Y nos dice el evangelista que surgió una gran discordia
entre las gentes por este motivo. Pero veremos luego también la reacción de
aquellos que de ninguna manera quieren aceptar a Jesús en las discusiones que
surgían en el Sanedrín y entre los sumos sacerdotes y fariseos y saduceos.
Cuando Nicodemo de forma prudente les
dice que no se puede juzgar a nadie sin haberlo escuchado, le echan en cara si
él se está poniendo de parte de Jesús y le cuestionan sus planteamientos. ‘Ellos
le replicaron: ¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no
salen profetas’. Eran las ideas preconcebidas con las que ellos actuaban.
Pero en medio
nos encontrábamos con una proclamación muy hermosa que se hace de Jesús por
parte de aquellos que habían sido enviados para prenderle. Al volver con las
manos vacías a la presencia del Sanedrín y echarles en cara que no han cumplido
con lo que se les había mandado, ellos replican: ‘Jamás ha hablado nadie
como ese hombre’. Una proclamación de la admiración que todos sentían por
Jesús.
Muchas
lecciones, podríamos decir, se derivan para nuestra vida de este corto pasaje
del evangelio. Empecemos por esto último y aprendamos a sentir verdadera admiración
por la Palabra de Jesús, que para nosotros es Palabra de Dios. Dejémonos
sorprender por el evangelio, no lo demos por sabido que es nuestra terrible
tentación.
Cuantas
veces cuando nos acercamos a una página del evangelio casi no la leemos ni la
escuchamos en nuestro corazón porque la damos por sabida. Pensemos que siempre
el Evangelio es Buena Noticia; y la noticia es algo fresco, algo de hoy, algo
que escuchamos como nuevo, y así tenemos que abrir nuestro corazón al
Evangelio. El Espíritu siempre va a sugerirnos algo nuevo para nuestra vida de
cada página del evangelio que escuchemos con atención en nuestro corazón.
No podemos
ir con ideas preconcebidas ante Jesús y su mensaje, como tenemos que aprender a
arrancar de nuestros corazones esas cosas, como prejuicios, que nos predisponen
contra los demás. Y aquí tendríamos que interrogarnos en nuestro interior por
muchas cosas de nuestras mutuas relaciones con todos.