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martes, 2 de abril de 2019

A pesar de las negruras, soledades y desorientación en que tantas veces andamos tenemos la certeza de que Dios nos ama y llega a nosotros para levantarnos y ponernos en camino


A pesar de las negruras, soledades y desorientación en que tantas veces andamos tenemos la certeza de que Dios nos ama y llega a nosotros para levantarnos y ponernos en camino

Ezequiel 47, 1-9. 12; Sal 45; Juan 5, 1-3. 5-16
Nos ponemos enfermos un par de día con la gripe y nos ponemos incómodos y hasta insoportables, porque no nos gusta estar enfermos y en cama, sentirnos imposibilitados, imaginemos lo que puede sentir un hombre que lleva postrado 38 años sin poder valerse por si mismo. A nuestro lado en la vida nos encontramos personas postradas en cama en larga enfermedad, personas que vemos discapacitados sin poder valerse por si mismos y los que nos decimos sanos nos interrogamos como pueden sentirse esas personas y nos preguntamos quizá si nosotros tuviéramos la paciencia para soportar un estado así.
Muchas veces no solo es la enfermedad, el dolor físico lo que se padece, sino que la imposibilidad nos hace sentirnos quizá inútiles, el vernos en una situación así que se prolonga nos hace sentirnos solos y es la soledad una de las cosas que más dañan por dentro. Triste es verse solo y sin valernos por nosotros mismos, nos humilla quizás el tener que recurrir a quien nos pueda ayudar y pedirlo, y terrible es llegar a la situación en que nadie se acerca a nosotros no solo para interesarse por nosotros sino además para prestarnos una ayuda cuando lo necesitamos.
Muchas más cosas podríamos pensar de situaciones de este tipo, de las que en nuestro entorno podemos conocer muchas y quizá somos nosotros también quienes no nos acercamos al que sufre para hacerle compañía o para tender una mano de ayuda. Me ha surgido toda esta reflexión, que podría llevarnos por demás a muchas conclusiones y también a muchos compromisos, desde lo que nos cuenta hoy el evangelio.
Nos habla de aquella piscina cercana a la puerta de las ovejas del templo – llamada así porque era por allí por donde se llevaban al templo los animales para los sacrificios que nos podría dar también alguna otra pista de reflexión – alrededor de la cual se arremolinaban muchos enfermos, impedidos, discapacitados de todo tipo, porque tenían la esperanza de que un ángel del Señor removía aquellas aguas y el primero que entrara quedaba curado. Nunca faltaba la esperanza.
Allí estaba un hombre que llevaba 38 años en aquella situación de sufrimiento, de impotencia y de soledad. Hasta El se acerca Jesús. ‘¿Quieres quedar sano?... Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, ya otro se me ha adelantado’. Es escueto el diálogo, pero se manifiestan muchas cosas. Aquel hombre seguía manteniendo la esperanza, a pesar de su impotencia y su soledad; no podía, pero lo intentaba. Nadie le ayudaba, otros se le adelantaban. Las soledades y las carreras locas de la vida en la que cada uno por sí mismo quiere llegar más allá.  
Todo esto nos puede decir muchas cosas de cara a las actitudes que tenemos en la vida, de las luchas que queremos hacer, de cansancios y de impotencias, de soledades y de lágrimas derramadas por dentro, de egoísmos y de insolidaridades, de las ganas de tirar la toalla o de las veces que una vez queremos intentarlo aunque nos parezca que no vamos a llegar; cosas positivas y cosas negativas como es la vida misma, queremos tener esperanza pero en ocasiones todo se nos nubla y se nos llena de tinieblas otra vez la vida. ¿No habrá mucho de todo eso por dentro de nosotros?
Allí está Jesús que le dice que tome la camilla y se vaya a su casa. El paralítico no sabe a ciencia cierta con quien está hablando, pero cree en la palabra de aquel que se lo dice. Y puede tomar la camilla y cargar con ella y marcharse a su casa aunque sea sábado y ese trabajo no le está permitido. Mas tarde se encontrará con Jesús que ya sí lo reconocerá y de nuevo Jesús tiene palabras de paz y de fortaleza para aquel  hombre. No olvides lo que Dios ha hecho por ti, en cierto modo le dice Jesús, y mantente fiel, no olvides la fidelidad a quien te ama y te ha regenerado la vida, no vayas a perder de nuevo el sentido de todo. Algo así podemos traducir las palabras que Jesús le dice. Y ahora sí puede decir que fue Jesús el que le había sanado.
Jesús también llega a nuestro lado, aunque en lo nublado que vivimos la vida no siempre lo reconozcamos. Dejémonos encontrar por Jesús, que El toma la iniciativa tantas veces de venir a nosotros. Descubramos que a pesar de las negruras que puede haber en la vida, a pesar de la desorientación en que tantas veces andamos, Dios es fiel en su amor por nosotros, Dios nos ama. Tratemos de responder con fidelidad en el amor para que nunca más volvamos a perder el rumbo y sentido de la vida. Y desde esas soledades en que nosotros quizás hayamos vivido veamos cómo tenemos que hacernos solidarios de tantos que sufren a nuestro lado en los caminos de la vida.

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