Que
no nos tambaleemos en nuestra fe y en el compromiso de nuestra vida cristiana
por muchas que sean las oscuridades y tormentas siempre permanece la luz de
nuestra fe en Jesús
Éxodo 32, 7-14; Sal 105; Juan 5, 31-47
Nos cansamos hasta de lo bueno; así somos
en la vida, inconstantes, en cierto modo olvidadizos, nos dejamos impresionar
por cosas pero pronto nos acostumbramos y entramos en rutina; nos hacemos
nuestras ilusiones desde lo que son nuestras apetencias y de alguna manera
queremos manipular aquello que nos llama la atención y cuando no conseguimos lo
que nos habíamos imaginado, pronto lo descartamos; andamos muchas veces como en
un vaivén de la vida y no terminamos de ser perseverantes ni en unos principios
que sean motor de lo que hacemos, ni en la lucha por alcanzar una meta.
Y esto nos sucede en muchos aspectos de
la vida, en nuestras responsabilidades, en nuestro encuentro con los demás que
lo hacemos muchas veces de manera superficial, en muchas cosas de nuestra vida
y nuestras relaciones sociales, en aquellas cosas que tienen que darnos un
sentido a la vida, en nuestra fe, en nuestra vida religiosa. Necesitamos de
darle una mayor profundidad a la vida; necesitamos aprender a saborear lo bueno
que encontramos y aquello que hacemos y vivimos. No podemos dejarnos arrastrar
por nuestros cansancios ni por nuestra inconstancia.
Estaba sucediendo con Jesús en la vida
de los judíos, como nos puede suceder en nuestra vida de fe y en nuestro
compromiso cristiano. Con Jesús se habían entusiasmado al ver sus milagros, al
escuchar sus enseñanzas y se había despertado una nueva esperanza. Los pobres,
los sencillos y humildes, los que sufrían y no solo con dolores del cuerpo sino
también por la situación social que Vivían parecía que despertaban a algo nuevo
con lo que Jesús les anunciaba.
Pero como sucede en muchas situaciones,
había siempre quien quería sembrar cizaña, quien quería sembrar desconfianza, o
también aquellos que podían ver peligrar sus posiciones, la situación de fuerza
y poder que querían ostentar con sus manipulaciones con aquel mundo nuevo que
Jesús les anunciaba. Y comienza a aparecer la oposición a Jesús, porque lo que
Jesús les enseñaba no respondía a sus intereses muy particulares. Y quieren
comenzar a influir sobre el pueblo sencillo negándose a aceptar a Jesús y
queriendo, como decíamos, sembrar desconfianza. Niegan y rechazan la autoridad
con que se presenta Jesús.
Es a lo que Jesús les está respondiendo
con lo que hoy hemos escuchado en el evangelio. Ahora querían negar incluso el
testimonio que Juan el Bautista había dado de Jesús, pero es que tampoco
quieren ver que se cumplía en Jesús lo anunciado en las Escrituras, lo que
anunciaba Moisés y los Profetas que eran para ellos sus principales valedores.
Pero es que además querían negar el testimonio de las mismas obras que Jesús
realizaba que solo se podían realizar con el poder de Dios. Por eso Jesús les
dice que Moisés y los profetas dieron testimonio de El, que ahora es el Padre
del cielo el que da testimonio de Jesús. Pero ellos no lo quieren aceptar.
Nosotros nos cegamos también muchas
veces y no queremos ver. Somos culpables de nuestra propia ceguera, por
encerrarnos en nosotros mismos y hasta en cierto modo perder la esperanza.
Algunas veces se nos presentan situaciones difíciles en nuestra propia vida, en
la sociedad en la que vivimos, o en la Iglesia a la que pertenecemos. Y nos
podemos sentir confundidos.
Tratemos de ver las obras de Dios
detrás de todo eso; sepamos sentir su presencia y la fuerza de su Espíritu que
es el que nos guía en estos momentos en que podamos sentir confusión por muchas
cosas. Apoyémonos de verdad en Jesús y en su evangelio y no decaigamos.
Necesitamos fortalecer nuestra fe y así
se fortalezca nuestra vida para ser perseverantes, para que no hagamos de nuestra
vida, como decíamos antes, un vaivén. Que no nos tambaleemos en nuestra fe y en
el compromiso de nuestra vida cristiana. Aunque muchas sean las oscuridades y
hasta las tormentas siempre permanece la luz de nuestra fe en Jesús. No la
dejemos apagar.
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