Saber
encontrar sosiego y paz interior en la oración para disfrutar de la presencia
del Señor, dejarnos inundar por la presencia del Espíritu y gozarnos en el
Señor
Hechos de los apóstoles 18, 23-28; Sal 46;
Juan 16, 23b-28
Qué a gusto y qué bien nos sentimos en
la vida cuando hemos encontrado esa persona, ese amigo que es como un descanso
para nuestro espíritu. Esa persona merecedora de toda nuestra confianza, con
quien podemos contar en todo momento, que nos escucha, nos ayuda, nos da un
consejo, incluso nos recrimina cuando ve algo en nosotros que podemos mejorar.
Pidamos lo que le pidamos, siempre nos escucha y trata de atendernos en lo que
necesitemos; sean cuales sean los problemas que tengamos a él se lo podemos
confiar, porque contamos con su discreción y respeto, pero también sabemos que
de él vamos a recibir la palabra oportuna que nos va a hacer ver con mayor
claridad. No sentimos oprobio porque nos conozca en las más duras pobrezas de
nuestra vida, sino que para nosotros es como una felicidad y un descanso
tenerlo a nuestro lado.
Es un tesoro que no desearíamos perder.
Humanamente necesitamos ese apoyo, ese cayado que nos sirve de apoyo en nuestro
caminar en la vida y que bien sabemos que no se va a doblar ni quebrar; su
lealtad es infinita. Ojalá lo encontremos y nunca lo perdamos.
Me estoy haciendo esta consideración de
estas facetas de nuestra humanidad, pero al mismo tiempo estoy escuchando lo
que hoy nos quiere decir Jesús en la Palabra de Dios que escuchamos. ¿No nos
estará diciendo Jesús que todo eso y mucho más lo podemos encontrar en El?
Nos habla Jesús de la confianza con que
nosotros hemos de acercarnos a Dios incluso desde nuestras necesidades, porque
nos dice que todo lo que le pidamos al Padre en su nombre nos lo concederá. El
que siempre nos escucha, el que nos conoce hasta lo más íntimo y profundo de
nuestro ser, ante quien siempre hemos de mostrarnos con la sinceridad y la
realidad de nuestra vida, en quien siempre vamos a encontrar ese descanso y ese
apoyo para nuestro caminar.
Muchas veces miramos la oración solo
como algo que le vamos a pedir a Dios, pero nuestra oración tiene que ser mucho
más. Podíamos decir que es descansar en Dios. ¿No nos dice Jesús en otra
ocasión que quienes estamos agobiados y angustiados vamos a El porque El nos
aliviará y en El encontraremos nuestro descanso?
Hablábamos antes de ese amigo en quien
confiamos, pero decíamos no solo porque a él le pidamos en nuestras
necesidades, sino porque en él encontramos ese apoyo, esa escucha, ese saber
detenerse a nuestro lado simplemente para estar a nuestro lado y sintamos esa
presencia que nos alienta, y cuya palabra siempre será un rayo de luz para mi
vida. Eso es lo que buscamos en nuestra oración con Dios.
Sentirnos a gusto en su presencia, a
pesar de nuestras debilidades y pobrezas, a pesar de los tropiezos y errores
que cometemos en la vida, a pesar de que nos encontremos como desorientados, en
la presencia del Señor nos sentimos a gusto. Nuestra oración tiene que ser ese
disfrutar de Dios que así se hace presente en nuestra vida, así está presente
siempre en nuestra vida.
Tenemos que reconocer que no siempre
disfrutamos en nuestra oración; nos la hemos tomado como una rutina que tenemos
que hacer y no ponemos vida en lo que hacemos y en consecuencia tampoco encontraremos
vida. Tenemos que cambiar nuestra forma de hacer la oración. Saber encontrar
ese sosiego, esa paz interior; no ir a la oración como quien va a cumplir con
una cosa o un rito que tiene que hacer sino ir a disfrutar de la presencia del
Señor, dejarnos inundar por la presencia del Espíritu, gozarnos interiormente
en el Señor.
Nos decía Jesús: ‘Hasta ahora no
habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría
sea completa’. Entendamos bien estas palabras de Jesús. Pedir en su nombre
es sentirnos unidos a El cuando oramos a Dios. Si en la presencia del Padre nos
sentimos unidos a Jesús, claro que nuestra alegría será completa, se llenará de
plenitud, nos sentiremos las personas más felices que se puedan encontrar.