Que
se despierte nuestra fe en la presencia del Espíritu, así viviremos siempre con
gozo nuestra fe y podremos mostrar ante el mundo lo que realmente somos
Hechos de los apóstoles 16, 22-34; Sal 137;
Juan 16, 5-11
A veces sucede en el ámbito de la
sociedad en la que vivimos que se han formado grupos humanos que alguien supo
aglutinar en torno quizás a unos objetivos o unas metas; ese líder que ha
sabido reunir y mantener ese grupo humano, puede fallarnos algún día, porque
con el paso de los años quiera dar paso a otras personas que lo lideren o por
circunstancias de la vida que le hace imposible su permanencia junto a ellos.
Seguro que por la cabeza de más de uno pasará la idea de que aquello se viene
abajo, se preguntará quien podrá mantener una unidad entre todos y cosas así
por el estilo.
¿Qué estaba sucediendo en el grupo de
los discípulos más cercanos a Jesús con todos los anuncios que Jesús les hacia,
incluso en el hecho de que les hablaba de que iba a ser entregado en manos de
los gentiles y seria atormentado hasta la muerte en la cruz? De alguna manera
era también un grupo humano aunque allí había otros grandes ideales y todo en
aquel grupo tenia otra trascendencia.
El ambiente en aquella cena con todos
los gestos y signos que se iban sucediendo, con las palabras de Jesús que
sonaban a despedida, estaba recargado con las nubes de la tristeza y en cierto
modo el miedo y la angustia. ¿Qué iba a suceder? De alguna manera hasta les
costaba hacerle preguntas al Maestro sobre todo aquello que les decía, tanta
era su tristeza.
‘Ahora me voy al que me envió, les
dice Jesús, y ninguno de vosotros me pregunta: ¿Adónde vas? Sino que, por
haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, os digo
es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a
vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré’.
La fuerza que uniría al grupo de los
creyentes en Jesús sería el Espíritu Santo. El Espíritu Santo que Jesús les
promete y que recibirán en Pentecostés. El Espíritu Santo que sigue siendo el
alma de los cristianos, la fuerza y la vida de la Iglesia, de todos los que nos
congregamos en una fe en Jesús.
No son meros lazos humanos los que nos
unen; no es simplemente la amistad lo que constituye el grupo de los seguidores
de Jesús; no son unos ideales o unos sueños de un mundo mejor por el que
queremos luchar aunque todo eso esté presente en nuestra vida. Es la fe en
Jesús que al sentirnos unidos plenamente a El nos hace llenarnos de su Espíritu.
Algunas veces no terminamos de
comprender todo el misterio de la Iglesia. Ya sé que desde fuera nos pueden
mirar como un grupo, una asociación como tantas o una sociedad más de las que
hay en el mundo; ya sé que muchos nos atribuyen unos signos de poder para mover
los hilos de la sociedad desde unos determinados intereses; desde fuera no
siempre se entiende la misión de la Iglesia y qué es lo que realmente nos
mantiene unidos; muchas veces también los mismos cristianos parece que no lo
tenemos muy claro y así andamos dando bandazos de un lado para otro.
Solo la fe nos reúne y nos congrega; y
es la fuerza del Espíritu de Jesús resucitado la que está con nosotros y la que
se hace presente en la Iglesia. Muchas veces también andamos como aturdidos por
los problemas que en la vida se nos presentan y por los problemas que afectan
también a la misma vida de la Iglesia, y como los discípulos en la noche de la última
cena, también andamos tristes y preocupados. Pero es que estamos olvidando algo
importante que es la asistencia del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia, la
fuerza del Espíritu del Señor en cada uno de nosotros, que no nos hará
sentirnos solos y abandonados porque así siempre sentiremos la presencia del
Señor con nosotros.
Que se despierte nuestra fe en la
presencia y fuerza del Espíritu Santo, así viviremos siempre con gozo nuestra
fe y así nos podremos mostrar ante el mundo como lo que realmente somos.
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