Jesús
nos ha prevenido frente a todos esos malos momentos que pueden aparecer en
nuestra vida y nos ha prometido la presencia del Espíritu de la verdad
Hechos de los apóstoles 16, 11-15; Sal 149;
Juan 15, 26 — 16, 4a
‘Ya te lo había dicho’, nos dice el amigo que nos había prevenido pero a
cuyas palabras habíamos hecho poco caso. Y nos sucedió como nos lo había dicho
el amigo. Son cosas que nos pasan en la vida, alguna cosa que queríamos
emprender pero que el amigo quizás veía los peligros de fracaso o dificultad,
una tarea en la que nos habíamos comprometido pero por nuestra falta de
constancia no fuimos capaces de llevar hasta el final a pesar de que el amigo
que nos conocía muy bien nos había prevenido.
Jesús también nos previene con todo
cariño ante lo que nos puede pasar, aunque muchas veces nos parece que todo va
a ir bien y quizás bajamos la guardia, no ponemos toda la atención y la
intensidad que tendríamos que poner en muchos aspectos de nuestra vida
cristiana. Es lo que hoy escuchamos en las palabras de Jesús, aunque lo hemos
escuchado muchas veces; quizás nos pensamos que esos tiempos de persecución o
dificultad son propios de otros tiempos, recordamos acontecimientos de la
Iglesia del pasado, pero no somos capaces de abrir los ojos para ver lo que hoy
también nos puede pasar.
Claro que cuando nos vemos
incomprendidos, o no somos aceptados nos sentimos mal y hasta podemos
amargarnos porque nos parece que no vamos a encontrar salida o no vamos a tener
la fuerza para enfrentarnos a esas situaciones. Son cosas que nos pueden
suceder hoy, de hecho en esta sociedad tan plural en la que vivimos, tan
dominada por tendencias de todo tipo, tan esclavizada a un materialismo
imperante o un sensualismo que pareciera que es lo único importante en la vida,
cuando nosotros queremos ser fieles a unos principios y a unos valores nos
vamos a encontrar un muro muy fuerte en contra.
Todos por otra parte estamos sujetos a
muchas tentaciones de todo tipo y si bajamos la guardia en nuestra
espiritualidad fácilmente nos vamos a ver debilitados y arrastrados por mil
cosas que nos alejan del espíritu cristiano que tendría que envolver nuestra
vida.
Jesús hoy les dice a los discípulos en
su despedida – estas palabras corresponden a los discursos de despedida de
Jesús en la última cena – que incluso van a ser expulsados de las sinagogas, lo
que para un judío tenia que ser algo muy doloroso.
Pero Jesús al tiempo que les anuncia
esas dificultades con las que se van a encontrar también les promete que el Espíritu
Santo será su guía y su fortaleza, que El será luz en esos momentos de
dificultad y oscuridad, pero será también la fuerza para mantenerse firmes
porque incluso pondrá palabras en sus labios para responder a los ataques que
puedan sufrir.
‘Cuando venga el Paráclito, que os enviaré
desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará
testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el
principio estáis conmigo’.
El Espíritu de la verdad que procede
del Padre. Es la promesa de Jesús que iremos escuchando repetidamente en estas
semanas y días del tiempo pascual. Es el Espíritu divino que fortalece nuestra
vida. No actuamos solos y por nuestra cuenta; no actuamos solo con nuestras
fuerzas humanas por mucha fuerza de voluntad que digamos que tenemos. Aparece
la debilidad de nuestra condición humana, aparece la debilidad que se puede
llamar confusión, aparece la debilidad que nos llena de desanimo, aparece la
debilidad de nuestros desencantos porque nos habíamos imaginado quizá un mundo
muy irreal, aparece la debilidad cuando contemplamos fracasos en quienes creíamos
fuertes y eso nos desalienta.
Jesús nos ha prevenido frente a todos
esos malos momentos que pueden aparecer en nuestra vida y Jesús nos ha
prometido la presencia del Espíritu de la verdad que dará testimonio en
nosotros. Pero frente a todas esas debilidades tenemos la seguridad de la
fortaleza del Espíritu. Invoquémosle con fervor para sentir su gracia y su
presencia.
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