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sábado, 10 de septiembre de 2016

Por nuestras buenas obras y por las respuestas que damos a los problemas de la vida manifestamos la congruencia de nuestra fe

Por nuestras buenas obras y por las respuestas que damos a los problemas de la vida manifestamos la congruencia de nuestra fe

1Corintios 10, 14-22; Sal 115; Lucas 6, 43-49

Qué desagradable encontrarnos con gente incongruente, personas en las que vemos una contradicción total entre aquello que dicen, aquello que pretenden enseñar a los demás o incluso corregir a los otros con lo que es la realidad de su misma vida. Pero cuidado no juzguemos porque fácilmente podemos caer nosotros en lo mismo cuando las obras que realizamos no están en verdadera consonancia con aquello que pensamos, o aquello que decimos que son nuestros principios. Y es que en nuestra debilidad, nuestra inconstancia o las cosas que nos distraen en la vida son posturas fáciles en las que podemos caer.
En nuestras obras, en lo que hacemos, en lo que vamos reflejando en la vida es donde en verdad tenemos que manifestarnos. Las palabras algunas veces cansan; todo el mundo habla, todo el mundo opina, todo el mundo dice cómo hay que hacer las cosas para que mejore nuestra sociedad, todos tienen la solución a los problemas, pero las cosas siguen igual porque quizá luego no nos ponemos a hacerlo realidad con las actitudes, las posturas, las acciones que vayamos realizando en la vida. Son las incongruencias de la vida que se manifiestan en tantas cosas.
Todo esto en referencia a lo que es la marcha de nuestra sociedad con los problemas concretos que tienen nuestros pueblos, o que vemos en la globalidad de nuestro mundo, pero todo esto en la vida concreta nuestra de cada día, allí donde estamos y donde vivimos; todo esto, tenemos que decir también, en cómo manifestamos lo que es nuestro ser cristiano, con sus valores, con sus compromisos, con lo que ha de ser la vida de la iglesia, con el testimonio que tenemos que dar en medio de nuestro mundo.
Ahí tenemos el mensaje del evangelio pero ¿qué hemos hecho de él? Lo tenemos muy bien guardado e integro en las páginas de un libro, podríamos decir, en lo que son los santos evangelios o el conjunto todo de la Biblia, pero eso hemos de plantarlo en nuestra vida, eso se ha de reflejar en nuestras actitudes, en nuestros compromisos, en nuestra manera de vivir, en nuestra relación con los demás.
De esto nos está hablando Jesús hoy en el evangelio cuando nos habla de los buenos frutos que tendríamos que dar, porque el árbol del evangelio del que nos alimentamos es bueno, y los frutos tendrían que ser buenos. Nos dice que Jesús que de lo que tenemos en el corazón hablarán nuestros labios, o lo que es nuestra vida, pero quizá no habremos plantado bien esos cimientos de nuestra vida, no hemos plantado de verdad el evangelio en nuestro corazón. Las ideas las podemos tener en la cabeza, pero no estar plantadas en nuestra vida.
Por eso nos propone esa pequeña parábola de aquellos que edificaron su casa, uno sin cimientos, simplemente sobre arena, y el otro en verdaderos cimientos sobre roca que darán plena consistencia al edificio. Cuando nos vienen los temporales de la vida, cuando nos aparecen los problemas y las dificultades, cuando nos aparecen los contratiempos, los roces que vayamos teniendo en la vida con los demás, las criticas que podamos ir recibiendo de los otros, los desencantos de la vida porque sufrimos incomprensiones y quizá hasta desprecios, cuando el camino se nos hace duro porque quizá desde dentro de nosotros mismos nos aparecen pasiones que nos desestabilizan y desorientan, es cuando vamos a ver de verdad si tenemos nuestro edificio cimentado sobre roca, sobre la roca del evangelio, sobre la roca de nuestra auténtica fe.
Veremos entonces la congruencia o la incongruencia que haya quizá en nuestra vida y no nos sentiremos desencantados por las incongruencias de los demás sino por nuestras propias incongruencias.

viernes, 9 de septiembre de 2016

No podemos ser ciegos que quieren guiar a otros ciegos, sino hermanos que caminamos juntos para ayudarnos a no tropezar una y otra vez en la misma piedra

No podemos ser ciegos que quieren guiar a otros ciegos, sino hermanos que caminamos juntos para ayudarnos a no tropezar una y otra vez en la misma piedra

1Corintios 9, 16-19. 22b-27; Sal 83; Lucas 6, 39-42

Cuántas veces a pesar de tener todas las posibilidades de la luz se nos nublan los ojos para no ver lo que realmente sería interesante que nos viéramos. Sí, ya no se trata solamente de esa luz que necesitamos para ver nuestro entorno o ver a las personas que nos rodean – que muchas veces andamos ciegos y tampoco las vemos cómo tendríamos que verlas – sino que se trata de esa luz interior que nos hace ver lo más profundo de nosotros.
Nos cuesta mirarnos, no queremos mirarnos, rehuimos muchas veces tener una visión realista de nuestro interior y nos creamos fantasías. Ya decía un filósofo de la antigüedad que la verdadera sabiduría está en conocerse a uno mismo pero la mirada que nos hacemos a nosotros mismos muchas veces es interesada para no ver la realidad de lo que somos.
Ver la realidad de lo que somos significa, sí, auto estimarnos, valorando también lo bueno que hay en nosotros, tomando en consideración nuestros valores y virtudes, nuestras capacidades que muchas veces son más de las que aprovechamos, pero significa también ser realista para que vuestros defectos, nuestros fallos, esa piedra en la que tropezamos no solo dos veces sino muchas veces, ver eso que hemos de corregir y lo que hemos de mejorar.
Ni queremos hundirnos a causa de nuestros defectos, ni queremos ponernos sobre pedestales porque tengamos unos valores y cualidades, sino mirarnos con sinceridad para ver lo que somos y que eso sirva para seguir construyendo nuestra vida y para ayudar también a la construcción de un mundo mejor.
Si nos miramos a nosotros mismos con sinceridad, seguro que la mirada que tengamos sobre los demás será más clara y luminosa. Muchas veces tenemos la tendencia de tener una mirada negativa de los otros, fijándonos quizá primero que nada en sus defectos o en aquellas cosas que no nos gustan. Viendo la realidad de nuestra vida seguro que nuestra mirada se vuelve más positiva.
Es cierto que para el amigo y el hermano siempre queremos lo mejor y por supuesto no nos gusta verle caer en errores o que se deje arrastrar por sus debilidades. Pero es ahí donde tiene que estar la delicadeza y la humildad de nuestro amor. Si nos acercamos al hermano y queremos corregirlo vamos con la conciencia humilde de que no somos perfectos y también tendremos nuestros fallos y por eso con la delicadeza más exquisita queremos ayudarles a superar sus fallos. Nunca desde la prepotencia de la soberbia y el orgullo, sino siempre desde la humildad de quien se sabe también pecador, pero con la delicadeza del que ama de verdad.
Es lo que viene a enseñarnos hoy Jesús en el evangelio. Es la manera en que en verdad podemos ser luz y llevar luz a los demás. Es la forma en que nos convertiremos en ciegos que guían a otros ciegos, sino en hermanos que queremos caminar juntos y nos damos la mano para no tropezar una y otra vez en los mismos errores.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Nos felicitamos con la Madre en el día de su nacimiento que fue verdadera aurora de nuestra salvación

Nos felicitamos con la Madre en el día de su nacimiento que fue verdadera aurora de nuestra salvación

Miqueas 5, 1-4ª; Sal 12; Mateo 1,1-16.18-23

¡Felicidades, María! Sí, felicidades ya te llames Luz o te llames Remedios, ya te llames Pino o te llames Guadalupe, ya el nombre con que te llamen sea Covadonga o sea Victoria, hoy es tu día. ¡Felicidades, Madre! Es tu cumpleaños; hoy fue el día de tu nacimiento. En nuestro amor te damos muchos nombres, que son como piropos con los que queremos embellecer si cabe más tu hermosura; pero tu nombre hermoso es María, como te llamó el ángel, pero eres la agraciada de Dios, la bendecida del Señor, eres su Madre y eres nuestra Madre.
No sabemos cómo mejor bendecirte y alabarte, como mejor manifestar ese amor grande que tenemos, y la alegría que sentimos en tu fiesta; por eso los pueblos a lo largo de la geografía quieren celebrar tu nacimiento y te invocan con distintos nombres, pero todos quieren ser el amor devoto de quienes generación tras generación te hemos visto y llamado dichosa y bienaventurada.
Hoy es un día grande. No es el nacimiento de una niña más, con todo lo que ya en si mismo tiene el nacimiento de una nueva criatura. Es que con tu nacimiento comienza a resplandecer en el horizonte de la historia y de la vida el resplandor de una nueva aurora. La aurora anuncia la salida del sol y comienza a reflejar ya en el horizonte los colores de los que se llena el universo con la salida del sol. En ti, María, estamos viendo esa hermosa aurora que nos anuncia al Sol que viene de lo alto, en ti, María, estamos contemplando la aurora de la salvación, porque de ti ha de nacer el Salvador. Por eso tu nacimiento no puede pasar desapercibido.
Quizá aquel día en aquel humilde hogar de Jerusalén en los alrededores de la piscina de Betesda y en la cercanía del templo cuando se oyó tu primer llanto al venir a la vida, los vecinos de alegraran por el nacimiento de la hija de aquellos venerables y devotos padres, Joaquín y Ana, y se felicitaran con ellos. Pero allí estaba brotando un hermoso renuevo del tronco de Jesé que daría hermosa flor que nos traería el fruto salvífico de la vida y de la salvación. Por eso nuestra alegría quiere ser grande en la fiesta de tu nacimiento y queremos así mostrarte todo nuestro amor, como al tiempo alabar y bendecir al Señor que nos ha dado tan hermosa flor, presagio y anuncio de nuestra salvación.
Queremos ofrecerte nuestro amor con el que queremos copiar en nosotros tu belleza y tu santidad; queremos ofrecerte nuestro amor siguiendo tus mismos pasos, y dejándonos iluminar por la verdadera luz del Sol que nos trae la salvación. Ojalá nosotros podamos reflejar en nuestra vida, como tú, verdadera aurora de la salvación, reflejaste en tu vida la santidad de Dios; que nuestra vida se llene de los colores vivos del amor, que reflejemos en nosotros esa luz de Dios que en ti brilla porque aprendamos de tu solidaridad para salir también al encuentro de los demás, para ponernos en el camino del servicio y de la atención a los necesitados; que brille también nuestro rostro y nuestra vida toda con la luz de la gracia, porque como tú, María, sepamos llenarnos de Dios.
Alcánzanos, Madre, tú que eres la bendecida de Dios y la bendita entre todas las mujeres, la bendición de Dios que nos santifique y nos haga resplandecer, como tú, de amor.
¡Felicidades, María! ¡Felicidades, Madre! en el día de tu nacimiento, aurora y anuncio de nuestra salvación

miércoles, 7 de septiembre de 2016

La Buena Noticia de Jesús nos hace dichosos porque el Reino de Dios hace un mundo distinto y mejor para todos

La Buena Noticia de Jesús nos hace dichosos porque el Reino de Dios hace un mundo distinto y mejor para todos

1Corintios 7,25-31; Sal 44; Lucas 6,20-26

Cuando Jesús comenzó su predicación por los caminos y pueblos de Galilea su invitación era a la conversión para creer en el Reino de Dios que anunciaba. Algo nuevo habría de surgir y poniendo nuestra fe y nuestra confianza en su palabra tendríamos que cambiar el corazón. En la Sinagoga de Nazaret, en lo que solemos llamar discurso programático de Jesús, proclamaba el texto de Isaías en el que se anunciaba que los pobres serían evangelizados, que para los pobres era la Buena Noticia del Reino de Dios. Anunciaba entonces toda una transformación en el corazón de los hombres para alcanzar la ansiada libertad, liberación de todo dolor y sufrimiento porque llegaba el año de gracia del Señor. Es la Buena Noticia que Lucas nos irá describiendo y desarrollando a lo largo de todo su Evangelio.
Es lo que en ese mismo sentido le escuchamos decir hoy en el llamado sermón de las Bienaventuranzas, que los pobres serían dichosos porque de ellos sería el Reino de Dios. Jesús ha bajado de la montaña, nos describe Lucas, en donde había escogido y elegido a los que serían los doce apóstoles, y ahora en la llanura cuando se encuentra con todos los discípulos, con todos aquellos que le buscan porque quieren escucharle y en El encontrar salud y salvación, va desgranando ese anuncio de las llamadas bienaventuranzas, ese anuncio de dicha porque llega el Reino de Dios.
Llega el Reino de Dios y para todos es la dicha y la felicidad. Llega el Reino de Dios y un mundo nuevo ha de comenzar. Y esa buena nueva se anuncia a los pobres, y a los que sufren, a los que lloran y a los que se ven perseguidos. Llega el Reino de Dios y cuando todo se ha de transformar porque sentimos que Dios es el único Rey y Señor de nuestra vida encontraremos paz y encontremos consuelo, iremos encontrando en esa solidaridad nueva del amor que va surgiendo solución a nuestros problemas y carencias y nuestra vida de penurias y necesidades va a cambiar, va renaciendo una nueva esperanza en los corazones y vamos a ir encontrando ese consuelo para nuestras lagrimas y sufrimientos y esa fortaleza para los momentos duros con que nos vayamos tropezando en la vida.
Comienza, sí, un mundo de dicha distinta, porque distinta tiene que ser nuestra vida y distintas tienen que ser nuestras relaciones haciéndolas más humanas y más fraternales. Y cuando nos humanizamos y nos sentimos hermanos cambiaran nuestras actitudes y también nuestras maneras de actuar, miraremos con ojos nuevos a los que están a nuestro lado y comenzaremos de verdad a sentirnos hermanos y ya no nos tendríamos que hacer sufrir los unos a los otros.
Tendrían que desaparecer nuestras actitudes egoístas y las ambiciones que nos encierran en nosotros mismos; no apegaríamos el corazón a las cosas terrenas sino que sabremos utilizar todo lo que está en nuestras manos para el bien y para el bien común desarrollando con nuevo ardor nuestras capacidades no buscando riquezas para nosotros mismos, sino un desarrollo que haga un mundo mejor y más feliz.
Qué dichosos nos haría el evangelio si supiéramos escucharlo de verdad en nuestro corazón y ponerlo en práctica en nuestra vida.

martes, 6 de septiembre de 2016

Jesús llama a cada uno por su nombre, con su propia identidad, contando con él con sus valores y sus debilidades, sus esperanzas y sus cansancios

Jesús llama a cada uno por su nombre, con su propia identidad, contando con él con sus valores y sus debilidades, sus esperanzas y sus cansancios

1Corintios 6, 1-11; Sal 149; Lucas 6, 12-19

Sentir que nos llaman por nuestro nombre, aunque estemos acostumbrados a ello, es algo que nos llega al corazón. Casi no le damos importancia porque en nuestra relación mutua estamos acostumbrados a llamarnos así por nuestro nombre, pero hay momentos en que decir alguien nuestro nombre, decirnos nuestro nombre, parece que nos hace como sentir un revuelco por dentro; quizá alguien con quien no tenemos mucha relación o que nos pueda resultar desconocido que llegue hasta nosotros y nos diga y nos llame por nuestro nombre es como una llamada de atención, es como reconocer nuestra identidad, algo que quizá sentimos de manera especial.
Es un sentirnos valorados, quizá, sentir que se nos da importancia porque nos conocen y nos conocen por nuestro nombre, o experimentar que quizá se nos quiere para algo especial que se nos va a pedir o que se nos va a confiar.
¿No recordamos aquel momento del evangelio en que Jesús llamó a María Magdalena por su nombre, allá en el huerto, después de la resurrección cuando ella aun buscaba su cuerpo muerto? ‘¡María!’, le dijo Jesús y ella que lo había confundido hasta entonces lo reconoció, ‘¡Raboni, Maestro!’ y todo cambió para Magdalena que se convertiría en la primera misionera de la resurrección.
Es lo que hoy escuchamos también en el evangelio. Jesús en la montaña, después de pasar una noche en oración, llamó a doce por su nombre, a los que El quiso, a los que El eligió para convertirlos en sus apóstoles, en sus compañeros para siempre, en sus enviados en el futuro con la misión de construir el Reino, de fundamentar la Iglesia.
Destacamos la importancia del momento; ‘jesus pasó la noche orando a Dios’, nos dice el evangelista. Era un momento importante y Jesús lleno de Dios hace la llamada; es la llamada de Dios que los escoge por su nombre; son ellos con sus características propias, pescadores, recaudadores de impuestos, gente que provenía de las más diversas profesiones, con sus dudas y sus interrogantes, con sus ambiciones, con sus deseos de algo nuevo para ellos y para Israel, llenos de esperanza en el Mesías que había de venir, cada uno con su propia identidad.
Así nos ama el Señor, así nos llama a nosotros también el Señor, por nuestro nombre, contando con lo que es nuestra vida también tan llena de debilidades y muchas veces también de fracasos, con nuestros altibajos, con nuestras ilusiones y esperanzas, con nuestros desalientos y cansancios, con nuestro deseo de algo mejor para nuestra vida y queriendo también un mundo mejor. Así nos llama el Señor y así quiere contar también con nosotros.
Muchas mas cosas podríamos considerar en este pasaje del evangelio, pero vamos a quedarnos con esa llamada de Jesús, a cada uno por su nombre; escuchamos con los oídos del corazón esa voz del Señor que pronuncia nuestro nombre. ¿Seremos capaces de decir como el pequeño Samuel ‘aquí estoy, vengo porque me has llamado… habla, Señor, que tu siervo escucha’

lunes, 5 de septiembre de 2016

El amor no puede tener fronteras ni de tiempo ni de lugar porque es expansivo para abrazar a todos dándoles cabida en nuestro corazón

El amor no puede tener fronteras ni de tiempo ni de lugar porque es expansivo para abrazar a todos dándoles cabida en nuestro corazón

1Corintios 5,1-8; Sal 5; Lucas 6,6-11

No hay hora para hacer el bien. Algunos piensan, bueno yo ya hoy hice mi obra buena y ya no tengo que preocuparme más, o ya muchas veces ayudo a la gente no tengo que estar pendiente a todas horas como si fuera una farmacia de guardia. Son cosas que oímos; cosas que se nos pueden pasar por la cabeza pero que, pienso yo, podrían denotar un raquitismo del espíritu. Mala enfermedad es esa.
Por eso, repito no hay hora para hacer el bien, porque siempre está la oportunidad de hacerlo, o en cualquier momento nos podemos encontrar con la necesidad. Cuando hay amor de verdad en nuestro corazón no ponemos horarios para hacer el bien, ni ponemos límite ni cantidad, porque mucho que nos quiera arrastrar un callado egoísmo que se nos puede meter por dentro. ¿Hay alguien que te tiende la mano desde su necesidad y le vas a responder ahora no es mi hora, ahora no es mi día? ¿Ves una persona triste y con sufrimiento a tu lado y te vas a volver de espalda porque ahora no te toca hacer el bien? El amor no puede tener límites, ni fronteras, ni hacer discriminaciones.
Me surgen estos pensamientos y reflexiones al tratar de escuchar en mi interior el evangelio que hoy nos propone la liturgia. ‘Entró Jesús en la sinagoga a enseñar… era sábado… y había allí un hombre que tenía una parálisis en un brazo… y por allá estaban los escribas y fariseos a ver si Jesús lo curaba…’ Era sábado y no se podía curar; era sábado y no se podía hacer el bien; era sábado y había que dejar a aquel hombre en su limitación y en su sufrimiento; era sábado y no era ni la hora ni el día ¿se podía entender esto? Así Vivian encorsetados con la ley los fariseos; así aparecían las desconfianzas y la maldad en sus corazones; así se estaba manifestando la dureza de su corazón; así aparecía la ausencia del amor en sus vidas. 
No le podemos poner un corsé al amor. No podemos encerrarlo en unos límites porque el amor siempre es expansivo y será capaz romper todos los moldes y todos los límites. El amor no puede tener fronteras ni de tiempo ni de lugar; el amor no hará nunca discriminación de personas sino que abrirá de par en par las puertas del corazón para que todos tengan cabida en él. El amor curará todos los raquitismos que pudieran aparecer en nosotros por la tentación del egoísmo. El amor siempre nos hará solidarios para sentir como propio el sufrimiento de los demás. El amor nos hará abrazar el ancho mundo dándoles cabida a todos en nuestro corazón.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Necesitamos la Sabiduría del Espíritu para discernir los caminos del Evangelio y seguirlos con toda radicalidad

Necesitamos la Sabiduría del Espíritu para discernir los caminos del Evangelio y seguirlos con toda radicalidad

Sabiduría 9, 13-19; Sal 89; Filemón 9b-10. 12-17;  Lucas 14, 25-33
En la vida tenemos que saber a donde vamos a ir para no perdernos en el camino. Hemos de tener metas claras, porque en el fondo nos darán motivación para nuestro caminar, sentiremos el estímulo de los pasos que vamos dando y eso nos ayudará a superar dificultades y contratiempos y a hacer también las necesarias renuncias a cosas que nos pudieran parecer buenas pero que no se pueden convertir en rémora o en obstáculo para alcanzar dichas metas.
Algunos prefieran caminar al azar, a la imprevisible, pero hay el peligro de andar errantes de un lado para otro y al final nos puede venir el vacío del desaliento. Muchas veces nos encontramos en los caminos de la vida gente que anda sin rumbo; muchas veces nosotros podemos perder un poco de vista lo que son las metas y andamos dando tumbos en esos caminos de la vida. Son peligros, son tentaciones, son influencias quizá de una superficialidad del ambiente que se nos contagia y que se nos puede impregnar casi sin darnos cuenta. No son caminos que nos ayuden a alcanzar una plenitud de vida.
Hoy Jesús nos propone en el evangelio como dos ejemplos, el que quiere construir una torre o el del rey que va a hacer la guerra. Han de saber antes con los medios con que cuentan, han de estudiar las mejores tácticas, han de saber lo que quieren y si pueden conseguirlo. Y es que Jesús les está hablando a los discípulos que van con El. Muchos quieren ser sus discípulos; ahora en la subida a Jerusal
Se entusiasman con Jesús cuando ven sus milagros, cuando escuchan sus enseñanzas que tantas esperanzas suscitan en sus corazones de un mundo nuevo, están viendo en El a un profeta o quizá al Mesías esperado y le siguen. Pero, ¿tendrán claro todo lo que significa el seguimiento de Jesús? A pesar de todo lo que les ha hablado del Reino de Dios con parábolas, con sus enseñanzas, señalándoles cuál ha de ser el estilo de vida que han de vivir, ¿tendrán claro, repito, todo lo que implica vivir ese Reino de Dios anunciado por Jesús?
Ahora Jesús les ha hablado de un desprendimiento para romper lazos y ataduras señalándoles que el Reino de Dios ha de ser lo primordial y que han de saber desprenderse de todos los apegos posibles. Con lo importante que es la familia, padres, hermanos y hermanas, esposos o esposas, hijos, todos los seres cercanos a uno y que es algo que de ninguna manera Jesús quiere minusvalorar, les viene a decir que por encima de todo eso está el seguimiento de su camino, y que el Reino ha de ser lo primero en la vida y lo que le va a dar todo sentido y todo valor a lo que vivamos.
Son unas nuevas actitudes las que se han de vivir, una nueva manera de ver las cosas, un nuevo estilo y un nuevo sentido a lo que hacemos, aunque eso signifique cambiar posturas, ideas o pensamientos que tengamos de siempre. Incluso les hablará del valor y del sentido de todos esos bienes materiales que poseemos o deseamos poseer que no pueden convertirse en ídolos de nuestra vida. Por eso será necesario saber renunciar, saber desprenderse, saber vivir con un corazón libre y desapegado de esas cosas y de esos bienes materiales.
Y en todo esto que nos pide Jesús para que podamos vivir el Reino de Dios en todo su sentido tenemos que ser radicales, porque si no lo hacemos así no estaremos señales de que verdad le seguimos. ‘No puede ser discípulo mío’, les dice. Seguir el camino del evangelio de Jesús exige radicalidad en nuestra vida, en las decisiones que hemos de tomar, en el camino que vamos a seguir, en las metas que nos vamos a trazar. No podemos andar nadando entre dos aguas, o nadando y guardando la ropa, como se suele decir.
Por eso, un auténtico seguidor de Jesús, un auténtico cristiano siempre estará  tratando de conocer más a Jesús, de conocer más y mejor el evangelio profundizando en las palabras de Jesús. Nunca no podemos contentar con simplemente vivir lo de siempre sino que siempre se está abriendo ante nosotros ese camino nuevo del evangelio y podremos ir descubriendo más y mejor sus exigencias. Es triste que un cristiano no lea el evangelio, no lo medite, no lo vaya plantando cada día más en su corazón. Es como caminar sin metas, sin saber a donde vamos sino simplemente dejándonos arrastrar por el azar de cada día.
No es fácil vivir esa apertura de nuestro corazón a la novedad del evangelio y seguir el camino que se nos va trazando. No siempre por nosotros mismos seremos capaces de profundizar debidamente en todo el sentido del evangelio. Necesitamos la sabiduría de Dios, necesitamos la luz de su Espíritu en nuestro corazón. ¿Pues quién rastreará las cosas del cielo, quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría  enviando tu Santo Espíritu desde el cielo?’ nos decía el libro de la Sabiduría que escuchamos hoy en la primera lectura.
Pidamos esa sabiduría de Dios, pidamos esa fuerza del Espíritu para que en verdad podamos impregnar de la Buena Nueva del Reino que nos anuncia Jesús.