Por nuestras buenas obras y por las respuestas que damos a los problemas de la vida manifestamos la congruencia de nuestra fe
1Corintios 10, 14-22; Sal 115;
Lucas 6, 43-49
Qué desagradable encontrarnos con gente incongruente, personas en las
que vemos una contradicción total entre aquello que dicen, aquello que
pretenden enseñar a los demás o incluso corregir a los otros con lo que es la
realidad de su misma vida. Pero cuidado no juzguemos porque fácilmente podemos
caer nosotros en lo mismo cuando las obras que realizamos no están en verdadera
consonancia con aquello que pensamos, o aquello que decimos que son nuestros
principios. Y es que en nuestra debilidad, nuestra inconstancia o las cosas que
nos distraen en la vida son posturas fáciles en las que podemos caer.
En nuestras obras, en lo que hacemos, en lo que vamos reflejando en la
vida es donde en verdad tenemos que manifestarnos. Las palabras algunas veces
cansan; todo el mundo habla, todo el mundo opina, todo el mundo dice cómo hay
que hacer las cosas para que mejore nuestra sociedad, todos tienen la solución
a los problemas, pero las cosas siguen igual porque quizá luego no nos ponemos
a hacerlo realidad con las actitudes, las posturas, las acciones que vayamos
realizando en la vida. Son las incongruencias de la vida que se manifiestan en
tantas cosas.
Todo esto en referencia a lo que es la marcha de nuestra sociedad con
los problemas concretos que tienen nuestros pueblos, o que vemos en la
globalidad de nuestro mundo, pero todo esto en la vida concreta nuestra de cada
día, allí donde estamos y donde vivimos; todo esto, tenemos que decir también,
en cómo manifestamos lo que es nuestro ser cristiano, con sus valores, con sus
compromisos, con lo que ha de ser la vida de la iglesia, con el testimonio que
tenemos que dar en medio de nuestro mundo.
Ahí tenemos el mensaje del evangelio pero ¿qué hemos hecho de él? Lo
tenemos muy bien guardado e integro en las páginas de un libro, podríamos
decir, en lo que son los santos evangelios o el conjunto todo de la Biblia,
pero eso hemos de plantarlo en nuestra vida, eso se ha de reflejar en nuestras
actitudes, en nuestros compromisos, en nuestra manera de vivir, en nuestra
relación con los demás.
De esto nos está hablando Jesús hoy en el evangelio cuando nos habla
de los buenos frutos que tendríamos que dar, porque el árbol del evangelio del
que nos alimentamos es bueno, y los frutos tendrían que ser buenos. Nos dice
que Jesús que de lo que tenemos en el corazón hablarán nuestros labios, o lo
que es nuestra vida, pero quizá no habremos plantado bien esos cimientos de
nuestra vida, no hemos plantado de verdad el evangelio en nuestro corazón. Las
ideas las podemos tener en la cabeza, pero no estar plantadas en nuestra vida.
Por eso nos propone esa pequeña parábola de aquellos que edificaron su
casa, uno sin cimientos, simplemente sobre arena, y el otro en verdaderos
cimientos sobre roca que darán plena consistencia al edificio. Cuando nos
vienen los temporales de la vida, cuando nos aparecen los problemas y las
dificultades, cuando nos aparecen los contratiempos, los roces que vayamos
teniendo en la vida con los demás, las criticas que podamos ir recibiendo de
los otros, los desencantos de la vida porque sufrimos incomprensiones y quizá
hasta desprecios, cuando el camino se nos hace duro porque quizá desde dentro
de nosotros mismos nos aparecen pasiones que nos desestabilizan y desorientan,
es cuando vamos a ver de verdad si tenemos nuestro edificio cimentado sobre
roca, sobre la roca del evangelio, sobre la roca de nuestra auténtica fe.
Veremos entonces la congruencia o la incongruencia que haya quizá en
nuestra vida y no nos sentiremos desencantados por las incongruencias de los
demás sino por nuestras propias incongruencias.