Nos felicitamos con la Madre en el día de su nacimiento que fue verdadera aurora de nuestra salvación
Miqueas 5, 1-4ª; Sal 12; Mateo
1,1-16.18-23
¡Felicidades, María! Sí, felicidades ya te llames Luz o te llames
Remedios, ya te llames Pino o te llames Guadalupe, ya el nombre con que te
llamen sea Covadonga o sea Victoria, hoy es tu día. ¡Felicidades, Madre! Es tu
cumpleaños; hoy fue el día de tu nacimiento. En nuestro amor te damos muchos
nombres, que son como piropos con los que queremos embellecer si cabe más tu
hermosura; pero tu nombre hermoso es María, como te llamó el ángel, pero eres
la agraciada de Dios, la bendecida del Señor, eres su Madre y eres nuestra
Madre.
No sabemos cómo mejor bendecirte y alabarte, como mejor manifestar ese
amor grande que tenemos, y la alegría que sentimos en tu fiesta; por eso los
pueblos a lo largo de la geografía quieren celebrar tu nacimiento y te invocan
con distintos nombres, pero todos quieren ser el amor devoto de quienes
generación tras generación te hemos visto y llamado dichosa y bienaventurada.
Hoy es un día grande. No es el nacimiento de una niña más, con todo lo
que ya en si mismo tiene el nacimiento de una nueva criatura. Es que con tu
nacimiento comienza a resplandecer en el horizonte de la historia y de la vida
el resplandor de una nueva aurora. La aurora anuncia la salida del sol y
comienza a reflejar ya en el horizonte los colores de los que se llena el
universo con la salida del sol. En ti, María, estamos viendo esa hermosa aurora
que nos anuncia al Sol que viene de lo alto, en ti, María, estamos contemplando
la aurora de la salvación, porque de ti ha de nacer el Salvador. Por eso tu
nacimiento no puede pasar desapercibido.
Quizá aquel día en aquel humilde hogar de Jerusalén en los alrededores
de la piscina de Betesda y en la cercanía del templo cuando se oyó tu primer
llanto al venir a la vida, los vecinos de alegraran por el nacimiento de la
hija de aquellos venerables y devotos padres, Joaquín y Ana, y se felicitaran
con ellos. Pero allí estaba brotando un hermoso renuevo del tronco de Jesé que
daría hermosa flor que nos traería el fruto salvífico de la vida y de la
salvación. Por eso nuestra alegría quiere ser grande en la fiesta de tu
nacimiento y queremos así mostrarte todo nuestro amor, como al tiempo alabar y
bendecir al Señor que nos ha dado tan hermosa flor, presagio y anuncio de
nuestra salvación.
Queremos ofrecerte nuestro amor con el que queremos copiar en nosotros
tu belleza y tu santidad; queremos ofrecerte nuestro amor siguiendo tus mismos
pasos, y dejándonos iluminar por la verdadera luz del Sol que nos trae la
salvación. Ojalá nosotros podamos reflejar en nuestra vida, como tú, verdadera
aurora de la salvación, reflejaste en tu vida la santidad de Dios; que nuestra
vida se llene de los colores vivos del amor, que reflejemos en nosotros esa luz
de Dios que en ti brilla porque aprendamos de tu solidaridad para salir también
al encuentro de los demás, para ponernos en el camino del servicio y de la
atención a los necesitados; que brille también nuestro rostro y nuestra vida
toda con la luz de la gracia, porque como tú, María, sepamos llenarnos de Dios.
Alcánzanos, Madre, tú que eres la bendecida de Dios y la bendita entre
todas las mujeres, la bendición de Dios que nos santifique y nos haga resplandecer,
como tú, de amor.
¡Felicidades, María! ¡Felicidades, Madre! en el día de tu nacimiento,
aurora y anuncio de nuestra salvación
No hay comentarios:
Publicar un comentario