No podemos ser ciegos que quieren guiar a otros ciegos, sino hermanos que caminamos juntos para ayudarnos a no tropezar una y otra vez en la misma piedra
1Corintios 9, 16-19. 22b-27; Sal
83; Lucas 6, 39-42
Cuántas veces a pesar de tener todas las posibilidades de la luz se
nos nublan los ojos para no ver lo que realmente sería interesante que nos
viéramos. Sí, ya no se trata solamente de esa luz que necesitamos para ver
nuestro entorno o ver a las personas que nos rodean – que muchas veces andamos
ciegos y tampoco las vemos cómo tendríamos que verlas – sino que se trata de
esa luz interior que nos hace ver lo más profundo de nosotros.
Nos cuesta mirarnos, no queremos mirarnos, rehuimos muchas veces tener
una visión realista de nuestro interior y nos creamos fantasías. Ya decía un
filósofo de la antigüedad que la verdadera sabiduría está en conocerse a uno
mismo pero la mirada que nos hacemos a nosotros mismos muchas veces es
interesada para no ver la realidad de lo que somos.
Ver la realidad de lo que somos significa, sí, auto estimarnos,
valorando también lo bueno que hay en nosotros, tomando en consideración
nuestros valores y virtudes, nuestras capacidades que muchas veces son más de
las que aprovechamos, pero significa también ser realista para que vuestros
defectos, nuestros fallos, esa piedra en la que tropezamos no solo dos veces
sino muchas veces, ver eso que hemos de corregir y lo que hemos de mejorar.
Ni queremos hundirnos a causa de nuestros defectos, ni queremos
ponernos sobre pedestales porque tengamos unos valores y cualidades, sino
mirarnos con sinceridad para ver lo que somos y que eso sirva para seguir
construyendo nuestra vida y para ayudar también a la construcción de un mundo
mejor.
Si nos miramos a nosotros mismos con sinceridad, seguro que la mirada
que tengamos sobre los demás será más clara y luminosa. Muchas veces tenemos la
tendencia de tener una mirada negativa de los otros, fijándonos quizá primero
que nada en sus defectos o en aquellas cosas que no nos gustan. Viendo la
realidad de nuestra vida seguro que nuestra mirada se vuelve más positiva.
Es cierto que para el amigo y el hermano siempre queremos lo mejor y
por supuesto no nos gusta verle caer en errores o que se deje arrastrar por sus
debilidades. Pero es ahí donde tiene que estar la delicadeza y la humildad de
nuestro amor. Si nos acercamos al hermano y queremos corregirlo vamos con la
conciencia humilde de que no somos perfectos y también tendremos nuestros
fallos y por eso con la delicadeza más exquisita queremos ayudarles a superar
sus fallos. Nunca desde la prepotencia de la soberbia y el orgullo, sino
siempre desde la humildad de quien se sabe también pecador, pero con la
delicadeza del que ama de verdad.
Es lo que viene a enseñarnos hoy Jesús en el evangelio. Es la manera en
que en verdad podemos ser luz y llevar luz a los demás. Es la forma en que nos
convertiremos en ciegos que guían a otros ciegos, sino en hermanos que queremos
caminar juntos y nos damos la mano para no tropezar una y otra vez en los
mismos errores.
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