Jesús llama a cada uno por su nombre, con su propia identidad, contando con él con sus valores y sus debilidades, sus esperanzas y sus cansancios
1Corintios 6, 1-11; Sal 149;
Lucas 6, 12-19
Sentir que nos llaman por nuestro nombre, aunque estemos acostumbrados
a ello, es algo que nos llega al corazón. Casi no le damos importancia porque
en nuestra relación mutua estamos acostumbrados a llamarnos así por nuestro
nombre, pero hay momentos en que decir alguien nuestro nombre, decirnos nuestro
nombre, parece que nos hace como sentir un revuelco por dentro; quizá alguien
con quien no tenemos mucha relación o que nos pueda resultar desconocido que
llegue hasta nosotros y nos diga y nos llame por nuestro nombre es como una
llamada de atención, es como reconocer nuestra identidad, algo que quizá
sentimos de manera especial.
Es un sentirnos valorados, quizá, sentir que se nos da importancia
porque nos conocen y nos conocen por nuestro nombre, o experimentar que quizá
se nos quiere para algo especial que se nos va a pedir o que se nos va a
confiar.
¿No recordamos aquel momento del evangelio en que Jesús llamó a María
Magdalena por su nombre, allá en el huerto, después de la resurrección cuando
ella aun buscaba su cuerpo muerto? ‘¡María!’, le dijo Jesús y ella que
lo había confundido hasta entonces lo reconoció, ‘¡Raboni, Maestro!’ y
todo cambió para Magdalena que se convertiría en la primera misionera de la
resurrección.
Es lo que hoy escuchamos también en el evangelio. Jesús en la montaña,
después de pasar una noche en oración, llamó a doce por su nombre, a los que El
quiso, a los que El eligió para convertirlos en sus apóstoles, en sus
compañeros para siempre, en sus enviados en el futuro con la misión de
construir el Reino, de fundamentar la Iglesia.
Destacamos la importancia del momento; ‘jesus pasó la noche orando
a Dios’, nos dice el evangelista. Era un momento importante y Jesús lleno
de Dios hace la llamada; es la llamada de Dios que los escoge por su nombre;
son ellos con sus características propias, pescadores, recaudadores de
impuestos, gente que provenía de las más diversas profesiones, con sus dudas y
sus interrogantes, con sus ambiciones, con sus deseos de algo nuevo para ellos
y para Israel, llenos de esperanza en el Mesías que había de venir, cada uno con
su propia identidad.
Así nos ama el Señor, así nos llama a nosotros también el Señor, por
nuestro nombre, contando con lo que es nuestra vida también tan llena de
debilidades y muchas veces también de fracasos, con nuestros altibajos, con
nuestras ilusiones y esperanzas, con nuestros desalientos y cansancios, con
nuestro deseo de algo mejor para nuestra vida y queriendo también un mundo
mejor. Así nos llama el Señor y así quiere contar también con nosotros.
Muchas mas cosas podríamos considerar en este pasaje del evangelio,
pero vamos a quedarnos con esa llamada de Jesús, a cada uno por su nombre;
escuchamos con los oídos del corazón esa voz del Señor que pronuncia nuestro
nombre. ¿Seremos capaces de decir como el pequeño Samuel ‘aquí estoy, vengo
porque me has llamado… habla, Señor, que tu siervo escucha’?
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