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sábado, 8 de noviembre de 2014

Seamos de fiar también en la administración de los bienes materiales para que aprendamos a descubrir lo que tiene valor de eternidad

Seamos de fiar también en la administración de los bienes materiales para que aprendamos a descubrir lo que tiene valor de eternidad

Filp. 4, 10-19; Sal. 111; Lc. 16, 0-15
‘El que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado’. Esto que nos dice Jesús hoy en el evangelio es algo que hemos de tener bien en cuenta. Nos da la clave para muchas cosas.
Quien es o quiere ser responsable no se puede tomar las cosas a la ligera. En cada uno de los aspectos de la vida. Y en esa responsabilidad hemos de darle a cada cosa su valor. Hoy el evangelio está haciendo referencia al tema de los dineros o de las riquezas. Sobre todo después de la parábola que ayer escuchábamos del administrador que actuó, es cierto astutamente según sus intereses, pero de una forma injusta.
Con esta sentencia que Jesús nos ha dejado hoy nos está llamando la atención para que no obremos de una forma injusta, sino que seamos capaces de ser honrados de verdad en la administración de aquellos bienes que tenemos en nuestras manos, pero de manera también que no los convirtamos en dioses de nuestra vida.
Necesitamos, es cierto, de bienes materiales para la obtención de aquellas cosas que necesitamos para vivir de una forma digna, pero hemos de ser conscientes de que ni la dignidad y grandeza de las personas, ni la felicidad la podemos poner en la obtención de esos bienes o riquezas. Sería entonces cuando lo convertiríamos en dioses de nuestra vida, cuando viviríamos atados y esclavizados a la posesión de esas cosas. Es la avaricia, la codicia que nos tienta en ese deseo de obtener riquezas o medios materiales como si fuera lo importante para nuestra vida.
Hay tantos valores del espíritu, de la persona que tendríamos que saber cultivar y que nos darán más hondas satisfacciones. Cuando vivimos solo preocupados de la material tenemos el peligro de que al final nos quedemos totalmente insatisfechos, porque nos damos cuenta de que eso solo no nos satisface y nos quedamos como vacíos; pero es también que fácilmente las relaciones entre las personas tienen el peligro de deteriorarse porque aparecen las ambiciones materiales, la envidias y los egoísmos y terminamos haciéndonos la guerra los unos a los otros porque en nuestro orgullo siempre queremos aparecer como mejores aunque solo sea en las apariencias y vanidades de las riquezas o posesiones materiales. Miremos por donde anda nuestro mundo cuando nos dejamos llevar por esa codicia del dinero que terminamos maleando toda nuestra sociedad con la corrupción y la injusticia.
Hoy nos dirá Jesús que ‘ningún siervo puede servir a dos amos: porque o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero’, termina sentenciando Jesús. Cuando convertimos lo material en un ídolo de nuestra vida viviremos siempre ansiosos de lo material porque nos parece que sin ello no llegaríamos a alcanzar la realización de nuestra vida.
Muchas más reflexiones podríamos hacernos en este sentido. Jesús es el que ha venido para liberarnos de todo lo que nos oprima y esclavice porque el quiere darnos la verdadera libertad. Nos hablará del tesoro que hemos de saber guardar en el cielo, como nos hablará del desprendimiento y desapego de esas cosas materiales con que hemos de vivir. Por eso llamará dichosos y poseedores del Reino a los que saben ser pobres y desprendidos de corazón. Pero Jesús nos está diciendo también a lo largo del evangelio cómo eso que tenemos no lo podemos mirar de forma egoísta como si fuera una posesión solo para mí, sino que he de sabes descubrir esa función social que pueden tener mis bienes, para ayudar también al bien de los demás. Por eso desde ese amor que es ley y norma de nuestra vida tenemos que aprender a partir y a compartir.
Hoy cosas y valores, entonces, que son más importantes y por los que merece la pena luchar y trabajar y que harán felices a todos, pero como nos dice hoy hemos de saber ser de fiar en esas cosas con menos importantes, en el vil dinero como dirá a continuación, porque entonces no sabríamos ser de fiar en las cosas que son verdaderamente importantes.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Ojalá nos afanáramos en las cosas de Dios al menos de forma parecida a como nos afanamos por nuestros intereses mundanos

Ojalá nos afanáramos en las cosas de Dios al menos de forma parecida a como nos afanamos por nuestros intereses mundanos

Filp. 3, 17-4, 1; Sal. 121; Lc. 16, 1-8
Confieso que si nos quedamos en la literalidad de la parábola y no tratamos de descubrir qué es lo que realmente Jesús quería decirnos con ella nos quedaríamos ciertamente desconcertados porque el ejemplo que se nos pone es el de un administrador corrupto que se vale de su cargo y de sus influencias, primero para ocultar lo injustamente que ha administrado lo que se le había confiado y ahora para salvar el pellejo - por decirlo de una forma vulgar -  ante lo que se le venía encima al descubrirse todos sus farfullos. Qué parecido más grande a lo que estamos escuchando todos los días en los medios de comunicación de la corrupción que invade nuestra sociedad.
Pero la clave la tenemos en lo que Jesús nos dice al terminar de relatarnos el hecho de la parábola y decirnos incluso que ‘el amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido’ y Jesús añade: ‘Ciertamente los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz’.
 ¿Qué nos quiere decir entonces el Señor hoy a nosotros con esta parábola que nos ha propuesto con tales ejemplos? Por supuesto no es ese estilo de maldad del que hemos de llenar nuestro corazón. Pero sí nos viene a decir que si en los asuntos del mundo, en nuestros negocios y ganancias, en aquellos cosas que nos interesan mucho somos tan afanosos que buscamos la manera de sacarlos adelante y hacer que las cosas nos salgan bien y con ganancias, si nos llamamos cristianos y decimos que es importante para nosotros la fe que tenemos y que es un sentido para nuestra vida y para transformar nuestro mundo, ¿por qué en eso no ponemos tanto empeño? ¿Será que no es tan importante como decimos para nosotros la fe y el sentido cristiano de la vida?
Sería un punto importante para nuestra reflexión y para preguntarnos qué valor le damos a nuestra fe, a nuestra vida religiosa, al evangelio, a los valores que Jesús trata de trasmitirnos, a esos principios cristianos que tendrían que dar sentido a nuestra vida y a todo lo que hacemos.
Con serenidad analicemos fríamente nuestra vida; cuando entran en conflicto nuestros principios y valores cristianos con otros intereses que tengamos en la vida, ¿qué hacemos? ¿Por qué nos inclinamos? Con qué facilidad se cierran los ojos de la conciencia para dejar a un lado los principios éticos que tendrían que conformar nuestra vida.
Cuando en nombre de los valores del evangelio nos damos cuenta que estamos nadando a contracorriente de lo que hace la mayoría de la gente, o que quizá por presentarnos con nuestros principios y valores vamos a tener en contra a la gente de nuestro alrededor, ¿cómo reaccionamos? ¿nos mantenemos firmes en nuestros principios y valores o nos dejamos llevar por lo que van a decir y nos dejamos arrastrar por lo que hace la mayoría que no tiene esos principios y valores?
Cuando se chocan nuestros deberes religiosos por ejemplo de asistencia a la misa del domingo, con otras cosas que se nos propongan hacer incluso desde el ámbito de nuestras familias, ¿somos capaces de mantenernos fieles a nuestros deberes religiosos y a nuestra misa del día del Señor, por ejemplo, o lo dejamos fácilmente porque queremos irnos de fiesta o de excursión?
Es lo que nos preguntábamos si en verdad nuestra fe y nuestros valores cristianos son los más importantes para nuestra vida. Algunas veces le damos a Dios las migajas de lo que nos sobra, porque el tiempo lo tenemos primero para otros intereses que para dedicárselo al Señor, que es el que nos ha dado el tiempo y la vida.
Por eso hemos escuchado tantas veces a Jesús que nos dice que lo de construir nuestra vida cristiana es algo que tenemos que tomárnoslo en serio y nos invitaba en estos días a reflexionar seriamente sobre ello.
Tenemos que aprender, reflexionando mucho sobre nuestra fe y lo que nos pide Jesús, a darle importancia de verdad a lo que tiene la primera importancia. Ojalá nos afanáramos en las cosas de Dios al menos de forma parecida a como nos afanamos por nuestros intereses mundanos. 

jueves, 6 de noviembre de 2014

El amor que nos busca y la alegría por la conversión y el perdón

El amor que nos busca y la alegría por la conversión y el perdón

Filp. 3, 3-8; Sal. 104; Lc. 15, 1-10
‘Se acercaban a Jesús los publicanos y pecadores a escucharle’, pero por allá andaban los fariseos y los letrados con sus murmuraciones, con sus juicios, con sus discriminaciones, con sus condenas. ‘Ese acoge a los pecadores y come con ellos’.
En la época de Jesús - y hemos de considerar que eran un pueblo antiguo y con costumbres inveteradas, que no siempre podemos juzgar desde nuestros criterios de los tiempos modernos sino que hemos de saber leer la historia en el momento concreto que suceden los acontecimientos con sus circunstancias concretas - había muchos tipos de discriminaciones.
Los judíos se consideraban a si mismos un pueblo aparatado, un pueblo distinto y desde su fe y religiosidad se consideraban un pueblo santo, por lo que tenían sus reservas en el trato con los pueblos y gentes extranjeras. Les costaba mucho aceptarlos, no en vano habían tenido distintas experiencias en su historia que la mezcla con otros pueblos les había pervertido y en muchas ocasiones les había llevado a la ruina.
Había otras discriminaciones, que podríamos llamar de tipo sanitario, por lo que los enfermos aquejados por enfermedades entonces consideradas contagiosas eran apartados de la vida de la comunidad. La lepra entonces era una enfermedad que hacia muchos estragos por las escasas medidas y medios sanitarios que entonces podían tener, y en consecuencia a los leprosos se les apartaba de la vida social y comunitaria obligándoles a vivir solos y desamparados en campos y montañas alejados de los demás. No olvidemos que esos conceptos prácticamente llegaron al siglo XX.
Pero había otra discriminación mucho peor, y que es la que vemos reflejada en el evangelio de hoy; era la discriminación que se hacía a los que ellos consideraban pecadores, englobando ahí a profesiones como las de los recaudadores de impuestos, que ya los consideraban pecadores no solo porque donde andan los dineros por medio se introducen fácilmente las corrupciones e injusticias, sino también por el hecho de ser tenidos como colaboracionistas de los poderes extranjeros. Con ellos los que se consideraban los puros, como eran los fariseos cumplidores en extremo, no se mezclaban y evitaban el trato. Para ellos eran como unos apestados o, empleando imágenes muy actuales, como si fueran infectados de enfermedades infecciosas, en este caso podemos recordar el ébola, por lo que con ellos no se podían mezclar por peligro a contaminarse.
Ya que hemos mencionado esa enfermedad consideremos la tremenda alarma social que se ha creado en la sociedad con el ébola y las consecuencias que se están derivando en tantos que comienzan a sufrir también un cierto tipo de discriminación en nuestro siglo. Pensemos los niños abandonados en África, simplemente porque son hijos de personas muertas a consecuencia del ébola; o pensemos sin ir más lejos todo lo que se ha montado en torno a la persona contagiada de esta enfermedad - gracias a Dios ya está curada - porque en los lugares cercanos a esta persona hay ciertos problemas de aceptación o de discriminación.
Pero vayamos al episodio del evangelio para fijarnos en las actitudes de Jesús y en su enseñanza. Nos deja dos pequeñas parábolas: el pastor que pierde una oveja en el campo y la busca hasta que la encuentra, y la mujer a la que se le ha extraviado una moneda de gran valor y revuelve toda la casa hasta que la encuentra. ¿Qué nos quiere decir Jesús? Nos habla al final de las dos parábolas de la alegría del cielo por un solo pecador que se convierta.
¿A qué ha venido Jesús? Ya en otra ocasión semejante nos hablará Jesús del medico que busca curar a los enfermos. Jesús es nuestro médico; Jesús es el buen Pastor que busca la oveja perdida; Jesús es como aquella mujer que busca la moneda extraviada. Ha venido para buscarnos, para llamarnos, para darnos la salvación. Recordamos otra parábola que está colocada precisamente en el evangelio de Lucas en este mismo entorno, en la que Jesús nos habla del padre que está esperando la vuelta del hijo que se ha marchado.
Siempre está presente el amor y la alegría; el amor que hace que nos busque, nos llame, nos ofrezca su gracia para que convirtamos nuestros corazones, y la alegría y la fiesta a nuestra vuelta; como el banquete del padre a la vuelta del hijo prodigo, como la fiesta del cielo por un solo pecador que se convierte.
¿Aprenderemos a tener un corazón abierto a los demás, para vivir una Iglesia de misericordia donde todos seamos capaces de acoger al pecador que vuelve a casa como la oveja al redil? ¿Aprenderemos a desterrar de nosotros discriminaciones y malos ojos con los que miramos a aquellos que nos parecen más malos que nosotros?

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Seguir a Jesús para ser su discípulo es algo que hay que pensarlo bien para emprender un camino de verdadera libertad y auténtico amor

Seguir a Jesús para ser su discípulo es algo que hay que pensarlo bien para emprender un camino de verdadera libertad y auténtico amor

Filp. 2, 12-18; Sal. 26; Lc. 14, 25-33
Escuchar la Palabra de Jesús para seguirle no es cualquier cosa; no lo podemos hacer de cualquier manera. Primero hemos de tener fe para reconocer en esa Palabra que se nos lee, mejor, que se nos proclama, la Palabra de Dios. Y la Palabra de Dios que escuchamos no es como si leyéramos un libro de bella literatura que nos entretuviera y que siempre tuviera que ser para nosotros una palabra que nos agradara y, por así decirlo, llenara nuestra imaginación de ensoñadoras imágenes. De ninguna manera podemos quedarnos en eso.
Estamos escuchando una Palabra que es alimento para nuestra vida; una palabra que nos señala caminos y corrige desviaciones; una palabra que enardece el corazón, es cierto, pero que nos tiene que enamorar de Jesús  para amarle y para seguirle, para hacernos sus discípulos y para ponernos en camino para seguir sus pasos. Esto significará que tendrá sus exigencias como que al mismo tiempo elevará nuestro espíritu para mirar a lo alto, para poner altos ideales o altas metas en nuestra vida. Luego será una palabra para rumiar y para meditar; una palabra que nos hará revisarnos y nos impulsará a darle gracias a Dios por la riqueza que en ella recibimos para engrandecer nuestra vida.
No se trata, pues, de seguir y escuchar a Jesús de cualquier manera. Creo que es a esto a lo que quiere hoy Jesús invitarnos con su Palabra, como invitaba a la gente de su tiempo a que se pensaran bien las cosas para descubrir bien las exigencias que significaba seguirle.
Dice el evangelista que ‘mucha gente sigue a Jesús’. Pero Jesús se vuelve hacia ellos y quiere hacerlos pensar. Finalmente terminará poniendo dos ejemplos como si fueran parábolas, como solía hablarles, para hacerles caer en la cuenta que las cosas hay que pensarlas bien. Habla del que quiere construir una torre y tiene que pensar bien si tiene lo suficiente para asumir todos los gastos que va a conllevar el construirla, para que luego no se quede a la mitad. ‘¿Quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?’ O les habla del rey que va a hacer la guerra, y tiene que pensárselo bien si tiene un ejército suficiente en hombres y pertrechos para poder acabarla con victoria.
Así les viene a decir a la gente que le sigue entusiasmada. ¿Habéis pensado bien lo que significa venir detrás de mí, ser mi discípulo? No puede ser el fervor de un día, de un momento. Es implicar una vida; es ponerse en camino, pero en caminos nuevos y de exigencias. Seguir a Jesús significa ponerle a El en el centro de nuestra vida; seguir a Jesús es ponernos en camino para vivir un estilo de vida distinto, donde el amor va a ser lo primordial, pero no un amor cualquiera sino un amor que nos hará entregarnos, olvidándonos de nosotros mismos y de nuestras cosas para ser capaces de dar la vida.
Seguir los pasos de Jesús es vivir su mismo amor, vivir su misma vida. El va a llegar hasta la cruz y ese camino de entrega nos dice que será nuestro camino. ¿Seremos capaces de tomar ese camino de cruz, de sacrificio, de entrega, de olvidarnos de nosotros mismos cuando tanto pensamos en nosotros, cuando tanto rehuimos el sacrificio y el dolor, cuando tanto apetecemos comodidades blandenguerías en la vida?
Seguir a Jesús es desprendernos de las cosas que nos atan y nos esclavizan. A nada ni a nadie podemos sentirnos atados como sin que nos pareciera que sin esas cosas no podríamos vivir. Seguir a Jesús es aprender a decirnos ‘no’ a todas esas cosas. Nos habla Jesús de renuncia y de cruz. Porque el camino que El pone delante de nuestros ojos es el camino del amor. Pero el camino del amor no es el de las canciones bonitas ni de las palabras románticas. Es el camino de la entrega, es el camino de darse que no es solo dar cosas. Es el camino que nos va a poner en una nueva órbita, en nuevo estilo, en un nuevo vivir.
Las cosas hay que pensárselas bien. Porque ya nos dirá en otra ocasión que no vale poner la mano en el arado pero luego estar mirando siempre para detrás, para ver y añorar lo que hemos dejado. Es un camino de verdadera libertad, donde nos vamos a sentir libres y dichosos con la libertad del amor.

martes, 4 de noviembre de 2014

Tenemos que salir a las plazas y a los caminos para traer a los pobres y a los oprimidos al banquete del Reino de Dios

Tenemos que salir a las plazas y a los caminos para traer a los pobres y a los oprimidos al banquete del Reino de Dios

Filp. 2, 5-11; Sal. 21; Lc. 14, 15-24
‘¡Dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios!’ exclamó uno de los comensales que estaba sentado a la mesa con Jesús. Algo así como aquello de Pedro en el Tabor ‘¡Qué bien se está aquí!’ Con corazón humilde estaba abierto a la Palabra de Jesús y ante todo aquello que iba escuchando surgió ese entusiasmo pensando quizá en la plenitud del Reino del que Jesús estaba hablando. Hay momentos que parece que hay como una inspiración especial y vislumbramos la plenitud que se esconde tras un anuncio, o aquello mismo que estamos viviendo nos hace entrever algo superior que podemos vivir.
Sin embargo Jesús le hará comprender que quizá no todos están tan dichosos y tan deseosos de ese Reino de Dios tal como lo anuncia Jesús de manera que incluso lo rechazarán. ¿Estaba queriendo dar a entender que allí mismo entre los comensales que se habían sentado a la misma mesa algunos rechazarían ese Reino que Jesús anunciaba? Las actitudes que mostraban en muchas ocasiones no daban señales de que quisieran vivir el Reino con las características que Jesús lo anunciaba.
Por eso Jesús propone aquella parábola del banquete al que había sido convidada mucha gente, pero al que los invitados no quisieron venir porque preferían otras cosas, había otras cosas a las que le daban más importancia. Los hechos se repiten. También en nuestro mundo quiere resonar el anuncio del Evangelio pero no todos acogen de la misma manera ese anuncio. Todos son invitados a seguir a Jesús y no todos están dispuestos a seguirle.
Pensemos de forma muy concreta en nuestro ambiente, en nuestro entorno, en un mundo o una sociedad que decimos cristiana, donde la inmensa mayoría incluso está bautizada. ¿Calan los valores y principios del evangelio en nuestra sociedad? Cuantos hay a nuestro lado que pasan de religión y de cristianismo, que no quieren oír hablar de evangelio ni de principios o valores cristianos, que prescinden de manera práctica de Dios en sus vidas y de todos los valores espirituales y cristianos.
Tenemos que ser conscientes de esa realidad; no todos son cristianos; no a todos les interesa la Iglesia y la religión; muchos han ido construyendo su vida al margen de la fe y del ser cristiano; muchos incluso los vamos a encontrar que están en contra de todo lo que signifique religión, Iglesia, fe, cristianismo. Tenemos que darnos cuenta que vivimos en un mundo muy diverso y es ahí en medio de todo eso donde tenemos que ser fieles de verdad y manifestar valientemente nuestra condición de creyentes y de cristianos.
 Es lo que nos describe la parábola cuando nos habla de que los invitados se fueron a sus cosas y no quisieran aceptar la invitación al banquete. Muchos siguen siendo los que no aceptan la invitación o quizá ni siquiera quieren escucharla. Pero el banquete del Reino había de celebrarse. ‘Sal corriendo a las plazas y calles de la ciudad y tráete a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos… sal por los caminos y los senderos, insísteles hasta que entren y se me llene la casa’. Es la insistencia del que había preparado el banquete.
Ya lo habían anunciado los profetas y Jesús incluso en la sinagoga de Nazaret lo había anunciado. Incluso recordamos que la gente de Nazaret se lo tomó a mal,  porque Jesús les decía que vendrían gentes como la cananea de Tiro y Sidón o como Naamán el sirio, y serían los que se beneficiarían del banquete de la salvación. Allí con el profeta había anunciado que los pobres son los que serían evangelizados, y los esclavizados y oprimidos los que alcanzarían la liberación en el año de gracia del Señor, y en otros momentos nos dirá que vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur y se sentarán en la mesa del Reino de los cielos, porque aquellos primeros que habían sido invitados no quisieron recibirlo.
¿Nos querrá decir muchas cosas todo esto que estamos reflexionando? ¿A quienes tenemos que ir a anunciar el Evangelio? ‘Dichosos los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos’, hemos escuchado estos días en la proclamación de las bienaventuranzas. Pero ¿no nos estará diciendo esto también lo que el Papa nos ha dicho que tenemos que salir a las periferias para anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios también a los que están a nuestro alrededor y sin embargo están lejos de la fe y de la Iglesia?
‘¡Dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios!’  Dichosos nosotros si podemos hacer que muchos coman del banquete de la salvación.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Unos hechos que nos hacen interrogarnos sobre nuestra manera de compartir y con quien compartimos

Unos hechos que nos hacen interrogarnos sobre nuestra manera de compartir y con quien compartimos

Filp.  2, 1-4; Sal. 130; Lc. 14, 12-14
Al escuchar este texto del evangelio donde Jesús nos dice quienes han de ser en verdad nuestros invitados, me vino a la memoria un video que circula por las redes sociales de internet que vi recientemente y que nos ofrece un hermoso mensaje en consonancia también con lo que hoy escuchamos de la Palabra de Dios.
Se nos presenta, en dicho video, a un joven que deambulando por las calles y plazas de su ciudad se acerca a alguien que está allá en un banco de una plaza comiendo un hermoso bocadillo y le pide que si le puede dar un poco porque tiene hambre y no tiene que comer; el interpelado se disculpa que es el único bocadillo que tiene, que está en un breve descanso de su trabajo y tiene que reincorporarse rápidamente al mismo. El joven se disculpa, da la gracias y sigue su rumbo; así se va acercando a diversas personas a las que ve comiendo algo por un sitio o por otro haciendo la misma petición; unos se disculpan con parecidas razones, alguno lo rechaza dándole la espalda y con no buenos gestos y palabras precisamente, otros lo ignoran sin escuchar ni siquiera la petición,  y así unos y otros van pasando de la situación de aquel joven.
Finalmente ve a un pobre sin techo tirado en su rincón entre cartones que está comiendo unos trozos de pizza que quizá alguien le haya dado; se acerca con la misma petición y aquel que nada tiene, coge parte de su pizza y se la ofrece al joven compartiendo con él lo poco que tiene. En silencio comen los dos aquella pizza compartida y al final aquel joven se despide pero antes saca de su bolsillo el dinero que tiene y se lo da a quien había compartido con él su pizza.  Había sido una experiencia provocada para ver quien de verdad era capaz de compartir con quien venía a pedir, y es por lo que se realiza al final ese gesto de darle el dinero que tiene, porque solo el que nada tenía, porque no tenia ni un techo donde cobijarse, lo poco que tiene es capaz de compartirlo con el que le pide.  
¿No es algo así lo que sucede en nuestras calles cada día? ¿Qué haríamos nosotros? O más bien, ¿qué es lo que hacemos? Creo que cosas así tendrían que hacernos pensar mucho. Al menos, a mi me hace pensar, porque no siempre florece la generosidad en mi corazón para compartir y bien tenemos la tentación de las disculpas tontas o de los gestos de ignorancia ante quien nos pide o vemos con necesidad. Porque quizá tendríamos que preguntarnos ¿qué es lo que miramos en aquel que viene a pedirnos para llegar a compartir con él?
En los breves versículos del evangelio Jesús nos está diciendo mucho. Este pasaje que hoy escuchamos es continuación de aquel momento en que Jesús que había sido invitado a comer en casa de uno de los principales fariseos se había fijado que según llegaban los invitados todos se afanaban y corrían a ocupar los principales puestos. Fue cuando Jesús les dice que cuando seamos invitados no busquemos los puestos principales y de honor sino que nos pongamos en el último, pues ‘todo el que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido’.
Ahora nos dice en lo que hoy hemos escuchado que cuando invitemos a alguien a nuestra mesa no busquemos a aquel que luego pueda correspondernos e invitarnos él a su vez a su mesa, sino busquemos a aquellos que no nos puedan corresponder invitándonos ellos también a nosotros. ‘No invites a tus amigos, a tus hermanos, a tus parientes o a tus vecinos ricos… invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos…’ Y nos sigue diciendo: ‘Dichoso tú porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resuciten los justos’. Nos recuerda aquello de que guardemos nuestros tesoros allí donde no nos los puedan robar, guardemos nuestros tesoros en el cielo, porque seamos capaces de compartir con los que nada tienen.
La recompensa la tendremos en el cielo; pero quizá humanamente quizá sean más agradecidos y generosos con nosotros, precisamente los que nada tienen, como veíamos en el ejemplo que contábamos al principio de nuestra reflexión. Muchos interrogantes quizá se nos plantean en nuestro interior para que así purifiquemos de verdad nuestro amor y pongamos actitudes nuevas en nuestro corazón. No es necesario decir nada más. Abramos nuestro corazón al Espíritu de amor.

domingo, 2 de noviembre de 2014

CONMEMORACION DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

Oramos por los difuntos con la esperanza de que su morir ha sido pasar a sentir y a vivir el amor y la ternura de Dios para siempre

Lam. 3,17 - 26; Sal. 129; Rm. 6, 3-9; Jn. 14, 1-6
Ayer celebrábamos la fiesta de todos los Santos, de todos aquellos que gozan ya para siempre de la visión de Dios cantando eternamente las alabanzas del Señor; celebrábamos a aquellos que por su vida santa y de fidelidad son para nosotros ejemplo y estímulo en nuestro peregrinar por este mundo con la esperanza puesta en el cielo y que nos confiábamos a si intercesión para que alcanzáramos de Dios esa gracia que nos haga pregustar ya aquí en la tierra ese amor gratuito de Dios sintiéndonos así impulsados a vivir en santidad, en fidelidad.
Hoy la liturgia de la Iglesia nos invita a hacer esta conmemoración de todos los que han muerto en la esperanza de la resurrección, de todos los que han muerto en la misericordia del Señor pidiendo que sean admitidos  por esa benevolencia y misericordia divina a contemplar la luz del rostro de Dios.
Siempre la oración de la Iglesia por los difuntos está marcada por la esperanza, nunca desde un dolor lleno de amargura y desesperación, porque por encima de todo confiamos en la misericordia del Señor. Creo que esto tenemos que subrayarlo mucho, porque aun en personas muy religiosas nos encontramos muchas veces amargura y desesperación a la hora de la muerte de los seres queridos, como si en verdad no se tuviera esperanza, como si no pusiéramos toda nuestra confianza en las palabras de Jesús. Y esa amargura que sentimos en el dolor de la muerte de los seres queridos, se convierte en miedo y desesperación muchas veces ante lo que puede significar nuestra propia muerte.
En la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado en el texto de las Lamentaciones se nos comenzaba describiendo esa zozobra que se pasa en el alma en el dolor y sufrimiento y ante la muerte, aunque el profeta quería describir la situación por la que había pasado el pueblo de Israel al verse destruido y llevado al exilio. Hoy escuchamos este texto como una luz desde la Palabra de Dios ante la situación de dolor y sufrimiento, como decíamos, ante la muerte. ‘Me han arrancado la paz… se me acabaron las fuerzas… fíjate en mi pesar, en la amarga hiel que me envenena… me invade el abatimiento…’
Pero todo no se queda ahí, porque a pesar del dolor fuerte por el que se está pasando hay una esperanza que dulcifica ese dolor y nos da un sentido nuevo a nuestro vivir y morir. ‘Pero, apenas me acuerdo de ti, me lleno de esperanza. La misericordia de Señor nunca termina y nunca se acaba su compasión…’ El amor, la ternura de Dios, la compasión y la misericordia no se acaban. Es lo que nos da sentido y nos da fuerza. Hemos de saber experimentar que Dios nos ama y es tierno como una madre.
Amor y ternura de Dios que hemos de saber saborear ahora mientras caminamos en esta vida peregrinos en el mundo, pero amor y ternura de Dios que podemos experimentar y saborear para siempre después de la muerte en la vida eterna. Alguien ha dicho que morir es pasar a sentir y a vivir para siempre el amor y la ternura de Dios. Siendo esto así, ¿caben amarguras y desesperanzas ante la muerte? ¿caben miedos y temores ante el hecho de la misma muerte que un día nos ha de llegar? Vamos a disfrutar de ese amor y ternura de Dios para siempre.
¿No hemos escuchado en el evangelio las palabras de Jesús que nos hablaba de que iba a prepararnos sitio? ‘No perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros’. Por eso ponemos toda nuestra fe en El y nuestro corazón se llena de esperanza. Quiere el Señor que donde esté El, estemos también nosotros. Y como nos iba diciendo en el Evangelio El se volvía al Padre; así nos quiere llevar con El, que estemos con El, que estemos entonces gozando de la visión de Dios. ¿Y qué es disfrutar de la visión de Dios sino sentirnos inundados de su luz, de su amor, de su ternura para siempre? ¿Qué más podemos pedir?
Recordemos también lo que nos decía ayer la carta de san Juan cuando nos hablaba de la gracia de ser y sentirnos hijos de Dios. ‘Ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando El se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es’. Cuando se nos descorra ese velo en la hora de nuestra muerte nos haremos en su ternura y amor semejantes a El, porque le veremos tal cual es, porque podremos disfrutar para siempre de esa visión de Dios.
Todo esto que estamos reflexionando llena de sentido nuestra vida, no solo de cara a ese momento de la muerte, aunque ya es muy importante que descubramos esa trascendencia de nuestra vida y lo que nos espera detrás del umbral de la muerte, sino también para vivir el momento presente de nuestra vida. Quien tiene esta fe en el Señor no puede vivir de cualquier manera; un sentido nuevo tiene su vivir, el camino que ahora vamos haciendo. No es solo ya que no miremos la muerte como un destino final detrás del cual no hay nada, sino que hemos de aprender a vivir este camino desde lo que Jesús nos revela para saborear y disfrutar del amor de Dios ahora en el momento presente y luego en plenitud de eternidad  unidos a Dios para siempre.
‘A donde yo voy, ya sabéis el camino’, les dice Jesús. Pero ya vemos que por allá sale uno de los discípulos replicándole: ‘Señor, no sabemos adonde va, ¿cómo podemos saber el camino?’ Pueden ser las dudas que también permanezcan en nuestro interior cuando no escuchamos con toda atención las palabras de Jesús.  Pueden ser las dudas de tantos que no terminan de empaparse del evangelio y que no han descubierto todavía toda la verdad de Jesús.
Ya vemos cómo responde Jesús. ‘Yo soy el Camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí’. Qué importante que descubramos esto. Es Jesús nuestro camino, nuestra verdad, nuestra vida. Lo es todo para nosotros. Cuanto nos cuesta descubrirle y seguirle; cuánto nos cuesta hacerle el sentido y la razón de nuestra vida; cuanto nos cuesta vivirle. Serán las tentaciones; serán nuestras debilidades; será el mundo de increencia que nos rodea y que nos contagia; será la falta de esperanza. Conozcamos a Jesús, amemos a Jesús, vivamos a Jesús.
Ayer decíamos que contemplábamos a los santos que son para nosotros estímulo y ejemplo. Fijémonos cuánto amaban a Jesús y la fidelidad con que vivían su vida. Por eso lo contemplábamos ya disfrutando de esa visión de Dios, viviendo ese amor y esa ternura de Dios cantando su alabanza por toda la eternidad. Es lo que tenemos que aprender a hacer ahora aquí mientras caminamos. Es a lo que nos impulsa la esperanza que nace en nuestro corazón desde toda la verdad que Jesús nos trasmite sobre el sentido de la vida y de la muerte.
Hoy nos estamos haciendo estas consideraciones en esta conmemoración que hacemos de todos los difuntos,  y por supuesto, recordamos de manera especial a nuestros difuntos, a nuestros seres queridos que murieron en el Señor, en la esperanza de la vida eterna. Esperamos y deseamos que vivan ya para siempre en ese amor y esa ternura de Dios, como decíamos antes.
Pero hoy nosotros tenemos que convertirnos en Iglesia suplicante, en Iglesia que intercede por sus difuntos ante Dios para que alcancen esa misericordia del Señor encontrando la paz, la luz, la vida de Dios para siempre. Es lo que ha de significar para el cristiano esta conmemoración de los difuntos que hacemos en este día. No son solo recuerdos que tengamos de ellos; es bueno recordarlos, sí, y recordar y dar gracias a Dios por todo lo bueno que con ellos vivimos y de ellos aprendimos.
Pero sabemos que somos pecadores y necesitamos de la misericordia de Dios, por eso no es solo un recuerdo, un regalo de unas flores que pongamos en su memoria, sino la oración que por ellos hacemos. Nunca, como decíamos al principio, desde la amargura y desesperanza, sino siempre desde nuestra fe y la esperanza que hemos puesto en el Señor. ‘Apenas me acuerdo de ti, me lleno de esperanza’, que decía el autor de las lamentaciones. Porque ‘La misericordia de Señor nunca termina y nunca se acaba su compasión…’ Con esa esperanza elevamos nuestra oración al Señor por todos nuestros difuntos.