Seguir a Jesús para ser su discípulo es algo que hay que pensarlo bien para emprender un camino de verdadera libertad y auténtico amor
Filp. 2, 12-18; Sal. 26; Lc. 14, 25-33
Escuchar la Palabra de Jesús para seguirle no es
cualquier cosa; no lo podemos hacer de cualquier manera. Primero hemos de tener
fe para reconocer en esa Palabra que se nos lee, mejor, que se nos proclama, la
Palabra de Dios. Y la Palabra de Dios que escuchamos no es como si leyéramos un
libro de bella literatura que nos entretuviera y que siempre tuviera que ser
para nosotros una palabra que nos agradara y, por así decirlo, llenara nuestra
imaginación de ensoñadoras imágenes. De ninguna manera podemos quedarnos en
eso.
Estamos escuchando una Palabra que es alimento para
nuestra vida; una palabra que nos señala caminos y corrige desviaciones; una
palabra que enardece el corazón, es cierto, pero que nos tiene que enamorar de
Jesús para amarle y para seguirle, para
hacernos sus discípulos y para ponernos en camino para seguir sus pasos. Esto
significará que tendrá sus exigencias como que al mismo tiempo elevará nuestro
espíritu para mirar a lo alto, para poner altos ideales o altas metas en
nuestra vida. Luego será una palabra para rumiar y para meditar; una palabra
que nos hará revisarnos y nos impulsará a darle gracias a Dios por la riqueza
que en ella recibimos para engrandecer nuestra vida.
No se trata, pues, de seguir y escuchar a Jesús de
cualquier manera. Creo que es a esto a lo que quiere hoy Jesús invitarnos con
su Palabra, como invitaba a la gente de su tiempo a que se pensaran bien las
cosas para descubrir bien las exigencias que significaba seguirle.
Dice el evangelista que ‘mucha gente sigue a Jesús’. Pero Jesús se vuelve hacia ellos y
quiere hacerlos pensar. Finalmente terminará poniendo dos ejemplos como si
fueran parábolas, como solía hablarles, para hacerles caer en la cuenta que las
cosas hay que pensarlas bien. Habla del que quiere construir una torre y tiene
que pensar bien si tiene lo suficiente para asumir todos los gastos que va a
conllevar el construirla, para que luego no se quede a la mitad. ‘¿Quién de vosotros, si quiere construir
una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para
terminarla?’ O les habla del rey que va a hacer la guerra, y tiene que pensárselo
bien si tiene un ejército suficiente en hombres y pertrechos para poder
acabarla con victoria.
Así les viene a decir a la gente que le sigue
entusiasmada. ¿Habéis pensado bien lo que significa venir detrás de mí, ser mi
discípulo? No puede ser el fervor de un día, de un momento. Es implicar una
vida; es ponerse en camino, pero en caminos nuevos y de exigencias. Seguir a
Jesús significa ponerle a El en el centro de nuestra vida; seguir a Jesús es
ponernos en camino para vivir un estilo de vida distinto, donde el amor va a
ser lo primordial, pero no un amor cualquiera sino un amor que nos hará
entregarnos, olvidándonos de nosotros mismos y de nuestras cosas para ser
capaces de dar la vida.
Seguir los pasos de Jesús es vivir su mismo amor, vivir
su misma vida. El va a llegar hasta la cruz y ese camino de entrega nos dice
que será nuestro camino. ¿Seremos capaces de tomar ese camino de cruz, de
sacrificio, de entrega, de olvidarnos de nosotros mismos cuando tanto pensamos
en nosotros, cuando tanto rehuimos el sacrificio y el dolor, cuando tanto
apetecemos comodidades blandenguerías en la vida?
Seguir a Jesús es desprendernos de las cosas que nos
atan y nos esclavizan. A nada ni a nadie podemos sentirnos atados como sin que
nos pareciera que sin esas cosas no podríamos vivir. Seguir a Jesús es aprender
a decirnos ‘no’ a todas esas cosas.
Nos habla Jesús de renuncia y de cruz. Porque el camino que El pone delante de
nuestros ojos es el camino del amor. Pero el camino del amor no es el de las canciones
bonitas ni de las palabras románticas. Es el camino de la entrega, es el camino
de darse que no es solo dar cosas. Es el camino que nos va a poner en una nueva
órbita, en nuevo estilo, en un nuevo vivir.
Las cosas hay que pensárselas bien. Porque ya nos dirá
en otra ocasión que no vale poner la mano en el arado pero luego estar mirando
siempre para detrás, para ver y añorar lo que hemos dejado. Es un camino de
verdadera libertad, donde nos vamos a sentir libres y dichosos con la libertad
del amor.
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