Ojalá nos afanáramos en las cosas de
Dios al menos de forma parecida a como nos afanamos por nuestros intereses
mundanos
Filp. 3, 17-4, 1; Sal. 121; Lc. 16, 1-8
Confieso que si nos quedamos en la literalidad de la
parábola y no tratamos de descubrir qué es lo que realmente Jesús quería
decirnos con ella nos quedaríamos ciertamente desconcertados porque el ejemplo
que se nos pone es el de un administrador corrupto que se vale de su cargo y de
sus influencias, primero para ocultar lo injustamente que ha administrado lo
que se le había confiado y ahora para salvar el pellejo - por decirlo de una
forma vulgar - ante lo que se le venía
encima al descubrirse todos sus farfullos. Qué parecido más grande a lo que
estamos escuchando todos los días en los medios de comunicación de la
corrupción que invade nuestra sociedad.
Pero la clave la tenemos en lo que Jesús nos dice al
terminar de relatarnos el hecho de la parábola y decirnos incluso que ‘el amo felicitó al administrador injusto por
la astucia con que había procedido’ y Jesús añade: ‘Ciertamente los hijos de este mundo son más astutos con su gente que
los hijos de la luz’.
¿Qué nos quiere
decir entonces el Señor hoy a nosotros con esta parábola que nos ha propuesto
con tales ejemplos? Por supuesto no es ese estilo de maldad del que hemos de
llenar nuestro corazón. Pero sí nos viene a decir que si en los asuntos del
mundo, en nuestros negocios y ganancias, en aquellos cosas que nos interesan
mucho somos tan afanosos que buscamos la manera de sacarlos adelante y hacer
que las cosas nos salgan bien y con ganancias, si nos llamamos cristianos y
decimos que es importante para nosotros la fe que tenemos y que es un sentido
para nuestra vida y para transformar nuestro mundo, ¿por qué en eso no ponemos
tanto empeño? ¿Será que no es tan importante como decimos para nosotros la fe y
el sentido cristiano de la vida?
Sería un punto importante para nuestra reflexión y para
preguntarnos qué valor le damos a nuestra fe, a nuestra vida religiosa, al
evangelio, a los valores que Jesús trata de trasmitirnos, a esos principios
cristianos que tendrían que dar sentido a nuestra vida y a todo lo que hacemos.
Con serenidad analicemos fríamente nuestra vida; cuando
entran en conflicto nuestros principios y valores cristianos con otros intereses
que tengamos en la vida, ¿qué hacemos? ¿Por qué nos inclinamos? Con qué
facilidad se cierran los ojos de la conciencia para dejar a un lado los
principios éticos que tendrían que conformar nuestra vida.
Cuando en nombre de los valores del evangelio nos damos
cuenta que estamos nadando a contracorriente de lo que hace la mayoría de la
gente, o que quizá por presentarnos con nuestros principios y valores vamos a
tener en contra a la gente de nuestro alrededor, ¿cómo reaccionamos? ¿nos
mantenemos firmes en nuestros principios y valores o nos dejamos llevar por lo
que van a decir y nos dejamos arrastrar por lo que hace la mayoría que no tiene
esos principios y valores?
Cuando se chocan nuestros deberes religiosos por
ejemplo de asistencia a la misa del domingo, con otras cosas que se nos
propongan hacer incluso desde el ámbito de nuestras familias, ¿somos capaces de
mantenernos fieles a nuestros deberes religiosos y a nuestra misa del día del
Señor, por ejemplo, o lo dejamos fácilmente porque queremos irnos de fiesta o
de excursión?
Es lo que nos preguntábamos si en verdad nuestra fe y
nuestros valores cristianos son los más importantes para nuestra vida. Algunas
veces le damos a Dios las migajas de lo que nos sobra, porque el tiempo lo
tenemos primero para otros intereses que para dedicárselo al Señor, que es el
que nos ha dado el tiempo y la vida.
Por eso hemos escuchado tantas veces a Jesús que nos
dice que lo de construir nuestra vida cristiana es algo que tenemos que tomárnoslo
en serio y nos invitaba en estos días a reflexionar seriamente sobre ello.
Tenemos que aprender, reflexionando mucho sobre nuestra
fe y lo que nos pide Jesús, a darle importancia de verdad a lo que tiene la
primera importancia. Ojalá nos afanáramos en las cosas de Dios al menos de
forma parecida a como nos afanamos por nuestros intereses mundanos.
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