Unos hechos que nos hacen interrogarnos sobre nuestra manera de compartir y con quien compartimos
Filp. 2, 1-4; Sal. 130;
Lc. 14, 12-14
Al escuchar este texto del evangelio donde Jesús nos
dice quienes han de ser en verdad nuestros invitados, me vino a la memoria un
video que circula por las redes sociales de internet que vi recientemente y que
nos ofrece un hermoso mensaje en consonancia también con lo que hoy escuchamos
de la Palabra de Dios.
Se nos presenta, en dicho video, a un joven que deambulando
por las calles y plazas de su ciudad se acerca a alguien que está allá en un
banco de una plaza comiendo un hermoso bocadillo y le pide que si le puede dar
un poco porque tiene hambre y no tiene que comer; el interpelado se disculpa
que es el único bocadillo que tiene, que está en un breve descanso de su
trabajo y tiene que reincorporarse rápidamente al mismo. El joven se disculpa,
da la gracias y sigue su rumbo; así se va acercando a diversas personas a las
que ve comiendo algo por un sitio o por otro haciendo la misma petición; unos se
disculpan con parecidas razones, alguno lo rechaza dándole la espalda y con no
buenos gestos y palabras precisamente, otros lo ignoran sin escuchar ni
siquiera la petición, y así unos y otros
van pasando de la situación de aquel joven.
Finalmente ve a un pobre sin techo tirado en su rincón
entre cartones que está comiendo unos trozos de pizza que quizá alguien le haya
dado; se acerca con la misma petición y aquel que nada tiene, coge parte de su pizza
y se la ofrece al joven compartiendo con él lo poco que tiene. En silencio
comen los dos aquella pizza compartida y al final aquel joven se despide pero
antes saca de su bolsillo el dinero que tiene y se lo da a quien había
compartido con él su pizza. Había sido
una experiencia provocada para ver quien de verdad era capaz de compartir con
quien venía a pedir, y es por lo que se realiza al final ese gesto de darle el
dinero que tiene, porque solo el que nada tenía, porque no tenia ni un techo
donde cobijarse, lo poco que tiene es capaz de compartirlo con el que le pide.
¿No es algo así lo que sucede en nuestras calles cada
día? ¿Qué haríamos nosotros? O más bien, ¿qué es lo que hacemos? Creo que cosas
así tendrían que hacernos pensar mucho. Al menos, a mi me hace pensar, porque no
siempre florece la generosidad en mi corazón para compartir y bien tenemos la
tentación de las disculpas tontas o de los gestos de ignorancia ante quien nos
pide o vemos con necesidad. Porque quizá tendríamos que preguntarnos ¿qué es lo
que miramos en aquel que viene a pedirnos para llegar a compartir con él?
En los breves versículos del evangelio Jesús nos está
diciendo mucho. Este pasaje que hoy escuchamos es continuación de aquel momento
en que Jesús que había sido invitado a comer en casa de uno de los principales
fariseos se había fijado que según llegaban los invitados todos se afanaban y corrían
a ocupar los principales puestos. Fue cuando Jesús les dice que cuando seamos
invitados no busquemos los puestos principales y de honor sino que nos pongamos
en el último, pues ‘todo el que se
enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido’.
Ahora nos dice en lo que hoy hemos escuchado que cuando
invitemos a alguien a nuestra mesa no busquemos a aquel que luego pueda
correspondernos e invitarnos él a su vez a su mesa, sino busquemos a aquellos
que no nos puedan corresponder invitándonos ellos también a nosotros. ‘No invites a tus amigos, a tus hermanos, a
tus parientes o a tus vecinos ricos… invita a pobres, lisiados, cojos y
ciegos…’ Y nos sigue diciendo: ‘Dichoso
tú porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resuciten los justos’. Nos
recuerda aquello de que guardemos nuestros tesoros allí donde no nos los puedan
robar, guardemos nuestros tesoros en el cielo, porque seamos capaces de
compartir con los que nada tienen.
La recompensa la tendremos en el cielo; pero quizá
humanamente quizá sean más agradecidos y generosos con nosotros, precisamente
los que nada tienen, como veíamos en el ejemplo que contábamos al principio de
nuestra reflexión. Muchos interrogantes quizá se nos plantean en nuestro
interior para que así purifiquemos de verdad nuestro amor y pongamos actitudes
nuevas en nuestro corazón. No es necesario decir nada más. Abramos nuestro
corazón al Espíritu de amor.
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