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lunes, 3 de noviembre de 2014

Unos hechos que nos hacen interrogarnos sobre nuestra manera de compartir y con quien compartimos

Unos hechos que nos hacen interrogarnos sobre nuestra manera de compartir y con quien compartimos

Filp.  2, 1-4; Sal. 130; Lc. 14, 12-14
Al escuchar este texto del evangelio donde Jesús nos dice quienes han de ser en verdad nuestros invitados, me vino a la memoria un video que circula por las redes sociales de internet que vi recientemente y que nos ofrece un hermoso mensaje en consonancia también con lo que hoy escuchamos de la Palabra de Dios.
Se nos presenta, en dicho video, a un joven que deambulando por las calles y plazas de su ciudad se acerca a alguien que está allá en un banco de una plaza comiendo un hermoso bocadillo y le pide que si le puede dar un poco porque tiene hambre y no tiene que comer; el interpelado se disculpa que es el único bocadillo que tiene, que está en un breve descanso de su trabajo y tiene que reincorporarse rápidamente al mismo. El joven se disculpa, da la gracias y sigue su rumbo; así se va acercando a diversas personas a las que ve comiendo algo por un sitio o por otro haciendo la misma petición; unos se disculpan con parecidas razones, alguno lo rechaza dándole la espalda y con no buenos gestos y palabras precisamente, otros lo ignoran sin escuchar ni siquiera la petición,  y así unos y otros van pasando de la situación de aquel joven.
Finalmente ve a un pobre sin techo tirado en su rincón entre cartones que está comiendo unos trozos de pizza que quizá alguien le haya dado; se acerca con la misma petición y aquel que nada tiene, coge parte de su pizza y se la ofrece al joven compartiendo con él lo poco que tiene. En silencio comen los dos aquella pizza compartida y al final aquel joven se despide pero antes saca de su bolsillo el dinero que tiene y se lo da a quien había compartido con él su pizza.  Había sido una experiencia provocada para ver quien de verdad era capaz de compartir con quien venía a pedir, y es por lo que se realiza al final ese gesto de darle el dinero que tiene, porque solo el que nada tenía, porque no tenia ni un techo donde cobijarse, lo poco que tiene es capaz de compartirlo con el que le pide.  
¿No es algo así lo que sucede en nuestras calles cada día? ¿Qué haríamos nosotros? O más bien, ¿qué es lo que hacemos? Creo que cosas así tendrían que hacernos pensar mucho. Al menos, a mi me hace pensar, porque no siempre florece la generosidad en mi corazón para compartir y bien tenemos la tentación de las disculpas tontas o de los gestos de ignorancia ante quien nos pide o vemos con necesidad. Porque quizá tendríamos que preguntarnos ¿qué es lo que miramos en aquel que viene a pedirnos para llegar a compartir con él?
En los breves versículos del evangelio Jesús nos está diciendo mucho. Este pasaje que hoy escuchamos es continuación de aquel momento en que Jesús que había sido invitado a comer en casa de uno de los principales fariseos se había fijado que según llegaban los invitados todos se afanaban y corrían a ocupar los principales puestos. Fue cuando Jesús les dice que cuando seamos invitados no busquemos los puestos principales y de honor sino que nos pongamos en el último, pues ‘todo el que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido’.
Ahora nos dice en lo que hoy hemos escuchado que cuando invitemos a alguien a nuestra mesa no busquemos a aquel que luego pueda correspondernos e invitarnos él a su vez a su mesa, sino busquemos a aquellos que no nos puedan corresponder invitándonos ellos también a nosotros. ‘No invites a tus amigos, a tus hermanos, a tus parientes o a tus vecinos ricos… invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos…’ Y nos sigue diciendo: ‘Dichoso tú porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resuciten los justos’. Nos recuerda aquello de que guardemos nuestros tesoros allí donde no nos los puedan robar, guardemos nuestros tesoros en el cielo, porque seamos capaces de compartir con los que nada tienen.
La recompensa la tendremos en el cielo; pero quizá humanamente quizá sean más agradecidos y generosos con nosotros, precisamente los que nada tienen, como veíamos en el ejemplo que contábamos al principio de nuestra reflexión. Muchos interrogantes quizá se nos plantean en nuestro interior para que así purifiquemos de verdad nuestro amor y pongamos actitudes nuevas en nuestro corazón. No es necesario decir nada más. Abramos nuestro corazón al Espíritu de amor.

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