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sábado, 14 de julio de 2012

Una experiencia de la gloria de Dios y una vocación

Una experiencia de la gloria de Dios y una vocación

Is. 6, 1-8; Sal. Sal. 92; Mt. 10, 24-33
El texto de Isaías de la primera lectura es, podríamos decir, la descripción de una liturgia celestial en la que se encuadra la vocación del profeta. Una visión que tiene el profeta donde contempla la gloria de Dios que trata de describirnos. Un trono alto y excelso, la orla del manto de la gloria de Dios que llenaba todo el templo, los Ángeles - serafines - que cantaban la gloria del Señor, el retemblar de los quicios de las puertas del templo al fragor del canto celestial, la nube de humo que todo lo envolvía, son imágenes con lenguaje humano que tratan de describir lo que es indescriptible.
El cántico de los ángeles lo ha tomado la Iglesia para en nuestra liturgia también nosotros unidos a todos los coros celestiales cantar la gloria del Señor. Lo llamamos el trisagio porque por tres veces llamamos Santo a Dios, proclamando su santidad y su gloria; no solo utilizamos en la Eucaristía sino también en otras oraciones devocionales, ‘Santo, Santo, Santo es el Señor de los Ejércitos, la tierra está llena de su gloria’.
Ante la gloria del Señor que se le manifiesta Isaías se siente anonadado y pecador que no es digno de contemplar tal gloria y siente que por su indignidad va a morir. ‘¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos’. Pero vendrá el ángel del Señor para purificar sus labios. ‘Mira, esto te ha tocado tus labios… está perdonado tu pecado’. Pero si Dios así se le manifiesta y quiere llenarlo de su santidad es porque para Isaías tiene una misión. Por eso decíamos que este texto describe la vocación del profeta. ‘Entonces, escuché la voz del Señor que decía: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí? Contesté: Aquí estoy, mándame’.
Tras la hermosa experiencia de Dios Isaías, lleno de Dios, se siente en total disponibilidad para lo que el Señor quiera de él. Podríamos decir que es el calco o la plantilla de toda vocación. Si podemos llegar a tener esa disponibilidad para dejarnos conducir por el Señor, para estar dispuestos al servicio que el Señor nos pida en nuestra vocación, es porque nos sentimos inundados de Dios, nos sentimos cogidos de Dios. Es cierto que el Señor llama de mil maneras y en las más distintas circunstancias, pero siempre habrá un encuentro profundo con el Señor, una especial experiencia de Dios para poder llegar a esa disponibilidad.
No es solamente que yo quiera ser bueno o hacer cosas buenas, sino que es el Señor el que llama. Lo puede contar todo el que haya recibido una especial llamada del Señor en las circunstancias que haya sido, y lo vemos bien reflejado en los evangelios y en la Biblia toda tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
Podíamos recorrer las páginas del evangelio para ver la llamada del Señor a los diferentes apóstoles. Tras la gloria del Señor que se manifestó en el Jordán Juan señala a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y los primeros discípulos se van a estar con Jesús. ‘Maestro ¿donde vives?’ fue la pregunta y se fueron él. Ya al día siguiente estarían anunciando esa buena nueva a los parientes y a los amigos. Será después de la pesca milagrosa cuando Jesús les diga a Pedro y a los otros pescadores que se vayan con El para hacerlos pescadores de hombres. Así podríamos seguirnos fijando en otros textos.
Es sentirnos cautivados por el Señor; a través de un gesto, de una palabra, de un acontecimiento se siente esa llamada del Señor ahí en el corazón. algunas veces costará descubrir bien qué es lo que el Señor quiere, pero si nos dejamos conducir, si hay generosidad en el corazón, si vamos creciendo por dentro espiritualmente iremos poco a poco descubriendo lo que el Señor quiere de nosotros y sentiremos también la gracia del Señor que nunca faltará para dar esa respuesta generosa y decidida.
Oremos al Señor para que cada uno descubra que es lo que el Señor le pide en su vida y en cada momento concreto; sólo desde la oración podremos descubrir lo que es la voluntad del Señor. Pero nuestra oración sea también por aquellos a los que el Señor llama con una vocación especial, al sacerdocio, a la vida consagrada, a las misiones, o a algún oficio pastoral dentro de la Iglesia, para sintiéndose amados, cogidos por el amor del Señor, sean valientes y generosos en su respuesta con una disponibilidad total para el servicio, para la gloria del Señor. Como nos dirá Jesús oremos al dueño de la mies para que mande obreros a su mies, oremos para que los llamados se sientan fortalecidos con la gracia del Señor para dar esa respuesta que nos pide Dios.

viernes, 13 de julio de 2012

Que el Señor nos dé sabiduría y prudencia para seguir los caminos del Señor

Que el Señor nos dé sabiduría y prudencia para seguir los caminos del Señor
Oseas, 14, 2-10; Sal. 50; Mt. 10, 16-23

‘¿Quién será el sabio que lo comprenda, el prudente que lo entienda? Rectos son los caminos del Señor, los justos andan por ellos, los pecadores tropiezan en ellos’. Ojalá alcanzáramos esa sabiduría divina y aprendiéramos a caminar caminos de justicia y santidad.

Es la invitación del profeta, la llamada y el ofrecimiento que nos hace hoy el Señor. Mucho hemos tropezado en nuestro camino y no somos justos ni santos. Pero si nos convertimos al Señor, si le damos la vuelta a la vida para volvernos a Dios aprenderemos lo que es esa sabiduría divina. Lo hemos venido reflexionando estos días y es la invitación que hoy escuchamos de parte del Señor. Recordamos cómo la Palabra del Señor nos invitaba a buscarla como el más preciado tesoro, verdadera riqueza de nuestro corazón.

Hemos de comenzar por reconocer nuestros tropiezos y ver que sólo en el Señor es donde verdaderamente hemos de apoyarnos. ‘No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar dios a la obra de nuestras manos’. Así hablaba el profeta invitándoles a poner su confianza en el Señor y no confiar solamente en el poder de las alianzas que hicieran con otros pueblos - Asiria como salvación para su situación -, o de sus ejércitos - ‘no montaremos a caballo’ - o de aquello que por sí mismos pudieran hacer. Era un pueblo avocado a la idolatría y tenía la tentación de crearse sus propios dioses- ‘llamar dios a la obra de sus manos’ -.

Es el orgullo que se introduce tantas veces en nuestra vida, nuestra autosuficiencia pensando que sabemos hacerlo todo por nosotros mismos, o nuestra soberbia para creernos mejores que los demás y nadie puede estar por encima de nosotros. actitudes dañinas que se nos meten tantas veces en el corazón, que nos inducen al desprecio en nuestro orgullo de los que están a nuestro lado, o nuestro olvido de Dios apartándonos de sus caminos. Cuántas veces en nuestro orgullo nos creemos tan sabios que pretendemos incluso enmendar los mandamientos del Señor.

Por eso, como decíamos comenzamos por reconocer nuestros errores y tropiezos, pero también por reconocer lo que es la bondad del Señor. ‘Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, mi cólera se apartará de ellos’, nos dice el Señor. Así es el amor del Señor, así nos ama y no porque nosotros lo merezcamos, sino por su benevolencia.

Bellas imágenes las que nos sigue ofreciendo el profeta para expresarnos cómo cuando estamos con el Señor todo lo bueno vuelve a florecer en nuestra vida. Como un bello jardín, como un huerto bien cuidado y lleno de árboles de ricos frutos, como una rica hacienda que nos llena de riqueza con el producto de nuestro trabajo. Así nuestra vida cuando estamos con el Señor. Nos recuerda la imagen que se repite a lo largo del camino del desierto y que llenaba al pueblo de esperanza, pues el Señor les había prometido una tierra de rica fertilidad, una tierra que manaba leche y miel.

‘¿Quién será el sabio que lo comprenda, el prudente que lo entienda?’ era la pregunta que con el profeta nos hacíamos desde el principio de esta reflexión. Que alcancemos, sí, esa sabiduría y esa prudencia para seguir los caminos del Señor. A pesar de todo lo que nos ofrece el Señor y de la experiencia del amor de Dios que todos tenemos y que tantas veces hemos reflexionado y meditado, sin embargo seguimos apegados a nuestro pecado. Que se mueva nuestro corazón, que seamos capaces de volvernos al Señor; que sintamos la fuerza de la gracia que siempre está actuando en nosotros y no la echemos en saco roto.

‘En mi interior me inculcas sabiduría…’ decíamos en el salmo. ‘Crea en mi, Señor, un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme… devuélveme la alegría de la salvación… que mi boca, mi corazón, mi vida proclame siempre tu alabanza’.

jueves, 12 de julio de 2012

Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas

Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas
Oseas, 11, 1-4.8-9; Sal. 79; Mt. 10, 7-15

‘Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas…’ Son palabras del profeta queriendo expresar en esa ternura el amor que Dios nos tiene. Pero he de confesar que meditando este hermoso texto de Oseas, ¿a quién no se le revuelve el corazón y no se le conmueven las entrañas ante tanto amor cómo Dios nos manifiesta?

La ternura de Dios nos llena necesariamente a nosotros de ternura también. De la misma manera tendríamos que sentirnos emocionados ante la ternura de Dios. Para que luego digamos que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios de temor. Es cierto que se manifiesta grandioso en sus obras y muchas veces vemos descrita su presencia entre espectaculares manifestaciones del poder del Señor a través de la fuerza de la naturaleza, entre el fragor de los truenos y el resplandor brillante de los relámpagos en medio de la tormenta.

Pero todas esas manifestaciones no vienen a decirnos otra cosa que ese Dios inmenso y grandioso en su gloria y su poder es un Dios que nos ama y que se preocupa por nosotros queriendo atraernos siempre a su amor. Hoy nos aparece en la descripción del profeta como el padre lleno de amor que cuida de su hijo, lo corrige y lo quiere llevar por buen camino pero lo atrae a su corazón con las manifestaciones más tiernas del amor.

Nos enseña a andar, a dar los primeros pasos por la vida, nos lleva en sus brazos, nos cuida y nos protege con su providencia amorosa, nos hace sentir su presencia en todo momento y nos da seguridad en los momentos difíciles y duros de la vida, nos corrige pero siempre nos está ofreciendo su amor y su perdón.

La descripción que va haciendo el profeta nos recuerda lo que es toda la historia de la salvación vivida por el pueblo de Dios, recordando su salida de Egipto, el conducirlos con su protección a través del desierto regalándoles una tierra que manaba leche y miel. Es cierto que como tantas veces los hijos hacemos con los padres, hubo muchos momentos de infidelidad y de olvido del amor del Señor, rompiendo la Alianza que Dios había hecho con ellos para que fueran su pueblo y El fuera para siempre su Dios, pero ahí sigue el Señor manifestando su amor a través de los profetas buscándolos y trayéndolos de nuevo a los caminos de la fidelidad a la Alianza.

Todo esto nosotros lo vemos culminado en Jesús, porque en la plenitud más grandiosa del amor que Dios nos tiene nos envió a su Hijo, nos entregó a su Hijo que llegará a morir por nosotros para seguir buscándonos y manifestándonos el amor del Señor siempre compasivo y misericordioso con su pueblo. ‘No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín…’ como el padre que corrige y castiga a su hijo por la maldad que haya hecho pero siempre pondrá por medio la medida del amor para no excederse en el castigo, para ofrecerle siempre el perdón al hijo descarriado.

Miremos cada uno nuestra historia personal y seamos capaces de contemplar la historia del amor del Señor que se manifestado tantas veces en nuestra vida. Cómo nos llama y nos busca el Señor. Nuestra historia personal está llena de pecado pero estamos seguros que irá siempre acompañada por la historia del amor de Dios en nuestra vida. El amor del Señor es más fuerte y más grande que lo que ha sido nuestro desamor. Comencemos a dar una buena respuesta de amor.

Cada uno con sinceridad puede recordar su pecado y su infidelidad, pero ha de recordar agradecido tantas manifestaciones del amor del Señor que siempre nos ha cuidado y nos ha protegido. Seamos capaces de abrir los ojos de la fe para descubrir tanto amor. Seamos agradecidos a ese amor del Señor y dejemos que se nos conmuevan también nuestras entrañas y llenemos de ternura nuestro corazón y nuestra vida para responder así mejor al Señor.

miércoles, 11 de julio de 2012


En búsqueda de una sabiduría interior y una espiritualidad

SAN BENITO DE NURSIA

Proverbios, 2, 1-9; Sal. 33; Mt. 19, 27-29
Tenemos el peligro de la superficialidad, de quedarnos en lo externo o en lo inmediato; pero la persona madura, sin embargo, siempre tiene ansias de más; y cuando digo ansias de más no es simplemente el tener más o menos cosas, sino el crecer en el conocimiento, en la reflexión, en la sabiduría de la vida. No es solo acumular conocimientos como de quien va aprendiendo cosas, lugares o personas que pueda ir conociendo, sino que es algo mucho más hondo, porque es querer encontrar un sentido y un valor, aprendiendo a gustar lo que va conociendo y lo que va viviendo para hacerlo y vivirlo con la mayor intensidad.
Nunca una persona que quiere vivir esa hondura y sabiduría de la vida se da por contenta o satisfecha sino que siempre se está preguntando, para ir como ahondando en el por qué de las cosas, en el sentido hondo de la vida. Una persona madura es una persona reflexiva, como un cristiano maduro en su fe es una persona orante. Y no es cuestión de edades o momentos de la vida, aunque la persona reflexiva el paso de los años le irá dando esa mayor sabiduría, esa mayor hondura y plenitud de la cosas. Todo eso le llevará a vivir con mayor paz y sosiego, aunque quizá sienta dentro de sí cada día una mayor inquietud por lo que le rodea, lo que le llevará a un mayor compromiso por luchar porque todos lleguen a poder vivir mejor, más felices y con mayor sabiduría.
Es un camino que el verdadero creyente va haciendo dejándose conducir por la Palabra del Señor y por la luz del Espíritu divino que se va encendiendo en su corazón desde la fe que ha puesto en el Señor. Por eso nos ha dicho hoy el libro de los proverbios ‘hijo mío, si aceptas mis palabras y conservas mis consejo, prestando oído a la sabiduría y prestando atención a la prudencia, si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia… entonces comprenderás el temor del Señor y alcanzarás el conocimiento de Dios’.
Hermoso lo que nos dice este sabio del Antiguo Testamento. Nos invita a buscar esa sabiduría como el más preciado tesoro. Tesoro y sabiduría que encontraremos en el Señor. ‘Gustad y ved qué bueno es el Señor’, hemos repetido en el salmo. Sabiduría espiritual que enriquece nuestra vida, nos da honda espiritualidad y es fuente de nuestro enriquecimiento espiritual – la verdadera riqueza del hombre que no está en lo material sino en lo que lleva en lo más hondo del corazón, en su espíritu – y que tanto al mismo tiempo puede ayudar a los demás. Y una persona que vive con esta espiritualidad y hondura sabrá ser desprendido porque no son las cosas las que le van a dar verdadera riqueza a su vida.  Por eso tenemos que ser reflexivos y orantes.
Hoy precisamente estamos celebrando a un santo que supo apartarse de todas las glorias del mundo para buscar esa sabiduría del Señor. San Benito que primero retiró al Subiaco y luego a Montecasino para en el silencio escuchar a Dios en su corazón, aprender esa sabiduría de Dios con la que luego pudo ayudar a tantos desde su silencio y su soledad a encontrar también esa sabiduría y ese sentido para su vida. Oración y trabajo era el lema de su vida.
Algunos pueden pensar que una vida que se retira asi a la soledad y al silencio puede ser una vida infructuosa, porque con otras actividades o acciones sociales, pensamos, pueden hacer más por el mundo. Nos equivocamos en esa apreciación. No todos tendrán esa vocación al silencio y al recogimiento, pero si necesitamos de personas que vivan así y sean para nosotros una luz que nos ayude a reflexionar sobre el sentido y el valor de nuestra vida desde el testimonio que nos ofrece ya su vida sacrificada donde han renunciado a todo y también desde sus palabras, sus consejos y sus orientaciones, como fue en concreto la vida de san Benito.
Muchos su juntaron con él para seguir ese estilo de vida, pero muchos, desde papas y reyes a él acudían también en búsqueda de consejo y orientación para sus vidas y trabajos que sólo unas personas de espiritualidad tan intensa como la de san Benito podían ofrecer.
La celebración de la fiesta de este Santo, padre del monacato occidental, de él surgió la familia benedictina en las diferentes ramas que con el paso de los siglos fueron desmembrándose y formando muchas ramas de monjes, y patrono de Europa por la gran influencia que tuvo él en su tiempo y en el paso de los siglos toda la familia benedictina, tendría que ser para nosotros como una llamada a ese crecimiento interior, a buscar esa sabiduría de Dios para nuestra vida, a una maduración de nuestro espíritu llegando a tener una honda espiritualidad en la que encontremos esa luz y esa fuerza para nuestra caminar siguiendo el camino de Jesús.
Lejos de nosotros toda superficialidad espiritual. Dejémonos en verdad conducir por el Espíritu de Dios que nos haga alcanzar esa hondura y esa sabiduría para nuestra vida. Reflexión, oración, maduración y crecimiento espiritual, que necesarios son en nuestra vida.

martes, 10 de julio de 2012


Dispuestos como Jesús al anuncio del Reino dando señales con nuestras obras
Oseas, 8, 4-7.11-13; Sal. 113; Mt. 9, 32-38

Jesús recorría incansablemente todos los rincones de Palestina. Había comenzado invitando a la conversión porque llegaba el Reino de Dios y había que creer de corazón en El. ‘Creed en la Buena Noticia, en el Evangelio’, repetía. Ahora ‘va anunciando el Evangelio del Reino enseñando en las sinagogas’ y en todo lugar en donde tenga oportunidad y manifiesta las señales del Reino de Dios que llega ‘curando todas las enfermedades y dolencias’.

Hoy le contemplamos curando a un mudo ‘y el mudo habló’ produciendo la controversia porque mientras la gente sencilla se admiraba de sus obras, los fariseos lo atribuían al poder del príncipe de los demonios. Pero lo importante era como Jesús iba abriendo los oídos y los corazones para que las gentes escucharan y acogieran la Palabra de Dios. Como siempre la semilla unas veces caerá en buena tierra y otras veces caerá en tierra endurecida o llena de malezas. 

Pero allí se iba manifestando continuamente el amor del Señor. Jesús era la gran señal, el gran signo-sacramento visible del amor de Dios para todos nosotros. ‘Tanto amó Dios al mundo…’ que tantas veces hemos escuchado. Pero allí se iba manifestando la ternura y la compasión del corazón de Cristo. Contemplaba las multitudes ansiosas y hambrientas de esperanza y Jesús sentía compasión por ellos. ‘Al ver a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor’. 

Nos va enseñando muchas cosas este sencillo evangelio que estamos comentando. Nos hace preguntarnos por dentro muchas cosas en relación a la acogida que nosotros vamos haciendo del Evangelio del Reino de Dios en nuestra vida. No es sólo que sintamos admiración, sino que seamos esa buena tierra que acoja la semilla de la Palabra de Dios  dejando que se plante en nuestra vida y llegue a dar fruto.

Es sentir también que Jesús va llegando a nuestra vida, tan llena de agobios, sufrimientos, desalientos y desesperanzas, carencias y al mismo tiempo apegos y sentir cómo el Señor quiere irnos liberando de todas esas cosas, transformando nuestro corazón, dándole nueva vida y nueva esperanza. Quiere Jesús abrirnos los oídos para que escuchemos su Palabra pero también nuestros labios para que la anunciemos. Quiere poner esperanza y amor en nuestro corazón no solo para nos sintamos nosotros distintos sino para que también la transmitamos a los demás, para que contagiemos de ese amor a los que están a nuestro lado.

Contemplando el corazón compasivo y misericordioso de Cristo aprendamos a tener nosotros un buen corazón para con los demás y no seamos insensibles ante el sufrimiento o la desesperanza que tienen tantos a nuestro alrededor y comencemos a ser solidarios de verdad porque solo desde el amor redimiremos el mundo, lograremos transformarlo para que sea más humano, para que sea mejor y todos seamos más felices.

Jesús termina hoy en este texto del evangelio invitándonos a mirar con nuevos ojos al mundo que nos rodea y veamos la inmensa mies que necesita trabajadores, que necesita pastores que guíen a esas almas al encuentro con el Señor. ‘Entonces dijo a sus discípulos: la mies es abundante y los trabajadores son pocos. Rogad al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies’.

Es la oración, sí, que hacemos, que tenemos que hacer por las vocaciones, para que sean muchos los llamados que respondan a esa invitación del Señor y le sigan en esa hermosa tarea del pastoreo del pueblo de Dios. Pero al tiempo que oramos por esas intenciones, se me ocurre pensar en algo más. ¿Qué estaríamos nosotros dispuestos a hacer para contribuir a ese anuncio del evangelio, a esa acción pastoral de la Iglesia? ¿No nos pedirá a nosotros también que echemos una mano, que nosotros también podemos hacer no solo algo sino mucho en esa labor? ¿Qué me pedirá el Señor? ¿Qué respuesta estoy dispuesto a dar?

lunes, 9 de julio de 2012


Jesús nos ofrece vida, salvación, perdón, gracia…
Oseas, 2, 14-16.19-20; Sal. 144; Mt. 9, 18-26

¿Qué buscamos en Jesús? ¿qué nos ofrece Jesús? Son, si queréis decirlo así, preguntas elementales, pero preguntas que hemos de tener muy presente en nuestro encuentro con Jesús. Importante, es cierto, lo que nosotros busquemos, lo que desea de la forma más pura nuestro corazón, pero importante, muy importante que tengamos claro qué nos ofrece Jesús. 

En el recorrido que hemos venido haciendo por el evangelio de san Mateo, que estamos leyendo en la eucaristía de diario en estas últimas semanas, aparte del gran mensaje del sermón del monte, en el actuar de Jesús hemos ido viendo qué es lo que El nos ofrece. Le hemos contemplado realizando milagros, como hoy mismo en el evangelio proclamado, pero son signos y señales de lo que en verdad Jesús quiere darnos. 

No es ya solamente la salud de nuestros miembros imposibilitados o nuestros cuerpos enfermos o limitados, - hemos visto curar al paralítico, liberar del espíritu inmundo al endemoniado, o curar a los leprosos, por citar algunos milagros - sino que siempre Jesús nos ofrece algo más. El viene a liberarnos del mal, y cuando nos libera de nuestras enfermedades o de las discapacidades que pueda haber en nuestros miembros o en nuestro cuerpo está hablándonos del mal más hondo que hay en nuestra vida y que nos quiere ofrecer. Y digo bien, nos quiere ofrecer, porque a nadie obliga sino que El se ofrece, ofrece su salvación a lo que nosotros hemos de responder. 

Jesús nos ofrece vida, salvación, perdón, gracia, purificación interior. Hoy el evangelio habla de muerte y habla de liberarnos de toda impureza y maldad. Hace pocos días, el domingo pasado, escuchamos este mismo relato en el evangelio de Marcos que es más amplio y con mayores detalles. San Mateo es más parco en la descripción de este episodio. Como nos cuenta Mateo la niña ha muerto y Jairo viene a Jesús para rogarle que ponga su mano sobre ella y vuelva a la vida. Volverá a decir lo mismo Jesús de que la niña no está muerta sino dormida. La tomará de la mano y se la devolverá viva a sus padres. 

Por su parte lo que se nos relata de la mujer de las hemorragias es totalmente semejante. Pero podríamos pensar en un aspecto. El derramamiento de sangre, en este caso por una hemorragia, como tocar un cuerpo muerto o lacerado por algunas enfermedades, era para el judío una impureza. Quien se acercara a una persona en estas condiciones luego había de purificarse. Recordemos lo estrictos que eran en este sentido los judíos. Podíamos ver ahí como un signo del pecado del que Jesús quiere liberarnos. Bastará que la mujer toque a Jesús para que quede cura, para que se vea liberada de aquella impureza. 

Jesús viene a liberarnos del mal. Jesús viene a traernos la gracia y el perdón. Recordemos que cuando cura al paralítico lo primero que hace Jesús es perdonarle los pecados. Jesús viene a darnos la vida que ya no es solo la de nuestro cuerpo sino llenarnos de vida eterna. Jesús toma a la niña de Jairo y la llena de vida, la hace volver a la vida, la resucita. Como el acercarse a Jesús con fe y tocarle, aunque fuera solo la orla de su manto, significo para aquella mujer la curación y la liberación de toda impureza. Con Cristo hemos de resucitar nosotros a nueva vida. 

Con fe tenemos que acercarnos a Jesús. Y no temamos por muchos que sean nuestros pecados e infidelidades. El amor de Dios es fiel y es infinito. La profecía de Oseas que escuchamos hoy y en estos días en la primera lectura de eso  nos está hablando. De la fidelidad del amor de Dios a pesar de nuestras infidelidades. Por eso, con confianza, con fe, con esperanza y poniendo mucho amor nos acercamos a Jesús. 
‘Animo, hija, tu fe te ha curado’, le dijo Jesús a la hemorroisa y nos dice a nosotros también.

domingo, 8 de julio de 2012



Anunciamos con fidelidad a Jesús ante un mundo desconcertado que le cuesta entender

Ez. 2, 2-5; Sal. 122; 2Cor. 12, 7-10; Mc. 6, 1-6

En la vida muchas veces nos suceden cosas que nos sorprenden, incluso nos sorprenden gratamente, pero que luego quizá por las expectativas que nos hacemos sobre eso que nos ha sucedido o por lo que nosotros hayamos imaginado que podía pasar nos hemos visto desconcertados o incluso desilusionados.

Algo de eso contemplamos en el hecho que nos relata hoy el evangelio. Al llegar Jesús a su pueblo Nazaret e ir el sábado a la Sinagoga, hacer la lectura y ponerse a explicar la Palabra, quizá también por la fama que habría llegado allí de lo que Jesús venía ya haciendo en Cafarnaún y otras partes, les había producido gran admiración. Pero luego veremos que se sienten desconcertados, no manifestarán gran confianza en lo que hace y dice Jesús, porque en fin de cuentas a El lo conocían de siempre porque allí se había criado y allí estaban sus parientes. Habían sentido en principio admiración y hasta cierto orgullo porque era de los suyos, pero no supieron descubrir el verdadero misterio de Jesús. ‘Los tenía desconcertados’.

Jesús mismo se sentirá desilusionado por la pobre acogida que le están haciendo y su falta de fe. ‘No desprecian a un profeta más que en su tierra y entre sus parientes y en su casa’, les dirá. ‘Y se extrañó de su falta de fe… y no pudo hacer allí ningun milagro’. Marchará Jesús a otros lugares de alrededor.

Lo que sucedió con Jesús entonces en Nazaret, su pueblo, sería lo que le seguiría sucediendo en su peregrinar por los pueblos de Palestina anunciando el mensaje del Reino. No todos lo aceptaban; aunque muchos lo seguían, se admiraban de sus milagros o las palabras de gracia que salian de sus labios, no todos, sin embargo, descubrían en El al Mesías Salvador que instaurando el Reino de Dios venía a redimirnos y a traernos la salvación. No todos querían o llegaban a entender el sentido de su persona y de su mensaje, el sentido del Reino de Dios que anunciaba, la salvación que ofrecía. Su camino acabaría en la pasión y en la cruz, aunque bien sabemos que todo no se quedó ahí porque le contemplamos resucitado y triunfador.

Era lo que había sucedido con los profetas, sucedió incluso con Juan Bautista, el precursor, ha sucedido en todos los tiempos con los apóstoles enviados en el  nombre del Señor y nos puede suceder a nosotros cuando queremos caminar en caminos de fidelidad total al evangelio.

Recordemos lo que hemos escuchado en la primera lectura, del profeta Ezequiel. ‘Yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde… te hagan caso o no te hagan caso, pues son un pueblo rebelde, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos’. No fue fácil la misión del profeta, como lo fue la de todos los profetas. 

En ese sentido Pablo nos habla hoy de algo que le está costando mucho superar en su tarea y le pide al Señor que le libere de ello, pero el Señor le ha respondido ‘te basta mi gracia, la fuerza se realiza en la debilidad’. Hermosa la reflexión que nos hace el apóstol. Grandeza del mensaje de Dios que se manifiesta en la debilidad porque la fuerza está en Dios que es el que da el verdadero valor.

¡Cuánto nos cuesta acoger y escuchar a Jesús sobre todo cuando vamos con nuestras propias ideas o expectativas! A Jesús no lo podemos encasillar en nuestros esquemas. Su mensaje no es un mensaje que sea para contentarnos. Y no es ya el mundo ajeno a la Iglesia que nos rodea a quien le gustaría escuchar otra cosa, sino que nosotros mismos tantas veces endurecemos nuestro oído o nuestro corazón ante el mensaje que nos ofrece el evangelio y también quisiéramos hacerle decir a Jesús, o hacerle decir a la Iglesia cosas que nos contenten o halaguen.

Nos encontramos muchos ‘doctores’ (y lo pongo así entre comillas con la expresión que hoy se emplea) en todos los ámbitos de la sociedad - y cómo se aprovechan de los medios de comunicación -, que quieren decirle a la Iglesia lo que tendría que enseñar. Todo el mundo quiere opinar, todos quieren hacer sus interpretaciones y cuando la Iglesia es fiel a su mensaje buscan la manera de descalificarla, de decir que está viviendo en las nubes (por decirlo de una manera suave) y que la Iglesia tendría que adaptarse y bajar el listón de sus exigencias, y cuando no pueden hacerlo de otra manera tratan de desprestigiar a quien lleva el mensaje para enturbiar la misión y la tarea de la Iglesia. ¿Se sentirán desconcertados porque no es el mensaje que les halague o les guste escuchar?

Si lo hiciéramos así, contentando a todo el mundo, dejándonos llevar por lo que le agrada a la gente, ¿estaríamos en verdad anunciando el mensaje de Jesús o nuestro propio mensaje? Tenemos que ser fieles al mensaje de Jesús y ya el Espíritu Santo nos va guiando y fortaleciendo en la misión que hemos de realizar, porque el mensaje de Jesús sigue siendo el mensaje de salvación para el hombre de hoy. No nos tenemos que asustar de lo que podamos encontrarnos en contra. Recordemos lo citado del profeta, pero también lo que el mismo Jesús nos anunció en el evangelio. ‘Pero el poder del infierno no la derrotará’. Nuestra fidelidad al mensaje de Jesús está por encima de los desconciertos del mundo.

Decía el evangelio que Jesús no hizo en Nazaret ningun milagro, salvo curar a algunos enfermos imponiéndoles las manos, por su falta de fe. Es la fe que tenemos que despertar en nuestra vida. Si muchas veces nos dejamos seducir por esas ideas del mundo, de las gentes que nos rodean, en referencia a todo lo que tendría que ser la Iglesia y su mensaje, es porque quizá también se nos ha debilitado nuestra fe. Muchas veces nos pueden faltar esos ojos de fe para descubrir el verdadero sentido de la Iglesia. 

No la podemos mirar como una organización mundana más, como una sociedad civil o cualquier asosiación, como una ONG, como se dice ahora. No es la mirada ni la consideración de un creyente sobre lo que es la Iglesia el verla asi. Es el sacramento universal de salvación que Cristo nos ha dejado para que vivamos en verdadera comunión de fe y de amor y así podamos llevar a vivir nuestra comunión con Cristo. En la Iglesia se nos manifiesta el Misterio de Cristo porque a través de ella nos llegará la Palabra de Dios y los sacramentos de nuestra salvación que en ella celebramos. Es el Cuerpo Místico de Cristo al que nos sentimos unidos como los sarmientos a la vid para que a través de ella nos llegue a nosotros la gracia divina de la salvación.

Por eso decíamos que tenemos que despertar nuestra fe. Necesitamos esa fe viva para que Cristo actúe con su gracia en nosotros. Con esos ojos de fe descubriremos en verdad todo el misterio de Cristo; con esa fe podremos escuchar su Palabra como mensaje de salvación para nuestra vida; con esa fe vivimos nuestra comunión de Iglesia que nos hace entrar en una comunión mas grande y profunda con el Señor; desde esa fe iremos creciendo más y más en el conocimiento de Cristo hasta llegar a unirnos plenamente con El, a configurarnos con El para ser una solo cosa con El viviendo su misma vida.

Si abrimos nuestro corazón a la fe cuántas maravillas realizará Dios en nosotros. Entonces podremos también nosotros, desde nuestra pequeñez y debilidad, hacer ese anuncio de Jesús y su evangelio al mundo que nos rodea, tarea y misión que Cristo nos ha confiado. Y lo hacemos con fidelidad.