Una experiencia de la gloria de Dios y una vocación
Is. 6, 1-8; Sal. Sal. 92; Mt. 10, 24-33
El texto de Isaías de la primera lectura es, podríamos decir, la descripción de una liturgia celestial en la que se encuadra la vocación del profeta. Una visión que tiene el profeta donde contempla la gloria de Dios que trata de describirnos. Un trono alto y excelso, la orla del manto de la gloria de Dios que llenaba todo el templo, los Ángeles - serafines - que cantaban la gloria del Señor, el retemblar de los quicios de las puertas del templo al fragor del canto celestial, la nube de humo que todo lo envolvía, son imágenes con lenguaje humano que tratan de describir lo que es indescriptible.
El cántico de los ángeles lo ha tomado la Iglesia para en nuestra liturgia también nosotros unidos a todos los coros celestiales cantar la gloria del Señor. Lo llamamos el trisagio porque por tres veces llamamos Santo a Dios, proclamando su santidad y su gloria; no solo utilizamos en la Eucaristía sino también en otras oraciones devocionales, ‘Santo, Santo, Santo es el Señor de los Ejércitos, la tierra está llena de su gloria’.
Ante la gloria del Señor que se le manifiesta Isaías se siente anonadado y pecador que no es digno de contemplar tal gloria y siente que por su indignidad va a morir. ‘¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos’. Pero vendrá el ángel del Señor para purificar sus labios. ‘Mira, esto te ha tocado tus labios… está perdonado tu pecado’. Pero si Dios así se le manifiesta y quiere llenarlo de su santidad es porque para Isaías tiene una misión. Por eso decíamos que este texto describe la vocación del profeta. ‘Entonces, escuché la voz del Señor que decía: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí? Contesté: Aquí estoy, mándame’.
Tras la hermosa experiencia de Dios Isaías, lleno de Dios, se siente en total disponibilidad para lo que el Señor quiera de él. Podríamos decir que es el calco o la plantilla de toda vocación. Si podemos llegar a tener esa disponibilidad para dejarnos conducir por el Señor, para estar dispuestos al servicio que el Señor nos pida en nuestra vocación, es porque nos sentimos inundados de Dios, nos sentimos cogidos de Dios. Es cierto que el Señor llama de mil maneras y en las más distintas circunstancias, pero siempre habrá un encuentro profundo con el Señor, una especial experiencia de Dios para poder llegar a esa disponibilidad.
No es solamente que yo quiera ser bueno o hacer cosas buenas, sino que es el Señor el que llama. Lo puede contar todo el que haya recibido una especial llamada del Señor en las circunstancias que haya sido, y lo vemos bien reflejado en los evangelios y en la Biblia toda tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
Podíamos recorrer las páginas del evangelio para ver la llamada del Señor a los diferentes apóstoles. Tras la gloria del Señor que se manifestó en el Jordán Juan señala a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y los primeros discípulos se van a estar con Jesús. ‘Maestro ¿donde vives?’ fue la pregunta y se fueron él. Ya al día siguiente estarían anunciando esa buena nueva a los parientes y a los amigos. Será después de la pesca milagrosa cuando Jesús les diga a Pedro y a los otros pescadores que se vayan con El para hacerlos pescadores de hombres. Así podríamos seguirnos fijando en otros textos.
Es sentirnos cautivados por el Señor; a través de un gesto, de una palabra, de un acontecimiento se siente esa llamada del Señor ahí en el corazón. algunas veces costará descubrir bien qué es lo que el Señor quiere, pero si nos dejamos conducir, si hay generosidad en el corazón, si vamos creciendo por dentro espiritualmente iremos poco a poco descubriendo lo que el Señor quiere de nosotros y sentiremos también la gracia del Señor que nunca faltará para dar esa respuesta generosa y decidida.
Oremos al Señor para que cada uno descubra que es lo que el Señor le pide en su vida y en cada momento concreto; sólo desde la oración podremos descubrir lo que es la voluntad del Señor. Pero nuestra oración sea también por aquellos a los que el Señor llama con una vocación especial, al sacerdocio, a la vida consagrada, a las misiones, o a algún oficio pastoral dentro de la Iglesia, para sintiéndose amados, cogidos por el amor del Señor, sean valientes y generosos en su respuesta con una disponibilidad total para el servicio, para la gloria del Señor. Como nos dirá Jesús oremos al dueño de la mies para que mande obreros a su mies, oremos para que los llamados se sientan fortalecidos con la gracia del Señor para dar esa respuesta que nos pide Dios.