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domingo, 8 de julio de 2012



Anunciamos con fidelidad a Jesús ante un mundo desconcertado que le cuesta entender

Ez. 2, 2-5; Sal. 122; 2Cor. 12, 7-10; Mc. 6, 1-6

En la vida muchas veces nos suceden cosas que nos sorprenden, incluso nos sorprenden gratamente, pero que luego quizá por las expectativas que nos hacemos sobre eso que nos ha sucedido o por lo que nosotros hayamos imaginado que podía pasar nos hemos visto desconcertados o incluso desilusionados.

Algo de eso contemplamos en el hecho que nos relata hoy el evangelio. Al llegar Jesús a su pueblo Nazaret e ir el sábado a la Sinagoga, hacer la lectura y ponerse a explicar la Palabra, quizá también por la fama que habría llegado allí de lo que Jesús venía ya haciendo en Cafarnaún y otras partes, les había producido gran admiración. Pero luego veremos que se sienten desconcertados, no manifestarán gran confianza en lo que hace y dice Jesús, porque en fin de cuentas a El lo conocían de siempre porque allí se había criado y allí estaban sus parientes. Habían sentido en principio admiración y hasta cierto orgullo porque era de los suyos, pero no supieron descubrir el verdadero misterio de Jesús. ‘Los tenía desconcertados’.

Jesús mismo se sentirá desilusionado por la pobre acogida que le están haciendo y su falta de fe. ‘No desprecian a un profeta más que en su tierra y entre sus parientes y en su casa’, les dirá. ‘Y se extrañó de su falta de fe… y no pudo hacer allí ningun milagro’. Marchará Jesús a otros lugares de alrededor.

Lo que sucedió con Jesús entonces en Nazaret, su pueblo, sería lo que le seguiría sucediendo en su peregrinar por los pueblos de Palestina anunciando el mensaje del Reino. No todos lo aceptaban; aunque muchos lo seguían, se admiraban de sus milagros o las palabras de gracia que salian de sus labios, no todos, sin embargo, descubrían en El al Mesías Salvador que instaurando el Reino de Dios venía a redimirnos y a traernos la salvación. No todos querían o llegaban a entender el sentido de su persona y de su mensaje, el sentido del Reino de Dios que anunciaba, la salvación que ofrecía. Su camino acabaría en la pasión y en la cruz, aunque bien sabemos que todo no se quedó ahí porque le contemplamos resucitado y triunfador.

Era lo que había sucedido con los profetas, sucedió incluso con Juan Bautista, el precursor, ha sucedido en todos los tiempos con los apóstoles enviados en el  nombre del Señor y nos puede suceder a nosotros cuando queremos caminar en caminos de fidelidad total al evangelio.

Recordemos lo que hemos escuchado en la primera lectura, del profeta Ezequiel. ‘Yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde… te hagan caso o no te hagan caso, pues son un pueblo rebelde, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos’. No fue fácil la misión del profeta, como lo fue la de todos los profetas. 

En ese sentido Pablo nos habla hoy de algo que le está costando mucho superar en su tarea y le pide al Señor que le libere de ello, pero el Señor le ha respondido ‘te basta mi gracia, la fuerza se realiza en la debilidad’. Hermosa la reflexión que nos hace el apóstol. Grandeza del mensaje de Dios que se manifiesta en la debilidad porque la fuerza está en Dios que es el que da el verdadero valor.

¡Cuánto nos cuesta acoger y escuchar a Jesús sobre todo cuando vamos con nuestras propias ideas o expectativas! A Jesús no lo podemos encasillar en nuestros esquemas. Su mensaje no es un mensaje que sea para contentarnos. Y no es ya el mundo ajeno a la Iglesia que nos rodea a quien le gustaría escuchar otra cosa, sino que nosotros mismos tantas veces endurecemos nuestro oído o nuestro corazón ante el mensaje que nos ofrece el evangelio y también quisiéramos hacerle decir a Jesús, o hacerle decir a la Iglesia cosas que nos contenten o halaguen.

Nos encontramos muchos ‘doctores’ (y lo pongo así entre comillas con la expresión que hoy se emplea) en todos los ámbitos de la sociedad - y cómo se aprovechan de los medios de comunicación -, que quieren decirle a la Iglesia lo que tendría que enseñar. Todo el mundo quiere opinar, todos quieren hacer sus interpretaciones y cuando la Iglesia es fiel a su mensaje buscan la manera de descalificarla, de decir que está viviendo en las nubes (por decirlo de una manera suave) y que la Iglesia tendría que adaptarse y bajar el listón de sus exigencias, y cuando no pueden hacerlo de otra manera tratan de desprestigiar a quien lleva el mensaje para enturbiar la misión y la tarea de la Iglesia. ¿Se sentirán desconcertados porque no es el mensaje que les halague o les guste escuchar?

Si lo hiciéramos así, contentando a todo el mundo, dejándonos llevar por lo que le agrada a la gente, ¿estaríamos en verdad anunciando el mensaje de Jesús o nuestro propio mensaje? Tenemos que ser fieles al mensaje de Jesús y ya el Espíritu Santo nos va guiando y fortaleciendo en la misión que hemos de realizar, porque el mensaje de Jesús sigue siendo el mensaje de salvación para el hombre de hoy. No nos tenemos que asustar de lo que podamos encontrarnos en contra. Recordemos lo citado del profeta, pero también lo que el mismo Jesús nos anunció en el evangelio. ‘Pero el poder del infierno no la derrotará’. Nuestra fidelidad al mensaje de Jesús está por encima de los desconciertos del mundo.

Decía el evangelio que Jesús no hizo en Nazaret ningun milagro, salvo curar a algunos enfermos imponiéndoles las manos, por su falta de fe. Es la fe que tenemos que despertar en nuestra vida. Si muchas veces nos dejamos seducir por esas ideas del mundo, de las gentes que nos rodean, en referencia a todo lo que tendría que ser la Iglesia y su mensaje, es porque quizá también se nos ha debilitado nuestra fe. Muchas veces nos pueden faltar esos ojos de fe para descubrir el verdadero sentido de la Iglesia. 

No la podemos mirar como una organización mundana más, como una sociedad civil o cualquier asosiación, como una ONG, como se dice ahora. No es la mirada ni la consideración de un creyente sobre lo que es la Iglesia el verla asi. Es el sacramento universal de salvación que Cristo nos ha dejado para que vivamos en verdadera comunión de fe y de amor y así podamos llevar a vivir nuestra comunión con Cristo. En la Iglesia se nos manifiesta el Misterio de Cristo porque a través de ella nos llegará la Palabra de Dios y los sacramentos de nuestra salvación que en ella celebramos. Es el Cuerpo Místico de Cristo al que nos sentimos unidos como los sarmientos a la vid para que a través de ella nos llegue a nosotros la gracia divina de la salvación.

Por eso decíamos que tenemos que despertar nuestra fe. Necesitamos esa fe viva para que Cristo actúe con su gracia en nosotros. Con esos ojos de fe descubriremos en verdad todo el misterio de Cristo; con esa fe podremos escuchar su Palabra como mensaje de salvación para nuestra vida; con esa fe vivimos nuestra comunión de Iglesia que nos hace entrar en una comunión mas grande y profunda con el Señor; desde esa fe iremos creciendo más y más en el conocimiento de Cristo hasta llegar a unirnos plenamente con El, a configurarnos con El para ser una solo cosa con El viviendo su misma vida.

Si abrimos nuestro corazón a la fe cuántas maravillas realizará Dios en nosotros. Entonces podremos también nosotros, desde nuestra pequeñez y debilidad, hacer ese anuncio de Jesús y su evangelio al mundo que nos rodea, tarea y misión que Cristo nos ha confiado. Y lo hacemos con fidelidad.


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